MÚSICA
JESÚS ÁLVAREZ / SEVILLADía 20/01/2014 - 11.01h
El músico argentino dirige hoy -en Sevilla- y mañana -en Cádiz- al West-Eastern Divan, orquesta formada por músicos árabes y judíos que lleva una década vinculada con Andalucía
Premio Príncipe de Asturias de la Concordia por la West-Eastern Divan, que fundó con el intelectual palestino Edward Said, Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942) ha dirigido a las mejores orquestas del mundo. Esta tarde llega al teatro de la Maestranza (mañana actúa en Cádiz) con sus músicos más jóvenes, principalmente árabes e israelíes, después de realizar un memorable Concierto de Año Nuevo al frente de la Filarmónica de Viena.
Durante la entrevista con ABC, realizada el viernes por la noche, se fuma un puro. «El primero me lo fumé con 14 años, regalo de Arthur Rubinstein -dice-, porque yo entonces no me los podía permitir. Ahora, por suerte, sí. Y no hay mejor momento del día para mí que el puro que me fumo después de desayunar». Domina seis idiomas, entre ellos el hebreo, el alemán y el ruso, la lengua vernácula de su mujer, la pianista Elena Bashkirova. En el ensayo que acaba de terminar en un hotel de Bormujos con su amado «Diván», corrige en inglés a un joven violinista, al que le pide que coja el instrumento más suavemente, «no como si estuvieras ordeñando las tetas de una vaca».
-Usted que dirige a las principales orquestas del mundo, ¿nota mucho el cambio cuando tiene que dirigir a una orquesta como el «Diván», formada por músicos tan jóvenes?
-No, porque yo los trato como si fueran los músicos de la Filarmónica de Viena. Yo no digo «ay, pobrecitos, qué jóvenes son, no van a poder llegar». Yo trabajo con el Diván igual que en Viena y Berlín. Y llego a los ensayos empujando para que lleguen. No llegan todos, evidentemente. Y la gente joven, aunque no tenga tanta experiencia, a veces tienen mucho entusiasmo. Y si tienen curiosidad, todo es posible. Yo he dirigido el «Tristán e Isolda» más de 120 veces y le prometo que el nivel de esta orquesta no es menos alto que el de grandes orquestas que he dirigido en Bayreuth.
-Dicen que se mete mucho con sus músicos, cuando no hacen lo que usted espera de ellos. ¿Tiene mal genio?
«Si uno es considerado un genio, necesariamente, parte del genio es malo» (Risas)
-Además de esa impaciencia, muestra a menudo un gran sentido del humor sobre el escenario. Lo ha demostrado en el Concierto de Año Nuevo en Viena. ¿Hacer alguna broma antes del concierto o algún gesto cómico ayuda a que el público se relaje, o lo hace para relajarse usted?
-Ni una cosa ni la otra. Yo soy así.
-Fue usted un «niño prodigio» y dio su primer concierto de piano con 7 años. Y a partir de ahí ya no paró. Para llegar a donde usted ha llegado, ¿ha tenido que evitar muchas zancadillas o buscarse apoyos o padrinos que le ayudaran como Arthur Rubinstein?
-Claro que he tenido que sortear zancadillas y no tanto buscarme apoyos como gente de la que aprender. Eso es más importante que el apoyo.
-Es muy amigo de Zubin Mehta y de Claudio Abbado. ¿Se aprende solo de los buenos?
-He aprendido mucho de ellos, pero también he aprendido de los malos. He ido a ensayos de directores que no me gustan para aprender cómo no hacer ciertas cosas.
-Visto desde fuera, el mundo de la música clásica parece un mundo propicio al cultivo de grandes egos.
-Mire, alguien que pretende subir al escenario aspirando a que dos mil personas vengan a oírle, no puede tener muchos defectos de ego, ¿comprende? Hay que tener un poco de ego. La ambición es casi una palabra negativa hoy en día, pero si no tienes la ambición de conseguir algo, no lo vas a conseguir. Pero el talento que tengas siempre tiene que ser superior a la ambición.
