EL HIJO DE LA VIUDA
|
por Fátima Gutiérrez ("Wagnermanía", febrero de 2005)
PARSIFAL
En la Yerma Floresta Solitaria
Wolfram, al inicio del tercer libro de su Parzival, nos cuenta que catorce días después de que la reina Herzeloyde diera a luz, entre la pena y el dolor, al hijo póstumo del valiente Gahmuret, abandonó sus tres reinos para instalarse, junto con el recién nacido, en el bosque de Soltane y prohibió a su gente el hablar de caballería cerca del niño, por lo que éste creció ignorando su nombre y su herencia. Chrétien, por su lado, sitúa el inicio del Cuento del Grial en una radiante mañana de primavera en la que el héroe, ya adolescente, se dispone a disfrutar de un día de caza. Recordemos que el joven Parsifal de Wagner aparece en los dominios de Monsalvat cazando un cisne, ante la indignación de Gurnemanz, y que, al contrario que en las historias anteriores, aún tendremos que esperar al segundo acto de la obra para, por boca de la enigmática Kundry, saber de su madre. A ella, el poeta de Champagne se referirá como la veve dame de la gaste forest soutaine (la Dama Viuda de la Yerma Floresta Solitaria; nunca le dará un nombre propio y si bien la presenta como una gran señora no será, en su narración, una reina) y del adjetivo del antiguo francés “soutaine” obtendrá von Eschenbach el nombre propio Soltane, que no se refiere, por lo tanto, a ningún lugar geográfico existente sino que indica que el bosque en el que se refugia Herzeloyde está aislado, perdido, alejado de la civilización. Lógico, puesto que la mujer no quiere ni para ella ni para su hijo contacto alguno con un mundo que le ha arrebatado a su marido; pero, a la vez, muy significativo desde el punto de vista simbólico, ya que el que nuestro héroe se críe en un bosque solitario (y no, por ejemplo, en un alejado castillo galés de la misma manera que en el segundo prólogo de la obra de Chrétien, el Bliocadron, como ya vimos en La Demanda del Santo Grial) nos va a indicar, entre otras cosas, lo sobrenatural de su destino.
Los bosques, siempre tocados por el misterio, representaron, para los antiguos pueblos de Europa, una clara manifestación de lo sagrado, y, así, fueron, antes de cualquier edificación, sus primeros santuarios. Estos espacios solemnes, recogidos, umbríos y silenciosos, donde la vida parece no agotarse nunca, llaman a la fascinación de lo arcano, al recuerdo del caos original y, si no al miedo, al menos a un prudente respeto frente a lo que el ser humano no puede dominar, a veces, ni tan siquiera comprender. Buen ejemplo de ello son el bosque de Dodona (donde se situaba el, probablemente, más antiguo de los oráculos de Zeus) en Grecia o el de Broceliande en tierras celtas (hoy Bretaña francesa), que guardó los últimos secretos de Merlín y Viviana y donde la Dama del Lago crió a Lanzarote, otro famoso caballero de la Demanda del Santo Grial. Esto último hace recordar que precisamente una de las posibles, y más antiguas, prefiguraciones del misterioso objeto se encuentre en el inicio de la tercera parte (Vana Parva) de la gran epopeya hindú del Mahabharata: cuando los hermanos Pandava son desterrados al bosque de Kayaka, el dios del sol se apiada de su necesidad y, apareciendo en persona, les entrega un recipiente de cobre del que Draypadi, la mujer de los cinco Pandava, podrá extraer un alimento que nunca se ha de agotar. Pero ya hablaremos, con más detenimiento, de los distintos recipientes sobrenaturales formal y simbólicamente relacionados con el Grial; lo que ahora nos interesa es que los hermanos Pandava no se internan solos en el bosque de Kayaka, sino que lo hacen acompañados de brahmanes. Resulta curioso constatar que las altas florestas que verdean en el Mahabharata están tan pobladas por santos brahmanes como las de la Materia de Bretaña por santos eremitas.
