por Fátima Guitiérrez
("Wagnermania", septiembre de 2001)
Sabes que es natural que muera lo
que vive.
El rescate de Freia. A. Rackham
En el escenario de la Colina
Verde, los dioses exigen a Wotan que entregue el anillo. Los gigantes amenazan,
furiosos, con romper el pacto. Freia pide socorro cuando Fasolt la saca
violentamente de detrás del montón de oro. En plena confusión, la luz se
oscurece y, envuelta en un resplandor azulado, el alma antigua de la tierra, la
que todo lo sabe, emerge, sólo hasta la cintura, de las profundidades de la
sima en la que duerme su sabiduría. Es Erda, la madre de las tres Nornas que
tejen el hilo de los destinos. Avisa a Wotan de que todo lo que es acaba, prevé
un ignominioso fin para los dioses y recomienda que les sea devuelto el anillo
a las Hijas del Rin. El dios quiere saber más, pero la misteriosa figura ya se
ha hundido en los abismos. Entonces, y tras una breve meditación, arroja la
joya maldita sobre el resto del tesoro.
Las dos apariciones de la diosa
Erda en la Tetralogía son breves pero determinantes. Especialmente esta
primera: ya muy avanzada la cuarta escena del Oro del Rin, el miedo que va a
provocar en Wotan, que empieza cuando le hace consciente de que todo cuanto
vive ha de perecer (curiosamente la reina Gertrud le dirá algo muy parecido a
su hijo Hamlet al inicio del drama de Shakespeare), será el comienzo de un largo
camino de renuncias, hasta llegar a la de su propia existencia. Pero no
adelantemos acontecimientos y veamos cuál es la materia mítica con la que
Wagner construye el personaje de Erda. De la misma manera que Freia reúne, como
ya hemos visto, las figuras tradicionales de Freyia e Iddum, la madre de las
Nornas (sólo según el maestro de Leipzig) reunirá características de la vidente
de la Völuspá y de Jörd, diosa de la tierra y madre de Thor (de su nombre
derivará, en antiguo alto alemán, el de Erda que significa tierra).
Probablemente, también la figura mítica de Gunnlöd, la giganta que custodiaba
el hidromiel de la sabiduría (Un osado y joven dios), estuviera en el
imaginario de Wagner al modelar el personaje de la diosa.
La völva
A diferencia de lo que se acostumbra a
creer, las sociedades del Gran Norte no son pura y únicamente guerreras. A
través de su mitología, vemos que en el mundo religioso germano-escandinavo
eran los valores de la magia los preponderantes. Ya lo indicó Tácito, pero a
nuestra imaginación (poblada por las visiones que nos han ofrecido Hollywood o
algunos tebeos sobre vikingos, por ejemplo) le cuesta ver en aquellas gentes a
poetas y a magos tanto como a guerreros; sin embargo, como ya hemos comentado (Un
osado y joven dios), es significativo que Odín, su divinidad suprema, no sólo
sea el Padre de las Victorias, sino también, y sobre todo, el dios de la magia
y de la poesía.
La Völva de la Völuspa. Autor
desconocido.
Las Eddas, los poemas escáldicos,
las inscripciones rúnicas, las grandes piedras grabadas y los amuletos de todo
tipo prueban el papel primordial que la magia jugaba en la vida de los antiguos
germanos. Así, la adivina-profetisa-maga, la völva, fue una figura de gran
prestigio en sus comunidades. La Saga de Erik el Rojo nos describe
minuciosamente a una de ellas con su manto azul cubierto de perlas de cristal
(en la Tetralogía, Erda aparece envuelta en un resplandor azulado), pieles en
sus ropajes, bastón mágico y una gran bolsa llena de objetos, también mágicos,
que le sirven para practicar su arte subida en una especie de andamio y
entonando cantos destinados a atraer la atención de los espíritus. Pero la
völva más famosa es la que nos presenta uno de los más bellos poemas de la Edda
Mayor, la Völuspá o Profecía de la vidente: Odín la interroga sobre el destino
de los dioses y de la tierra y, en una prodigiosa visión, la sibila narrará la
historia del mundo desde el origen hasta la catástrofe final del Ragnarök (El
destino final de los dioses). Es, pues, ella quien presentará al dios supremo
el final, lo mismo que hará Erda en el Oro del Rin.
