Dr. Roberto Luis Blanco Villalba
SOBRE "OPERA CLUB"
ÓPERA CLUB es un emprendimiento que nace el 17 de noviembre de 1990 a partir de un programa emitido por Radio Cultura. Este programa tuvo características muy especiales que lo transformaron, casi de inmediato, en el de mayor audiencia en su género.
Por primera vez se trataba el tema operístico con un absoluto desapego a las formas tradicionales de acartonamiento y solemnidad. Quedó en claro desde un principio que se trataba de un programa de ópera y no de cantantes –de estos últimos se ocupaba la mayoría-. Procedimos a lo que nuestro locutor de entonces (Mario Keegan) dio en llamar “derribando mitos” -desmitificar leyendas, anécdotas o lisas y llanas mentiras que con los años se convirtieron en falsas verdades-. Seguimos muy de cerca toda la actividad musical de Buenos Aires y La Plata poniendo muy especial énfasis en la promoción de los intérpretes jóvenes que estaban haciendo sus primeras armas –en la mayoría de los casos a puro pulmón- aunque sin descuidar las grandes figuras nacionales e internacionales que nos visitaban. Por último, el formato horario de cuatro horas nos permitió tratar amplia y distendidamente diferentes temas en un sólo programa desarrollado a través una conversación sin planificación previa entre dos a cinco co-conductores.
Todo esto nos puso en el primer lugar durante poco más de diez años. Diversos problemas –fundamentalmente económicos y de necesidades de programación de la radio- nos fueron acortando la duración y concluímos transmitiendo una hora a la medianoche del sábado. De esta manera fuimos perdiendo, junto con audiencia, nuestras características distintivas.
A partir de septiembre de 2012 nos mudamos a Radio Amadeus Cultura Musical recuperando nuestro formato original e intentando, de a poco y con mucho esfuerzo de todo tipo, retomar nuestro puesto de liderazgo –tarea nada fácil, por otra parte-.
Comencé diciendo que ÓPERA CLUB es un emprendimiento que nace a partir de un programa de radio. Esto es porque no es sólo un programa de radio –o, mejor dicho, el programa es casi como un pretexto-, sino un modo de unir a los oyentes tras un objetivo superior en común. El verdadero protagonista del programa no son ni los cantantes ni la música, son los oyentes –sus destinatarios y razón de ser-. Es por eso que los llamados telefónicos o mails son fundamentales para la concreción de lo que sale al aire. La audición es una excusa para que nos comuniquemos, nos conozcamos y podamos realizar y armar el programa y las actividades en forma conjunta.
Siempre me ha preocupado la incomunicación y soledad que aquejan a nuestra sociedad de manera cada vez mayor desde la segunda postguerra. Esta idea de nuclearnos bajo un interés u objetivo común es, para mí, un medio para paliar este terrible mal. Para esto, además del programa –y en lo personal más importante- son las diversas actividades que hemos venido realizando –con menor o mayor frecuencia- durante los últimos veintitrés años: encuentros, charlas, recitales, conferencia-debates, intercambio de material y, fundamentalmente, exhibición de videos (hoy DVDs) de diversas funciones operísticas –recuerdo con especial cariño el ciclo multitudinario que realizamos en el Centro Cultural General San Martín colmando ampliamente la capacidad plena de la Sala AB-. También estas actividades se vieron notablemente disminuídas con la anteriormente citada decadencia del programa –al que están intrínsecamente unidas-.
En esta nueva etapa muchas son las esperanzas y muchos los proyectos. La idea de congregarnos bajo nuestro amor a la ópera es, vuelvo a repetirlo, sólo un pretexto para encontrarnos virtual o realmente, tanto en nuestra relación comunicador-oyente como en forma personal. Este sitio, el Facebook y, en un futuro muy próximo, el Twitter serán nuestras herramientas virtuales a utilizarse en forma dinámica. Queremos crear un foro de debate y discusión a través del que no sólo hablemos de lo que nos gusta sino que intercambiemos ideas sobre políticas culturales. Necesitamos ampliar horizontes y promover los valores estéticos y culturales en los que se basan las obras de arte. De esta manera, a través de estos valores y del intercambio de ideas, iremos creciendo como personas y ayudando a crecer a nuestro entorno. Recordemos que los grandes cambios se producen, en general, a partir de los pequeños cambios individuales.
En cuanto al programa en sí mismo, posee una dinámica que va haciéndose cada vez más participativa –ya hemos desarrollado algunos temas propuestos por ustedes y esperamos una participación cada vez mayor-, poseemos también una enorme discoteca –probablemente la más grande de nuestro medio- con una cantidad de grabaciones que está muy holgadamente en la cantidad de cinco cifras y que abarca desde los primeros cilindros hasta las últimas funciones efectuadas en el mundo –a veces el mismo día de la emisión-, presentamos a las grandes figuras que nos visitan y hacemos una fuerte promoción de lo que están preparando los distintos grupos que han aparecido fuera del marco de los teatros oficiales y que es en donde realmente se encuentra el futuro.
La ópera es el centro pero no nos cerramos en ella. Abarcamos también los demás géneros vocales (opereta, zarzuela, oratorio, canción de cámara, sinfónico-vocal) y estamos, aún tímidamente y en muy pequeñas dosis, abriéndonos a todo el espectro de la música clásica (o académica –término que no me gusta pero al que adhiere muchísima gente-) En cuanto al período de lo que difundimos, es amplísimo y sin reservas ya que vamos desde la música medieval hasta las últimas manifestaciones de vanguardia.
En síntesis, estamos buscando crecer a partir del debate y la interacción. Considero que la relación estática con un oyente pasivo ya no es aceptable y pertenece a un tiempo que ya fue –no estoy valorizando, sólo presentando un hecho-. El piso de este proyecto es el que estamos transitando. El techo quisiera creer que no tiene límites (una sede propia, una emisora....).
Entre todos podemos lograrlo. Esto intenta ser un verdadero Club y les pido que se unan. Les garantizo que el crecimiento y el gozo serán ampliamente satisfactorios.
Dr. Roberto Luis Blanco Villalba
UNA CREACION DE ROBERTO BLANCO VILLALBA
viernes, 22 de julio de 2016
Dr. Roberto Luis Blanco Villalba
martes, 19 de julio de 2016
DIE SOLDATEN
jueves, 14 de julio de 2016
Las primeras óperas venecianas o cómo la ópera se convirtió en negocio
Por Yolanda Quincoces
Si plantea la pregunta “¿cuándo surgió la ópera?”, es probable que la respuesta que obtenga sea “en el año 1600 en Florencia” (hace ya tiempo que se ha admitido la Euridice de Peri como el primer ejemplo del género y no la más conocida Orfeo de Monteverdi). Sin embargo, si nos paramos a pensar qué tienen de parecido aquella primera ópera y la ópera actual, habremos de admitir que las similitudes se limitan al hecho artístico: una obra dramática cantada en la que participan un compositor, un libretista, varios cantantes, una orquesta de mayor o menor tamaño, etc.
Si, por el contrario, pensamos en los aspectos que rodean a la producción, las diferencias no pueden ser mayores. Aquella primera ópera, cantada en su totalidad, era una obra encargada para una boda real, un acontecimiento irrepetible concebido con el objetivo de complacer a la pareja y a los invitados. Algo bastante diferente del concepto moderno de ópera como espectáculo de ocio para asistir al cual el único requisito imprescindible es poder pagar el precio de la entrada.
Por lo tanto, si lo que queremos es buscar los orígenes de la ópera tal como la entendemos hoy en día, tendremos que trasladarnos unos pocos años y unos cuantos kilómetros hasta Venecia en el año 1637, cuando una compañía de músicos liderada por Benedetto Ferrari y Francesco Manelli presentaba por primera vez una ópera con fines comerciales (además de artísticos), en un teatro público y cobrando entrada. La ópera se titulabaAndromeda y sería la primera de una larga serie de producciones que convertirían a Venecia en la sede mundial del nuevo género. Sería en esta ciudad donde la ópera tomaría forma y donde definiría sus características, para luego ser exportada a Italia y a Europa.
El 6 de octubre del año 1600 se dio en Florencia un acontecimiento festivo excepcional: la boda de Enrique IV de Francia con Maria de Medicis. Dicho evento estuvo rodeado de una serie de espectáculos y entretenimientos de diversas clases, entre los que destaca (desde el punto de vista de la musicología actual) la puesta en escena de la primera ópera: la Euridice de Jacopo Peri y Ottavio Rinuccini. Durante los primeros años del siglo XVII, las diferentes cortes italianas se fueron haciendo eco de este nuevo género, como forma de ostentación y de demostración del poder de nobles y monarcas. Uno de los ejemplos más significantes es el Orfeo de Claudio Monteverdi y Alessandro Striggio, obra estrenada en la corte de Mantua en 1607. Tras propagarse por el norte de Italia, la ópera adquirió cierta estabilidad en Roma, donde, a pesar de no haber corte, el papa Urbano VIII estableció esta tradición en su entorno de forma bastante regular, de nuevo con una intención ostentatoria.
La ópera cortesana estaba concebida como un acontecimiento único, irrepetible, destinado a la celebración de un evento social, político o religioso y contaba para ello con un presupuesto casi ilimitado por parte de la corte que la encargaba. No fue hasta los años 30 del siglo XVII cuando algunos músicos comenzaron a ver la ópera como una posible fuente de ingresos, lo que supondría un giro radical en la forma de concebir este espectáculo e, incluso, en la misma ópera. Y esto no sucedería en Florencia ni en Roma, sino en Venecia.
En el carnaval de 1637, una pequeña compañía liderada por los compositores Benedetto Ferrari y Francesco Manelli y que contaba con seis cantantes (incluida la mujer de Manelli, Maddalena), alquiló el veneciano Teatro San Cassiano, (que había sido cerrado en 1633 al ser destruido por un incendio) para representar en él una ópera,Andromeda, con música de Manelli y basada en un libreto de Ferrari. Ambos músicos habían tenido contacto con la ópera en Roma y ya el año anterior (1636) la misma compañía había representado el torneo Ermiona, en Padua. El teatro fue alquilado directamente por la compañía a la familia Tron, propietaria del mismo, que lo había usado anteriormente como teatro de comedia hablada. Tan sólo un mes después de la representación de Ermiona esta poderosa familia ya había acordado con la dicha compañía la reapertura del teatro como “teatro de musica qual se prattica in più parte per lo diletto de l’insegni pubblici”.
La importancia de Andromeda se debe a que fue la primera ópera representada para un público que había adquirido una entrada. La primera ópera “pública”, en el sentido de que cualquier persona capaz de pagar el precio de la entrada podía asistir a la representación. También es novedoso el hecho de que la ópera no respondía a ningún encargo (como la ópera cortesana), sino que había sido ideada por la misma compañía ejecutante, que había cargado con los gastos de la producción y la organización de la misma. Es decir, se trataba de una compañía prácticamente autosuficiente, si bien es probable que aceptara cierta ayuda económica por parte de la familia Tron. Ferrari, además de escribir el libreto, tocar la tiorba y, probablemente, dirigir la orquesta, actuó comoempresario, una figura fundamental de la ópera veneciana que se encargaba de la organización del espectáculo, tanto en lo económico como en lo artístico.
El espectáculo fue un éxito que quedó registrado mediante la publicación de un libreto que, además del texto del drama incluía entusiastas descripciones sobre las funciones, la escenografía y el vestuario. Un auténtico escaparate publicitario para la compañía y para el nuevo género.
1637-1645: La carrera de los teatros
El éxito de Andromeda animó a la compañía del San Cassiano a programar otra ópera al año siguiente: La Maga Fulminata, de nuevo con música de Manelli y texto de Ferrari. A partir de entonces, la actividad operística de este teatro fue muy intensa. Sin embargo, la inestabilidad de un negocio que daba sus primeros pasos provocó que la organización del teatro pasara por al menos cinco compañías diferentes desde su apertura en 1637 hasta 1660.
Muy pronto otras poderosas familias venecianas quisieron formar parte de la nueva moda operística, como lo había hecho la familia Tron. En el año 1638 abre sus puertas el Teatro SS. Giovanni e Paolo, propiedad de la familia Grimani, construido alrededor de 1635 y reconocido casi hasta finales de siglo como el teatro más cómodo y bello de Venecia. El nuevo teatro se inauguró en la temporada de 1639 con dos óperas producidas de nuevo por la compañía de Ferrari y Manelli (que se había trasladado desde el San Cassiano): Delia, con libreto de Giulio Strozzi y música de Manelli, y Armida, escrita y compuesta por Ferrari. Mientras, en el teatro San Cassiano, una nueva compañía dirigida por Francesco Cavalli, ponía en escena su Le Nozze di Teti e di Peleo (con libreto de Persiani).
En 1640, otro de los clanes nobles de la ciudad, la familia Zane, inauguraba un tercer teatro operístico: el Teatro San Moisè. Al igual que su predecesor, se estrenó con dos óperas: la Arianna de Monteverdi (libreto de Rinuccini) e Il pastor regio de Ferrari. Si sumamos las producciones llevadas a cabo por los tres teatros, la cifra asciende a un total de cinco óperas por temporada, número que se mantendría más o menos constante hasta 1645, año en que los todos los teatros tuvieron que clausurarse debido a la guerra con los turcos.
Hasta el inicio de la guerra todavía se abriría un teatro más dedicado a la ópera en Venecia, el último de esta frenética carrera: el Teatro Novissimo. Tenía ciertas peculiaridades en comparación con los otros tres teatros abiertos hasta el momento. Para empezar no era un teatro reconvertido sino que era de nueva planta (de ahí el nombre) y había sido construido específicamente para representar en él ópera. Además, no pertenecía a una única familia sino a un grupo de nobles bastante amplio conectado con la Accademia degli Incogniti, institución fundada en 1630 que contaba con importantes miembros de la clase política veneciana así como con numerosos intelectuales que quisieron participar en el desarrollo del nuevo género (algunos como libretistas, otros como empresarios). El citado teatro tendría una vida corta (pero artísticamente muy relevante), pues no volvería a abrir sus puertas tras el cierre general de los teatros en 1645.
La primera producción del Teatro Novissimo, La finta pazza (1641), se convertiría en el mayor éxito alcanzado hasta el momento por el género, hasta el punto que definió en gran parte las características de lo que sería la ópera a partir de entonces. Con música del compositor Francesco Sacrati, el libreto había sido elaborado por el miembro de la academia Giulio Strozzi. Una de las claves del éxito de la ópera fue el aspecto escenográfico, visualmente impresionante, en manos del famoso escenógrafo Giacomo Torelli a quien debemos una gran cantidad de avances técnicos en este ámbito. Además, esta ópera encumbraría a la soprano Anna Renzi, que se convertiría en la primera prima donna de la historia.
No es una mera coincidencia que fuera precisamente en Venecia donde se instalara definitivamente la ópera. Es muy poco probable que el género hubiera alcanzado tanta fama de intentarse el experimento en otro lugar. Y es que el ambiente de la mítica ciudad era idóneo para la ópera por varios motivos.
En primer lugar, Venecia se diferenciaba del resto de ciudades italianas en cuanto al clima de libertad que se vivía en la república. Una libertad tanto política como religiosa, que propiciaba la realización de numerosas actividades lúdicas y todo tipo de espectáculos extravagantes, siendo el más importante de ellos el carnaval. Este ambiente estaba favorecido por el hecho de que no existía una corte ni un monarca, sino que el sistema político estaba organizado en diversos organismos a los que se les atribuían funciones diversas, si bien la mayor parte del poder estaba concentrado en el patriciado. Políticamente, además, Venecia se jactaba de una estabilidad sin precedentes, pues la república, fundada en el año 421 era ya más longeva que la antigua Roma, de la que se declaraba sucesora.
En Venecia se daban cita comerciantes de todo el mundo, era la puerta entre el mundo oriental y el occidental, una ciudad cosmopolita y exótica que volcaba todo su lujo y ostentación en el aspecto teatral, muy importante en el ceremonial político y civil. El patriciado era poseedor de un capital financiero muy importante pues participaba de la rica vida comercial de la ciudad y estaba dispuesto a invertirlo en el mundo del espectáculo, para su propia diversión, para demostrar su poder y, sobre todo, para su enriquecimiento personal.
Por otra parte, existía una tradición teatral muy importante de comedia hablada (commedia dell’arte), lo que suponía dos ventajas. Por un lado la existencia de unas infraestructuras aprovechables para la ópera (los primeros teatros eran teatros de comedia hablada reconvertidos) y, por otro, la disposición de un público ya acostumbrado a ir al teatro, que era una parte fundamental de la vida social veneciana.
Finalmente, la que era la atracción turística más importante de la ciudad, que cada año atraía a alrededor de sesenta mil visitantes, doblando así la población habitual: el carnaval. Durante las fechas del carnaval se daban cita innumerables espectáculos, bailes de máscaras, juegos, desfiles, entre los que la ópera se integró a la perfección como una muestra más del poderío y majestuosidad de Venecia. La presencia en estas fechas de un público amplísimo y deseoso de presenciar cuantas más excentricidades mejor, fue una de las claves del éxito de la ópera.
Los temas representados en la ópera estuvieron, en gran parte, en concordancia con el tono de opulencia y ostentación general, contribuyendo en buena parte al afianzamiento del “mito de Venecia” durante este siglo. Basados en relatos mitológicos, historias de la civilización romana o la guerra de Troya, buscaban siempre conectar los grandes acontecimientos narrados con la grandiosidad de la ciudad que los acogía.
La ópera veneciana, entendida como espectáculo comercial, necesitaba de un entramado organizativo mucho más complicado que el de la ópera cortesana. Para llevar a cabo una producción era necesaria la colaboración de un gran número de personas así como un aporte económico cuantioso (sin ninguna garantía). En muchos casos, no sólo no se conseguían ganancias sino que el dinero invertido a priori no se recuperaba tras las funciones. Esto provocaba una gran cantidad de deudas para el teatro, que sólo podían saldarse con la organización de un nuevo espectáculo (suponiendo que éste fuera más lucrativo), lo que, en parte, garantizaba la continuidad del género.
La figura central del negocio operístico durante el siglo XVII es el empresario, normalmente un personaje individual que se encargaba de la organización de la producción en prácticamente todos sus aspectos. Muy habitualmente actuaba como inversor, es decir, aportaba una cantidad de dinero (en general bastante importante) de su bolsillo para afrontar los gastos de la producción. El riesgo económico era, por tanto, suyo. Además, el empresario era el encargado de contratar a los artistas (compositor, libretista, cantantes, bailarines, escenógrafo, orquesta…) así como a los operarios necesarios para las funciones. Suya era también la gestión del teatro, que normalmente alquilaba a una familia noble. No hay que olvidar que, a pesar del nuevo carácter comercial de la ópera, ésta seguía funcionando como reflejo de un poder político, no ya el de un monarca, sino el del patriciado veneciano.
La familia dueña del teatro así como otros muchos nobles y personas pertenecientes a la clase alta de la ciudad contribuían al negocio mediante el alquiler de los palcos para toda la temporada operística. Era ésta la mayor fuente de ganancias y la más segura. También era posible adquirir entradas de parterre, zona principalmente ocupada por turistas y algunos ciudadanos, en su mayoría de clase alta. En este sentido, no es del todo acertada la idea de la ópera veneciana como ópera popular, pues eran realmente pocos los miembros de las clases populares que asistían a las funciones.
En cuanto a los artistas, normalmente eran contratados por temporadas, aunque los teatros intentaban conseguir contratos a largo plazo con los músicos más relevantes para asegurarse el éxito de las producciones. Fue el caso de Cavalli, que estuvo empleado en el Teatro San Cassiano desde 1639 a 1650. Un caso aparte era el del libretista, pues sus beneficios provenían de la venta de los libretos cuyos gastos de impresión, por otra parte, debía financiar él mismo.
El hecho de que, en las primeras décadas del siglo, cuatro teatros de ópera estuvieran a la vez en activo (cifra que se doblaría en la segunda mitad del XVII) dio lugar a una feroz competencia y a la creación de estrategias para atraer al público a las nuevas producciones. En este aspecto es muy importante el uso frecuentísimo de lapublicidad, especialmente a través de los libretos, como en aquel primero de Andromeda, que alababan el aspecto visual de las producciones. La contratación de los cantantes era uno de los puntos más importantes de la producción de una ópera, pues de éstos dependía el éxito o fracaso de la misma. Los teatros intentaban asegurarse la presencia de estrellas internacionales para atraer a la mayor cantidad de público posible y en ellos se gastaban cantidades de dinero muy superiores a las que recibía el compositor. Siendo Cavalli el compositor mejor pagado de la ciudad, los cantantes más importantes ganaban hasta seis veces más que él (ni que decir ya de los músicos de la orquesta).
Ya que del público dependía que un teatro se mantuviera o que tuviera que cerrar sus puertas, desde el principio se adquirió la estrategia de adaptar los espectáculos al gusto de los asistentes. Esto influyó también en las características intrínsecas de la ópera, que fueron definiéndose y estandarizándose a lo largo del siglo hasta adoptar unas fórmulas que garantizaran su éxito. El público también exigía una renovación constante del repertorio, de los temas, los decorados y el vestuario, clave para evitar el estancamiento y favorecer el desarrollo del género.
En conclusión, es cierto que el negocio de la ópera ha evolucionado y que son muchas las diferencias que nos separan de aquellos primeros ejemplos venecianos, pero también es cierto que esa primera semilla fue la base para el desarrollo de un género y de un modo de organización que se han mantenido en sus rasgos principales hasta la actualidad. El sistema organizativo de la ópera comercial en Venecia durante el siglo XVII supuso un cambio trascendental en la forma de ver éste género. El hecho de convertir un espectáculo privado y al alcance de muy pocos en una actividad pública basada en criterios económicos fue la clave para el mantenimiento y desarrollo de la ópera, que, de no ser así, probablemente habría desaparecido, limitada a una corta serie de funciones cortesanas que no tuvieron continuidad.
BIBLIOGRAFÍA
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• BIANCONI, L. Y WALKER, T.: “Production, Consumption and Political Function of Seventh-Century Opera”, en Early Music IV, 1984, pp. 209-296.
• GLIXON, B. y GLIXON, J.E.: Inventing the Business of Opera: The Impresario and His World in Seventeenth-Century Venice. AMS Studies in Music. Oxford University Press. Nueva York, 2006.
• GROUT, D.J. y WILLIAMS, H.W.: A short history of opera. Columbia University Press. Nueva York, 2003.
• LEWIS, A. y FORTUNE, N.: Opera and Church Music, 1630-1750. En, The New Oxford History of Music. Oxford University Press, 1975.
• MENÉNDEZ TORRELLAS, G.: Historia de la ópera. Akal. 2013.
• PARKER, R.: Historia ilustrada de la ópera. Paidós. Barcelona, 1998.
• ROSAND, E.: Opera in seventeenth century Venice. The creation of a genre, Berkeley: University of California Press, 1991.
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viernes, 1 de julio de 2016
Madrid entrega su alma a Plácido Domingo
El estadio Santiago Bernabéu acogió ayer un homenaje a uno de los embajadores más internacionales de la música española y, también, del Real Madrid: Plácido Domingo. El tenor ha cumplido 75 años y decenas de miles de personas se reunieron para disfrutar de Plácido en el alma, un concierto solidario en reconocimiento de la carrera musical del artista, que lleva medio siglo dedicado a la música. Más de 30 cantantes y grupos, entre los que destacaban caras conocidas del pop y del rock español como Pablo López, Dvicio o David Bisbal ,entre otros, se subieron al escenario del Santiago Bernabéu.
El lugar de la cita tampoco se eligió al azar. Un homenaje «histórico» -como lo calificó Bertín Osborne, encargado de conducir el concierto- no podía ser en otro lugar que el templo del Real Madrid ya que Plácido Domingo, que en la actualidad es director general de la Ópera de Los Ángeles, es un madridista confeso. Esa pasión le ha llevado incluso a ser el intérprete del himno del centenario del club blanco y de la Undécima Copa de Europa.
Vestido de negro imponente, Plácido despertó los vítores y aplausos del público cada vez que apareció en escena.
Las más de tres horas de concierto se sucedieron entre clásicos de la discografía del tenor -que actuó en solitario y también acompañado por colegas de profesión como Andrea Bocelli- y los temas más actuales de losintérpretes invitados, que no dudaron en felicitar al cantante por su trayectoria profesional.
En contra de los estereotipos, el público asistente fue de lo más variado. Desde familias completas y parejas de mediana edad hasta grupos de adolescentes que, en primera fila, esperaban impacientes la actuación de su ídolo, Pablo Alborán.
Entre los invitados a la cita también hubo algunos artistas procedentes del otro extremo del charco, como Diego Torres, que deleitó al público con su mítico Saber que se puede o Carlos Baute, que levantó a los asistentes de su asiento para bailar al ritmo de Colgando en tus manos. El trío italiano Il Volo, inscrito en el género crossover clásico, también hizo su homenaje a la música clásica con Grande amore, un tema que Plácido descubrió, tal y como reconoció, gracias a sus nietos pequeños.
El baile también tuvo su momento de gloria
Además de la música, el baile también estuvo presente en la noche madrileña. Uno de los momentos más emotivos de la cita lo protagonizó el tenor junto a la bailaora Sara Baras, que danzó al son de la canción Aquellos ojos verdes cantada por él mismo, una actuación que despertó todos los instintos del público. Su taconeo se escuchaba hasta en la zona más alta del estadio y al terminar, el propio Plácido se arrodilló ante ella como muestra de agradecimiento y devoción.También actuaron Los Secretos, Alejandro Sanz, Pablo López, Fehr (Maná), Juanes, Diana Navarro, José María Cano, Pablo Sáinz, Arturo Sandoval, Café Quijano, José Mercé, el propio Bertín Osborne y alguien muy especial para el tenor, Plácido Domingo Jr., su hijo, con quien protagonizó un emotivo momento sobre el escenario.
Después de que todos los artistas pasaran por el escenario, el tenor se despidió visiblemente emocionado y aseguró que se iba "con el alma emocionada".
Pese al nivel de la cita musical, todos los invitados acudieron de forma altruista y la recaudación del multitudinario concierto se destinará a 38 escuelas sociodeportivas de la Fundación Real Madrid en México. Fue una cita en la que el binomio clásico y moderno consiguió que Madrid se rindiera ante el alma de Plácido Domingo por una causa solidaria.
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COMIENZA EL FESTIVAL DE BAYREUTH DEL BICENTENARIO
de WAGNERMANÍA Una nueva edición del Festival de Bayreuth comienza el 25 de julio en la ciudad bávara. Y lo hará en el marco de las celebraciones que, a lo largo de 2013, están honrando la memoria de Richard Wagner en el bicentenario de su nacimiento. Por ello, el Festival de Bayreuth ha preparado una nueva producción de El Anillo de Nibelungo, tras dos años de ausencia, a cargo del director de escena berlinés Frank Castorf, y dirigida musicalmente por el ruso Kirill Petrenko. Ambos debutan en la Colina Verde con este Anillo. La propuesta de Frank Castorf para su Anillo sitúa la historia en un momento posterior a la Segunda Guerra Mundial, en un mundo enfrentado por “el oro de nuestro tiempo: el petróleo”. La acción transcurre en lugares como la Alexanderplatz de Berlín o la bolsa de Wall Street. Del último Anillo que pudo verse en Bayreuth, en 2010, repiten papel Lance Ryan (Sigfrido) y Johan Botha (Siegmund), mientras que se incorporan al reparto principal Franz-Josef Selig (Hunding), Wolfgang Koch (Wotan), Anja Kampe (Sieglinde), Martin Winkler (Alberich) y Catherine Foster (Brünnhilde). A pesar de ser una nueva producción, El Anillo no suele abrir el Festival, por lo que será Der fliegende Holländer quien abra el Festival en la producción de Jan Philipp Gloger estrenada en la edición de 2012, con dirección musical de Christian Thielemann. Ricarda Merbeth sustituye a Adrianne Pieczonka como Senta, y Tomislav Muzek hace lo propio con Michael König como Erik. El resto del reparto es el mismo que el año pasado, con Franz-Josef Selig, Christa Mayer, Benjamin Bruns y Samuel Youn. Ya en agosto subirán a escena Tannhäuser y Lohengrin. En la primera, debuta como director musical Axel Kober, sustituyendo a Christian Thielemann, en la producción de Sebastian Baumgarten. Mientras que en la historia del caballero del cisne repite Andris Nelsons como director musical y Hans Neuenfels en la dirección escénica. Ambas obras pertenecientes al periodo romántico de Wagner repiten el mismo reparto de 2012, excepto en los personajes de Heinrich der Schreiber y Ortrud. |
VERDI DIGNAMENTE SERVIDO
Actuación de la Orquesta Sinfónica Nacional, Director. Pedro Ignacio Calderón. Coro Polifónico Nacional, Preparador: Darío Marchese. Solistas: Soledad de la Rosa (Soprano), Cecilia Díaz (Mezzosoprano), Darío Volonté (tenor), Lucas Debevec-Meyer (Bajo). Programa: Requiem para Solistas, Coro y Orquesta de Giuseppe Verdi. Auditorio de Belgrano 31/05/13.
Lo primero que debo expresar para iniciar esta crónica, es que resulta alarmante la falta de recursos que evidencia el presupuesto que dentro de la Dirección de Música y Artes, se le asigna a los organismos que de ella dependen y que alguna vez formaron el llamado “Complejo de Música”. Falta de Programas de mano, ya ni siquiera hablamos de “sueltos” como en la presentación anterior, protestas del Polifónico Nacional leídas por Consuelo Alvarez, su delegada por el no reconocimiento de los títulos otorgados por el Colón que deberían formar parte de un plus salarial y también la solidaridad de los músicos de la Nacional, leída en este caso por el Concertino Luís Roggero quien además anunció al público que la Orquesta pasa por vicisitudes similares. Poca prensa, pocos anuncios, la página de Música y Danza que no funciona y ahora uno debe enterarse por el ícono “elencos” de la Secretaría de Cultura de la Nación. Visto la actuación de la semana anterior en el mismo lugar de la Orquesta Juvenil Binacional con un profuso patrocinio del Ministerio de Planificación Federal, el que además tiene a su cargo la construcción de la “Ballena Azul “del Correo Central, justo es preguntarse porque no se le pasa a ese Ministerio el Area Cultural en virtud de los profusos recursos con que se cuenta y no la paupérrima condición que hoy por hoy se registra en el Complejo musical. Para Pensarlo.
