sábado, 22 de marzo de 2014

UN CICLO QUE NO TERMINA DE ASENTARSE



Concierto Nº 2 del ciclo de abono a 18 a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires: Director: Enrique Arturo Diemecke. Solista: Leonid Kuzmin (Piano). Programa: Beethoven: Concierto para Piano y Orquesta en Mi Bemol Mayor op. 73 “El Emperador”. Richard Strauss: “Las Alegres Travesuras de Till Eulenspiegel” Op.28. Suite de “El Caballero de la Rosa” Op. 59. Teatro Colón (20/03/14).

  La Filarmónica realizó su segunda presentación de la temporada y la primera de este año por parte de su  Director Titular,  Enrique Arturo Diemecke. Tenía la expectativa lógica de esperar una perfomance superior a la del Concierto anterior, dada la presencia de Diemecke en el podio, con su carísma y sus ganas. También la de escuchar a Leonid Kuzmin, un pianista ruso que estuvo hace 15 años entre Nosotros . Programa harto interesante, “El Emperador” Beethoveniano y dos Richard Strauss chispeantes para comenzar la veneración de este año. Sin embargo, a poco del comienzo comencé a defraudarme y empecé a encontrar motivos a lo largo de la velada, que solo en poco se atenuarían al final. Internémonos entonces.

 La primera parte se consagró íntegramente a Beethoven. Concierto que permite lucir a un solista y demostrar sus dotes. Exigente para Orquesta y Director, con pasajes también reservados para ellos en los que deben mostrar también lo suyo. Pocas veces se vió y escuchó algo tan irregular. Porque Leonid Kuzmin no está en su mejor nivel. Porque fue impreciso, desprolijo, falto de convicción. Parecía una lectura simple y rutinaria. Muy flojo. La Orquesta no le fue en saga. No hubo diálogo con el solista y así las cosas, se redujo a una lectura de compromiso, total,  no hay nada que hacer, no va. Muy flojo. Tanto que el propio Kuzmin no estuvo convencido de sí mismo y ante algún pedido de bis del mismo sector que en la semana anterior hiciera lo mismo con Karin Lechner, se negó a  hacerlo y lo bien que hizo.
  En la segunda parte, el comienzo mostró mas imprecisiones con una deslucida versión de “Las Alegres Travesuras de Till Eulensipgel”. Conociendo el temperamento de Diemecke, sorprendió que la versión hay sido tan lavada. Tampoco ayudó el desempeño de algunos solistas, sobre todo el sector cornos que estuvieron en una noche para el olvido. Solo el final con la Suite de “El Caballero de la Rosa” mostró el Color, la imponencia de la orquestación y todo el juego de sutilezas y matices, con Diemecke por fín en su salsa, poniéndose al público en el bolsillo. Muy poco. Falta aún el Plus de calidad que siempre se pide y que la orquesta puede darlo.



Donato Decina


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