SOBRE "OPERA CLUB"

ÓPERA CLUB es un emprendimiento que nace el 17 de noviembre de 1990 a partir de un programa emitido por Radio Cultura. Este programa tuvo características muy especiales que lo transformaron, casi de inmediato, en el de mayor audiencia en su género.

Por primera vez se trataba el tema operístico con un absoluto desapego a las formas tradicionales de acartonamiento y solemnidad. Quedó en claro desde un principio que se trataba de un programa de ópera y no de cantantes –de estos últimos se ocupaba la mayoría-. Procedimos a lo que nuestro locutor de entonces (Mario Keegan) dio en llamar “derribando mitos” -desmitificar leyendas, anécdotas o lisas y llanas mentiras que con los años se convirtieron en falsas verdades-. Seguimos muy de cerca toda la actividad musical de Buenos Aires y La Plata poniendo muy especial énfasis en la promoción de los intérpretes jóvenes que estaban haciendo sus primeras armas –en la mayoría de los casos a puro pulmón- aunque sin descuidar las grandes figuras nacionales e internacionales que nos visitaban. Por último, el formato horario de cuatro horas nos permitió tratar amplia y distendidamente diferentes temas en un sólo programa desarrollado a través una conversación sin planificación previa entre dos a cinco co-conductores.

Todo esto nos puso en el primer lugar durante poco más de diez años. Diversos problemas –fundamentalmente económicos y de necesidades de programación de la radio- nos fueron acortando la duración y concluímos transmitiendo una hora a la medianoche del sábado. De esta manera fuimos perdiendo, junto con audiencia, nuestras características distintivas.

A partir de septiembre de 2012 nos mudamos a Radio Amadeus Cultura Musical recuperando nuestro formato original e intentando, de a poco y con mucho esfuerzo de todo tipo, retomar nuestro puesto de liderazgo –tarea nada fácil, por otra parte-.

Comencé diciendo que ÓPERA CLUB es un emprendimiento que nace a partir de un programa de radio. Esto es porque no es sólo un programa de radio –o, mejor dicho, el programa es casi como un pretexto-, sino un modo de unir a los oyentes tras un objetivo superior en común. El verdadero protagonista del programa no son ni los cantantes ni la música, son los oyentes –sus destinatarios y razón de ser-. Es por eso que los llamados telefónicos o mails son fundamentales para la concreción de lo que sale al aire. La audición es una excusa para que nos comuniquemos, nos conozcamos y podamos realizar y armar el programa y las actividades en forma conjunta.

Siempre me ha preocupado la incomunicación y soledad que aquejan a nuestra sociedad de manera cada vez mayor desde la segunda postguerra. Esta idea de nuclearnos bajo un interés u objetivo común es, para mí, un medio para paliar este terrible mal. Para esto, además del programa –y en lo personal más importante- son las diversas actividades que hemos venido realizando –con menor o mayor frecuencia- durante los últimos veintitrés años: encuentros, charlas, recitales, conferencia-debates, intercambio de material y, fundamentalmente, exhibición de videos (hoy DVDs) de diversas funciones operísticas –recuerdo con especial cariño el ciclo multitudinario que realizamos en el Centro Cultural General San Martín colmando ampliamente la capacidad plena de la Sala AB-. También estas actividades se vieron notablemente disminuídas con la anteriormente citada decadencia del programa –al que están intrínsecamente unidas-.

En esta nueva etapa muchas son las esperanzas y muchos los proyectos. La idea de congregarnos bajo nuestro amor a la ópera es, vuelvo a repetirlo, sólo un pretexto para encontrarnos virtual o realmente, tanto en nuestra relación comunicador-oyente como en forma personal. Este sitio, el Facebook y, en un futuro muy próximo, el Twitter serán nuestras herramientas virtuales a utilizarse en forma dinámica. Queremos crear un foro de debate y discusión a través del que no sólo hablemos de lo que nos gusta sino que intercambiemos ideas sobre políticas culturales. Necesitamos ampliar horizontes y promover los valores estéticos y culturales en los que se basan las obras de arte. De esta manera, a través de estos valores y del intercambio de ideas, iremos creciendo como personas y ayudando a crecer a nuestro entorno. Recordemos que los grandes cambios se producen, en general, a partir de los pequeños cambios individuales.

En cuanto al programa en sí mismo, posee una dinámica que va haciéndose cada vez más participativa –ya hemos desarrollado algunos temas propuestos por ustedes y esperamos una participación cada vez mayor-, poseemos también una enorme discoteca –probablemente la más grande de nuestro medio- con una cantidad de grabaciones que está muy holgadamente en la cantidad de cinco cifras y que abarca desde los primeros cilindros hasta las últimas funciones efectuadas en el mundo –a veces el mismo día de la emisión-, presentamos a las grandes figuras que nos visitan y hacemos una fuerte promoción de lo que están preparando los distintos grupos que han aparecido fuera del marco de los teatros oficiales y que es en donde realmente se encuentra el futuro.

La ópera es el centro pero no nos cerramos en ella. Abarcamos también los demás géneros vocales (opereta, zarzuela, oratorio, canción de cámara, sinfónico-vocal) y estamos, aún tímidamente y en muy pequeñas dosis, abriéndonos a todo el espectro de la música clásica (o académica –término que no me gusta pero al que adhiere muchísima gente-) En cuanto al período de lo que difundimos, es amplísimo y sin reservas ya que vamos desde la música medieval hasta las últimas manifestaciones de vanguardia.

En síntesis, estamos buscando crecer a partir del debate y la interacción. Considero que la relación estática con un oyente pasivo ya no es aceptable y pertenece a un tiempo que ya fue –no estoy valorizando, sólo presentando un hecho-. El piso de este proyecto es el que estamos transitando. El techo quisiera creer que no tiene límites (una sede propia, una emisora....).

Entre todos podemos lograrlo. Esto intenta ser un verdadero Club y les pido que se unan. Les garantizo que el crecimiento y el gozo serán ampliamente satisfactorios.


