Misterio de Elche: Muerte y Asunción de María
14.08.12 por X. Picaza
Lo último que dice la Biblia de María es estuvo ante la cruz y en Pentecostés (Jn 19, 25-27;Hech 1, 13-14). Pero algunos sintieron que era poco y añadieron que al final de su vida subió al cielo . Así lo dramatiza el Misteri de Elx (Elche), el último de los apócrifos, la primera ópera conocida y aún representada de Europa.
Desde el siglo V-VI, los cristianos comenzaron a celebrar el Tránsito/Triunfo/Asunción de María , antes que el Papa (Pio XII) declarara el dogma (1950), confirmando lo que habían dicho los apócrifos asuncionistas en griego y latín, copto y siríaco, árabe y eslavo... y finalmente en catalán/valenciano.
Sobre esa base, en toda la Edad Media se fueron celebrando en oriente y occidente grandes fiestas de Asunción, con representaciones dramáticas y musicales (=Misterios). Esas fiestas fueron prohibidas por el Concilio de Trento (siglo XVI), porque no se ajustaban a la liturgia oficial. Pues bien, entre ellas sobresalía la de Elche (Valencia, España), que se canta y celebra en catalán/valenciano, a pesar de las antiguas prohibiciones papales.
Esa "liturgia" (la más antigua “ópera” musical viva de Europa), llamada Misteri de Elx (Misterio de Elche) se sigue representando cada año hoy y mañana (14/15 de Agosto), en la Basílica de la Asunción. Los protagonistas (apóstoles y María, Dios y judíos...) cantan y representan el triunfo pascual (muerte y resurrección) de la Madre de Jesús, como culmen de la historia de la salvación.
Participé una vez en ese gran drama, exponiendo su sentido (cf. X. Pikaza, Salves nº 5, Misterio de Elche, Elche/Basílica 1994,137 pp. Fotografías a color); y ahora quiero recoger lo que entonces dije, siguiendo los motivos y temas populares de esta fiesta que la UNESCO ha declarado patrimonio de la humanidad (2001), para meditación y gozo de creyentes y amigos del arte (música,historia), traduciendo los textos catalanes.
Mi trabajo es largo (de hoy y mañana, 14 y 15 del VIII), aunque prefiero presentarlo unido, para comodidad de los lectores. Perdonen los que quieren “posts” pequeños, lean cada vez una parte. Pienso que merece la pena presentar el tema entero, sin cortarlo, por fidelidad al argumento, a los amigos de Elche y a los devotos de la "historia" litúrgica de María.
Seguiré los pasos de la celebración, evocando los motivos, citando algunos textos principales. Felicidades a todos los que celebran la Asunción, con los actores del Misteri, y en especial con "Dios", un sacerdote bueno que representa al papel del Padre Eterno.
1) VÍSPERA DE MUERTE, VIERNES SANTO DE MARÍA.
‒ La Fiesta de la Asunción de María tiene una Vigilia o Misa Vespertina de víspera que ahora evocamos siguiendo el Misterio de Elche. Recordemos que la primera lectura de la misa compara a María con el Arca de la Alianza (1 Crón 15, 3-4.15-16; 16, 1-2): ella ha sido portadora y sagrario de Dios, lugar y signo de la Alianza. Pero el evangelio la presenta como mujer de fe: María es bienaventurada porque ha creído y cumplido la Palabra de Dios (Lc 11, 27-28), de manera que en ella se expresa y culmina el camino creyente de la historia de la humanidad. Desde ese fondo recibe su sentido la segunda lectura, donde Pablo ha cantado con gozo la victoria de Dios sobre la muerte (1 Cor 15, 54-57). Estos son los motivos que ha desarrollado dramáticamente la primera parte del Misterio de Elche, tal como ahora los presentaremos.
El Misterio de la Asunción es un despliegue y un triunfo mariano de los elementos fundamentales de la Pascua (muerte y resurrección) de Jesús. Lógicamente, la primera parte de la fiesta tratará del tránsito o muerte de María, que se representa a lo largo de varias escenas que podemos condensar en las cinco que siguen; ellas expresan y evocan la forma en que los fieles han visto y llorado (celebrado) la muerte de María, en dolor y esperanza cristiana.
1. Vía-Crucis de María
María ha sufrido con Jesús y por Jesús (por seguirle en cercanía) como empieza señalando con toda nitidez el texto de la fiesta: aparece como anciana, y pide a sus acompañantes, las amigas de su Hijo (María Salomé y María Magdalena) que le acompañen en la hora y trance de la muerte. Así la vemos al principio como Madre de Dolores, haciendo suyo el dolor de la humanidad entera.
Las santas mujeres habían acompañado a Jesús en el alto del Calvario: es lógico que ahora animen y acompañen a su Madre, que quiere morir como su Hijo, para estar así con él, porque la vida se le ha vuelto tristeza sin Jesús: “¡Oh mundo cruel, tan desigual! ¡Triste de mí! ¡Yo qué haré! Mi caro Hijo ¿cuándo lo veré?”. Se le ha vuelto dura la ausencia tan larga; ha cumplido su tiempo. Evidentemente quiere morir.
La muerte es en María un camino de pascua con su Hijo. No es muerte de puro cansancio, aunque en cierto aspecto se encuentra cansada; no es muerte de soledad pues aunque vive lejos de la gloria de Jesús, se encuentra acompañada por las otras dos Marías; no es muerte de angustia, del horror que brota del pecado y que nos hace vivir siempre con miedo. ¿Qué es entonces? Es muerte de plenitud, para estar con Cristo, es tránsito que brota del amor hecho recuerdo y deseo de vivir con el amado, que es su Hijo Jesucristo.
El dolor y amor materno de María brota del recuerdo de su Hijo, que se expresa en los misterios dolorosos de su propio Rosario o Via-Crucis, condensado en los tres momentos fundamentales de la entrega del Cristo. “Si alguien quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su Cruz y me siga...” (Mc 8,34). Así había dicho Jesús. Así lo está haciendo su Madre, recorriendo las estaciones básicas de la entrega de su Hijo:
– Primera estación: ¡Getsemaní, Oh Santo Vergel! María vuelve a situarse ante la angustia del Hijo estremecido que pide ayuda al Padre Dios mientras vienen a prenderle y le atenazan los poderes de la vieja tierra. Así participa con Jesús en el sufrimiento y abandono, en la tradición y cautiverio de todos los humanos, que siguen padeciendo de nuevo la angustia de Getsemaní.