Y si el misterio de los bosques apunta hacia la sacralidad gracias a la imagen del árbol, siempre mediador entre el Cielo y la Tierra, entre los dioses y los hombres, el hecho de que la floresta, en la que pasa la primera parte de su vida Perceval/Parzival, sea yerma también está apuntando hacia el fenómeno de la experiencia mística aunque, en este caso, más unida a las Religiones de Libro, lo que vuelve a reforzar el sincretismo del que venimos hablando en todo lo referente al mito del Grial. Tanto en la tradición judaica, como cristiana y mahometana, el desierto es no sólo el lugar preferido de lo sobrenatural (en el que se puede encontrar a Dios o al diablo, como bien sabían los eremitas y, entre ellos, al más tentado: San Antonio), sino también un escenario privilegiado para andaduras y pruebas (que, en su sentido colectivo, muy bien se pueden simbolizar en el Éxodo), mientras que de andaduras y pruebas está también compuesta cualquier aventura de un caballero medieval. Más adelante, veremos cómo vuelve a parecer el bosque en nuestro relato revestido de toda su fuerza simbólica; de momento, contentémonos con señalar que, no por casualidad, es en él en donde pasa la primera parte de su vida el ser predestinado a descubrir lo que vela el misterio.
¡Ay, madre! ¿Qué es Dios?
Volviendo al texto de Wolfram, vemos que el hijo de Herzeloyde se cría en el bosque de Soltane ignorándolo todo sobre la caballería pero, obediente, por instinto, a su sangre de guerrero, desde niño fabrica arcos y flechas con las que abate a los pájaros del bosque, que antes le han emocionado con su canto. Cuando ve morir a estos animales por su mano, no consigue entender las consecuencias de su propia acción y, llorando, corre hacia la reina, sin ser capaz de explicar el porqué de su pena. Por ello, ésta llega a odiar tanto a las aves que manda exterminarlas; pero, pronto arrepentida, se dará cuenta de que está quebrantando un mandamiento divino. Es entonces cuando Parzival oye hablar por primera vez de Dios e, inmediatamente, le pregunta a su madre qué es. Resulta chocante la pregunta del muchacho ya que en ella se evidencia que no sólo ha sido educado lejos de la civilización sino también de la Iglesia y su doctrina. La respuesta no se hace esperar: Es más luminoso que el día y se convirtió en la viva imagen del hombre. Fíjate en esto, hijo; rézale cuando estés en apuros, pues su fiel amor siempre ofreció ayuda a los hombres. Hay otro que se llama el señor de los infiernos. Es negro y muy traicionero. Aparta de él tus pensamientos, así como la duda(volvemos a la imagen, recurrente en el texto alemán, de la luz y las tinieblas, como esa urraca, blanca y negra, igual el alma del héroe que, superada la duda, se convertirá en pura luz, como ya comentamos en El cantor de lo eterno). Pero el chico no parece darle mucha importancia a la revelación y sale corriendo. Tiempo después, mientras cazaba, vio a dos hombres cabalgando enteramente cubiertos por brillantes armaduras. En ese momento recordó las palabras de su madre y se creyó ante Dios, por lo que, de rodillas en el camino, les impidió el paso. Esto desencadenó la furia de los paladines y el que le llamaran necio, por primera vez. Como habían secuestrado a una doncella, eran perseguidos muy de cerca por otro jinete que, también a causa de la luminosidad de sus armas, confundió el muchacho con Dios y comenzó a rezarle, deteniendo su marcha. Éste le sacó amable e inmediatamente de su error, presentándose como caballero, otra de las palabras que el joven Parzival desconocía y que, de nuevo por la fuerza de la sangre, le llama poderosamente la atención. Sin dudarlo, pregunta por aquél que puede hacer a los hombres caballeros y, cuando sabe que es el rey Arturo, decide marchar en su busca, ante la desesperación de su madre.