Y por fin Verdi, servido por muy buenos interpretes, que han sabido llevar mayoritariamente las aguas a buen puerto. Vamos a la parte vocal. El Polifónico lució muy bien preparado por Darío Marchese su Sub-Director. Tuvo ajuste, afinación, ataques seguros, buenos pasajes por todos los registros. Tiene valores notables en sus filas y lucen colectivamente de la mejor manera y con buen entendimiento con el preparador al que invariablemente lo aplauden cuando trabajan juntos, para tener en cuenta. Solistas: Tenía sumo interés en escuchar a Soledad de la Rosa ya que lo había hecho en Lisboa convocada por Michel Corboz hace un tiempo atrás. Tras un comienzo destemplado su actuación fue creciendo y realizo un buen Libera Me, aunque su registro sigue siendo “Blanco” en la zona más aguda. Es una Soprano “Lírica”, por ende no es habitual escuchar en esta obra una voz así. Al igual que su colega suizo, Calderón siente “debilidad” por su voz y vale su elección para su punto de vista interpretativo. Cecilia Díaz con una emisión “engolada” y un registro muy tirante en el agudo no estuvo en su noche más feliz. Lucas Debevec-Meyer fue de menor a mayor con un Confutatis muy elocuente y un Lux Perpetuam imponente. Párrafo aparte Darío Volonté, quién cantó la obra por primera vez y que a pesar de alguna tirantez en la zona mas aguda lució muy bien, confirmando la impresión que tuve en Luján en Abril pasado de una franca recuperación vocal. Su voz ya no está fatigada como hace algún tiempo atrás. Cantó con absoluta entrega y generosidad como siempre se le reconoció y su Ingemísco conmovió. Finalmente la batuta. Pedro Ignacio Calderón ofreció una lectura sólida, sin fisuras e hizo lucir a los sectores de la Orquesta que se escucharon con total nitidez. Supo balancear a la masa de escenario con la acústica del Auditorio y no hubo desborde alguno. Tal vez lo único reprochable sea no haber contenido a la trompeta solista quien sobresalía permanentemente sobre sus compañeros. A su plena madurez le agrega haber sabido ofrecer esta obra tan difícil con mucha inteligencia. Por ultimo, vi muchas caras conocidas de lirica y critica anoche lo que me pone muy contento. Aquí tienen a la Orquesta y al Coro de todos, ojalá vengan seguido a apoyarlos por Belgrano. Quedó demostrado que lo de Ellos, en las paupérrimas condiciones que se les brindan, logran con mucho amor propio superarse día a día.
DONATO DECINA
Prudencio muestra a un Bolívar frente al espejo

La Razón / Jorge Soruco / La Paz
02:14 / 16 de mayo de 2013
Cergio Prudencio estrenó ayer en La Paz Nomis Ravilob, la primera ópera contemporánea de su larga carrera artística. La obra muestra los miedos del Libertador Simón Bolívar, quien nunca llegó a conocer a las naciones indígenas que consiguió liberar en el siglo XIX.
La ópera intenta explorar las intenciones, ideas y dudas del Libertador. La pieza enfrenta al prócer con cuatro animales místicos: cóndor, vicuña, serpiente y puma. Cada uno de estos personajes se desdobla en un avatar humano —con máscaras bien elaboradas— para representar la realidad de Latinoamérica. Bolívar (Alejandro Spies, barítono) inte-ractuó ayer con el público respaldado por tres pantallas en las que se proyectaron imágenes que ayudaron a los asistentes a comprender la propuesta, estrenada en el Centro Sinfónico con la presencia de 350 espectadores, lleno casi completo si se toma en cuenta las 400 butacas disponibles del escenario.
Nomis Ravilob fue estrenada en octubre del año pasado en Buenos Aires, pero la versión presentada anoche fue más “grande”, según los integrantes de Nonsense Ensamble Vocal de Solistas, el grupo de cantantes argentinos que participó en esta obra contemporánea. Esta vez, Prudencio trabajó con la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos, la Orquesta de Cámara y músicos extranjeros.
Miguel Sánchez y Romaing Poleo, miembros de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, fueron invitados. “Esta es una experiencia muy interesante. Nunca antes tocamos junto a instrumentos nativos, en Venezuela no tenemos muchos. La combinación es nueva y muy lograda”, aseguró Sánchez (trombón).
De la misma opinión es su compatriota Polero, quien trabajó con la tuba y la chelista noruega Torum Stavseng. Ninguno tocó anteriormente con un conjunto como el que dirige Prudencio. Stavseng destacó que los sonidos de los pueblos originarios de Bolivia se combinan perfectamente con los de la orquesta, creando una “atmósfera especial” que “seduce e intriga”.
Por su parte, Poleo destacó la composición de Prudencio, aunque reconoció que el público acostumbrado a la música clásica puede quedar desconcertado. “Es una composición contemporánea muy abstracta, pero como todo lo que hace Prudencio, es impecable y llena de sentimiento”, manifestó.
Nomis Ravilob, que estará en cartelera hasta el sábado, es la cuarta ópera compuesta y estrenada en Bolivia. Las anteriores, Incallajta, creada por Atiliano Auza León, con libreto de Norma Méndez de Paz; Manchaypuytu de Alberto Villalpando, y El Compadre, de Nicolás Suárez.
UN HOMENAJE CON GRATO AGREGADO

FOTO: GENTILEZA ARNALDO COLOMBAROLI
Concierto a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, Director: Enrique Arturo Diemecke. Solista: Jean Louis Steuerman (Piano). Programa: Richard Wagner: Obertura de “Rienzi”. Serguei Rachmaninoff: Concierto para Piano y Orquesta Nº 1. Richard Wagner: Preludio al 3er. Acto de “Lohengrin”, Cabalgata de “La Walkiria”, Preludio al primer acto y Muerte de Amor de “Tristán e Isolda”, Obertura de “Tanhäuser”. Teatro Colón 23/05/13.
El principal motivo de esta presentación de la Filarmónica era homenajear a Richard Wagner a 24 hs de haberse conmemorado el bicentenario de su nacimiento, en lo que se transformó en la única programación prevista para este año ya que el polémico “Anillito” del final de la pasada temporada fue considerado como punto de partida de las celebraciones. Sin embargo sorprendió a propios y extraños con el anuncio de la programación presente la inclusión del primero de los conciertos para piano y orquesta de Serguei Rachmaninoff con la excusa de que se hacía al mismo tiempo de la puesta en escena de “Aleko” Y “Francesca da Rimini”. Sigo pensando en que mas allá del resultado que ahora comentaré fue, sin dudas, un soberano despropósito y que Wagner por si solo bien valía todo el concierto.
Vamos al “agregado”. Muy pocas veces se escucha esta obra. Poco y nada sabíamos del Solista y termino siendo un “Tapado” que sorprendió gratamente al público como tantas y tantas veces ocurre en el Teatro. Jean Louis Steuerman, brasileño de nacimiento, que alterna su residencia entre Europa y Estados Unidos, dueño de un frondoso y prominente curriculum. Había que escuchar y saber si hacia “Honor” a semejantes y frondosos antecedentes y lo hizo. Brindo una apasionada versión con un entendimiento espectacular con Diemecke y los músicos. Pocas veces se ha escuchado un toque tan preciso, un sonido transparente, bello y una concentración tal en el público que reaccionó brindando una justiciera ovación a la labor de los intérpretes. Es de esperar que se hagan mas frecuentes las visitas de este notable pianista, a quién Yo personalmente no conocía, dado que el repertorio que frecuenta es muy profuso y sus actuaciones pueden ser prometedoras. Ahora sí vayamos a Wagner.
La sesión arrancó con una visión muy interesante de la Obertura de “Rienzi”. A quince días de la versión de la Sinfónica Nacional con Guillermo Becerra, podemos establecer que mientras que aquella fue “Chispeante” y de vibrante desarrollo, la presente tuvo un enfoque con tiempo más lento pero solemne y es valida también. Es evidente que el público no termina de engancharse con la obra y por algo está ausente de los atriles y de los escenarios. Un correcto aplauso y Diemecke que tuvo que pedir nuevamente el aplauso para resaltar la labor de Fernando Ciancio en los solos de trompeta. Ya en la segunda parte, el Director nuevamente tomó la palabra para manifestarle a la concurrencia que concibió como un todo la programación a escucharse y por eso les solicitaba que contuvieran hasta el final los aplausos, cosa que se cumplió a rajatabla. Aquí se escuchó algo de lo mas conocido de la producción Wagneriana, un vibrante preludio al tercer acto de “Lohengrin”, una correcta “cabalgata” de “La Walkiria” y aquí un corte que debió haber sido mas largo a mi entender para dar paso a uno de los momentos culminantes de la producción del compositor alemán y que se transformó en la mejor versión que yo le haya escuchado a una agrupación sinfónica argentina. El Preludio al primer acto y la “Muerte de Amor” de “Tristán e Isolda” se hicieron oír de forma esplendida con una gloriosa hilera de Violoncellos capitaneada por Carlos Nozzi y una soberbia intervención de Maximiano Storani en Corno Inglés. Y al sereno final, se le adicionó el lento comienzo de la Obertura de Tanhäuser en la versión de Dresde, que cerró la velada con un coda brillante. Mas allá de que probablemente se haya perdido la oportunidad de escuchar cosas no habituales, por caso la Obertura “Fausto” o la obra sinfónico-coral “La Cena de los Apóstoles” o el mismo “Idilio de Sigfrido”, ausente de los atriles desde la ultima visita de Jean Fournet, o también la versión del C.E.T.C. con el inolvidable Gerardo Gandini, lo escuchado se enmarca dentro del constante crecimiento de Ntra. Orquesta de Conciertos y vale rubricar el aplauso para Diemecke, del que ya es hora que se acuerden para hacerlo bajar al foso y, porque no, con un Wagner.