– Segunda estación: ¡La Cruz: Oh Árbol Santo, digno de todo honor!. De esa forma evoca el Árbol que fue principio de pecado en otro tiempo (en el paraíso, Gén 2-3) y que ahora viene a convertirse por la sangre de Jesús en fuente salvadora para todos los humanos. Ante la Cruz vuelve a sufrir la Madre del Mesías, lo mismo que en Jn 19, 25-27; pero ahora es ella la que parece estar crucificada, participando con Jesús en el dolor de todos los humanos.
– Tercera estación: ¡Oh Santo Sepulcro virtuoso, en dignidad muy valeroso! El camino de pasión de la Madre culmina en un Sepulcro que, siendo en sí mismo lugar de fracaso, ha venido a convertirse por Jesús en fuente de poder (virtud) y audacia creadora (valor). Descubriremos de esa forma, sorprendidos, que el camino de Cruz nos ha llevado, como en Mc 16 y par, a un Sepulcro Vacío que, en su intenso recuerdo de dolor, nos abre a la esperanza de la Resurrección.
El misterio de María nos sitúa de esa forma ante el evangelio de la muerte de Jesús. Las mujeres, amigas de Jesús y de María, habían recorrido el camino que lleva desde Getsemaní, por el Calvario, hasta el Sepulcro; querían honrar a Jesús pero descubren que no pueden ya ungirle pues no yace inerte (no ha quedado allí por siempre) en el sepulcro; de esa forma, al terminar su Vía-Crucis, descubren que Jesús está resucitado. Este es el camino que ha venido recorriendo en sus últimos años y que ahora recrea por ultima vez la Madre de Jesús, que sigue acompañada por las antiguas mujeres amigas.
2. Deseo de muerte: estar con Jesús. El canto de María
Los apóstoles faltan, están predicando el evangelio. Han dejado a la Madre en buena compañía y así ella, con las tres Marías, signo del amor que se mantiene firme hasta la muerte, recorre otra vez el camino del Cristo. También ahora, como antaño (Mc 16,5 par), debe aparecer el ángel de la Pascua con el anuncio glorioso de la resurrección de Jesús hecho experiencia vital, para la Madre y para sus acompañantes. Pero antes de que el ángel llegue y cante se escucha el Canto de deseo y añoranza de la Madre: la misma ausencia del Hijo (el querido) alimenta su anhelo. Ella recoge así las ansias de María Magdalena enamorada en el sepulcro (cf. Jn 20, 11-18), pero ya no busca el cadáver de Jesús (como la otra María); quiere a su Hijo y Amigo, necesita encontrarle viviente. Así canta su canción enamorada, como Madre amante de su Hijo querido:
Gran deseo me ha venido al corazón
de mi querido Hijo lleno de amor,
tan grande que no lo podría decir
y por remedio deseo morir
Estre gran desig (deseo grande) marca y define la existencia de María. Ella podría haber dicho como el alma de Juan de la Cruz: “buscando mis amores iré por esos montes y riberas...”. Pero no lo dice, porque ha recorrido incansable todos los montes y riberas de este mundo en busca de su Hijo del amor inmenso. Está culminado su vida y sabe que el Amor le espera tras la muerte. Por eso quiere terminar su recorrido, muriendo de amor, no de vejez o cansancio, de fracaso o tristeza. Su muerte será expresión de gozo enamorado. Está enferma de amor y no tiene más remedio o curación que el gran abrazo con su amado, más allá de la puerta corrida y vacía del sepulcro. Así dice “y por remedio deseo morir”.
Este no es deseo de muerte enfermiza, signo de impotencia o depresión. No es ansiedad de muerte egoísta que se puede concretar en algún tipo de suicidio malo; no es tampoco una protesta contra otros, una forma de llamar su atención o provocarles. Es muerte de amor. No es algo que la Madre de Jesús pueda tomar en sus manos, como si bebiera por propia voluntad la copa de su vida. Por eso tiene elevar su voz y pedirle a su Hijo que venga y se muestre. Llegando hasta la puerta del sepulcro de su Hijo resucitado, la madre amante espera, la madre amante pide. Ella ha hecho todo lo que está en su débil y amorosa mano. Es ahora el Hijo, el mismo Dios del cielo, quien debe decir su palabra.
3. El ángel de la Anunciación. Promesa de muerte y de vida
María ha llamado a su Hijo y el cielo responde en gesto de nueva anunciación pascual. El ángel joven de la Vida de Cristo esperaba a las mujeres en el hueco del primer sepulcro para decirles: ¡no está ahí! ¡Ha resucitado! (cf. Mc 16, 1-8). Ahora desciende del cielo el ángel niño, la inocencia de la vida, el triunfo de Jesús para anunciar a la Madre su nuevo y más alto Nacimiento. Este ángel niño, que Dios mismo hecho principio de esperanza pascual, saludo y anuncia su gozo de Vida a María:
- Dios os salve Virgen imperial,
Madre del Rey celestial:
yo os traigo saludos y salvación
de vuestro Hijo Omnipotente.
- Vuestro Hijo, que tanto amáis,
y con gran gozo deseáis,
El os espera con gran amor
para exaltaros con honor.
- Y dice que al tercer día, sin dudar,
El consigo os quiere nombrar
alto en el Reino Celestial
como Reina Angelical.
Así habla el ángel, mensajero del Viernes Santo que se vuelve Pascua de la Madre de Jesús, pues anuncia su Asunción y Coronación celeste. A las mujeres de Mc 16, 1-8 les habían encargado anunciar y predicar la Vida de Jesús a los apóstoles y al resto de los hombres y mujeres de la tierra; así lo han hecho y es claro que la misma Madre de Jesús les ha estado guiando, acompañando. Ahora vuelve el ángel, en forma de niño celeste, para decirle a la Madre: ¡se ha cumplido el tiempo de tus penas en la tierra y de tu espera! ¡María había sido la primera de los creyentes colaboradores de Jesús; será la primera de los muertos y resucitados en el cielo.
Este es el mismo ángel de la anunciación, pues repite en forma nueva el ¡salve! y los saludos de la primera Anunciación (en Lc 1, 26-38). Pero ya no proclama el Nacimiento de Jesús (como hizo antaño), sino el amor que el Jesús nacido y muerto como redentor tiene hacia su Madre: ¡El mismo espera a su Madre! Esto es lo que María deseaba: ¡el deseo y amor de su Hijo! Ella quería ser querida plenamente. Por eso se había colocado ante el sepulcro vacío de su Amor, pidiéndole su vuelta gloriosa, su presencia.
La Madre había mostrado su deseo de encontrarse de nuevo con su Hijo. Pues bien, el ángel le responde asegurándole que el Hijo la desea aún más, en palabra que colma y plenifica su alegría anciana. Todo el Misterio se encuentra contenido en esta afirmación. No podemos destacar aquí los rasgos y elementos del mensaje del ángel (cuya cuarta estrofa, por brevedad, no hemos citado). Estos son, a modo de resumen, sus momentos más salientes:
– La Madre morirá y la enterrarán, en gesto que aparece vinculado al camino de su Hijo. Como él murió y fue sepultado, también ella morirá en amor y será entregada en brazos de la tierra.
– El tercer día será glorificada, siguiendo a Jesús que en ese día, tiempo de gloria y plenitud, resucitó de entre los muertos. De esta forma se traza la identificación más honda entre la Madre y el Hijo.
– Será coronada como Reina Celestial: ha hecho travesía de Madre creyente y amante en la tierra; será Madre del Gran Rey y Reina sobre el cielo.
– Ella recibe como signo una palma, que es el árbol de la Vida. No pudieron comer de su fruto Adán y Eva en el Paraíso (cf Gén 2-3) porque prefirieron el árbol de la muerte. Pero ahora, unida con Jesús, ella recibe transformado el árbol de la muerte (Cruz), convertido para siempre en palma de victoria y vida.
Con hondo dramatismo, para no adelantar los acontecimientos, las palabras de anuncio del ángel han dejado en penumbra (no han fijado o resaltado) algunos rasgos que después irán apareciendo. El texto no expresa el modo de la muerte de María, ni la forma en que ella será glorificada (inmortalidad, resurrección, Asunción...). Pero la Madre no tiene dudas, no pregunta. Sabe que va a estar con Jesús, que va a encontrarle por siempre en la Vida. Eso le basta. Recibe la palma del triunfo y la besa, poniéndose así en manos de Dios.
4. Concilio de Apóstoles. Consuelo de María, Madre de la Iglesia
Está en manos de Dios, pero hay algo que le falta antes de la muerte, como sabe toda la tradición de los apócrifos y puede advertir cualquier lector que ha penetrado en la trama del Misterio cristiano de María: ¡ella necesita a los apóstoles, amigos de Jesús, signo de la iglesia que anuncia el evangelio! Ellos tienen que venir para contarle a María lo que hacen, para ser testitos de la muerte y gloria de la Madre de Jesús, como ella misma se lo pide al ángel, presentándole su ruego:
(Que) conmigo, si posible fuese,
antes de mi fin yo viese,
los Apóstoles aquí juntar
para mi cuerpo enterrar.
Pide que vengan los apóstoles para que ellos puedan enterrarla y haya así un buen funeral. Pero es evidente que en el fondo de ese ruego se contienen y expresan otros muchos elementos que se irán desarrollando a lo largo de misterio. La muerte y gloria de María no será un acontecimiento privado, un tipo de éxtasis de amor que la conduce al Padre de su Hijo, que la vincula para siempre al Cristo. La muerte de María es un acontecimiento eclesial. Ella muere como hermana mayor, como Madre de los hermanos de Hijo, primera de todos los creyentes. Su muerte será ejemplo de muerte y principio de esperanza para los fieles posteriores. Por eso vienen los apóstoles para acompañarla en una escena de consuelo y fe profunda.
– Consuelo de María. Así lo anuncia el ángel respondiendo: “El eterno Dios dice que le placerá que (los apóstoles) estén aquí sin dilación, para vuestra consolación”. María podrá morir contenta, teniendo a su lado a los amigos de Jesús, escuchando su palabra y descubriendo así la forma en que ellos extienden el mensaje de Cristo por el mundo. Por eso, la iglesia le ha llamado Reina de los apóstoles.
– Consuelo de los Apóstoles. Aunque aparezcan al principio tristes por la muerte de la Madre, al fin quedarán animados y fortalecidos por su Pascua. No asistieron a la muerte de Jesús por cobardía; ahora en cambio pueden acompañar y acompañan a su Madre. Ella les da en su muerte motivo para juntarse: los convoca, los reúne, los anima en una misma fe de Pascua, celebrando con ellos una especie de Concilio General de esperanza y de vida.
– Fe de la Iglesia. Saben los cristianos que la confesión de fe culmina allí donde se dice “creo en la vida eterna”, no sólo para Jesús sino para todos aquellos que le siguen y creen en su Pascua. Esa vida eterna de resurrección y elevación (Asunción) gloriosa con el Cristo ha comenzado a realizarse ya en María. Al hacerse testigos de su Tránsito e identificarse de algún modo con ella todos los apóstoles (como representantes de la Iglesia universal) han podido culminar su Credo. Empezaron diciendo yo creo en Dios Padre..., culminado el misterio en María pueden concluir: creo en la vida eterna.
No me detengo a señalar los diversos aspectos y momentos teológico-dramáticos de esta larga y rica escena de reunión de los apóstoles, con el suspense de la llegada tardía pero auténtica de Tomás, quien sigue cumpliendo así el papel que le asignaba Jn 20, 24-29. El motivo fundamental es la exigencia de un encuentro apostólico, en torno a María. “Cierto, es este gran misterio: ser aquí todos juntados”; la Iglesia entera viene a reunirse de esa forma, en Concilio de Amor, con María. Ella, la Madre de Jesús, les ha llenado de fuerza y les ha hecho congregarse, venciendo así el peligro de una posible disgregación misionera.
Hay un momento de salida que lleva a los apóstoles al mundo, que les abre, les separa, dispersándoles en todas las posibles direcciones, conduciéndoles a todos los pueblos y culturas de la tierra. Pero la memoria y amor hacia la Madre de Jesús (que es ampliación de la memoria-amor del Cristo) les mantiene vinculados y les llama, les congrega. Por eso, al saludarse y al juntarse en torno a ella, la aclaman “Salve Reina, princesa..., abogada de pecadores, consuelo de afligidos”, poniéndose todos a su disposición, esperando la palabra que ella quiera dirigirles:
El omnipotente Dios, Hijo vuestro,
para nuestra consolación
hace la tal congregación,
en vuestra Santa Presencia.
Este es un Concilio General de todos los apóstoles, presididos por aquella que es “muy pura” y defendida del pecado original. Ciertamente, están presenten las Marías, es decir, las amigas de Jesús. Ellas ofrecen el signo de la Iglesia entera, formada por mujeres (amigas) y varones (apóstoles) reunidos en torno a la Madre de Jesús, para descubrir juntos el “misterio amagat” (oculto) que Dios quiere revelar a esta Congregación o Concilio, como dice solemne y ritual el Gran apóstol Pedro.
