Ejemplos de los primeros son las Orestíadas y las Óperaminutes de Darius Milhaud y Taneiev. Tres piezas de María del checo Bohuslav Martinu o las Tre commedie goldoniane de Gian Francesco Malipiero. Como ejemplo de los segundos, podrían citarse las tres óperas breves de Igor Stravinski, Mavra, Edipo Rey y El Ruiseñor; o Das Nusch Nuschi, Sancta Susanna y Asesinos y Esperanza de las mujeres de Paul Hindemith. También están las tres óperas cortas de Arnold Schoenberg, La espera, La Mano Feliz y De Hoy a Mañana.
Hay por aquellos años un amplio espectro de estilos tradicionales y renovadores. El espacio tonal se resiente con novedosas maneras de organizar el sonido -atonalismo, politonalismo- que ya han sido utilizadas en obras verdaderamente vanguardistas como los ballets de Stravinski Petrushka y, sobre todo, La Consagración de la Primavera. También está el Pierrot Lunaire de Schoenberg que, cómo no, tenía por fuerza que afectar al género operístico.
Puccini nunca forzó su naturaleza intensamente expresiva y plena de melodismo para aceptar de modo pleno influencias que de un modo u otro le eran ajenas. Sin embargo, todas sus óperas de madurez a partir de La fanciulla del west, siguiendo con La Rondine, después con Il Trittico que nos ocupa, para finalizar con la genial Turandot (sin duda su obra maestra y la más rabiosamente moderna) plantean, a la par que una fácil inspiración, complicadas elaboraciones armónicas y orquestales. Puccini sólo se torna complejo cuando la situación teatral lo requiere, y no rehúye la aspereza armónica allí donde la expresión pueda quedar forzada; sin llegar a ser tremendamente innovador, se va modernizando sin perder un ápice de su innata elegancia que, insensiblemente, fusiona recitativo dramático y arioso, siguiendo cada matiz del texto. Esa habilidad es la que hace de Giacomo Puccini un operista nato. Y ello queda patente en su Trittico.
Il Tabarro
Han pasado cinco años desde que Puccini concibiera la idea del Trittico y en febrero de 1913 retoma ese antiguo proyecto, al conocer una obra teatral llamada La Houppelande de Didier Gold, que estaba siendo representada en París desde 1910 con gran éxito, en el teatro Narigny. Inmediatamente se puso en contacto con su antiguo libretista Luigi Illica, quien no mostró interés alguno por este nuevo proyecto. Finalmente es Giuseppe Adami el encargado de elaborar el libreto, acabándolo en pocas semanas, ya con el nombre definitivo de Il Tabarro (El Gabán), considerada como el importante punto final del movimiento verista y cuya acción se desarrolla hacia 1910. Su sórdido realismo se inscribe en el estilo de Émile Zola, con una semblanza del París popular muy en la línea de Louise de Charpentier. Recreando el mundo de las barcazas de comercio que navegan por el Sena entre París y Rouen, cuenta la historia –un tanto truculenta en la mejor tradición verista- de Michele, un cincuentón casado con la veinteañera Giorgetta, quien añora su existencia pequeño burguesa en Belleville, barrio popular parisino, y vive una secreta e intensa historia de amor con un joven de su edad, Luigi, ayudante de Michele. La ópera cuenta con otros personajes comprimarios como el Tinca, el Talpa y su mujer, la Frugola, que complementan al trío protagonista y cuyas intervenciones tienen cierta relevancia. La historia termina trágicamente con el asesinato de Luigi a manos de Michele, quien muestra a su mujer el cadáver de su amante escondido en su gabán.
Musicalmente Il Tabarro, muestra todas esas influencias antes apuntadas, que Puccini asimila y engarza con esos momentos de fino melodismo tan característicos del gran compositor de Lucca. Los minutos iniciales crean una etérea atmósfera de corte impresionista, con la orquesta evocando un cuadro sobrio que retrata el ambiente portuario. La música impresionista marca el desarrollo de la ópera, con ciertos apuntes que nos recuerdan al Stravinski de Petruchka. Dentro del característico canto de conversación pucciniano, donde se entrelazan recitativo y arioso, destacan las arias de Luigi “Hai ben raggione”, junto con la de Giorgetta “È ben altro il mio sogno!”. Hay que destacar el dúo de Giorgetta y Luigi, de intenso melodismo en la mejor tradición pucciniana “O Luigi! Luigi…”. Michele canta su extraordinario monólogo “Nulla!…Silenzio”, verdadero clímax, oscuro y siniestro, para terminar la ópera con su macabro duetto con Giorgetta, donde le muestra el cadáver de su amante. Digno final del movimiento verista.