DONATO DECINA
EL ESPECIAL SONIDO DE LA FILARMONICA

FOTO: GENTILEZA ARNALDO COLOMBAROLI
Concierto Nº 1 en mi menor Op. 11 (Fréderic Chopin), La consagración de la primavera (Igor Stravinsky). Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Enrique Arturo Diemecke. Piano: Iván Rutkauskas.
Teatro Colón,
La vuelta de Diemecke nos volvió a traer el especial sonido de
En este caso volvió para ofrecer un programa con dos de las obras más importantes del repertorio. El concierto de Chopin figura entre esa docena de obras más geniales de toda la literatura pianística más amadas por el público.
Más allá de su pobre –y aún deficiente- escritura orquestal, es tan grande su despliegue imaginativo y su casi increíble desarrollo de las posibilidades técnico-expresivas del piano que uno olvida esa ¿falencia? Y se sumerge sin reparos en su maravilloso desarrollo. Es que son tantas las audacias armónicas, su novedoso uso de la dinámica, su invención melódica, su muy peculiar sentido del ritmo –el más personal que se conozca hasta Brahms- y su perfecto diálogo y ensamble con la orquesta, que es imposible no conmoverse ante ella –en su acepción de perturbar e inquietar- y darse inmediatamente cuenta de que nos encontramos frente a una de las escasa obras maestras absolutas que existan.
En él se volvió a presentar Iván Rutkauskas, al que cada vez que veo lo encuentro más maduro e interesante. Más allá de su segurísima técnica, su visión de la obra no resultó para nada rutinaria. Sin poseer una personalidad avasalladora, lo que hizo no fue una lectura más. Su Chopin tiene un costado bastante alemán que resulta lógico si pensamos que el compositor deriva de Hummel y de Carl Philipp Emanuel Bach –aunque más no sea a través de su maestro Elsner o de su admirado Field-.
La versión fue excelente. Rutkauskas posee claridad, flexibilidad y pulsación pareja. “Cantó” muy bien, con el equilibrio justo para permanecer en una visión apolínea sin caer en languideces y amaneramientos a las que tantos pianistas son proclives y que nada tienen que ver con Chopin –muy masculino y de pensamiento claro y fuerte-. Además demostró tener los dos requisitos fundamentales para abordar a este compositor: una buena gradación dinámica que le permitió conseguir el típico -y no fácil de lograr- color chopiniano y un uso muy inteligente del rubato no excedido ni estirado.
Muy sabiamente –a mí, personalmente me molestan porque me cortan el clima- no ofreció ningún bis. Por otra parte, después de semejante obra y de tan estupenda versión, realmente no cabía hacerlo.
Diemecke acompañó –nunca tan bien usado el término- con gran solvencia y logrando también él un muy atinado enfoque germano. El relieve que dio a las partes puramente sinfónicas no hizo otra cosa que destacar las falencias de la escritura de Chopin. Aunque, claro está, eso no es su culpa.
La segunda parte se dedicó a una de las dos o tres obras que marcaron toda la historia de la música del siglo XX al celebrar el centenario del estreno de “La consagración de la primavera”. Y lo hizo a través de la mejor –de lejos- versión que me haya tocado apreciar en vivo, que fueron unas cuantas y algunas muy buenas.
En primer lugar hay que destacar el rendimiento excepcional de la orquesta, que demostró ser un organismo virtuoso y con un sonido propio.
Diemecke conoce la obra a fondo y le sacó el jugo. Con una claridad conceptual digna de los mejores, su versión no presentó ninguna fisura. La presentó de manera objetiva, sin aparente compromiso emocional –tal como corresponde- y logró atrapar a una sala que estuvo los casi cuarenta minutos que dura en un silencio expectante que se hizo casi insostenible en los pocos segundos de separación entre las dos partes.
Magnífico en los detalles, presentó garra, vigor, nervio, profundidad y comunicación plena. Los pasajes líricos tuvieron un refinamiento y una claridad de textura que no suelen oírse y los momentos de fuerza mostraron al mexicano moviéndose a sus anchas entre los complejos cambios de rítmo, la intrincada polirritmia y las endiabladas síncopas.
No es habitual escuchar dos obras tan enormes en semejantes ejecuciones. Salí del Colón con la convicción de que había estado en una de sus grandes noches.
Roberto Luis Blanco Villalba
LA NACIONAL REAPARECIO EN BELGRANO CON UNA INTERESANTE FAENA
Concierto a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional, Director: Guillermo Becerra. Solistas: Beatriz Pedrini (Piano), Jorge Perez Tedesco (violoncello). Programa: Richard Wagner: Obertura de la Opera “Rienzi”. Fermina Casanova: Capricho para Violoncello, Piano y Orquesta (Estreno Mundial). Dimitri Shostakovich: Sinfonía N° 5. Auditorio de Belgrano, 10/05/2013.
A treinta años de mi primera temporada musical completa siguiéndola, y de haber vivido en el acompañamiento a sus integrantes infinidad de vicisitudes a través de los años, amén de tres Directores Titulares, dos de los cuales duraron lo que un suspiro (Juan Carlos Zorzi y Jorge Rotter), uno piensa que ya no hay lugar para el asombro y sin embargo parafraseando a la célebre publicidad del jabón de tocador “Siempre hay lugar para una más”. Veamos.
La temporada empezó con sendas presentaciones en el viejo recinto de la Bolsa de Comercio y la Basílica de Lujan dentro de la programación pautada. Se recibió una información emanada de la oficina de prensa de la Dirección de Música y Artes anunciando una actuación para el 11 de Abril en el Auditorio de Belgrano. La misma, sin embargo, fue pasada nuevamente a la Bolsa de Comercio sin ningún comunicado rectificativo de prensa que haya llegado, al menos para los integrantes de Opera Club que recibimos los correos electrónicos. Muchos quedamos pagando dentro de esta situación. Luego se hizo un Concierto en la Basílica de San José de Flores, esta vez sí avisado, aunque en la programación Original debía haber sido en Belgrano.
Finalmente llegamos a esta presentación motivo del presente comentario, estamos todos, público, músicos, solistas, menos los programas de mano (téngase en cuenta que entre otras cosas se registraba el estreno mundial de una obra Argentina), los cuales fueron reemplazados por un suelto hecho de apuro en fotocopiadora con los datos básicos (eso sí, al dorso estaba el listado de autoridades). Me imagino los pobres acomodadores repartiéndolos y dependiendo de la buena voluntad de los asistentes para que la propina sea interesante. La pregunta es obvia: ¿Que está pasando?, a la que seguirían ¿Hay presupuesto?, la “Ballena Azul” o “segundo Colón” que se está realizando en el edificio legendario del Correo Central ¿Se sigue realizando l o hay nueva paralización?. ¿Por qué hasta los últimos días no está subida la programación de este año a la página de la Dirección de Música y Danza?. Podríamos seguir, estas son las básicas, y ahora sí, vayamos de lleno a la crónica del Concierto.