-¿Usted siempre ha querido ser el mejor, como Cristiano Ronaldo?
«Querer ser el mejor no es malo, sino absolútamente necesario»
-¿Se siente angustiado a menudo o en cierto modo inseguro?
-Todos los días.
-¿Y cómo lo supera?
-Con concentración. Esto es muy importante. Pero yo he tenido mucha suerte porque empecé muy joven. Siempre viví una vida doble, de niño, cuando iba al colegio y jugaba al fútbol en la calle, y de noche dando conciertos. Y esto me ayudó mucho a concentrarme de forma inmediata. Muchos de mis colegas y amigos tienen gran dificultad para concentrarse, pero para mí es automático.
-Si el público no aplaude lo que usted espera o cree que merece tras un concierto; ¿es el público el que se ha equivocado o es usted?
-Es muy difícil contestar a esa pregunta en abstracto. Lo más importante para un artista es tener una capacidad de autocrítica muy desarrollada. Y no depender de la opinión de los otros. Si yo pienso que toqué mal, las buenas críticas o el éxito de público no me van a hacer sentir mejor.
-Cuando uno lleva tantos años dirigiendo y tocando todo el repertorio y ha dirigido cientos de veces, por ejemplo, la «Cuarta sinfonía» de Bruckner, ¿cómo se motiva para hacerlo de nuevo, aparte del dinero que le pagan por ello?
-Ser músico es un privilegio y el hecho de tener el privilegio de hacerlo una y otra vez es motivación de sobra. La riqueza de la vida interior de un músico es mucho mayor que la de una persona que no tiene la música en su vida. Si uno tiene que hacer un esfuerzo para motivarse que cada vez que sube a un escenario, no merece ser músico.
-¿La música clásica y la ópera no son demasiado elitistas?
-No. Los que la controlan, los gobiernos y la gente que da dinero privado son elitistas. El problema no está en la música sino en la educación.
-Eso de que no se le de importancia, anima a los gobernantes a recortar en teatros líricos, cultura, etcétera, sin sufrir mucho desgaste social, a diferencia de otras partidas digamos más populares...
«Si hubiera educación, la música clásica no sería elitista»
-La música clásica y la ópera atraviesan un momento muy delicado en España por los recortes públicos.
-España es un país al que amo, porque tengo casa aquí más de 30 años, y ha atravesado un momento espantoso, de mucho sufrimiento y esfuerzo, del que creo que ya está saliendo. Pero los gobiernos tienen el deber moral y económico de apoyar a la cultura. No se pueden lavar las manos. Ningún teatro de ópera puede funcionar solo con dinero público o solo con dinero privado.
-La media de edad del público que va a las óperas y a los conciertos de música clásica roza los 50. ¿Qué haría usted si dirigiera un teatro para que la gente joven se aficionara?
-Mire, la gente joven joven nunca ha venido. Cada generación se dice lo mismo, pero no es verdad.
«No podía seguir en la Scala de Milán»
Daniel Barenboim, vinculado a la Scala de Milán desde 2005, ha adelantado su salida de la institución con la llegada del nuevo responsable Alexander Pereira, que sustituye a Stephane Lissner: «En 2005 fui a la Scala porque me invitó Lissner para echarle una mano. Me enamoré de la orquesta, me enamoré del teatro. Hice lo que pude. Hicimos muchas coproducciones como “Don Giovanni” y toda la Tetralogía». ¿Le hubiera gustado quedarse más tiempo allí para terminar su trabajo? «No me fui de la Scala porque no me gustara o porque no me quisieran allí, sino porque no podía seguir. Hace muchos años que estoy buscando el octavo día de la semana y el 32 del mes y no los encontraba. Además, estoy muy metido en la Academia para la Orquesta del “Diván” que vamos a montar en Berlín. Es ahí donde voy a experimentar no solo con un currículo musical, sino también espiritual».
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