Dr. Roberto Luis Blanco Villalba


UNA CREACION DE ROBERTO BLANCO VILLALBA

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sábado, 4 de mayo de 2013


PARA ESCUCHAR

                                                           LA FALENA

Leyenda lírica en tres actos de Antonio Smareglia con libro de Silvio Benco.

El Rey Stellio                                                           Ruggero Bondino (Tenor)
El viejo Uberto                                                         Mario D’Anna (Baritono)
Albina, su hija                                                         Rita Lantieri (Soprano)
La Falena, espíritu maléfico                                  Leyla Gencer (Soprano)
Morio, viejo marino                                                 Aurio Tomisich (Bajo)
El ladrón                                                                 Dario Zerial (Tenor)
Voz interna de un marinero                                   Giuseppe Botta (Tenor)
Coro y Orquesta del Teatro Verdi de Trieste
Director: Gianandrea Gavazzeni
Grabación efectuada en el Teatro Verdi de Trieste el 18 de marzo de 1975


            El destino de Antonio Smareglia estuvo signado por la misma dualidad presentada por su Istria natal. Esta bellísima región, que perteneció alternativamente a Italia y al Imperio Austro-Húngaro y que en la actualidad está dividida entre la patria del Dante y Croacia, cabalgó siempre entre dos culturas.
Lo mismo le ocurrió a este excelente músico nacido en Pola en 1854 y que fuera enviado por sus padrea a Graz para estudiar ingeniería. Una vez en Austria tomó contacto con la música de Wagner y decidió, a los dieciocho años, trasladarse a Viena para realizar estudios musicales.
Con posterioridad eligió el Conservatorio de Milán, dado que en él prevalecía el temperamento italiano por sobre el ambiente germanófilo en el que se movía.
Allí, en la capital lombarda, fue alumno de Franco Faccio y Alberto Mazzuccato y tomó contacto con la famosa Scapigliatura, movimiento cultural que intentaba revitalizar el arte romántico y que diera figuras de gran importancia como, entre otros, Arrigo Boito, su hermano Camillo –estupendo escritor cuya novela Senso merece contarse entre lo más importante de la producción italiana de la segunda mitad del siglo XIX- o el pintor Tranquillo Cremona.
Smareglia egresó en 1875 y, cuatro años después, estrenó su primera ópera: Preziosa. A ésta le siguieron Bianca da Cervia, Re Nala, Il Vasallo di Sziget –estrenada en la Ópera de Viena en 1889-, Cornill Schut –que se ofreciera en el Teatro Nacional de Praga en 1893 y que luego fuera reelaborada con el título de I pittori fiaminghi-, Nozze istriane de 1895 –su trabajo más difundido-, La Falena, Oceana y Abisso.
En el año 1900 quedó ciego, pero no por eso dejó de trabajar. Su maravillosa memoria le permitía recordar escenas enteras del libreto que se le ofrecía y así, sentado frente al piano, tocaba y dictaba sus partituras. De esa forma compuso sus últimas dos óperas y, a pedido de Toscanini que lo tenía en muy alta estima, completó el Nerone de Boito.
En 1921 fue nombrado profesor del Conservatorio de Trieste, cargo que ocupó hasta su muerte en 1929.

Smareglia nació el mismo año que Catalania, músico con el que guarda muchos puntos de contacto aunque resulta mucho más interesante. Su estilo hiperromántico, que aúna el lirismo italiano con la densidad germana, su interés por los temas fantásticos y su no aceptación de los postulados tradicionales lo muestran como un continuador de la línea estética inaugurada por el malogrado compositor luqués.
El eterno conflicto entre las aspiraciones ideales del espíritu y las tentaciones de la carne fue profundamente sentido por Smareglia, que lo llevó por primera vez a escena en su Cornill Shut. Inmediatamente pensó que podía potenciar aún más este tema con una ópera basada en Las tentaciones de San Antonio de Gustave Flaubert. Aunque el proyecto no llegó a concretarse, la idea de la oposición espíritu-carne siguió interesándolo hasta sus últimos días.
Este tema tomó forma definitiva cuando, una vez radicado en Trieste, conoció al joven periodista y poeta Silvio Benco, fantasioso y refinado simbolista. En un período dominado por el verismo, Smareglia y Benco crearon una ópera totalmente original en un género a la vez fantástico y humano, enraizada en las antiguas tradiciones y leyendas de santos tentados por los demonios. La acción está referida a los primeros años de la era cristiana y la maléfica Falena es contrapuesta a la angelical figura de la piadosa virgen Albina, que con su perdón redime al pecador.
El estreno tuvo lugar en el Teatro Rossini de Venecia el 4 de septiembre de 1897 con un excelente reparto: la mezzo-soprano Alice Cucini en el rol central, la mítica Emma Carelli encarnando a Albina, Alfonso Garulli como Stellio y Vittorio Bombara  en Uberto con la dirección de Gialdino Gialdini. La obra fue representada en Roma en 1899 y en Triste ese mismo año y en 1911, 1930, 1947 y 1975. La Falena es la última obra que Smareglia escribiera sin ayuda. Las dos restantes (Oceana y Abisso) fueron compuestas luego de su ceguera. Es una partitura de enorme belleza. El alucinado y decadente simbolismo del texto se encuentra magníficamente reflejado en una música de avasallador lirismo, de una atmósfera onírica estupendamente enmarcada a través de una orquestación suntuosa y sumamente cuidada y de una escritura vocal intensa y de envolvente slancio.
Dejado de lado como otros importantes nombres de su generación o de la posterior (Martucci, Sgambatti, Pizzetti, Alfano, Zandonai, entre otros) Antonio Smareglia es uno de esos casos de injusticia artística en que suele caer Italia. Hoy los invitamos a tomar contacto con esta joya auténticamente italiana a la que los calificativos de wagneriana y germanófila con que fuera peyorativamente recibida no le caben de ninguna manera.