La Sesión fue dirigida una vez más este año por Guillermo Becerra, garantía de solvencia interpretativa. Se inició con una vibrante versión de la Obertura de “Rienzi” de Wagner, en la que lucieron fundamentalmente las secciones de vientos, metales y cuerdas en ese orden. Becerra lució profundamente compenetrado con el fragmento y llevo al conjunto a una lucida interpretación, rubricada por el público como corresponde.
Tuvimos un estreno mundial, en este caso el del “Capricho para Violoncello, Piano y Orquesta” de la Compositora Argentina, Fermina Casanova y que tuvo como solistas a Beatríz Pedrini en Piano y a Jorge Perez Tedesco en Violoncello (además solista de su instrumento en la Orquesta), quienes también son pareja en la vida real. Dentro de lo poco que he podido establecer (gracias a la carencia de un buen programa de mano) es una interesante obra en cuatro tiempos de estilo neo clásico con momentos de lucimiento individual de los solistas, la que tal vez debería, a mi juicio, haber incluido pasajes para una mayor conectividad entre ellos, pero no por ello desmerece el resultado final del producto. Las partes orquestales son de buena escritura y da un resultado más que interesante, por lo que entiendo no debería quedar en una sola interpretación en mucho tiempo, sino que por los valores que aquí resalto a mi leal saber y entender en el futuro debe ser repetida. En este estado de cosas los solistas, Becerra y el conjunto ofrecieron una versión muy ajustada, siendo muy bien recibida por el Publico que aplaudió a la Compositora, obviamente presente en la sala, con mucho entusiasmo.
El “plato fuerte” del programa estuvo dado en la segunda parte, con una nueva versión de la quinta sinfonía de Dimitri Shostakovich, acaso la obra que más veces abordó en estos últimos tiempos la orquesta con diferentes directores (Recuerdo a la hora de escribir Esto Calderón, Gorelik y ahora Becerra, perdón si he omitido alguna mas), interesante para abordar en un primer concierto de ciclo en una buena sala. La versión fue creciendo con el correr de la interpretación, con un primer momento llamativamente impreciso en donde las cosas fueron ajustándose “con el carro en movimiento”, pero sin que por ello se resintiera el andamiaje de la obra, en la que estuvo siempre presente la tensión dramática de la partitura. Ya en el segundo, la Orquesta fue la Nacional que todos conocemos, con la justeza habitual y llegamos a mi entender al “climax” que fue el Tercero (Largo), donde Becerra logró infundir una carga dramática excepcional que me hizo recordar a lo que Leonard Bernstein le exigía a los músicos de la London Symphony en los ensayos de este pasaje en el momento más desvastador (“Tutta Forza!”) y que hizo que el público belgranense, siempre respetuoso durante las interpretaciones, prorrumpiera en aplausos de manera espontánea al término de este fragmento. El movimiento final fue una ratificación de todo lo anterior, con una coda resuelta de manera sorprendente a mitad de camino entre la solemne interpretación rusa (Mravinsky) y la más vivaz (Bernstein), y un público que terminó aplaudiendo de pié la muy buena labor ofrecida. Honor para Becerra, que ratificó el muy buen momento profesional que atraviesa y para la Orquesta que encuentra en las adversidades motivos para realimentarse y seguir de pié a pesar de todo
DONATO DECINA

Foto: Gentileza Arnaldo Colombaroli
MUTTI ANALIZA "RIGOLETTO"

RICCARDO MUTI ANALIZA “RIGOLETTO” EN LA UNIVERSIDAD BOCCONI
8 de mayo de 1994
GRAN FAENA DE DIEMECKE Y LA FILARMONICA (“IGOR ESTAS REIVINDICADO”)
Concierto a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, Director: Enrique Arturo Diemecke. Solísta: Iván Rutkauskas (Piano). Programa: Frédéric Chopin: Concierto para Piano y Orquesta N°1. Igor Stravinsky: “La Consagración de la Primavera”. Teatro Colón, 16/05/13.
La última sesión de la Filarmónica tenía el condimento de presentar la visión que Diemecke y los músicos tenían de “La Consagración de La Primavera” en el centenario de su estreno. Previo a ello se presentó el primero de los Conciertos para Piano y Orquesta de Chopin, para el cuál se convocó a Iván Rutkauskas, ayer una de las revelaciones y promesas jóvenes del Piano, integrante de la camada que también conforman Horacio Lavandera y Adriel Gómez Mansur, entre los formados por Antonio de Raco y Marcelo Balat, por el lado de Pía Sebastiani. Paradojas del destino, Lavandera hoy tomó un camino diferente dentro de la música, volcado más al repertorio contemporáneo. Gómez Mansur, pasó por vicisitudes personales serias. Balat alterna su rol de solista con el de ejecutante de Piano y Celésta en la Sinfónica Nacional, rol que perteneciera en forma casi “vitalicia” a Gerardo Gandini y también Rutkauskas, que alterna su condición de solista con el cargo de Maestro Interno del propio Teatro Colón. En síntesis, la generación se ha dispersado y solo Rutkauskas y Balat se mantienen dentro del repertorio “clasico”. El Chopin que el solista presentó, se limitó a mi juicio a tocar lo que está escrito. Careció de un sello personal lo que a esta altura es alarmante y solo lo ha salvado en mucha medida el ropaje que Diemecke y la Orquesta le dispusieron, cosa que en otro tipo de circunstancias hubieran conducido a un seguro naufragio. Faltó vuelo, imaginación, vida y si tenemos en cuenta que Chopin no fue un gran orquestador, la propia agrupación está limitada en su trabajo.
Vayamos a lo convocante de la noche, Stravinsky. Y aquí digo que el compositor ruso está reivindicado porque a 40 días de la para mi fallida versión Dudamel, Diemecke tuvo uno de sus trabajos más importantes de los últimos tiempos. Con concentración e inteligencia, volcó una versión sin desbordes, rica en matices, plena de equilibrio y con justeza. La Filarmónica tuvo ante su público una verdadera noche de gloria que particularmente ocurre cuando está en las manos de su titular. Y a esta altura es lógico pensar que el desafío será mantener también el nivel con la totalidad de los Directores y solistas invitados.
DONATO DECINA
EXCELENTE CONCIERTO DE LA OF
Concierto para piano Nº 2 en sol menor Op. 44 (Piotr Illich Tchaikovsky), Sinfonía Nº 3 en re menor Op. 55, “Heroica” (Ludwig van Beethoven) Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Enrique Arturo Diemecke. Piano: Barry Douglas. Teatro Colón, 18 de abril de 2003
Al igual que el año pasado coincidió un concierto de la OFBA con una marcha popular. Al igual que el año pasado también se retrasó el inicio del mismo cerca de veinte minutos y, de la misma manera, el bullicio de la calle tampoco interfirió en la sala.
La Filarmónica está sonando mejor que nunca en su historia y permite ser comparada –y salir ganando- con muchas de las orquestas que nos visitan. De hecho hace unas tres semanas tuvimos la oportunidad de oírla después de la Simón Bolívar y para nada quedó en un segundo plano. Esto es, evidentemente, obra de Diemecke que ha logrado un entendimiento poco frecuente con la OFBA. Sería de esperar que no ocurra, como tantas veces en nuestro país cuando se logra algo bueno, que se corte esta vinculación.
Siempre es muy agradable apreciar el segundo de Tchaikovsky. Salvo el genial inicio del primero –una de esos momentos absolutamente geniales de la historia, como el inicio del Zaratustra- tiene muy poco que envidiarle. Es el mejor Piotr y tiene un lirismo y una expansividad aún mayor que su hermano más célebre. Barry Douglas es un excelente pianista, con un sonido no demasiado personal y un muy buen dominio del teclado. Se mueve mejor en lo intimista que en lo extrovertido y llega a subyugar con la claridad de sus texturas. Es por esto que estuvo muchísimo mejor en el Brahms del bis. Le faltó vuelo y expansión. El verdadero Tchaikovsky estuvo en un Diemecke inspirado, expansivo y descaradamente lírico. No recuerdo haber oído en vivo mejor versión orquestal; pianísticamente sí, fundamentalmente una impresionante de Kersenbaum en los setentas. Notables las intervenciones de Saraví y Nozzi en el Andante non troppo
La Heroica fue objeto de una muy buena versión. Tempi acertadísimos, liviandad de sonido sin hacer que suene clásica, canto de buen cuño y un rendimiento perfecto de la orquesta cerraron magistralmente la velada.