5. Muerte y entierro. El alma de María
El texto encierra fuerte ironía. Pedro sigue siendo quien era: parece buscar misterios escondidos, como queriendo descubrir por medio de María algo distinto, algo que hasta entonces no sabían. Podemos soñar y suponer que está fijando grandes dogmas, normas nuevas para el conjunto de la Iglesia reunida, como si los problemas de los fieles se arreglaran con grandes decisiones de poder y majestad externa. Pero la Madre de Jesús responde diciendo que las cosas son mucho más sencillas: los apóstoles han venido para algo mayor, pero más íntimo, para acompañarle a morir con Jesús, para juntarse en amor en torno a tumba. Ese es su dogma, es el misterio de la iglesia:
Caros hijos mío, pues sois venidos
y el Señor ya os ha traído:
¡mi cuerpo os sea encomendado
y en Josafat enterrado!
Esta es la función de los apóstoles: se han reunido para celebrar con Jesús la muerte de María. Ella se confía en sus manos y les pide que le ofrezcan amor y le entierren, como a todos los mortales, en el Valle de Josafat, que era lugar donde (según el nombre indica) se esperaba el juicio universal de Dios.
Poniéndose en manos de los apóstoles (de la iglesia), muriendo con ellos (como cristiana), María confiesa su fe y se entrega en manos de Dios Padre, por medio de su Hijo. Quiere morir en brazos del amor y de la fe, entregar su vida al cuidado y amor de la Iglesia. Esto es lo que ha querido siempre la Madre de Jesús. Por eso entrega la vida llamando a su Hijo, como hemos indicado. Pero, al mismo tiempo, la entrega en manos de sus hermanos apóstoles, como miembro creyente de la Iglesia. A sus oraciones se encomienda, por ellos ruega: dando a Dios la vida se la entrega a los que aman al Cristo.
Culmina así la escena de la Muerte o Dormición de María, que se celebra en la Vigilia de la gran fiesta de la Asunción. Ella ha muerto de amor y por amor, en medio de la iglesia. Los apóstoles preparan su entierro en la tierra; los ángeles llevan su alma hasta el cielo, en gesto que aparece mil veces repetido en las representaciones medievales del arte cristiano:
‒ Los apóstoles se preparan para realizar con la Madre de Jesús los ritos funerarios, aquellos que se deben aplicar a todos los cristianos, distinguiendo y separando los planos o elementos de la vida de María: quieren sepultar su cuerpo santo, entregándolo a la tierra del Valle de Josafat, hasta el día de la resurrección de todos los difuntos; y saben que su alma está subiendo hacia la altura de Dios, donde gozará de su presencia. No están preparados para una resurrección y glorificación inmediata (Asunción) del cuerpo y alma de María.
‒ Por su parte, los ángeles vienen de nuevo del cielo para llevar consigo el alma de María: la toman en sus manos y la elevan (en figura de Virgen o Niña pequeña) hacia el alto de los cielos, mientras cantan la gloria de la Madre de Dios y piden a los apóstoles que entierren su cuerpo. Esta es la primera parte del triunfo de María, que ratifica la "separación" del alma (elevada al cielo) y del cuerpo (sepultado en tierra).
Así termina la Víspera (Vespra) o primera parte del Misterio de Dios en María. Llena del deseo de Jesús ha muerto, cumpliendo en su vida el Vía-Crucis de su Hijo. Se ha entregado, al mismo tiempo, en manos de la Iglesia, reuniendo a los apóstoles y fortaleciéndoles con su presencia, en unión con las mujeres. Conforme a la representación teológica normal, su muerte aparece como división del alma y cuerpo: el alma sube con los ángeles al cielo, para reinar allí con Cristo. El cuerpo queda sobre el mundo, para que los mismos apóstoles del Cristo lo sepulten en el Valle de Josafat.
Si todo hubiera terminado así, María sería una creyente más, a la espera de la resurrección final de los muertos, no habría fiesta de la Asunción. Pero la iglesia sabe que la Madre ha muerto con su Hijo Jesús y ha sido elevada a su gloria, en alma y cuerpo. Queda así pendiente la segunda parte de la fiesta, la resurrección corporal con la Asunción de María a los cielos.
2) EL GRAN MISTERIO: ASUNCIÓN Y CORONACIÓN DE MARÍA.
Pasamos con esto a la Fiesta verdadera, es decir, al Misterio de Dios, que se expresa en el triunfo glorioso de María, vinculada como Madre y primera cristiana al triunfo de su Hijo Jesucristo. Esta es la fiesta de la iglesia, que se descubre unida a María, subiendo con ella a los cielos, la victoria de la vida de Dios sobre la muerte, la expansión de la Pascua de Jesús hacia su Madre y hacia todos los creyentes. Las lecturas de la gran misa de fiesta del 15 de agosto nos sitúan de forme ejemplar ante el tema.
La primera está tomada de Ap 12 y nos sitúa ante la imagen de la Madre Celeste, que ha dado a luz al Salvador y que espera compartir su victoria.
El evangelio nos sitúa de nuevo ante la escena Anunciación (Lc 1, 26-38), que pone de relieve la presencia de Dios en María y la respuesta creyente de la que será Madre de Dios.
Finalmente, la segunda lectura (1Cor 15, 20-26) nos habla del triunfo de Dios sobre la muerte, por medio de Jesús. Pues bien, los devotos de María saben que ella ha triunfado ya, que por su Asunción está en cuerpo y alma en el Cielo. Así lo ha evocado de forma dramática ejemplar el texto del Misterio de Elche.
Ha pasado la noche de la muerte, ha llegado el tercer día del anuncio pascual del ángel mensajero. En gozo de amor, la Iglesia Católica celebra la memoria de la Asunción de María. En Elche esa memoria se vuelve fiesta y misterio ritual del pueblo cristiano, que se reúne con la Madre de Jesús, que ha muerto, para celebrar su entierro; pero interviene Dios y ese Santo Entierro se convierte en Triunfo de la Vida de Dios, que resucita a María en cuerpo y alma y la lleva a la gloria con su Hijo. Así lo van mostrando dramáticamente las escenas que siguen.
1. La fiesta del Entierro
Sabemos ya que el alma de María, limpia y salvada, está en el cielo. Sólo falta que los fieles de la iglesia (representados por las mujeres y apóstoles) entreguen su cuerpo a la tumba. Así empieza el gran rito del entierro inútil, como repetición del gesto de Mc 16, 1-18. Allí venían las mujeres de mañana con deseo de ungir y sepultar de forma honrada a Jesucristo. Aquí vuelven ellas, con los apóstoles fieles, que se han reunido para enterrar con gloria humana a la Madre de Jesús. Allí vieron que su gesto era inútil: estaba el sepulcro abierto y ya vacío. Aquí empiezan el entierro, pero no lo podrán terminar: antes de que acabe vuelven los ángeles y toman el cuerpo de María, despertado a la vida inmortal (ya resucitado), para elevarlo hacia el misterio de Dios que le corona con su gloria, como iremos viendo en lo que sigue.