Suor Angélica
El hecho místico-religioso que centra Suor Angelica tiene lugar hacia 1700, en la dura reclusión de un convento de monjas italiano, presumiblemente en la Toscana. Angelica, hija de una familia de la alta aristocracia, se encuentra allí por haber tenido un hijo natural y está obligada a permanecer en el convento por un período de siete años. No ha vuelto a saber nada de su hijo, en el que piensa continuamente. Si la ópera dura aproximadamente una hora, la acción durante los primeros veinticinco minutos es casi nula, limitándose a una mera descripción de las actividades de las monjas. Puccini tenía conocimiento de la vida monacal a través se su hermana Iginia, Madre Superiora en el convento de Vicopelago, cerca de Lucca. La ópera adquiere verdadero pulso dramático con la visita que recibe Angelica de su tía, la Princesa, mujer de gran dureza y tremendamente orgullosa, quien, crudamente, le comunica la muerte de su hijo. Desesperada y sumida en el delirio, Angelica se envenena. Pero antes de morir, se da cuenta que ha caído en pecado mortal y pide a la Virgen que la salve. Llega así la escena final, extremadamente emotiva, en la que la moribunda Suor Angelica ve a su hijo de la mano de la Virgen, mientras los ángeles cantan “Salve María”.
Musicalmente la ópera se inicia con el sonido de campanas precediendo a un dulce “Ave María” en andante moderato. Un solemne y lúgubre preludio de trompas y pizzicati abre la fundamental escena del encuentro de Angelica con su tía, quien después de comunicarle la muerte de su hijo abandona la escena. Suor Angelica se queda sola y canta una de las más bellas arias para soprano de todo el repertorio pucciniano, “Senza mamma”, de gran dificultad vocal. Pero aún resulta más complicado el pasaje que sigue al aria, cuando se inicia su éxtasis místico, donde por dos veces la soprano debe alcanzar el do sobreagudo. Sigue un interludio orquestal andante sostenuto, con una amplia melodía en los violines. La ópera concluye con un conjunto interno de dos pianos, órgano, trompetas y campanillas, que se agrega la orquesta del foso.
Gianni Schicchi
E igualmente lo hace el espíritu loco, que sin embargo huye.
Para ganar la más bella yegua en el rebaño de asnos,
se disfraza de Buoso Donati
y dicta su testamento.
El argumento de Gianni Schicchi plantea la lucha por la herencia del rico Buoso Donati por parte de sus codiciosos familiares cuando aún está de cuerpo presente y quienes, al comprobar que el testamento no les favorece, recurren a un montaje-farsa donde el pícaro Schicchi sustituirá al muerto para dictar ante notario un manipulado testamento que les favorezca. La jugada les sale mal ya que Schicchi se aprovechará de la situación para quedarse con todas las propiedades del difunto Buoso. Forzano añadió el ingrediente amatorio, suavizando la culpa de Schicchi, al hacer que su hija Lauretta esté enamorada de Rinuccio, sobrino de Buoso. Todo hace presumir que la fortuna de los Donati retornará en un futuro a una rama de la familia.Puccini concluyó la partitura en abril de 1918, con una música que mezcla con maestría los avances vanguardistas con un intenso melodismo, mostrando de nuevo su gran dominio técnico en la orquestación a la vez que una gran fluidez teatral. Entre los numerosos hallazgos, que convierten la obra en una verdadera joya de la ópera bufa, se encuentran los números de conjunto, casi tan extraordinarios como los del Falstaff verdiano. La alegre y expansiva aria de Rinuccio “Firenze è come un albero fiorito” ya incluye unos compases que anticipan la deliciosa aria de Lauretta “O mio babbino caro”, curiosa dicotomía entre un texto dramático y una música encantadora. Hay que destacar también toda la hilarante escena con Schicchi, los parientes de Buoso y el notario, de música brillante y de magnífica teatralidad. En la conclusión de la ópera, Gianni Schicchi habla al público: “Por esta travesura me han arrojado al infierno, pero, con licencia del gran padre Dante, si esta noche os habéis divertido, concededme el atenuante”.
Il Trittico se estrenó en el Teatro Metropolitan de Nueva York el 14 de diciembre de 1918 con dirección musical de Roberto Moranzoni y grandes intérpretes de la época como Claudia Muzio en el papel de Giorgetta, Luigi Montesanto como Michele, Geraldine Farrar como Angelica y Giuseppe di Luca como Schicchi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario