Querido Balilla Pratella, gran
músico futurista,
En Roma, en el Teatro Costanzi
lleno de gente, mientras con mis amigos futuristas Marinetti, Boccioni, Balla
escuchaba la ejecución orquestal de tu arrolladora MÚSICA FUTURISTA, me vino a
la mente un nuevo arte: el Arte de los Ruidos, lógica consecuencia de tus
maravillosas innovaciones.
La vida antigua fue toda silencio.
En el siglo diecinueve, con la invención de las máquinas, nació el Ruido. Hoy,
el Ruido triunfa y domina soberano sobre la sensibilidad de los hombres.
Durante muchos siglos, la vida se desarrolló en silencio o, a lo sumo, en
sordina. Los ruidos más fuertes que interrumpían este silencio no eran ni
intensos, ni prolongados, ni variados. Ya que, exceptuando los movimientos
telúricos, los huracanes, las tempestades, los aludes y las cascadas, la
naturaleza es silenciosa.
En esta escasez de ruidos, los primeros sonidos que el hombre pudo extraer de una caña
perforada o de una cuerda tensa, asombraron como cosas nuevas y admirables. El sonido fue atribuido por los pueblos
primitivos a los dioses, considerado sagrado y reservado a los sacerdotes, que
se sirvieron de él para enriquecer el misterio de sus ritos. Nació así la
concepción del sonido como cosa en sí, distinta e independiente de la vida, y
la música resultó ser un mundo fantástico por encima de la realidad, un mundo
inviolable y sagrado. Se comprende con facilidad que semejante concepción de la
música estuviera necesariamente abocada a ralentizar el progreso, en
comparación con las demás artes. Los mismos Griegos, con su teoría musical
matemáticamente sistematizada por Pitágoras, y en base a la cual sólo se
admitía el uso de pocos intervalos consonantes, limitaron mucho el campo de la
música, haciendo casi imposible la armonía, que ignoraban.
La Edad Media
, con las
evoluciones y las modificaciones del sistema griego del tatracordo, con el
canto gregoriano y con los cantos populares, enriqueció el arte musical, pero
siguió considerando el sonido en su
transcurso temporal, concepción restringida que duró varios siglos y que
volvemos a encontrar ahora en las más complicadas polifonías de los
contrapuntistas flamencos. No existía el acorde;
el desarrollo de las diversas partes no estaba subordinado alacorde que dichas partes podían producir en
su conjunto; la concepción, en fin, de estas partes era horizontal, no
vertical. El deseo, la búsqueda y el gusto por la unión simultánea de los
diferentes sonidos, o sea, por el acorde (sonido complejo) se manifestaron
gradualmente, pasando del acorde perfecto asonante y con pocas disonancias a
las complicadas y persistentes disonancias que caracterizan la música
contemporánea.
El arte musical buscó y obtuvo en
primer lugar la pureza y la dulzura del sonido, luego amalgamó sonidos
diferentes, preocupándose sin embargo de acariciar el oído con suaves armonías.
Hoy el arte musical, complicándose paulatinamente, persigue amalgamar los
sonidos más disonantes, más extraños y más ásperos para el oído. Nos acercamos
así cada vez más al sonido-ruido.
Esta evolución de la música es
paralela al multiplicarse de las máquinas, que
colaboran por todas partes con el hombre. No sólo en las atmósferas fragorosas
de las grandes ciudades, sino también en el campo, que hasta ayer fue
normalmente silencioso, la máquina ha creado hoy tal variedad y concurrencia de
ruidos, que el sonido puro, en su exigüidad y monotonía, ha dejado de suscitar
emoción.
Para excitar y exaltar nuestra
sensibilidad, la música fue evolucionando hacia la más compleja polifonía y
hacia una mayor variedad de timbres o coloridos instrumentales, buscando las
más complicadas sucesiones de acordes disonantes y preparando vagamente la
creación del RUIDO MUSICAL. Esta evolución hacia el "sonido ruido" no
había sido posible hasta ahora. El oído de un hombre del dieciocho no hubiera
podido soportar la intensidad inarmónica de ciertos acordes producidos por
nuestras orquestas (triplicadas en el número de intérpretes respecto a las de
entonces). En cambio, nuestro oído se complace con ellos, pues ya está educado
por la vida moderna, tan pródiga en ruidos dispares. Sin embargo, nuestro oído
no se da por satisfecho, y reclama emociones acústicas cada vez más amplias.
Por otra parte, el sonido musical
está excesivamente limitado en la variedad cualitativa de los timbres. Las
orquestas más complicadas se reducen a cuatro o cinco clases de instrumentos,
diferentes en el timbre del sonido: instrumentos de cuerda con y sin arco, de
viento (metales y maderas), de percusión. De tal manera que la música moderna
se debate en este pequeño círculo, esforzándose en vano en crear nuevas
variedades de timbres.
Hay que romper este círculo
restringido de sonidos puros y conquistar la variedad infinita de los
sonidos-ruidos.
Cualquiera reconocerá por lo demás
que cada sonido lleva consigo una envoltura de sensaciones ya conocidas y
gastadas, que predisponen al receptor al aburrimiento, a pesar del empeño de
todos los músicos innovadores. Nosotros los futuristas hemos amado todos
profundamente las armonías de los grandes maestros y hemos gozado con ellas.
Beethoven y Wagner nos han trastornado los nervios y el corazón durante muchos
años. Ahora estamos saciados de ellas
y
disfrutamos mucho más combinando idealmente los ruidos de tren, de motores de
explosión, de carrozas y de muchedumbres vociferantes, que volviendo a
escuchar, por ejemplo, la "Heróica" o la "Pastoral".
No podemos contemplar el enorme
aparato de fuerzas que representa una orquesta moderna sin sentir la más
profunda desilusión ante sus mezquinos resultados acústicos. ¿Conocéis acaso un
espectáculo más ridículo que el de veinte hombres obstinados en redoblar el
maullido de un violín? Naturalmente todo esto hará chillar a los melómanos y
tal vez avivará la atmósfera adormecida de las salas de conciertos. Entremos
juntos, como futuristas, en uno de estos hospitales de sonidos anémicos. El
primer compás transmite enseguida a vuestro oído el tedio de lo ya escuchado y
os hace paladear de antemano el tedio del siguiente compás. Saboreamos así, de
compás en compás, dos o tres calidades de tedios genuinos sin dejar de esperar
la sensación extraordinaria que nunca llega. Entre tanto, se produce una mezcla
repugnante formada por la monotonía de las sensaciones y por la cretina
conmoción religiosa de los receptores budísticamente ebrios de repetir por
milésima vez su éxtasis más o menos esnob y aprendido. !Fuera! Salgamos, puesto
que no podremos frenar por mucho tiempo en nosotros el deseo de crear al fin
una nueva realidad musical, con una amplia distribución de bofetadas sonoras,
saltando con los pies juntos sobre violines, pianos, contrabajos y órganos
gemebundos. !Salgamos!
No se podrá objetar que el ruido es
únicamente fuerte y desagradable para el oído. Me parece inútil enumerar todos
los ruidos tenues y delicados, que provocan sensaciones acústicas placenteras.
Para convencerse de la sorprendente
variedad de ruidos basta con pensar en el fragor del trueno, en los silbidos
del viento, en el borboteo de una cascada, en el gorgoteo de un río, en el
crepitar de las hojas, en el trote de un caballo que se aleja, en los
sobresaltos vacilantes de un carro sobre el empedrado y en la respiración
amplia, solemne y blanca de una ciudad nocturna; en todos los ruidos que emiten
las fieras y los animales domésticos y en todos los que puede producir la boca
del hombre sin hablar o cantar.
Atravesemos una gran capital
moderna, con las orejas más atentas que los ojos, y disfrutaremos distinguiendo
los reflujos de agua, de aire o de gas en los tubos metálicos, el rugido de los
motores que bufan y pulsan con una animalidad indiscutible, el palpitar de las
válvulas, el vaivén de los pistones, las estridencias de las sierras mecánicas,
los saltos del tranvía sobre los raíles, el restallar de las fustas, el
tremolar de los toldos y las banderas. Nos divertiremos orquestando idealmente
juntos el estruendo de las persianas de las tiendas, las sacudidas de las
puertas, el rumor y el pataleo de las multitudes, los diferentes bullicios de
las estaciones, de las fraguas, de las hilanderías, de las tipografías, de las
centrales eléctricas y de los ferrocarriles subterráneos.
Tampoco hay que olvidar los
novísimos ruidos de la guerra moderna. Recientemente el poeta Marinetti, en una
carta que me envió desde las trincheras de Adrianópolis, describía con
admirables palabras en libertad la orquesta de una gran batalla:
"cada 5 segundos cañones de
asedio destripar espacio con un acorde ZANG-TUMB-TUUUMB amotinamiento de 500
ecos para roerlo, desmenuzarlo, desparramarlo hasta el infinito. En el centro
de esos ZANG-TUMB-TUUUMB despachurrados amplitud 50 kilómetros
cuadrados saltar estallidos cortes puños baterías de tiro rápido Violencia
ferocidad regularidad esta baja grave cadencia de los extraños artefactos
agitadísimos agudos de la batalla Furia afán orejas ojos narices ¡abiertas!