Esta es la fiesta de María como ampliación y actualización de la gloria de Jesús. Nadie estuvo presente en la primera Pascua: cuando las mujeres llegaron a la tumba de Jesús todo se había realizado (cf. Mc 16, 1-8). Pero muchos, la iglesia entera, apóstoles y mujeres, ángeles y Trinidad, estarán presentes en esta segunda Pascua que es la glorificación, Asunción y Coronación de María como reina de todo el universo. Pero dejemos ya los principios generales, vengamos a los textos.
La Fiesta del Entierro empieza con la unión de Apóstoles y Mujeres. Deben reunirse para despedir con honra a la Madre. Los apóstoles han llamado a las mujeres “que devotamente quieran venir, para la Virgen sepelir (=sepultar)”. Las mujeres han contestado afirmativamente y así van todos “con amor y alegría, por amor del Redentor y de la Virgen María”. Va a comenzar el Entierro: preside san Pedro; san Juan lleva la palma que simboliza la Virginidad y Gloria de María; siguen los apóstoles y mujeres entonando el canto de alabanza:
Flor de virginal belleza,
templo de humildad,
donde la Santa Trinidad
fue encerrada y contenida.
Os rogamos muy sagrado cuerpo
que de nuestro parentesco
os acordéis en todo tiempo
cuando seáis subida al cielo
Este es un canto de fe de los cristianos que celebran la presencia de Dios y la esperanza de la resurrección ante el mismo cuerpo muerto de la Madre del redentor. Esta es una fe encarnada. Los creyentes no se limitan a venerar la presencia de Dios en el alma del creyente, mientras muere del todo y se pierde el cuerpo en el sepulcro. El cuerpo de María ha sido templo de la Trinidad; por eso puede y debe ser venerado, como lo será el de todos los que aceptan el misterio de Jesús. De esa forma, la procesión del entierro se convierte en una especie de teofanía: es ya manifestación de Dios en la carne mortal de María, que de ahora en adelante será carne glorificada, que se une con Jesús en una Pascua de Resurrección eterna.
Es evidente que todos los creyentes que celebran la Fiesta solemne de la Asunción se identifican con aquellos que cantan estos versos. La sepultura de María (sepultura de todos los muertos) viene a presentarse como un acto de fe: aquí está Dios, aquí se hace presente en las formas de humildad y pequeñez de un cuerpo muerto. Lo que ha sucedido a la Madre sucederá a todos sus hijos, los hermanos de Jesús. Por eso, el entierro de María es signo y anticipo de todos los entierros de los fieles a lo largo de la historia. Ante un cuerpo muerto podemos y debemos cantar la gloria de Dios, en esperanza de resurrección. De esa manera, el dolor por la vida que acaba puede debe convertirse en gozo y esperanza por la Vida que empieza.
2. De la Pascua judía a la Pascua cristiana: Cuando Israel Salía de Egipto
Es un entierro familiar y por eso mujeres y apóstoles dicen a María que se acuerde de nuestro parentesco: que no les olvide, que no deje un lado los lazos de amor y de vida que les habían unido a lo largo del tiempo de la iglesia. Como hermana mayor y madre de todos los creyentes sepultan a María. Al poner su cuerpo en tierra expresan su fe más profunda, cantando el Salmo 114: In exitu Israel de Egipto (=Cuando Israel salía de Egipto).
Normalmente, en la liturgia latina de los funerales y entierros se ha cantado el Salmo 50/51: Miserere mei Deus, es decir, Oh Dios, ten Misericordia de mí... Al llegar el trance de la muerte, los cristianos se descubren pecadores y así lo confiesan ante Dios, en una tradición que proviene de los tiempos más antiguos. Nos presentamos ante el juez y le pedimos perdón: confesamos nuestras culpas e imploramos humillados su gracia. Pues bien, en contra de esto, siguiendo una hermosa tradición de la liturgia mozárabe (hispánica), apóstoles y mujeres que llevan a la Madre de Jesús para enterrarla entonan un canto de liberación (el Salmo 114), recordando el éxodo de Egipto::
– Al salir Israel de Egipto,
Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue santuario de Dios,
Israel fue su dominio.
‒ Al mar al verlos huyó;
el Jordán se echó atrás,
los montes saltaron como carneros,
las colinas como corderos.
– ¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a tí, Jordán, que te echas atrás?
¿y a vosotros, montes, que saltáis como carneros,
colinas, que saltáis como corderos?
‒ En presencia de Yahvé que estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob,
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.
Este Salmo 114 es quizá la oración más importante de la Fiesta Antigua de María. Cuando la llevan en procesión y la van a enterrar en Liturgia de Misterio, apóstoles y mujeres (todo el pueblo) confiesan la fe en el Dios de Liberación y cantan su grandeza. Enterrando a María (o a cualquiera de los fieles), los cristianos cantan con los judíos antiguos y modernos al Dios que sacó a los hebreos de Egipto, al Dios ha que resucitado a Jesús y ha elevado a María en cuerpo y alma a los cielos. Este es el canto de los hombres y mujeres que se admiran de la naturaleza transformada, renovada (que salta, que goza) porque viene el mismo Dios a visitar a sus fieles.
Estos creyentes admirados no recuerdan los pecados de los hombres (que son siempre algo secundarios), como hacemos al cantar el salmo Miserere. Por el contrario, ellos confiesan la fuerza creadora de Dios, con palabra que nos lleva a la más honda belleza del Antiguo Testamento, al lugar donde el Éxodo de Egipto se convierte en garantía de plenitud. La resurrección y Asunción de María viene a presentarse, según eso, como plenitud de la historia de la salvación, como signo del Dios que hace saltar de gozo a las montañas y que abre los mares y los ríos con su fuerza de de Israel. Ella, María, es la Hija-Sión: ella es todo el pueblo de Israel que alcanza la plenitud de la Vida con Cristo Estos son, en esquema, los pensamientos principales del Salmo, aplicados a la muerte de María y, en el fondo, a la de todos los creyentes:
– El entierro es camino de libertad, un Nuevo Éxodo. Cuando alguien muere y vamos a enterrarle entonamos el gran canto de Pascua. Estamos de nuevo en la misma situación antigua: “cuando Israel salía de Egipto...”. Exilio y esclavitud ha sido en gran parte la vida sobre el mundo. Camino de libertad es la muerte para los creyentes.
– Es transformación cósmica. Ante la liberación de los hebreos oprimidos canta el cosmos en gesto de bella sinfonía: abren su cauce los ríos y los mares, exultan y brincan las montañas, como si fueran gozosos corderos en día de primavera. Ante la muerte del creyente (aquí la muerte de María) se transfigura el mismo cosmos y aparece como espacio de gloria. Todo nos sitúa en un contexto de nueva creación.
– Es paso de Dios. Esto es lo importante. Llevan a hombros un cadáver, como testimonio del fracaso universal de la esperanza. Es como si Dios no existiera. Pues bien, precisamente aquí se pone de relieve la fe más honda en Dios, la certeza de su “paso”, de su “pascua”.
Quien pueda cantar y cante este Salmo 114 (In exitu Israel...), quien lo viva y lo sienta por dentro ha celebrado ya la fiesta de la Asunción de María. Este salmo no es recuerdo de la muerte, ni lamento por las culpas (como el 50/51), sino confesión de fe en el paso o presencia creadora de Dios. María ha muerte con Jesús; con él debe resucitar y subir al cielo, culminando de esa forma la experiencia israelita del Éxodo antiguo y de la victoria de sobre las fuerzas de la muerte en el Mar Rojo. Por eso, los creyentes que llevan su cadáver a hombros cantan el himno de la gran liberación: “Cuando Israel salía de Egipto...”.
3. La conversión de los judíos
Al llegar aquí la escena se detiene y se introduce el motivo de la judiada, de gran valor histórico y teológico, que trata de la conversión de los judíos, es decir, del poder transformador del misterio de María, que convoca a todos a su gloria y de un modo especial al pueblo y familia de Jesús. En un primer nivel, esta escena puede parecer anti-semita: ella expresa un tipo de rechazo frente a los judíos. Pero si la miramos con mayor profundidad, ella expresa el amor de María y de los fieles por el pueblo de la primera alianza, como lo hace Pablo cuando dice que "al final todo Israel será salvado" (cf. Rom 11, 26). De esa forma, la Asunción de la Madre de Jesús vendrá a mostrarse como fiesta de reconciliación universal.
En el fondo de la escena está el motivo de Mt 27, 57-66 y 28, 11-15: los judíos antiguos se opusieron a la fe pascual; quisieron “sellar” el sepulcro de Jesús, dijeron que sus discípulos habían robado el cadáver; ellos afirmaban que Jesús no ha podido resucitar y que por eso no es mesías; los cristianos, en cambio, edifican su fe sobre la certeza de que Jesús ha resucitado. También aquí vienen los judíos y quieren impedir eso que pudiéramos llamar el “culto funerario de la Virgen” entendido en forma pascual: no pueden aceptar que los cristianos veneren a María como Madre del Mesías; niegan que ella esté en la gloria de su Hijo. Por eso vienen y quieren impedir el “culto al Santo Entierro”.
Los judíos quieren apoderarse del cuerpo de María, para ocultarlo y sellarlo en un sepulcro desconocido, de manera que nadie pueda venerarla. Por eso luchan contra los apóstoles y mujeres, les vencen y llegan hasta el Cuerpo de María para tomarlo con sus manos y llevarlo. Pues bien, en el mismo momento en que van a hacerlo sus manos quedan paralizadas. Quizá podamos comparar la escena con 2 Sam 6, 6-8 donde se dice que Uzá cayó la tierra muerto por querer agarrar el Arca de Yahvé sin ser sacerdote; actuaba con respeto, para impedir que el arca se volcara, pero no siendo levita o sacerdote no debía hacerlo y, conforme al texto antiguo, queda muerto.
Pues bien, el Arca de Dios es ahora el cuerpo de María. Quien la toca sin reverencia queda paralizado. La Madre de Jesús viene a convertirse en "lugar de discordia y de encuentro". En torno a ella discuten judíos y cristianos. Pero luego, por milagro de Dios, los judíos acaban descubriendo por ella la gloria y presencia salvadora del Mesías. Por eso piden auxilio a Dios, rogando a San Pedro (es decir, a la Iglesia) que les perdone, que interceda por ellos.
Es evidente que estamos ante una escena de promesa escatológica: los devotos de María esperan que un día todos los humanos puedan celebrar la fiesta de la Madre de Jesús, como fiesta de unidad y concordia universal. San Pedro les ofrece un lugar y acogida en la iglesia, con tal de que ellos (todos los humanos) acepten el misterio de la Madre de Dios, el nacimiento salvador de Cristo:
‒ Prohombres judíos, si todos creéis
que la Madre del Hijo de Dios
fue Virgen todo tiempo, sin dudar,
antes y después de alumbrar...
‒ Pura fue, sin pecado,
la Madre de Dios glorificado,
abogada de los pecadores:
creyendo esto todo seréis salvados
María se convierte así en compendio de la fe cristiana: es el signo de la encarnación de Dios. Por eso, creer en ella (en su maternidad virginal, es decir, realizada desde Dios, superando todos los poderes de la tierra) viene a convertirse en signo distintivo de la fe cristiana. Recordemos el encuadre general de la escena. Estamos en ámbito de muerte, celebrando el tránsito de la Madre de Jesús. Este contexto nos remite a la encarnación del Hijo de Dios y a María, que es la mediadora concreta de esa encarnación. Se han unido así los dos misterios:
– El principal es la Pascua, es decir, la resurrección de Jesús que aquí se celebra a través de la Resurrección-Asunción de María. Todo nos va conduciendo en esa línea: todo nos lleva a la Glorificación de la Madre del Salvador.
– Pero la Pascua es imposible sin Encarnación. Sólo allí donde la Madre “sin pecado” ha dado a luz al Cristo, Hijo de Dios, puede hablarse de salvación, puede llegarse después a la Pascua. Los judíos han quedado paralizados ante la “carne” de María, ante el signo fundante de la Encarnación.
Los enemigos de la Madre de Jesús (es decir, aquellos que no reconocen su misterio) han quedado paralizados. Sólo podrán moverse y vivir (retornar al gozo mesiánico, a la esperanza de la vida eterna) si creen en Dios a través de María, es decir, aceptando al Mesías salvador. Estamos en contexto muy cercano al del bautismo, donde se ruega a los catecúmenos que confiesen su fe, que reciten su credo. Esto es lo que Pedro, en nombre de la Iglesia, ha pedido a los judíos: que acepten a Jesús, aceptando y venerando a su Madre, que viene mostrarse de esa forma como plenitud y compendio de la fe evangélica. Al situarse ante la Asunción, la fe cristiana se vuelve "mariana", se vincula a la figura y signo de la Madre de Jesús. Pues bien, los judíos responden con un acto de fe en la encarnación:
Todos nosotros creemos (que ella, María)
es la Madre del Hijo de Dios.