Argumento
            La acción de La Falena transcurre en un reino de la costa atlántica europea durante los primeros tiempos cristianos.
Acto 1º
Este acto se desarrolla en un bosque cercano al palacio del joven rey Stellio.
            Un grupo de muchachas que ha estado recogiendo flores se encuentra formando ramos mientras entonan una balada. Las encuentra Albina que, sobre un jazmín que le ofreciera una de las jóvenes, canta a la flor moribunda. Desde el mar se escucha la melancólica canción de un marinero, lo que la entristece aún más. Uberto, su anciano padre, la reprende por su costumbre de encontrar en cada cosa motivos de aflicción.
            Se reúnen campesinos y pescadores en espera de la vuelta del rey de su partida de caza. Los guardias traen a un ladrón que deberá ser juzgado por Stellio. Éste sale del bosque junto con su cortejo y todos se reúnen a su alrededor. El ladrón se vuelve hacia Albina, suplicándole que interceda a su favor. El soberano, ante el pedido de la joven, lo absuelve. Cuando todos se retiran y Albina está por seguir a su padre, Stellio la retiene y le confiesa su amor, que es correspondido.
            Absortos en su diálogo amoroso, ninguno advierte que anocheció. Cuando el rey está por besar a Albina surge de entre el follaje una criatura desconocida envuelta en un amplio manto que lo arranca de los brazos de su amada y lanza un desafío: ella es la hermosa, la fuerte, que hace arder los sentidos y destroza los corazones. Luego, mientras Albina retrocede temerosa, el espíritu maléfico –la Falena- extiende su manto sobre Stellio y hace caer sobre sus ojos un sueño hipnótico, exclamando que la noche lo requiere para sí. Después desaparece en el bosque.
            Albina, aterrorizada junto al durmiente Stellio, es encontrada por Uberto, que llama al pueblo. El anciano lanza sus imprecaciones contra los espíritus malignos mientras los demás rezan por la salud del rey, al que cuatro jóvenes alzan para llevarlo al palacio.
            La introducción nos pone frente al afiebrado y apasionado mundo de los espíritus nocturnos a través de un tenso discurso lírico, suntuosamente orquestado con un muy personal lenguaje armónico.
            La intensidad posrromántica de este fragmentos va calmando hasta disolverse en el delicado canto de las doncellas. La entrada de Albina da lugar a un breve y doliente monólogo cuyo triste carácter se acentúa con el melancólico canto del marinero.La adocenada reprimenda de Uberto precede a la escena del ladrón, espléndidamente subrayada por la orquesta. La entrada del rey presenta un brillo que la ubicaría entre una más de muchas escenas similares de la ópera tradicional. Sin embargo, pronto cambia el carácter dando lugar a extrañas armonías que preanuncian la “Turandot” pucciniana con treinta años de antelación. Con concisión y sin fáciles efectismos se desarrollan las escenas previas a muy bello dúo “Ti rimirai vivente”, donde hay momentos de especial encanto poético.
            El clima cambia súbitamente con la aparición de la Falena, que opone su ardiente e intensa voluptuosidad con la ingenuidad con que es tratada la figura de Albina. Este momento vuelve a ubicarnos en el mundo fantástico anunciado en la introducción.
            El posterior díalogo entre Uberto y su hija peca de falta de interés debido a la reiteración de fórmulas melódicas y armónicas. La entrada del pueble cierra el acto con una convencional pero bella plegaria.
Acto 2º
Los sucesos de este acto tienen lugar en el antro de la Falena.
            La Falena espera ansiosamente la llegada de Stellio. Cuando entra se le acerca sensualmente, provocándolo y arrojándose a sus brazos. Stellio, haciendo un supremo esfuerzo por resistir, invoca el nombre de Albina. La Falena, entonces, lo induce a beber una copa de vino de sus ánforas, después de lo cual ella le parece de una belleza incomparable. Su apasionado abrazo es interrumpido por la entrada de Uberto. La Falena le arranca al rey la promesa de matar al viejo.
            Éste intenta, vanamente, convencerlo para que abandone ese lugar maldito. Stellio es sordo a sus plegarias y, cuando Uberto intenta llevárselo por la fuerza, la Falena saca de la cintura del monarca un cuchillo y se lo pone en la mano; luego lo arroja sobre Uberto, que cae apuñalado-
            Stellio fija horrorizado su mirada en sus manos ensangrentadas pero la Falena lo incita a seguir bebiendo su vino adormecedor. La angustia de Stellio se aplaca y tiene una visión de Fata Morgana. Azules colinas de una isla encantada surgen del mar, con castillos orlados de gemas bajo un cielo de oro. Pero cuando Stellio alza las manos para acariciar a la Falena la visión se desvanece vuelve a ver la sangre, pidiendo agua para lavarla.
            Corriendo una roca con el pie, hace surgir un hilo de agua y desata sus trenzas. Stellio juega voluptuosamente con los cabellos y el agua hasta que se da cuenta que, por más que intente hacerlas desparecer, las manchas de sangre permanecen en sus manos. En medio de una creciente angustia, los remordimientos se agolpan en su mente y cree oír un llanto proveniente del bosque. La Falena trata de que no lo escuche, pero él piensa que es el llanto de Albina y lo invade un enloquecido terror. Ambos huyen del lugar en un paroxismo de angustia.
            La introducción muestra, una vez más, la maestría de Smareglia en el arte orquestal y nos presenta el tenebroso y fantasmagórico mundo de la Falena, cuyo carácter queda magníficamente delineado en su intenso monólogo “Balzato è dal giaciglio”. La entrada de Stellio da lugar a un dúo demasiado extenso y repetitivo. La entrada de Uberto y el trío siguiente desembocan en la concisa y dramática muerte del anciano.
            Sigue otro largo dúo entre Stellio y la Falena. Toda la magia y el irreal y onírico mundo demoníaco está representado en una página de fuerte poder evocativo, exigente vocalismo y orquestación palpitante y de gran riqueza tímbrica, que cierra el acto
Acto 3º
Una playa junto al mar a la salida del bosque, cerca del palacio.
            El viejo marino Morio narra a los pescadores las aventuras corridas en los viajes que realizara durante su juventud. Después va a descansar a su barca mientras los demás tienden sus redes. La escena es invadida por los cazadores y el pueblo, que han salido en busca del rey Stellio y de Uberto.
            Mientras todos entran en el bosque, salen por otro lado la Falena y Stellio. Con las primeras luces del alba comienza a desvanecerse la fascinación de la Falena, que se hace cada vez más transparente. Ella sigue intentando exaltar a Stellio y le sugiere que parta en la nave de Morio. Llamado por el rey, el marino ve como el espíritu se disuelve en la creciente luz de la aurora. Le explica al monarca que esa era una fantástica criatura nocturna que hace pecar a los hombres con oscuros maleficios y que quien haya pasado la noche con ella se encuentra condenado.
            Ante el llamado de Morio acude todo el pueblo. El rey se arrodilla y se confiesa delante de ellos. Al llegar Albina le muestra las manos ensangrentadas, diciéndole que es la sangre de su padre. El pueblo, horrorizado, se aleja de él, Stellio pide desesperadamente que alguno le dé muerte. Albina se le acerca, le besa los cabellos y le dice que con ese beso lo ha salvado. Luego cae muerta. Stellio, llorando, se arroja sobre el cuerpo de su amada.
            El carácter diverso de este acto final se presenta a través de una breve y diáfana introducción.
            El anodino relato de Morio es seguido por las anhelantes frases del coro buscando a su rey. Éste aparece en compañía de la Falena y, nuevamente, un lenguaje de intenso apasionamiento se adueña de la acción. Escaso interés presentan la disolución de la protagonista y las frases de Morio describiendo el pecado cometido que preparan la desgarradora confesión del rey. La escena final presenta los lamentos del pueblo, la maldición de Morio a la Falena y el doloroso perdón de Albina con el resultado de una grandeza verdaderamente conmovedora.
                                                   
Roberto Luis Blanco Villalba

UNA PRIMAVERA EN OTOÑO NO HARA JAMAS UN VERANO


Concierto a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Alexis Soriano. Solista: Pascal Roge (Piano). Programa: Gilardo Gilardi: “Gaucho con Botas Nuevas”. Wolfang Amadeus Mozart: Rondo para Piano y Orquesta en La Mayor K 386. Francís Poulenc: Concierto para Piano y Orquesta. Robert Schumann: Sinfonía N°1 “Primavera”. Teatro Colón 02/05/13.


El porque titulo de esta manera mi crónica, remite al nombre que se le impuso a esta velada: “Primavera en Otoño” y juego con El, parafraseando al dicho que dice que “Una golondrina no hace verano”. Pues bién, ya que las otras estaciones no hacen un verano, esta velada tampoco lo hará y más bien en las próximas semanas la misma agrupación con sus próximos conciertos harán borrar de la memoria de los asistentes la floja perfomance oída el Jueves pasado.

   La “humorada sinfónica”(como el Compositor la tituló) “Gaucho con botas nuevas” fue escrita por Gilardo Gilardi en la década del treinta del siglo pasado y en su programa nos cuenta en música la estampa de un gaucho de Ntras. Pampas, orgulloso de su porte y de esas botas que está estrenando para salir con su “prienda”. Hemos escuchado muchas versiones, las mas de las cuales se redujeron a lecturas rutinarias, mas por el compromiso de abordar una obra argentina al abrir una velada. Aquí , sorprendentemente, encontré lo mejor de la noche. Justa y Equilibrada serían los calificativos que mejor encuadran para la versión ofrecida, con un respeto del Director por la “síncopa” argentina, pero carente de “chispa”, dado que necesitaría más tiempo para empaparse en la verdadera idiosincrasia sobre la cual la música está escrita. Aun así celebro el esfuerzo de hacer lo mejor posible las cosas y valió.
  Que Pascal Rogé es uno de los solistas más valorados en los últimos tiempos por el público porteño no es ninguna novedad. Sabido es que cuando aborda una partitura francesa genera expectativas. Había antes un Mozart y la impresión es que fue una lectura de compromiso, tanto de la Orquesta, que al menos sonó pulcra,  y un Rogé llamativamente impreciso y por momentos incómodo. Creo que la obra debería haberse suprimido del concierto. No aportó nada y, al contrario, dejó al desnudo una fragilidad alarmante. Que bien pudo condicionar la obra posterior, el concierto para Piano y Orqueta de Francis Poulenc que nos dio por un lado al mejor Rogé, haciendo gala tanto de sus condiciones interpretativas como de la generación de “climas” que efectúa en cada obra que aborda, pero por el otro, un esfuerzo por encontrar estilo y que las cosas lleguen a buen puerto. Faltó mucho juego, tanto como en las citas irreverentes al neoclasicismo a las que el compositor era adícto , como a los “tempi” “jazzísticos” que Poulenc incluye en la obra.  En resumen Roge, estaba en la obra. Soriano, preocupado porque no la encontraba. Con todo el francés tuvo tiempo de desquitarse con una versión “soberbia” de la primera de las “Gymnopedies” de Eric Satie en la que puso todos los condimentos que elogio en los párrafos anteriores,  a modo de bis.

     La sesión cerró con una poco imaginativa y por momentos desbordada versión de la Primera sinfonía “Primavera” de Robert Schumann que hizo  dar el nombre de “Primavera en Otoño” a la temática de la sesión. A una fanfarria inicial más digna de un Rimsky pero que nada tiene que ver con Schumann, siguió una serie de desbordes de todos los sectores y a un Director preocupado por amalgamar a las familias de instrumentos y llevar adelante las cosas lo mejor posible. Solo en el tercer movimiento logró a medias una aproximación apenas discreta a Schumann y encontrar el estilo. Demasiado poco para abordar la obra de un Gigante de la Musica.

                                                                      DONATO DECINA
Foto: Gentileza Arnaldo Colombaroli

NAGANO Y LA SYMPHONIQUE DE MONTREAL REVIVIERON EL COLON DE LAS GRANDES NOCHES


Mozarteum Argentino, Función N° 2 del Segundo Ciclo de Conciertos. Actuación de La Orchestre Symphonique de Montreal, Director: Kent Nagano. Solísta: Andrew Wan (Violín). Programa: Berlioz: Obertura “El Corsario”. Ravel: “Tzigane”, para Violín y Orquesta. Stravinsky: Suite de “El Pajaro de Fuego” (Versión 1919). Rimsky - Korsakov: “Scheherazade”, Suite Sinfónica. Teatro Colón (30/04/13).

Cuando se conoció la programación de Esta temporada por parte del Mozarteum Argentino y se anunció la presentación de la Symphonique de Montreal con Kent Nagano en el podio, se vislumbró desde un principio que iba a ser uno de los grandes acontecimientos del año. Visto en eventos, en funciones de opera, ya sea en Dvd’s o en la Televisión por cable, el Conductor impresionaba por su técnica y el sonido que emanaban las formaciones que El dirigía. Aún mas, teniendo este  cronista fresco en la memoria el sonido de la Deutsches Symphonie de Berlín, de la que Nagano es titular honorario, en su visita del año pasado para Nuova Harmonía, cabe preguntarme cuanto hubo de Ashkenazy, pero mas, cuanto había también del sonido Nagano en esa refinadísima 5ta. de Mahler oída el año pasado. El reto era escucharlo en vivo y en la sala del Colón. Fui con la expectativa de concurrir a una de esas grandes noches que no vivía desde el 2010 con las presentaciones de Daniel Barenboim y Zubin Mehta en  la sala. Afortunadamente tenía razón, no me equivoqué.

Sín duda era el nombre que faltaba de los grandes Directores actuales para presentarse en la sala de la calle Libertad, Nagano es un Director que permanece concentrado en sus gestos. Que no será vistoso o fogoso a la vista del público que se da cita en el auditorio, pero que en el resultado final uno quedará asombrado por su refinamiento, precisión, seguridad, y una increíble sapiencia para extraer de cada obra hasta el fondo a través de un concienzudo estudio del estilo de cada una de las que integraron el programa dándoles, fundamentalmente, vida. Pocas veces se ha escuchado un Berlioz, ya sea la abordada obertura “El Corsario” o cualquiera de sus obras, con tanta justeza de tiempos, riqueza de matices, equilibrio y elegancia en la interpretación. “Tzigane” de Ravel, es una obra que requiere un solista que guste y se empape en el estilo “Gitano”, ya que ese es el gen que la inspiró. Nagano confió para ello en Andrew Wan, joven violinista de ascendencia oriental, formado en Estados Unidos y Concertino de la agrupación visitante desde el año 2008. Ha recibido en préstamo un Bergonzi de 1744, que sonó en el Colón de una manera impecable, límpia, transparente. En resumen, una muy buena técnica, tal vez faltándole un poquito mas para un sonido “Gitano”, aunque esto de ninguna manera empaña su actuación. El público recibió muy bien la interpretación y hasta pedía un bis, pero sín saber que quedaba mas Wan para la segunda parte. El tramo inicial se cerró con una bienvenida suite de “El Pajaro de Fuego” en su versión original de 1919, rica en orquestación y que al menos a mi gusto,  a la interpretación ofrecida,  solo la supera la que en la misma sala brindara Lorín Maazel en su histórica actuación del  Sabado 21 de Setiembre de 1985 al frente de la Filarmónica de Viena. Aquí Nagano mostró toda la paleta de color, matices y planos sonoros que la partitura ofrece, sacándole un sonido, homogéneo,  pulcro, refinado al máximo, brillante y no estridente que capturó de inmediato la atención del auditorio al que cautivó de manera definitiva, haciéndolo estallar en una justiciera y justificada ovación, la primera que la noche tendría.


     La Segunda parte quedó reservada para “Scheherazade” de Nikolai Rimsky-Korsakov, obra de brillante orquestación que requiere de un conjunto casi virtuoso para su interpretación. Aquí se ha escuchado hasta a las mismísimas orquestas rusas y  a directores de la misma nacionalidad, derrapando en las versiones por los motivos que fueren. Aquí hubo virtuosismo.

Con Andrew Wan, ahora en su rol de Concertino, sentado como corresponde en el primer atril, Nagano comenzó a desandar el camino y logró en su versión incluirle todos los aspectos que he elogiado ampliamente en mis párrafos anteriores y que serían reiterativos mencionar. Prefiero, para no abrumar, elogiar la perfecta intervención de Wan como solista que la cerró con un extenso y brillante  arco final y a cada uno de los solistas intervinientes en la obra que también hicieron lo suyo de manera precisa y efectiva. Entre todos contribuyeron para que Nagano construyera una versión maravillosa, rica en matices y colores, que electrizó a los concurrentes y que obligaron al Director a retribuir con generosísimos tres bises que dieron lugar a mucha más tela para cortar.
Veamos. Pocas veces se ha escuchado una versión tan pulcra, justa y efectiva de la Obertura de “Guillermo Tell” de Rossini. Esta misma agrupación la hizo con Charles Dutoit en su anterior visita. Más aún, el mismo Riccardo Muti la abordo con la Filarmónica de la “Scala” milanesa. Ninguno de los dos llegó a la cima interpretativa de Nagano con el plus de un solista de Cello que hizo su parte de manera magistral, asistido de igual forma por sus compañeros al final de la misma, demostrando la calidad de la sección. Una “Farándula” de “La Arlesiana” de Bizet que hizo vibrar a la concurrencia tato o más que la Philarmonique de Radio France hace tres años y esto es porque Nagano es mucho más director que Myung Wung Chung, el encargado de aquella versión. Y el cierre de los bises, a esta altura ya abundantemente generosos, lo tuvimos con las variaciones finales del Bolero de Ravel desde la altura del ataque de la sección de primeros violines llevando el tema inicial.  Aquí el tema fue que, desde mi humilde óptica, faltó un poquito más de brillo, pero a esa altura de la velada sería injusto pedir  más, y lo más exacto es dejar el crédito abierto para que lo hagan en una, ojalá, próxima visita de manera completa.

    No se puede pedir más. Fui a buscar excelencia. La Encontré. ¿Qué les parece?

                                                                                                      DONATO DECINA 
Foto: Gemtileza Arnaldo Colombaroli 

viernes, 3 de mayo de 2013

EXCELENTE SOLISTA EN UN MUY BUEN CONCIERTO


El gaucho con botas nuevas (Gilardo Gilardi), Rondò en La Mayor K 386 (Wolfgang Amadeus Mozart), Concierto para piano y orquesta (Francis Poulenc), Sinfonía Nº 1 en Si bemol Mayor Op. 38 “Primavera” (Robert Schumann). Fuera de programa: Gymnopédie Nº 1 (Eric Satie)
OFBA. Director: Alexis Soriano. Piano: Pascal Rogé.
Teatro Colón, 2 de mayo de 2013
               


                ¡Por Dios, qué pianista!!!!  Quienes me conocen saben que no me gusta atenerme a regla o normas y que realmente no me importa comenzar así una crítica y, es más, si a alguno le molesta me hace sentir un poco mejor.
                Es que lo que hizo el jueves Pascal Rogé en el Colón excede cualquier tipo de apreciación objetiva. Y si alguno pudo hacerla lo descalifico como oyente. Ante tamaña demostración de cualidades artísticas e interpretativas todo lo demás queda, necesariamente, en segundo plano.
Si un crítico pierde la capacidad de emocionarse, mejor sería que dejase de escribir. El hecho artístico no depende de una nota errada o un acento distinto al que figura en la partitura, sino del resultado general. Lo que importa es el concepto y el haber traducido –o no- el espíritu del autor.
Quien haya perdido la capacidad de emocionarse, dejado de lado el abrirse –no el aceptar ciegamente- a lo nuevo, el poder escuchar una obra muy oída como si fuera casi la primera vez, debería replantearse lo que está haciendo y dedicarse a otra cosa. Por otro lado, la proliferación de blogs y otras yerbas virtuales y la idea de que la democracia y la libertad permite que cualquier persona que no sepa nada sobre un tema opine y pontifique sobre cosas de las que no sabe han desprestigiado absolutamente la labor del crítico. Si un profesor de historia, un arquitecto, una abogada o un médico que no saben música, ni canto, ni piano, ni castañuelas dogmatizan sobre el tema es porque el rumbo se ha perdido. Yo escucho regularmente en mis charlas, cursos, presentaciones o lo que sea decir “¡qué buena técnica!” a personas que positivamente sé que no tienen la menor idea de ello. Si a eso le unimos que algunos críticos sufren de complejo de Dios, en un punto creo que estamos fritos. Cuando tres nombre importantes –uno de ellos el de los dos o tres que más respeto- ante el infame –conceptualmente y como realización- “Colón Ring” –o “Anillito”, como cruel y certeramente lo bautizó el público- aseveraron, sin esgrimir ningún argumento, que “Siegfried” es una obra menor sentí una profunda vergüenza ajena y me replantée si no había tirado por la borda cuarenta y cinco de mis sesenta y dos años de vida dedicándome a esto.
                Obviamente, un grupo de ineptos y de soberbios no me apartan de mi vocación y vuelvo a comenzar: ¡Qué pedazo de pianista!
                El que Rogé sea un viejo y asiduo conocido no impide que uno se maraville ante cada una de sus interpretaciones. Su técnica está totalmente fuera de discusión: es perfecta. Ya conocemos y hemos hablado de la belleza de su sonido, de su toque diáfano pero no blando, de la increíble agilidad, de la casi incomprensible diafanidad de sus texturas. Es, sin lugar a dudas, una de los cuatro o seis más grandes –sin entrar en la estupidez de lo mediático- pianistas del momento –título que viene ostentando hace décadas, lo cual lo exime de ser un “producto armado” para snobs como Lan o Volodos- y otra vez volvió a revelarlo.
                Después de una exquisita versión de un Mozart menor, nos entregó un Poulenc de antología –sólo superado por su grabación con Dutoit- y la mejor “Gymnopédie” que jamás haya escuchado. El Concierto no tiene secretos para él y, literalmente, lo “jugó”, lo llenó de matices, de intenciones y nos regaló una visión de la obra decididamente soñada.
                A esto se sumó, además, una dirección sensible y plana de lirismo del español Alexis Soriano, que alcanzó su mayor nivel de la noche. Ésta había comenzado con un muy buen “Gaucho con botas nuevas” –una de las máximas obras de nuestra historia musical- y se cerró con una una muy particular visión Biedermayer –que yo creo que es la correcta- de la  “Sinfonía Primavera”.
                Decir que el desempeño de la OFBA fue magnífico es una redundancia pero no está de más hacerlo. De cualquier manera, extraño el muy personal sonido que consigue con otros directores.
                                                                                  Roberto Luis Blanco Villalba
FOTO: GENTILEZA ARNALDO COLOMBAROLI

miércoles, 1 de mayo de 2013

WAGNER POR WAGNER - Introduciendonos en el Bicentenario


                Solamente veo que el estado normal de mi naturaleza es la exaltación, mientras que la calma común es su estado anormal. Efectivamente, sólo me encuentro bien cuando estoy “fuera de mí”: entonces estoy todo conmigo. Si Goethe era distinto, no lo envidio por eso, como tampoco quisiera cambiarme con nadie. Cuando compongo, todo lo que anoto es superlativo”.
               (citado por H. Unger en “Lebendige Musik in zwei Jahrtausenden”)

                Es difícil imaginarse claramente en qué forma la música ha dispuesto, desde siempre, su poder especial frente al mundo de los fenómenos. Debemos suponer que la música de los helenos traspasaba íntimamente ese mundo y que se mezcló con las leyes de su perceptibilidad. Los números de Pitágoras sólo serían perceptibles mediante la música. Según las leyes de la euritmia edificaba el arquitecto; según las de la armonía conformaba el escultor la figura humana; las reglas de la melodía transformaban al poeta en cantante y, a partir del canto coral, se proyectó el drama sobre el escenario.
                En todas partes vemos la ley interna, sólo comprensible por el espíritu de la música, dirigiendo la ley externa que ordena el mundo de la intuición. En el auténtico estado dórico antiguo que Platón tratara de perpetuar mediante la filosofía en aras del concepto, la organización guerrera y la batalla, eran dirigidas por las leyes de la música con la misma seguridad que la danza. Pero el paraíso se perdió: aquella fuente primera del movimiento de un mundo llegó a agotarse. Éste se movía –como la bola después del impulso inicial- en el torbellino oscilatorio radial, pero sin que dentro de ella obrase fuente impelente alguna. Pero cuando ese impulso cesó tuvo que paralizarse también el movimiento. Y sería así hasta que el alma del mundo fuese resucitada.
                El espíritu del cristianismo resucitó el alma de la música. Ésta transformó el ojo del pintor italiano y entusiasmó su vista instándola a penetrar  a través de la simple apariencia de las cosas hasta su alma, hasta el espíritu del cristianismo ya presente en la Iglesia. Los grandes pintores eran casi todos músicos y el espíritu de la música es el que nos hace olvidar qué es lo que estamos viendo cuando permanecemos absortos frente a sus santos y mártires.
                                                                                                                         (“Beethoven”, 1870)


                Creo en Dios, en Mozart y en Beethoven, igualmente en sus discípulos y apóstoles. Creo en el Espíritu Santo y en la verdad del arte único e indiviso. Creo que este arte emana de Dios y que vive en los corazones de todos los hombres iluminados. Creo que quien se ha regalado una vez con los sublimes placeres de este elevado arte, deberá serle adicto eternamente y que jamás podrá renegar de él. Creo que todos alcanzarán la salvación mediante este arte y que, por consiguiente, a cada cual le será permitido morirse de hambre por él. Creo que en la tierra fui un acorde disonante que será disuelto de inmediato por la muerte en forma magnífica y pura.
Creo en un Juicio final que castigará terriblemente a aquellos que se atrevieron a lucrar con este con este arte elevado y puro, a los que lo vejaron y deshonraron por maldad del corazón e indignas ansias sensuales. Creo que serán condenados a escuchar eternamente su propia música. Creo, en cambio, que los discípulos fieles al divino arte estarán radiantes, en un divino tejido de armonías iluminadas por el sol, reunidos con el divino manantial de todas las armonías para la eternidad. Que me sea deparado un destino clemente. ¡Amén!
                                                                                                      (“Ein Ende in Paris, 1841”)
                (Mozart) Lo más importante y decisivo para la música lo realizó indudablemente en el campo de la ópera; pero no llegó a influir con plena autoridad poética en la configuración de la misma, sino que realizó únicamente lo que le resultaba posible según la mera capacidad musical –recogiendo inalterada la intención poética tal cómo y dónde la encontraba- con tal abundancia que, en ninguna de sus composiciones puramente musicales y tampoco particularmente  en las instrumentales, hallamos tanta riqueza y tan desarrollada como en las óperas.
                La grande, noble y sensible candidez de su instinto puramente musical –es decir, la posesión de la esencia de su arte- hasta le impidió producir, como compositor, efectos preciosos de poesía opaca e insignificante. ¡Qué poco sabía éste –el más dotado de todos los músicos- de la destreza de nuestros modernos fabricantes de música, que erigen brillantes y relumbrantes torres musicales sobre un fundamento mísero, indigno, y que simulan éxtasis y entusiasmo allí donde toda la poesía es hueca y vacía, solo para demostrar que el músico es el personaje principal que puede hacerlo todo –hasta de la nada- a semejanza de Dios!
                ¡Oh cuánto amo a Mozart y cuánto lo venero porque no pudo inventar para el Titus una música como la del Don Juan, y para Così fan tutte una como la del Fígaro!. ¡Cuánto se habría deshonrado la música con esto!. Mozart siempre hacía música; pero sólo podía escribir bella música cuando se encontraba entusiasmado. Si es verdad que este entusiasmo debía surgir de lo más íntimo de su ser, es verdad que sólo estallaba, radiante y luminoso, cuando se sentía encendido desde afuera; cuando el genio del amor celestial divisaba, desde adentro, el objeto el objeto enamorable a quien él, olvidado de sí mismo, podía abrazar.
                Y hubiera podido ser el más absoluto de todos los músicos. El que habría resuelto para nosotros desde hace ya mucho tiempo el problema de la ópera, es decir, el que nos habría ayudado a componer el más veraz, el más hermoso y perfecto drama, si hubiese encontrado un poeta al que él, como músico, sólo hubiese tenido que prestar ayuda
                Así Mozart sólo puso al descubierto la inagotable capacidad de la música, capaz de responder a cualquier exigencia del poeta, a sui capacidad expresiva, con increíble abundancia. Además, en un proceso reflexivo, el extraordinario músico también había descubierto la capacidad de la música para expresar el realismo mediante la interpretación dramática y a través de una infinita variedad de motivos. Y todo esto en medida mucho mayor que Gluck y todos sus sucesores.
                Había, sin embargo, algo fundamental que estaba tan poco expresado en las obras y creaciones de Mozart, que las potentes oscilaciones de su genio dejaron intacta la armazón formal de la ópera: volcó en las formas poéticas el torrente de fuego de su música; pero aquellas eran incapaces de sujetar ese torrente, por lo cual éste se evadió de las mismas, obedeciendo a su deseo natural de librarse siempre de toda traba, ensanchándose hasta que volvemos a encontrarlo, transformado en un potente mar, en las sinfonías de Beethoven”
                                                                                                                (“Ein Ende in Paris”, 1841)

                ¡Cuánto nos acerca el elemento maravillosamente expresivo de la música al supremo escalón imaginable de la perfección artística! Ella ennoblece al más vulgar de los seres que esté ejecutando música de tal modo que, aquel que por lo general se muestra atento a los motivos más fútiles, cae en un evidente éxtasis que lo eleva muy por encima de su propia naturaleza. ¡Qué bello, qué importante, qué decisivo para toda la cultura que la humanidad anhela, es poder dirigir y dominar, desde este elemento, la dirección de sus percepciones,hasta su consciente sensibilidad y pensamiento.
                         (Carta a Ludwig II del 2 de diciembre de 1860)

                En su soledad, la música ha creado un órgano capaz de la más extraordinaria expresión: la orquesta. El idioma de Beethoven , introducido en el drama por la orquesta, es una circunstancia esencial, nueva para la obra de arte dramática… La orquesta representa, por decirlo así, el fondo de un sentimiento inacabable y general del que puede nacer el sentimiento individual de cada artista en suprema abundancia: disuelve, en cierto modo, el fondo rígido, inmóvil de la escena verdadera en una superficie líquida, blanda, flexible, impresionable, etérea, cuya base inmensurable es el mar del sentimiento mismo.
                                                                                               (“Das Kunstwerk  der Zukunft”, 1860)