¡Cuidado! ¡Adelante! qué alegría ver oír olfatear todo todo taratatatata de las
metralletas chillar hasta quedarse sin aliento bajo muerdos bofetadas
traak-traak latigazos pic-pac-pum-tumb extravagancias saltos altura 200 metros de la
fusilería Abajo abajo al fondo de la orquesta metales desguazar bueyes búfalos
punzones carros pluff plaff encabritarse los caballos flic flac zing zing
sciaaack ilarí relinchos iiiiiii pisoteos redobles 3 batallones búlgaros en
marcha croooc-craaac (lento) Sciumi Maritza o Karvavena ZANG-TUMB-TUUUMB
toctoctoctoc (rapidísimo) croooc-craaac (lento) gritos de los oficiales romper
como platos latón pan por aquí paak por allí BUUUM cing ciak (rápido)
ciaciacia-cia-ciaak arriba abajo allá allá alrededor en lo alto cuidado sobre la
cabeza ciaak ¡bonito! Llamas llamas llamas llamas llamas llamas presentación
escénica de los fuertes allá abajo detrás de aquel humo Sciukri Pasciá comunica
telefónicamente con 27 fortalezas en turco en alemán ¡aló! ¡¡Ibrakim!! ¡Rudolf!
¡aló! aló, actores papeles ecos sugerentes escenarios de humo selvas aplausos
olor a heno fango estiércol ya no siento mis pies helados olor a salitre olor a
podrido Tímpanos flautas clarines por todos los rincones bajo alto pájaros piar
beatitud sombras cip-cip-cip brisa verde rebaños don-dan-don-din-beeeé Orquesta
los locos apalean a los profesores de orquesta éstos apaleadísimos tocar tocar
Grandes estruendos no borrar precisar recortándolos ruidos más pequeños
diminutísimos escombros de ecos en el teatro amplitud 300 kilómetros
cuadrados Ríos Maritza Tungia tumbados Montes Ródope firmes alturas palcos
gallinero 2000 shrapnels brazos fuera explotar pañuelos blanquísimos llenos de
oro srrrrrrrrr-TUMB-TUMB 2000 granadas lanzadas arrancar con estallidos
cabelleras negrísimas ZANG-srrrrrrr-TUMB-ZANG-TUMB-TUUMB la orquesta de los
ruidos de guerra inflarse bajo una nota de silencio sostenida en los altos
cielos balón esférico dorado que supervisa los tiros,,.
Nosotros queremos entonar y
regular armónica y rítmicamente estos variadísimos ruidos. Entonar
los ruidos no quiere decir despojarlos de todos los movimientos y las
vibraciones irregulares de tiempo y de intensidad, sino dar un grado o tono a
la más fuerte y predominante de estas vibraciones. De hecho, el ruido se
diferencia del sonido sólo en tanto que las vibraciones que lo producen son
confusas e irregulares, tanto en el tiempo como en la intensidad.Cada ruido
tiene un tono, a veces también un acorde que predomina en el conjunto de las
vibraciones irregulares. De
este característico tono predominante deriva ahora la posibilidad práctica de
entonarlo, o sea, de dar a un determinado ruido no un único tono sino una
cierta variedad de tonos, sin que pierda su característica, quiero decir, el
timbre que lo distingue. Así, algunos ruidos obtenidos con un movimiento
rotativo pueden ofrecer una completa escala cromática ascendente o descendente
si se aumenta o disminuye la velocidad del movimiento.
Todas las manifestaciones de
nuestra vida van acompañadas por el ruido. El ruido es por tanto familiar a
nuestro oído, y tiene el poder de remitirnos inmediatamente a la vida misma.
Mientras que el sonido, ajeno a la vida, siempre musical, cosa en sí, elemento
ocasional no necesario, se ha transformado ya para nuestro oído en lo que representa
para el ojo un rostro demasiado conocido, el ruido en cambio, al llegarnos
confuso e irregular de la confusión irregular de la vida, nunca se nos revela
enteramente y nos reserva innumerables sorpresas. Estamos pues seguros de que
escogiendo, coordinando y dominando todos los ruidos, enriqueceremos a los
hombres con una nueva voluptuosidad insospechada. Aunque la característica del
ruido sea la de remitirnos brutalmente a la vida, el Arte de los ruidos no debe
limitarse a una reproducción imitativa. Esta
hallará su mayor facultad de emoción en el goce acústico en sí mismo, que la
inspiración del artista sabrá extraer de los ruidos combinados.
He aquí las 6 familias de ruidos de la orquesta futurista que pronto
llevaremos a la práctica, mecánicamente:
En esta lista hemos incluido los
más característicos de entre los ruidos fundamentales; los demás no son sino
las asociaciones y las combinaciones de éstos.
Los movimientos rítmicos de un
ruido son infinitos. Existe siempre, como para el tono, un ritmo predominante, pero en torno a éste, también se pueden percibir otros numerosos
ritmos secundarios.
CONCLUSIONES:
1.- Los
músicos futuristas deben ampliar y enriquecer cada vez más el campo de los
sonidos. Esto responde a una necesidad de nuestra sensibilidad. De hecho, en
los compositores geniales de hoy notamos una tendencia hacia las más
complicadas disonancias. Al apartarse progresivamente del sonido puro, casi
alcanzan el sonido-ruido.
Esta necesidad y esta tendencia no podrán ser satisfechas sino añadiendo y sustituyendo los
sonidos por los ruidos.
2.- Los
músicos futuristas deben sustituir la limitada variedad de los timbres de los
instrumentos que hoy posee la orquesta por la infinita variedad de los timbres
de los ruidos, reproducidos con apropiados mecanismos.
3.- Es
necesario que la sensibilidad del músico, liberándose del ritmo fácil y
tradicional, encuentre en los ruidos el modo de ampliarse y de renovarse, ya
que todo ruido ofrece la unión de los ritmos más diversos, además del ritmo
predominante.
4.- Al
tener cada ruido en sus vibraciones irregulares un tono general predominante,
se obtendrá fácilmente en la construcción de los instrumentos que lo imitan una
variedad suficientemente extensa de tonos, semitonos y cuartos de tono. Esta
variedad de tonos no privará a cada ruido individual de las características de
su timbre, sino que sólo ampliará su textura o extensión.
5.- Las
dificultades prácticas para la construcción de estos instrumentos no son
serias. Una vez hallado el principio mecánico que produce un ruido, se podrá
modificar su tono partiendo de las propias leyes generales de la acústica. Se
procederá por ejemplo con una disminución o un aumento de la velocidad si el
instrumento tiene un movimiento rotativo, y con una variedad de tamaño o
tensión de las partes sonoras, si el instrumento no tiene movimiento rotativo.
6.- No
será a través de una sucesión de ruidos imitativos de la vida, sino que mediante
una fantástica asociación de estos timbres variados, y de estos ritmos
variados, la nueva orquesta obtendrá las más complejas y novedosas emociones
sonoras. Por lo que cada instrumento deberá ofrecer la posibilidad de cambiar
de tono, y habrá de tener una extensión mayor o menor.
7.- La
variedad de ruidos es infinita. Si hoy, que poseemos quizá unas mil máquinas
distintas, podemos diferenciar mil ruidos diversos, mañana, cuando se
multipliquen las nuevas máquinas, podremos distinguir diez, veinte o treinta mil ruidos dispares, no
para ser simplemente imitados, sino para combinarlos según nuestra fantasía.
8.- Invitamos
por tanto a los jóvenes músicos geniales y audaces a observar con atención
todos los ruidos, para comprender los múltiples ritmos que los componen, su
tono principal y los tonos secundarios. Comparando luego los distintos timbres
de los ruidos con los timbres de los sonidos, se convencerán de que los
primeros son mucho más numerosos que los segundos. Esto nos proporcionará no
sólo la comprensión, sino también el gusto y la pasión por los ruidos. Nuestra
sensibilidad, multiplicada después de la conquista de los ojos futuristas,
tendrá al fin oídos futuristas. Así, los motores y las máquinas de nuestras
ciudades industriales podrán un día ser sabiamente entonados, con el fin de
hacer de cada fábrica una embriagadora orquesta de ruidos.
Querido Pratella, yo someto a tu
ingenio futurista estas constataciones mías, invitándote al debate. No soy
músico de profesión: no tengo pues predilecciones acústicas, ni obras que
defender. Soy un pintor futurista que proyecta fuera de sí, en un arte muy
amado y estudiado, su voluntad de renovarlo todo. Y en consecuencia, más
temerario de lo que pudiera llegar a serlo un músico profesional, como no me
preocupa mi aparente incompetencia y estoy convencido de que la audacia tiene
todos los derechos y todas las posibilidades, he podido intuir la gran
renovación de la música mediante el Arte de los Ruidos.
MILÁN, 11 de marzo 1913.
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