Bautizadnos en breve a todos
que en tal fe queremos vivir.
Pedro acepta la fe de los judíos y les bautiza simbólicamente con la palma de la virginidad maternal y de la vida de María. La Madre de Jesús viene a presentarse como el signo privilegiado de la fe, es el camino que lleva a los judíos hacia Cristo, es principio de redención completa, comienzo del cielo. Es evidente que este signo de la "conversión de los judíos" (que Pablo espera para el fin de los tiempos en Rom 11) no se ha cumplido todavía. Hoy (año 2001) estamos como en al final de la Edad Media, cuando se escribió este Misterio de María en Elche. Por eso queremos seguir pidiendo por los judíos, ofreciéndoles una "casa" en nuestra iglesia, para que puedan aceptar con gozo y libertad el misterio de Cristo, su hermano, hijo de María.
4. Contemplación mariana. El culto de la iglesia
Lógicamente, los nuevos bautizados (convertidos y curados) se unen al cortejo fúnebre, al entierro convertido en principio de reconciliación. Este es el entierro del fin de los tiempo, es el cortejo final de la historia, que espera la culminación de los tiempos, la presencia salvadora de Dios, que ha redimido a los humanos por su Hijo Jesucristo. Pues bien, en ese camino final, precisamente cuando llevan al sepulcro el cuerpo de María, los antiguos y nuevos creyentes van descubriendo su intercesión, su gracia sanadora:
A ella debemos servir
todo el tiempo de nuestra vida,
pues su bondad infinita
nos quiso curar así.
No es que Cristo quede en un segundo plano, no es que Dios quede olvidado. Pero ella, la Madre de Jesús (del Hijo de Dios) viene a presentarse ahora como “espejo” de la salvación. Quizá pudiéramos decir que es la misma salvación de Dios hecha madre, hecha mujer y ternura. Por eso, los apóstoles antiguos, las mujeres que un día creyeron en Jesús y los nuevos judíos convertidos se disponen a “adorar” a Dios por medio del cuerpo de María. Este es el canto que la humanidad doliente y peregrina eleva a la humanidad santa de María, unida a la del Cristo, muerto a favor de los humanos. Sobre el pecado y dolor de la historia se eleva así el gesto y signo de la gracia, por María:
Contemplando tal figura
con contrición y dolor
de la Virgen santa y pura
en servicio del Creador.
Respetando tal figura,
ser de tanta majestad,
de la Virgen santa y pura,
adorémosle de buen grado.
La Virgen es figura del creador, fuente de salvación. En su maternidad virginal (en su amor engendrador) se descubre el misterio de Dios. Ciertamente, bien sabemos que Dios está en el monte y el mar, en todo lo que vive y se mueve sobre el mundo, como dijo Pablo en Atenas (cf. Hech 17, 27-28). Sabemos, sobre todo, que está presente en los humanos y allí le descubrimos: en el amor del amigo, en la presencia de la madre, en la fragilidad del niño, en la ternura del enamorado. Está Dios en todos los seres. Pues bien, los cristianos (que han visto a dios en la Cruz de Jesús y en su pascua) le descubren ahora en el más hondo misterio de la madre muerta.
Esta es la paradoja. Apóstoles y mujeres, con los judíos convertidos, llevan sobre sus hombres un cadáver, el Cuerpo de María. Precisamente allí confiesan su fe, diciendo que este “cuerpo” al que van a poner en un sepulcro (para que allí se pudra, esperando la resurrección) es signo máximo de Dios. He dicho paradoja y quizá debo indicar que es un misterio. Dejan el cuerpo en el sepulcro, lo entregan a la tierra..., mientras cantan dando gracias al Dios de la gloria y confesando que Dios se revela precisamente a través de ese cuerpo muerto.
Esto es todo lo que logran nuestras manos, todo lo que alcanza nuestra mente. Ponemos el cuerpo en un sepulcro y esperamos. De esa forma, ellos, los primeros cristianos, signo de todos nosotros, cantan al Dios de la vida en el borde de la tumba y aguardan. Descubren la presencia de Dios en el cuerpo muerto de la Madre de Jesús y cantan admirados. Ella es “vida fecunda” y sigue siendo presencia de Dios en medio de la muerte. Con esta fe la ponen en la tumba y dejan que Dios responda.
5. Respuesta de Dios. Asunción de María
Es evidente que Dios responderá “el día final”, en la resurrección de los muertos, como sabe toda la tradición judía, como esperan los cristianos. Pues bien, el Misterio de esta fiesta de la Asunción de la Madre de Jesús consiste en confesar que ese día final se ha adelantado ya para María. Así lo celebramos, esta la palabra gloriosa de esta fiesta.
Esta es una Palabra de Dios, que ninguno de los hombres y mujeres de la tierra puede pronunciar, pues ninguno de ellos tiene las llaves de la muerte y de la Vida. Esta es Palabra y Amor del Dios de Jesús: precisamente en el momento en que la acaban de poner en el sepulcro se abre el cielo y descienden los ángeles de Dios. Cuando acaba la acción creyente del hombre empieza la obra de Dios. Bajan los ángeles cantando y traen en sus manos el “alma” glorificada de María, para unirla de nuevo con su cuerpo, es decir, para resucitar por obra de Dios el cuerpo y alma, la vida entera de María. Así cantan los ángeles de Dios, mientras bajan:
- Levantaos, Reina excelente,
Madre de Dios Omnipotente.
Venid, seréis coronada
en la celestial morada.
- Alegraos, que hoy veréis
de quien sois Esposa y Madre
y también veréis al Padre
del caro Hijo y eterno Dios.
- Allí estaréis sin tristeza
donde rogaréis por el pecador
y reinaréis eternamente
contemplando a Dios Omnipotente
Estas son las palabras de la Última Anunciación, la llamada final de Dios. Ha resucitado Jesús, con él resucita su Madre, anticipando por ella y en ella el día de la gloria de todos los humanos. No podemos comentar aquí uno por unos los elementos de esa gran Anunciación, pues ello exigiría un análisis más largo. Sólo a modo de resumen presentaremos y comentaremos algunas palabras centrales de este canto de los Ángeles de la Asunción, que la llaman y veneran, sabiendo que ella es su Reina:
‒ ¡Levantaos!. Anuncio de resurrección. Yacía en el sepulcro, estaba dormida con el polvo de la tierra. Dios le dice que “se alce”, para que así pueda compartir la vida de Jesús resucitado. Han pasado los tres días de la muerte de María, es decir, el “tiempo” de su fragilidad. En María ha comenzado (con Jesús y por Jesús) el nuevo tiempo de la pascua que esperamos todos los cristianos, de manera que un día podamos unirnos con ella, de forma que su Asunción (¡levantaos!) se haga nuestra y podamos gozar todos su triunfo.
