Concierto Nº 2 del
ciclo de abono a 18 a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires:
Director: Enrique Arturo Diemecke. Solista: Leonid Kuzmin (Piano). Programa:
Beethoven: Concierto para Piano y Orquesta en Mi Bemol Mayor op. 73 “El
Emperador”. Richard Strauss: “Las Alegres Travesuras de Till Eulenspiegel”
Op.28. Suite de “El Caballero de la Rosa” Op. 59. Teatro Colón (20/03/14).
La Filarmónica
realizó su segunda presentación de la temporada y la primera de este año por
parte de su Director Titular, Enrique Arturo Diemecke. Tenía la expectativa
lógica de esperar una perfomance superior a la del Concierto anterior, dada la
presencia de Diemecke en el podio, con su carísma y sus ganas. También la de
escuchar a Leonid Kuzmin, un pianista ruso que estuvo hace 15 años entre
Nosotros . Programa harto interesante, “El Emperador” Beethoveniano y dos
Richard Strauss chispeantes para comenzar la veneración de este año. Sin
embargo, a poco del comienzo comencé a defraudarme y empecé a encontrar motivos
a lo largo de la velada, que solo en poco se atenuarían al final. Internémonos
entonces.
La primera parte se
consagró íntegramente a Beethoven. Concierto que permite lucir a un solista y
demostrar sus dotes. Exigente para Orquesta y Director, con pasajes también
reservados para ellos en los que deben mostrar también lo suyo. Pocas veces se
vió y escuchó algo tan irregular. Porque Leonid Kuzmin no está en su mejor
nivel. Porque fue impreciso, desprolijo, falto de convicción. Parecía una
lectura simple y rutinaria. Muy flojo. La Orquesta no le fue en saga. No hubo
diálogo con el solista y así las cosas, se redujo a una lectura de compromiso,
total, no hay nada que hacer, no va. Muy
flojo. Tanto que el propio Kuzmin no estuvo convencido de sí mismo y ante algún
pedido de bis del mismo sector que en la semana anterior hiciera lo mismo con
Karin Lechner, se negó a hacerlo y lo
bien que hizo.
En la segunda parte,
el comienzo mostró mas imprecisiones con una deslucida versión de “Las Alegres
Travesuras de Till Eulensipgel”. Conociendo el temperamento de Diemecke,
sorprendió que la versión hay sido tan lavada. Tampoco ayudó el desempeño de
algunos solistas, sobre todo el sector cornos que estuvieron en una noche para
el olvido. Solo el final con la Suite de “El Caballero de la Rosa” mostró el
Color, la imponencia de la orquestación y todo el juego de sutilezas y matices,
con Diemecke por fín en su salsa, poniéndose al público en el bolsillo. Muy
poco. Falta aún el Plus de calidad que siempre se pide y que la orquesta puede
darlo.
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