Teatro Colón: Concierto Extraordinario a cargo de la Orquesta
Filarmónica de Israel, Director: Zubin Mehta. Programa. Mozart: Sinfonía Nº40.
Mahler: Sinfonía Nº 5. (27/08/13).
Fue una de las
grandes noches del Colón. De esas que cada vez se extrañan más. En lo personal
puedo decir que si bien en el 2010 con la Filarmónica de Munich para el
lamentablemente desaparecido abono Bicentenario, Mehta mostró su jerarquía y,
más aún, la noche siguiente para Nuova Harmonía ( lamentablemente por razones
personales no pude presenciar sus presentaciones del año anterior con el
desgraciadamente agonizante Maggio Musicale Fiorentino), Esta presentación que
alcanzó una verdadera cumbre artística se remonta solamente, en mi apreciación,
a las inmediatamente posteriores a la Guerra de Malvinas en 1982 con la New
York Philarmonic, sobre todo aquella del debut con una insuperable versión de
“Una Vida de Héroe” de Richard Strauss, que aún nos perdura a muchos en los
oídos. A favor de esta ocasión se puede decir que todo el programa fue abordado
con sapiencia y que definitivamente puso de manifiesto que hoy por hoy la
Filarmónica de Israel es el instrumento preferido del Director. Todo funcionó
como un mecanismo de relojería de alta precisión y con matices, tiempos,
profundidades, que pocas veces se podrá escuchar algo así. Vale aclarar desde
mi óptica, que dudo que el conjunto israelí se comporte de igual forma sin
Mehta en el podio. Los años de trabajo (45 nada menos), el oficio innegable del
gran Director Indio y la amalgama del conjunto logran estos resultados. Hasta,
los gestos, guiños, complicidades mutuas que uno vio en acción, ayudaron a esto.
Uno sabe que las
versiones Mozartianas de Mehta no se distinguen por su excelencia. Sin embargo,
todos nos sorprendimos gratamente ante la 40 que ofreció. Buena dinámica, tempi
exacto, orgánico justo sin duplicar maderas ni bronces, equilibrio sonoro y
sobre todo una atmósfera de intimidad que nos colocó en una sesión de cámara
pura. Un logro.
Pasemos al plato
fuerte. La quinta de Mahler escuchada quedó definitivamente en el Olimpo de las
grades versiones en vivo de la obra entre nosotros. Después de la de Barenboim,
junto a las de Haitink y Chailly y seguida de cerca por Rattle y Askenazy.
Además superando por escandalo a la perfomance que los mismos interpretes
desarrollaron el la misma sala en el 2001. Fue un trabajo de orfebre. Con un
pleno respeto de la partitura, con muy buena dinámica. La primera parte, con los dos primeros
movimientos tocados “de Corrido” tal cuál pide el autor tuvo todo el patetismo
y el clima tormentoso que el compositor pide, con una intensidad sobrecogedora.
El scherzo fue todo lo vienes que las notas expresan y con una descollante
labor del cornista James Cox en el solo de su instrumento. La cuerda tuvo su
baño de gloria en el “Adagietto”, que no fue “adagio”, que no tuvo pátina
alguna de edulcorante y que conmovió al auditorio, escuchándose por fin en el
Colón hasta el silencio después de mucho tiempo. Y sin solución de continuidad,
como Mahler lo marca, la cuerda prolongó el último acorde y Cox desde el corno
comenzó la apertura del rondó-finale, dando lugar a una de las mas exquisitas
versiones de la fuga final que Yo recuerde. El brillo de la coda que cierra la
obra, desató una de las mas intensas y sostenidas ovaciones, de esas que cada
vez se escuchan menos, premiando la labor descomunal de este noble Indio (por
nacionalidad y, por supuesto, comparándolo con nuestro querible Patoruzú, Indio
también al fin), que entregó una faena inolvidable. Por supuesto, después de
Esto, no hubo necesidad de bises, ¿para qué?.
DONATO DECINA
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