El texto francés, aunque con el mismo desenlace, nos muestra este episodio de manera distinta ya que Perceval, en primer lugar y antes de verlos, toma a los caballeros por demonios, a causa del imponente estruendo que organizan a su paso; y es que la Dama Viuda le había enseñado que estas malignas criaturas son lo más pavoroso del mundo (en el Bliocadrón, su madre no sólo le aleja de cualquier lugar civilizado para impedirle el más mínimo contacto con la caballería, sino que advierte al muchacho que, si alguna vez ve a hombres cubiertos de hierro, se santigüe, se aparte de ellos y se ponga a rezar, porque probablemente se trate de diablos). Pero el Perceval de Chrétien se niega a seguir el mandato de su madre, que también es, como en el segundo prólogo, el de santiguarse y rezar, y, venablo en mano, se lanza a la lucha contra los supuestos demonios. Sin embargo, cuando puede verles de cerca, queda maravillado por la riqueza de sus ropajes y el brillo de sus armaduras y, recordando de nuevo las palabras de la Dama Viuda: los ángeles son lo más bello que pueda existir, a excepción de Dios que es lo más bello de todo, cree que se encuentra ante una divina aparición y se postra para adorarles. Pronto le sacan de su equívoco, pero el muchacho sigue fascinado y decide ir a la búsqueda del rey que hace caballeros.
El dolor de Herzeloyde
Según Von Eschenbach, cuando Parzival le cuenta lo sucedido a la reina Herzeloyde y le comunica su deseo de ir a la corte de Arturo, para dedicarse al servicio de las armas, ésta busca un ardid que le haga regresar pronto al bosque de Soltane: ya que el muchacho no sabe nada del mundo y sus costumbres, le dará el peor caballo de sus cuadras y le vestirá de bufón; así en la corte le tomarán por loco, se reirán de él y, despechado, no le quedará más remedio que volver junto a su madre. Ésta, antes de partir, también le hará algunas recomendaciones: cruzar los ríos por donde sean menos profundos, saludar con las palabras Dios te bendiga, pedir consejo a aquél que ya peine canas, intentar obtener un anillo de una buena dama y, después, besarla y abrazarla para, si es casta y hermosa, conseguir felicidad y contento. Finalmente, le habla de un caballero, Lähelin, que se ha apoderado de parte de su herencia (Gales y Gales del Norte) y que ha asesinado a uno de sus príncipes vasallos. Parzival jura vengar su muerte y no tarda en partir del bosque de Soltane para llegar, lo antes posible, a la corte de Arturo.
En el poema francés, la Dama Viuda reconoce, ante Perceval, que su padre había sido un gran caballero al que habían herido gravemente en los muslos, dejándole inútil incluso para cuidar de sus tierras, por lo que éstas fueron devastadas, y que, poco después, falleció de dolor al enterarse de la muerte de sus dos hijos mayores. A causa de tantos males, se propuso impedir que el único hijo que le quedaba sufriera el mismo y trágico destino de su padre y hermanos. Pero el muchacho no presta ninguna atención al relato. Lo único que desea es partir y presentarse ante el rey que hace caballeros. También con la intención de que en la corte se burlen del muchacho para que, así, vuelva a ella, la Dama Viuda equipa a Perceval con vestimentas ridículas y toscas, mientras le aconseja cómo debe actuar honorablemente con las mujeres, cómo debe buscar la compañía de hombres de honor y que también debe detenerse en iglesias y abadías para rezarle a Dios. Aquí vemos que Perceval está tan poco instruido en la doctrina cristiana como el personaje de Wolfram, puesto que se ve obligado a preguntar qué son esas iglesias y abadías de las que nunca ha oído hablar. En pocas palabras, la Dama Viuda le cuenta que Cristo murió para arrancar del infierno las almas de los pecadores y Perceval promete visitar de buena gana esos santos lugares en los que se celebra el servicio de Aquél que creó cielo y tierra. Pronto se despiden e, impaciente, el muchacho pica espuelas. Al volver el rostro, por última vez, hacia su madre, aunque la ve tendida en el suelo, espolea la grupa de su caballo y galopa en dirección al gran bosque oscuro.
Si en el texto francés la Dama Viuda sólo parece desmayada, el poema alemán es explícito: cayó la noble dama al suelo con el corazón tan roto que murió.
El tema del Sufrimiento resuena en el Teatro de la Colina Verde.
Bibliografía
Eschenbach, W. von; Parzival. Madrid, Siruela, 1999.
Godwin, M.; El Santo Grial. Origen, significado y revelaciones de una leyenda. Barcelona, Emecé Ediciones, 1994. Troyes, Chr. de; Romans. París, Librairie Génerale Française, 1994. Vyasa; Mahabharata. Barcelona, Edicomunicación, 1997. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario