Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, Director: Enrique
Arturo Diemecke. Solistas: Mariano Rey (Clarinete), Gabriel La Rocca (Fagot). Programa: Richard Strauss: Dueto
Concertino en Fa mayor, para Clarinete, Fagot, Orquesta de cuerdas y Arpa,
Op.147. Anton Bruckner: Sinfonía Nº 8 en Do menor. Teatro Colón: 14/08/14.
Después del “Vendaval
Barenboim”, la vuelta a la vida musical cotidiana, y, sin solución de continuidad, la Filarmónica
ofreció su onceavo concierto de abono con una programación interesantemente
estructurada. Sabido es que a Enrique Arturo Diemecke le gusta programar
mayoritariamente mas de una obra por concierto. Es un enfoque valedero, al que
teniendo en cuenta que la obra de fondo era nada menos que la octava de
Bruckner, el recuerdo casi inmediato fue el de la actuación de 1987 de Zubin
Mehta para el Mozarteum en el Colón, en el que el Director Indio la ofreció en
su última visita con la New York Philarmonic, junto con un concierto de Mozart
para Oboe y Orquesta. Aquí se optó por una Obra tardía de Richard Strauss como
lo es el Dueto Concertino para Clarinete, Fagot, Orquesta de Cuerdas y Arpa. Si
se mira bién, Bruckner, Strauss (cronológicamente, la siguiente generación al
maestro de Sankt Florian), interesante combinación, aunque con semejante
catedral sonora de fondo, lo deseable hubiese sido que se la escuchara sola.
La obra de Strauss
tuvo en Mariano Rey en Clarinete y a Gabriel La Rocca en Fagot, como
interpretes ideales. Tantos años complementándose como interpretes de fila de
vientos en Filarmónica, Quinteto Filarmónico y otras agrupaciones de Cámara, no
hizo mas que ratificar la calidad de ambos para una obra simpática, que no pasa
de allí, porque ya es un ejercicio compositivo de un veterano Richard Strauss,
carente de mayores pretensiones. El marco orquestal sonó muy prolijo y
ajustado.
El momento cumbre
sobrevino después. Siempre sostuve que a través de sus sinfonías y, dada su
primaria condición de notable organista, Antón Bruckner, buscó siempre plasmar en la Orquesta, todo lo que lograba
como improvisador notable en el Organo. La Octava, sin dudas, es su obra
cumbre. Su estructura es la Clásica.
Cuatro movimientos, un “Allegro” inicial, un “Scherzo” (en este caso en segundo
lugar, otras veces en tercero, según la ocasión), un infaltable “Adagio” y un
“Finale” generalmente en “Allegro”. Por la época de composición de la página, el Este Europeo se hallaba en una etapa
convulsionada. El Zar Alejandro III y el
legendario Emperador Francisco José, se entrevistaban en Olmutz para
frenar un conflicto armado. Esa circunstancia, mas que ninguna otra influyó en
Bruckner, quien evidentemente plasmó en el pentagrama todos sus pensamientos
referidos a la circunstancia. La angustia que trasunta el primer movimiento es
evidente. En el segundo, recurre a “Miguel”, un simpático personaje popular
austríaco, como el mensajero que va a “mirar” la entrevista. El “Adagio”, es la
manifestación mas contundente de la expresión de sentimientos del autor sobre
todo lo que le provocaba el momento, y el “Finale” es la exclamación por la paz
finalmente mantenida. Todo lo que expuse está plasmado de manera magistral en música.
Al momento de escribir esta crónica, si Uds. escucharon previamente “Opera
Club” en el programa del Sábado pasado, mantuvimos con Roberto Blanco Villalba
un amable intercambio de opiniones e impresiones, dado que aquí se empleó una
de las dos versiones aceptadas por la Sociedad Internacional Bruckner y es la
que Leopold Nowak publicó en 1954 (hoy le diríamos “Edición Crítica”), en
detrimento de la de Robert Haas publicada en 1935, basada en la partitura que
Bruckner produjo en 1890 (De ahí mi cita en el programa, en el sentido que la
Haas era de 1890). No pretendo entrar de ninguna manera en un debate
innecesario, solo expreso que si la Internacional Bruckner acepta también la
Haas como versión válida, en mi gusto la
prefiero, aún cuando no se sepa si Haas agregó cosas o si, como también
se dice, son materiales escritos por el propio Bruckner, luego descartados por
El. Todo se centra en los dos movimientos finales, en el Adagio, con un corte
previo a la cumbre dramática y una reorquestación en Cornos y tubas wagnerianas
que toman solemnemente el tema principal del “Adagio” previo al final del
mismo. Y en el último, una serie de cortes abruptos que tiene la edición Nowak,
que a mi entender, alteran la coherencia del discurso musical y un corte abrupto, previo a la coda final,
que visualicé en las partituras con una gruesa línea sobre el pentagrama, que
evidentemente obedece a Diemecke , como ocurriera en la 5ta. Bruckneriana del
año pasado. Sabemos de las inseguridades del Compositor y de su Obsesión por
querer tener todo dominado y controlado y de “revisores” que hicieron de las
suyas (los célebres hermanos Schalk por ejemplo) y por eso aparecen partituras
de una misma obra por todos lados y diferentes versiones. Esta es mi postura,
tomando que la de Haas es aceptada como válida, entiendo que se sacrificó material necesario
de exponer. Punto y final.
Orquestalmente, la Filarmónica
interpretó Bruckner. Con un ajuste
perfecto, sonido homogéneo e intensidad interpretativa gracias a Diemecke, que
hizo un trabajo casi perfecto. Entiendo que si, como insistimos en “Opera
Club”, desde el Colón se le acordara hacer un trabajo con mayor presencia suya
en Buenos Aires, la agrupación alcanzaría niveles mucho mas altos aún que los
presentes. Lamentablemente al público no le quedó la misma sensación, ya que
unos tenues “Bravos” y tan solo una módica salida a escena fue el único premio
a la labor, aunque a Diemecke igualmente
se lo vió reconfortado, saludando con su proverbial simpatía.
Evidentemente su satisfacción intima, fue lo que, sin dudas, valió.
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