Los estudiosos de la mitología
nórdica parecen estar de acuerdo en que la sibila de la Völuspá no está viva,
como la de la Saga de Erik el Rojo, sino
que se trata de una hechicera muerta a la que Odín resucita con su magia para
obligarla a profetizar. Así se explica, por ejemplo, el final del poema en el
que, después de describir todos los horrores del Ragnarök y anunciar el feliz
regreso de Bálder, la völva, hablando de sí misma, como es costumbre, en
tercera persona, dice: "Ahora ella se hundirá" (como lo hará Erda),
lo que parece significar que vuelve a las profundidades del mundo de los
muertos al que pertenece y de donde Odín la ha sacado momentáneamente para
interrogarla sobre lo que ha de suceder.
Pero hay otros casos de
adivinación del porvenir a través de la necromancia; de nuevo en la Edda Mayor,
los Grógaldr (Conjuros de Gróa) relatan como Svípdag despierta a su madre
muerta con el fin de que le desvele los encantamientos que ha de emplear para
salir sano y salvo de una aventura que le llevará hasta su prometida (un avatar
de la diosa Freyia), que vive rodeada de una muralla de llamas y protegida, a
su vez, por un gigante, portador de lanza, de enorme saber, lo que narrarán
losFjölsvinnsmál o Dichos de Fjölsvinn (que no podemos dejar de poner en
relación con el encuentro entre Wotan y Sigfrido, en la Segunda Jornada de la
Tetralogía). Así mismo, en la Saga de Hervör y de Heidrekr (la versión que conservamos
es del siglo XII; pero, sin duda, la materia de la que está compuesta es muy
anterior), vemos como una hija obliga, mediante un encantamiento, a su padre
muerto a desvelarle su terrible destino y entregarle una espada maldita que
sólo traerá desgracia. Pero la fuerza del hechizo es tan grande que el muerto
no puede negarse a lo que se le pide.
Este tipo de práctica forma parte
de la magia, del Seid, que la diosa Freyia le enseñó a Odín y que, como ya
hemos visto (Un osado y joven dios), consiste en un ritual por el que se puede
conocer lo que aún no ha sucedido a través de metamorfosis animales o de
necromancia, como en los casos que hemos citado. Volvemos a encontrar un
ejemplo en los Baldrs draumar (los sueños de Bálder; vid.:Loki: Más allá del
bien y del mal) en los que Odín cabalga hasta las simas más profundas del reino
de los muertos para resucitar a una sibila que le habrá de descubrir el
inminente y trágico final de su hijo Bálder. Curiosamente la profetisa se
presenta cubierta de escarcha, nieve y lluvia; Erda, en su segunda aparición,
lo hará también cubierta de escarcha.
Pero de ésta y otras similitudes
entre los Baldrs draumar y la segunda manifestación de Erda en la Tetralogía
hablaremos en su momento; lo que nos interesa ahora es que todos estos
personajes míticos proceden del Otro Mundo, del mundo de los muertos; por ello,
surgen de la tierra y únicamente hasta la cintura. El ejemplo más claro lo
encontramos en el Libro I de la Historia Danesa de Saxo Gramático, en el que
nos cuenta las aventuras del héroe odínico Hadingus (según Dumézil, la
conversión en rey danés del dios Njörd) y su "descenso a los
infiernos", en donde conoce lo que le está vedado a un ser vivo (como una
visión del Walhall), de la mano de una mujer que, procedente del mundo
subterráneo, emerge de la tierra hasta la cintura, con unas yerbas frescas de
cicuta en las manos.
La Tierra-Madre
Erda advierte a Wotan. A. Rackham
En las antiguas sociedades
agrarias (y, aunque nos resulte extraño, las germano-escandinavas lo eran en
gran medida), la Tierra, rapidamente divinizada, representaba tanto el reino de
la muerte (es la definitiva sepultura) como el lugar de donde surge la vida: la
Madre-Tierra, a la que le eran inmediatamente consagrados todos los niños que
nacían; las mujeres del Gran Norte parían de rodillas y el recién nacido caía
ritualmente al suelo (encontramos esta ambivalente simbología de la tierra,
entre otras muchas, en la antigua tradición griega: si la Ilíada nos recuerda a
menudo que los hombres se nutren de la tierra, también nos indica cómo los
huesos de los guerreros muertos vuelven a ella; la tierra es principio y fin
del ciclo vital del hombre, así como la eterna renovación de ese ciclo -la
rueda que Wotan deseará detener-; Ya lo indicaba un himno funerario del Rig
Vedahindú: ¡Repta hacia la tierra, tu madre! ¡Ojalá ella te salve de la nada!).
No es extraño, pues que la Erda wagneriana reúna, por un lado las
características de una völva venida del Otro Mundo, que enfrenta a Wotan, por
primera vez, con la realidad de la muerte y con el final del universo; y, por
otro, adopte la figura de la Madre-Tierra.
En las mitologías de los pueblos
del Norte, la universal Diosa Tierra es conocida por varios nombres que
reenvían a una misma y muy primitiva imagen. La escandinava Jörd se presenta
unas veces como perteneciente a la familia de los Ases y, otras, a la raza de
los gigantes (esto último da una pista de su antigüedad, ya que los gigantes
son los seres primordiales de estas tradiciones). Considerada como esposa o
como amante de Odín (en la Tetralogía, Erda le dará a Wotan nueve walkyrias),
que engendrará en ella a Thor, es hija de
Nott (la Noche) y su segundo marido Ánar (el Otro). Curiosamente, y
según Snorri, con su tercer marido, perteneciente a la familia de los Ases,
tendrá un hijo llamado Día; no debe de extrañar ya que, para las antiguas
sociedades, la noche, de la que todo surge, precede al día; ya Tácito señalaba
que los calendarios de los germanos eran nocturnos: las sociedades del Norte de
Europa contaban el tiempo por noches, como la inmensa mayoría de los pueblos
premodernos.
Gunnlöd, la giganta. Autor
desconocido
Y es precisamente el historiador
latino el que nos habla, en su Germania, del extendido culto (atestiguado en
todas las comunidades germano-escandinavas) a la Tierra-Madre, esta vez bajo el
nombre de Nerthus, la deidad benefactora que viaja en carro por los pueblos e
interviene en los asuntos de los hombres. Cuando sale de su santuario, en todos
los lugares por los que pasa reina la paz, el regocijo y el descanso. Otras
advocaciones de Jörd en la mitología nórdica serán Hlodyn (probablemente la más
antigua: se han encontrado exvotos consagrados a ella de los siglos II y III) y
Fjörgyn (Concede Vida, significa su nombre) que, según los poetas,
representaría el poder de la producción vegetal de la Gran Diosa Tierra. De
todos modos, creemos que el personaje de Wagner tiene más puntos esenciales en
común con las sibilas de laVöluspá y de los Baldrs draumar que con la
Madre-Tierra Jörd; aunque Wotan, en Siegfried, la llame "madre", el
parecido se reduce a que se trata de una diosa tan antigua como la propia
tierra, ya que es su encarnación.
Pero, lo que caracteriza a la
Erda del Anillo del Nibelungo es, especialmente, su sabiduría y, a su vez, el
deseo de saber que provoca en Wotan. Es aquí donde podemos encontrar una sutil
reminiscencia de Gunnlöd. El mito narrado por Snorri, en el Skáldskaparmal (El
lenguaje del arte escáldico) de la Edda Menor, nos presenta a la giganta
(recordemos que su raza es, en esta mitología, la detentora del saber) como
custodia del hidromiel de la sabiduría. El que Odín se introduzca en las
profundidades de la tierra para recuperar el elixir podría perfectamente ser la
base mítica de la imponente aventura que Wotan narra a Brünnhilde en la segunda
escena de La Walkyria: buscando el conocimiento, el dios desciende a los
abismos de la tierra, al seno del mundo, y, mediante un conjuro de amor, somete
a Erda, a la Valla. Así obtiene sabiduría mientras engendra a la más sabia: a
Brünnhilde, junto con sus ocho hermanas, las que eligen a los héroes que habrán
de morir en el combate. Pero, el mismo Wotan, en Siegfried, le reprochará a
Erda no ser lo que se imagina...