Roberto Luis Blanco Villalba

Foto: Gentileza Arnaldo Colombaroli
A PESAR DE LAS CACEROLAS DIEMECKE Y LA FILARMONICA IMPUSIERON SU ARTE
Tercer Concierto de Abono a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Enrique Arturo Diemecke. Solísta: Barry Douglas (Piano). Programa: Tchaikovsky: Concierto para Piano y Orquesta Nº 2. Beethoven: Sinfonía Nº 3 en Re Menor Op. 55 (Heróica). Teatro Colón (18/04/13).
Mientras por los fondos de la Sala del Teatro Colón miles de porteños se dirigían a manifestar a Plaza de Mayo, otros, ingresaban a la sala para disfrutar de una sesión de música. Hace un tiempo largo que no coincidían ambas cosas. Al menos en la memoria de quien esto escribe, debo remontarme al 9 de Julio del año 1988 cuando mientras en el teatro se presentaban para el Mozarteum Argentino García Navarro con la Orquesta de Stuttgart y en la calle se festejaba el triunfo del pre-candidato presidencial Carlos Menem, quién exactamente un año después sería ungido presidente y los bocinazos se filtraban al menos en los sectores altos de la sala. Aquí al menos un oportuno corte de tránsito hizo que las cosas fueran mas placenteras, y por cierto así ocurrió.
El programa permitía tomar contacto con una obra que ya se la podría denominar “Rareza”. El poco frecuentado segundo concierto para piano y orquesta de Tchaikovsky. Una obra que si se me permite, podría denominar al menos de rara escritura y buén alarde técnico. Son contadas las ocasiones en que se ofrece y al menos yo no recuerdo en lo personal de haberla escuchado, con Esta, no mas de tres veces y justamente la vesrión que pasaré a comentar es a mi juicio la mejor que escuché de las tres.
Barry Douglas es un viejo conocido de Buenos Aires. Viniendo algunas veces como solista invitado y en otras como Director y Solísta al frente de la Camerata Ireland de la cuál es titular. Aquí abordó la obra con muy buena técnica, precisión y sonido muy límpio. Tal vez pueda achacarse falta de “vuelo” pero, la obra lo permite? Y probablemente no y no es de extrañar que esa sea al menos una de las razones de su prolongada ausencia en los atriles. Diemecke y la Filarmónica acompañaron de manera notable con ajuste, dialogo permanente con el solista y notables intervenciones en sus solos de Pablo Saraví en Violín y Carlos Nozzi en Violoncello. Respondiendo a los aplausos, Douglas ofreció un Brahms (No especificó la obra) de factura muy intimista que ratificó la imagen dejada en el Concierto.
En la segunda parte se ofreció la que acaso sea una de las obras mas revolucionarias de la historia de la música. Considero acertada la decisión de hacer la “Heróica” Beethoveniana en Esta circunstancia habiendo transcurrido un tiempo prudencial de la inolvidable versión que ofreciera Daniel Barenboim con la West Eastern Divan y la intimista que al poco tiempo Juan Pablo Izquierdo y la Orquesta de Camara de Chile lograron en la misma sala. La Filarmónica realizó una memorable faena tanto en la concepción de Diemecke (Tempi, Tensión Dramática y Ajuste) como las intervenciones solistas (Claudio Barile, Flauta; Nestor Garrote, Oboe; Fernando Chiappero, Corno), redondeando una actuación muy solida, justiceramente ovacionada. Totalmente compenetrado en lo suyo, Diemecke demostró que no necesita de golpes de efecto visuales para lograr cautivar a la audiencia con la calidad de su arte.
Donato Decina

Foto gentileza de Arnaldo Colombaroli
INTERPRETA OTELLO EN EL METROPOLITAN OPERA DE NUEVA YORK

Tiene fama de ser poco convencional. De romper esquemas. O "paciencias", como dice José Cura (Rosario, Argentina, 1962), tenor y "artista en todas sus ramas" desde el backstage del Metropolitan Opera de Nueva York, donde acaba de interpretarOtello. Pero no un Otello cualquiera: "El que represento ahora me ha llevado 15 años de madurez, así que tengo una autoridad tras el personaje que me permite hacer las cosas de cierta manera, y puedes estar de acuerdo o no, pero no decirme que estoy equivocado", explica a EXPANSIÓN.
Y es que su representación tampoco es convencional. "A mucha gente le ha molestado que yo recree a mi Otello como un ser vil, desagradable e inseguro". ¿Por qué? "Porque es una forma de arte que sigue pensando que el tenor es siempre el bueno; el barítono, el malo; la soprano, la pobrecita y la mezzosoprano, la prostituta… no puede ser, vivimos en una nube de pedos".
De ahí que el argentino, nacionalizado español, rompa esquemas. Pero no es un antojo, sino fruto de la reflexión. "Sin tener el don de la infalibilidad, mi análisis es que Otello es apóstata, ex musulmán y cristiano y es contratado para matar musulmanes, lo que le transforma en un traidor". Además, como no es veneciano, sino africano, no se pelea por defender a su patria, sino que es un soldado a sueldo, "un mercenario, un asesino".
Esta visión choca con lo tradicional, con quienes no comprenden la revolución que propone Cura para la ópera. "No son cambios, sino que se trata de hacer de una vez por todas lo que los compositores de las obras soñaban que se hiciera con ellas, sin miedo a que toda una cofradía de sacerdotes del oscurantismo vocal y operístico nos diga cómo hacer las cosas", apunta.
Entiende que hoy nadie diría a un actor de prosa que hable como en los años 40, pero "a nosotros sí". Así, mientras que el teatro, el ballet y el cine ya hicieron la revolución, "la ópera sigue anclada en los años 40 y 50". "¿Cómo no va a echar ahora para atrás la opera a la gente joven si llegas al teatro y ves a un señor parado en medio del escenario con los brazos abiertos, cantando a todo trapo con un cuchillo en la tripa?", se pregunta.
Elefantismo
La transformación no será sencilla, pues los clichés están "muy afincados". "Por ejemplo, mover una ópera requiere no menos de 250 personas, y, a más grande es el bulto, más imposible de frenar es la inercia", añade.
Aunque tampoco es fácil el propio género, pues requiere un esfuerzo. "Nos hemos escondido siempre en el argumento del elitismo del arte clásico para justificar nuestra vagancia para no acercarnos a él", dice. Y es que este arte tiene una condición: "El nivel de gozo que provoca es directamente proporcional al tiempo que hayas invertido en prepararte para entenderlo, porque no es obvio ni gratis". Ese esfuerzo es precisamente el que lo transforma en elitista.
Al otro lado del escenario, tiene un consejo para quien se inicia en la ópera, que toma prestado de Oscar Wilde: "Se tú mismo porque todos los demás ya están ocupados". "Se puede ir por la vida como clon o como individuo... Si gustas a todos es porque no haces nada nuevo y si no gustas a nadie es porque lo que haces es una porquería, así que hay que encontrar un 50%-50%".
Él mismo compromiso pone a sus personajes, que prepara "pedaleando, estudiando el libreto, dándole vueltas y mirando implicaciones". Ya al acabar su análisis, consulta la historia para ver si se equivocó en sus conclusiones. "Siempre lo miro al final, porque si lo haces al inicio concluyes lo mismo que otros». ¿Su favorito? "Los libretos que funcionan, que tienen continuidad y lógica, como Otello, Sansón, Carmen, Tosca…".
En la vida real, admira a "muchas personas", pero "no te digo quién porque si no la gente se pregunta porqué". Menos misterioso es lo que escucha uno de los grandes de la ópera en la radio de casa o en el coche. "Cuando trabajas en la música constantemente, tu música ideal es el silencio"
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