‒ ¡Seréis coronada!. Asunción y Gloria de la Madre de Cristo. Estas palabras expresan su plenitud, la victoria conseguida tras dura competición, al reinado que Dios mismo ofrece con Jesús y por Jesús a la Madre de su Hijo. La liturgia ha presentado a María como “Reina de todo lo creado”: recibe la corona del mismo Dios; participa de su gloria y su poder por siempre, como Señora de los ángeles. En ella y con ella, todos los cristianos esperamos poseer un día el mismo gozo de Dios, su grandeza suprema.
‒ ¡Hoy veréis! Contemplación celeste. La gloria de María consiste en “mirar”, descubrir a Dios, participar de su amor, en la gran “familia” del misterio. Ella es madre y Esposa de Dios, es amiga... Descubrir por dentro la verdad, participar de la luz de un Dios de Dios, es amiga... Descubrir por dentro la verdad, participar de la luz de un Dios que se vuelve inmensamente cercano (esposo e hijo)... esto es el cielo de María.
‒ ¡Rogaréis por el pecador! Madre intercesora. El triunfo de María en la Asunción no es triunfo de inactividad, sino de amor solidario y de preocupación por los demás. La Asunción es el cielo de la ternura maternal, la cercanía amistosa... Por un lado, María ha culminado: contempla a Dios cara a cara, vive al interior de la familia divina, Asunto en el Cielo del Padre, con su Hijo Jesucristo, coronada por el Espíritu Santo... Pero, por otro lado, María está comenzando una función nueva: ella empieza su tarea de ayuda maternal a favor de todos los hombres, especialmente de los pecadores.
Podemos decir que, en un sentido teórico ya ha terminado todo. Llegan los ángeles y ofrecen a María la gloria de Dios. Pero escénicamente faltan los detalles más importantes. No basta con decir, hay que participar del misterio. En este momento las palabras se hacen más escasas, reciben mucho más valor los gestos, aquello que se ve, aquello que se siente.
6. Conclusión. Misterio de Dios, gloria de María
Este es el momento del Misterio propiamente dicho. Todo lo anterior ha sido introducción, como un encuadre. Ahora vemos lo que estaba en el fondo, ahora participamos en la Fiesta. Todos los detalles son fundamentales, por eso queremos presentarlos en forma esquemática, para que puedan descubrirse a la vez, para que así tengamos una visión de conjunto de la escena:
‒ María. Escena de la Asunción: María va subiendo, acompañada de los ángeles. Ella es la Humanidad que ya ha triunfado y es la vida que vence a la muerte. Su Asunción es como una ampliación de la gran Ascensión de Jesús: con la Madre del mesías salvador empezamos todos a subir hacia la Gloria. La vida se vuelve camino de esperanza gozosa; con María hemos entrado de algún modo en el cielo de Dios, en el futuro de la resurrección completa.
‒ Los últimos testigos: llega Tomás, la iglesia entera. Es evidente que su venida al final, cuando ya casi todo ha terminado, es un reflejo de aquello que dice Jn 20, 24-29. Pero este Tomás que anda a su aire, siempre retrasado, está simbolizados todos los que nos integramos en el misterio un poco “a destiempo”. La Asunción no es sólo la fiesta de los que están con Jesús desde el principio. En ella hay un sitio siempre vacío y abierto: hay un lugar para que podemos ocuparlo cualquiera de nosotros que en los últimos momentos venimos a unirnos a la celebración.
‒ La Trinidad desciende y corona a María como Reina de todo lo creado. La Asunción no es sólo un misterio de elevación de la Madre de Dios. Es también un misterio de “abajamiento”. El mismo Dios viene, en su grandeza total, como Padre, Hijo y Espíritu Santo, para aparecer así como “corona de gloria” de María: por eso, ella puede “reinar eternamente”. Sigue siendo humanidad, pero es humanidad llena de Dios, integrada en el misterio trinitario. Por medio de ella, Dios mismo se ha hecho corona de vida y felicidad para los humanos.
Los que participan en la Fiesta no son espectadores. No están mirando algo que sucede fuera de ellos. Todos los fieles de la Iglesia día se vuelven este día actores. No han venido a conocer algo ignorado, pues todos saben perfectamente lo que va a pasar. Vienen porque saben que el Misterio de la glorificación de María es “dogma” que se puede celebrar, revivir y gozar cada año.
Esta fiesta no es catarsis o purificación en el sentido griego: no se purifica el hombre compartiendo el sufrimiento y fatalidad del héroe trágico. Esta es una fiesta de divinización o theiosis, si es que vale la palabra. Los que asumen por dentro el ritmo del misterio, lo que reviven su final se descubren transformados por la fuerza de Dios. Ellos pueden ser (son de alguna forma) actores del gran drama. Pero, al mismo tiempo, todos ellos son María: se identifican con ella, hacen su camino y de algún modo se saben ya triunfantes sobre el cielo.
Por eso, mientras la Virgen, coronada por la Santísima Trinidad, va subiendo y llega a la cúpula del templo (que es signo del cielo) todos los participantes en la fiesta del Misterio de Elche dejan que les inunde la emoción. Siguen viviendo sobre el mundo pero, en algún sentido, forman parte del reino de los cielos. Han subido con María, con ella participan del misterio de la Vida que Dios mismo ha querido darnos por el Cristo. Lógicamente, el misterio culmina con la doxología trinitaria.
Gloria al Padre y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en un principio
y ahora y siempre
y por los siglos de los siglos. Amén.
Cuando se ha cantado eso ya no se puede decir más. Lentamente, los participantes van dejando el templo, para volver a la vida del gozoso agosto en Elche y en el mundo. Sería normal que el día siguiente, cuando vuelvan al templo, los fieles descubran a la madre Gloriosa, en el gran retablo del altar.
Conclusión
Sobre el sentido histórico... sobre los valores y limitaciones de esta teología medieval de María debería tratarse en otro contexto. Quede hoy así el gran Misteri de Elx. Os dejo en la Edad Media cristiana. Busquen y sigan el texto catalán quienes quieran gozar de su riqueza y armonía.
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