El alba del ocaso
Fafner mata a Fasolt. A. Rackham
Cuando Wotan arroja el anillo
sobre el montón de oro, los gigantes liberan a Freia. La maldición que pesa
sobre la joya no tardará en manifestarse: teniendo por testigo el horror de los
dioses, Fafner asesina a Fasolt para no tener que compartir el tesoro. Ante un
ambiente tan cargado, Donner blande su mágico martillo y convoca a la tormenta
que limpie la atmósfera. Cuando las nubes desaparecen, el arco iris forma, por
encima del valle, un puente que llega hasta la fortaleza del Walhall. Froh
señala el camino a los dioses.
En la mitología nórdica, a la
residencia de los dioses, al Asgard, también se llega por un puente: Bifröst
(Vacilante camino del cielo), el arco iris. Su guardián es el enigmático dios
Heimdall (El que ilumina el mundo), el As Blanco de los dientes de oro,
engendrado por nueve hermanas y padre según el Rígsthula o Cuento de Ríg (otro
de los nombres del dios) de la Edda mayor, de las diferentes castas de hombres.
Como custodio del Bifröst, duerme menos que un pájaro y ve, de noche y día, a más
de cien leguas a la redonda; puede escuchar cómo crece la yerba sobre la tierra
y la lana sobre las ovejas. Su cuerno se puede escuchar en todo el mundo y
sonará para anunciar a los dioses el inicio de la batalla final; entonces, Loki
y él se matarán mutuamente; poco antes, los ejércitos del caos habrán roto el
puente, cabalgando sobre él.
Los dioses descendiendo por el
Bifröst.Collingwood
Pero, en el escenario de la
Colina Verde son, ahora, los dioses los que suben, orgullosos por el puente del
arco iris camino de un Walhall que se muestra en todo su magnífico esplendor.
Después de que Wotan salude, deslumbrado, a la fortaleza, surge, en Do mayor,
el tema de la espada. Si hemos de creer a Bernard Shaw, en su Perfecto
wagneriano, durante los ensayos en Bayreuth, el mismo Wagner en este preciso
momento hacía que Wotan recogiera del suelo una espada, que supuestamente
habrían dejado olvidada los gigantes, y la blandiera triunfante (aunque esto no
quedó marcado en la partitura impresa original de la casa Schott, publicada
tres años antes del estreno del Anillo en Bayreuth, sí aparece en nota a pie de
página en la partitura vocal de la casa Breitkopf de 1910). A Wagner no parece
gustarle dejar ningún cabo suelto: esta espada pronto será Nothung.
Toda esta apoteosis esconde, sin
embargo, mucha inquietud: las Hijas del Rin lloran el robo del oro e imploran
que les sea devuelto. Loge prevé el final de los que le domesticaron y sueña
con reducirlos a cenizas antes que perecer con ellos. Los dioses avanzan, majestuosos,
hacia el Walhall, pero: ¡Falso y cobarde
es lo que allá arriba se alegra!
Cae el telón.
Bibliografía:
Edda Mayor; Madrid, Alianza Editorial,
2000.
Gramático, S.; Historia Danesa (Libros
I-IV). Valencia, Tilde, 1999.
Guelpa, P.; Dieux & Mythes Nordiques.
Presses Universitaires du Septentrion, 1998.
Sturluson, S.; Edda Menor. Madrid,
Alianza Editorial, 2000.
Wagner, R.; El anillo del Nibelungo.
Prólogo. El oro del Rin. Madrid, Turner música, 1986.
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