                La grandeza del poeta puede, en realidad, medirse mejor por lo que calla, tratando asimismo de que no diga callando lo inexpresable. El músico es el que ahora nos hace escuchar, en vivas melodías, lo inexplicado. Y la forma infalible de su silencio altisonante es la melodía infinita.
                Necesariamente el sinfonista no podría configurar esta melodía sin valerse de su instrumento particular; este instrumento es la orquesta. Pero no necesito recalcar que deberá emplearlo de manera muy distinta del compositor de óperas italiano, en cuyas manos la orquesta no era más que una guitarra monstruosa para acompañamiento de un aria.
                Con el drama en que he pensado, se hallará la orquesta en una relación parecida a la que tenía el coro trágico de los griegos frente a la acción dramática. Éste se encontraba siempre allí; ante sus ojos se exponían los motivos de la acción precedente; él trataba de indagar esos motivos y, sobre la base de ellos, se formaba un juicio sobre las acciones. Pero este coro participaba, en general, de modo reflejo, permaneciendo extraño a la acción como también a sus motivos.
                La orquesta del sinfonista moderno estará, en cambio, tan íntimamente relacionada con los motivos de la acción que, por un lado, facilitará la expresión definida de la melodía actuando como armonía personificada, mientras que, por otro lado, mantendrá la armonía en ininterrumpido movimiento, comunicando así al sentimiento los motivos, con insistencia convincente.
                                                                                                                   (“Zukunftsmusik”, 1860)

                La nueva forma de la música dramática debe presentar la unidad sinfónica para que, como música, vuelva a constituir una obra de arte. Y esto se logra si ella se extiende sobre todo el drama, en íntima conexión, y no solamente sobre partes aisladas elegidas arbitrariamente. Esta unidad se presenta en un tejido de temas fundamentales que se extienden a través de toda la obra de arte y que separan, enfrentan, complementan y combinan nuevamente, como ocurre en la composición sinfónica, sólo que aquí es la acción dramática la que dicta las leyes mientras que originariamente provenían de los movimientos de la danza.
                                                                                                              (“Opera und Drama”, 1851)

                Con referencia a esta obra (Tristan und Isolde), admito que se formulen las más severas exigencias que emanan de mis afirmaciones teóricas. No porque la haya configurado según mi sistema, sino porque en ella he procedido por fin con absoluta libertad y completa desconsideración   hacia cualquier reparo teórico, de modo que, durante la representación, pude darme cuenta en qué medida sobrepasé mi sistema. Créame usted: no hay satisfacción mayor que esta desaprensión que yo he experimentado al crear mi Tristán.
                                                                                       (“Zukunftsmusik”, 1860)

JANOS STARKER


                                        (Budapest, 5 de julio de 1924 – Bloomington, Indiana, 28 de abril de 2013)           

 Existen en la vida de un espectador momentos tan mágicos  y perfectos –pocos en realidad- que quedan grabados en su memoria para siempre como los de mayor goce estético que haya disfrutado. En mi caso estos no llegan a la decena y, entre ellos, figura una noche de 1974 en que Janos Starker en el Coliseo interpretó la “Sonata” de Zoltan Kodaly. Fue tan enorme la conmoción que me provocara la intensidad de uno de los escasos artistas de verdad y con mayúsculas que uno pudiera conocer, que salí de la sala casi flotando en una nube antes de que algún bis exhibicionista pudiera tirar abajo la maravillosa sensación que me había dejado el recital (la primera parte fueron dos suites de Bach).
            Quise comenzar así, con un recuerdo personal, estas breves líneas porque Starker fue, sin lugar a dudas, uno de los más grandes músicos que tuviera la suerte de apreciar. Judío húngaro, sobrevivió al campo de concentración –no así su familia- y, tenazmente, decidió que debía dar todo de sí para que esa supervivencia valiera la pena. ¡Y vaya que lo consiguió!, se convirtió en el más grande violoncellista de la historia luego del mítico Rostropovich.
            Comenzó sus estudios muy chico -a los cinco años -ingresando en la Academia Franz Liszt de Budapest, donde estudió con Adolf Schiffer –que, a su vez fuera alumno nada menos que de David Popper, una de las máximas figuras del cello del siglo XIX-. Así entendemos su imperiosa necesidad de hacer música y su inquebrantable compromiso con ella.
            En 1948 se radicó en los Estados Unidos –cuya ciudadanía adoptó- siendo primer cello de las orquestas del  Met, Dallas y Chicago. Diez años después se radicó en Bloomington (Indiana) dedicándose a su mayor pasión: la enseñanza. Desde ese año y hasta poco antes de su muerte fue profesor en la Jacobs School of Music de la Universidad local. Al mismo tiempo desarrolló su carrera como solista que ,debido a su precaria salud, abandonó en 2005. En una ocasión dijo:”nací para ser maestro. Muchos cuestionaron la validez de esta afirmación porque ofrecí, tres, cuatro, cinco mil conciertos en toda mi vida. Pero el hecho es que creo que he sido puesto sobre la tierra para enseñar”.
            Lo primero que impactaba al oír a Starker era su sonido. Éste era penetrante, purísimo, de gran belleza y de un volumen amplio y poderoso –en especial en los graves, verdaderamente sobrecogedores-. A esto hay que unir una afinación perfecta, una técnica sin fisuras, una profunda musicalidad, una concentración casi sobrehumanas y una mano izquiera que era, sencillamente, milagrosa.
            Un compositor muy amigo me envió un mensaje con el que quiero cerrar este pequeño homenaje: Gloria eterna a ti, Janos

                                                                               Roberto Luis Blanco Villalba


Dejo la dirección para que puedan leer una interesantísima entrevista que se le realizara en 2002:

Además, para poder disfrtuarlo:


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ESCRIBANOS A operaclubradio@gmail.com