"La Batuta", 2012 sin indicación de autor
“¡Ahora sólo va a obedecer a su ambición, se elevará más alto que los demás hombres y se convertirá en un tirano!” — Ludwig van Beethoven en 1804, al renegar de Napoleón Buonaparte.
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La Sinfonía de la Historia en un sólo movimiento: Adagio-Allegro Vivace; Adagio; Presto; Allegro con Brio; Allegro Maestoso; Finale-Marcia Funebre.
El idealismo filosófico del que se nutre la Historia del Hombre nos ha dejado una leyenda proveniente de Córcega, según la cual, Leticia Ramolino -esposa de Carlo de Buonaparte- se encontraba cumpliendo sus deberes espirituales en la Iglesia de Ajaccio, el día 15 de agosto de 1769, cuando repentinamente le sobrevino un punzante dolor en el vientre. Conteniendo valerosamente cualquier manifestación, se encaminó presurosa a su casa; allí, sobre un tapiz ornamentado con las más bellas figuras mitológicas del mundo clásico que acudieron como presagios del porvenir, alumbró al segundo de sus hijos. El pequeño recién nacido fue llamado Napoleón Buonaparte.
La familia Buonaparte en aquel entonces se hallaba en precaria situación económica, dado que el padre de Napoleón, el señor Carlo -idealista y febril defensor de su pensamiento-, había empobrecido la vida familiar financiando las luchas de independencia en Córcega, lo cual año tras año minó aún más la economía de una familia cuyo número de hijos iba en aumento. Carlo de Buonaparte entonces acudió al Rey de Francia y le solicitó una beca de estudios para sus hijos José y Napoleón en el Colegio de Brienne. Así fue como El Corso fue a parar a Francia.
Napoleón fue objeto de muchas burlas por parte de sus condiscípulos, en razón de su aspecto regordete, baja estatura y marcado acento extranjero en virtud del cual, el pequeño pronunciaba su nombre como “Lapolioné”, lo cual a muchos les sonaba como “la paille au nez” -la paja en la nariz, en francés, siendo así apodado. Ridiculizado hasta el extremo, Napoleón sorteó su vida estudiantil y, en el otoño de 1784, ingresó a la Escuela Militar de París como alumno del Rey de Francia. Se iniciaba su ascenso meteórico.
Aún así debió vivir con muchas estrecheces económicas, las cuales aumentaron con la muerte de su padre. Esto sin embargo, disparó el carácter dominante y valeroso del joven Napoleón, quien empezaba a ganarse el respeto de sus colegas; el 1° de septiembre de 1785, fue nombrado Subteniente de Bombarderos en el regimiento de la Fère, en Valence. Esto empero, no supuso mejoría para su bolsillo, pues el nuevo Subteniente vivía muy mal vestido, se alimentaba precariamente y era incapaz de acudir a cualquier compromiso social por falta de dinero. En esa época le apodaron por segunda vez en su vida con el mote de “el gato con botas”, en razón del único su espantoso calzado que pudo conseguir y cuyo número era mucho mayor que la talla de su pie.
Napoleón nunca se rindió. Entre idas y venidas de ciudad en ciudad, siempre alimentando su afán militar, lograba nombramientos que se sumaban a su palmarés castrense. Estando en Ajaccio, fue ascendido a Teniente Coronel de los voluntarios nacionales, cosa que empero, supuso su destitución en París lo cual le obligó a retornar a la capital francesa. Verano de 1789. Por aquellos años las turbas enfurecidas asaltaron las Tullerías, mientras Napoleón contemplaba el avance revolucionario aferrándose fuertemente a las verjas del famoso jardín y exclamaba enfurecido: “¡Sería necesario ametrallar a todos estos canallas!”. Tales ideas arraigaron en su mente y en la de muchos franceses de entonces, descontentos con los acontecimientos. Para ese momento, El Corso era nombrado Capitán de Artillería del Ejército.
Su genialidad militar empezó a eclosionar de manera notable. Integrando las filas del ejército de Carteaux, se enfrentó contra españoles e ingleses en el sitio de Tolón; su ingenio para la estrategia y decidido empuje hacia la conquista de los vencidos, le valió su ascenso a General de Brigada. Irónicamente, su vida militar no le reportaba mayores beneficios a su exhausta situación monetaria.
Fue entonces cuando el destino fue burlado por el futuro Emperador. Habiendo sido nombrado para un puesto en el Comité de Salud Pública, Napoleón se aventuraba a asistir a salones de baile y tertulias donde finalmente tomó contacto con la española Teresa Cabarrús, en quien no tardó cortejar sutilmente. Madame Tallien (así era llamada en París), presentó al joven militar a dos personas que habrían de influir directamente en su futuro: Barras yJosefina de Beauharnais, con quien Napoleón fanfarroneaba de ser vidente y profeta, presagiando infames acontecimiento futuros que reclamaban la acción de un hombre de excepcionales cualidades…
Fue así como sobrevino la revuelta de los Realistas en octubre de 1795. Monsieur Barras fue designado para el supremo comando del Ejército, con la misión de conjurar el levantamiento y mantener el “orden”, como así lo llamaban algunos. Por diversas razones este no cumplió su cometido y entregó su función a Napoleón, el cual empero, fue designado Segundo Jefe. Los amotinados de París fueron testigos para el resto del mundo de la resonante victoria que sobre ellos obtuvo el joven caudillo, el cual días después, era nombrado General Jefe del Ejército Interior. Fue entonces cuando contrajo matrimonio con Josefina.
Pero Napoleón era hambriento de gloria y poder. Avizorando todo lo que podía conquistar, se hizo cargo del Ejército francés apostado en Italia; en memorables campañas militares reveló todo su talento castrense, al dominar y lograr absoluta sumisión de sus legiones de soldados hasta entonces totalmente desmoralizados y sin un líder de los guiara. El resultado fue la conquista triunfante de las llanuras, caminos y ciudades italianas, lo cual valió que en París, las multitudes enardecidas corearan el nombre de Napoleón como su orgullo nacional. La fama del Corso corrió por toda Europa, sembrando admiración en unos, recelo y preocupación en otros. La suerte estaba echada.
De regreso a París, el brillante estratega militar presentó sus planes para la conquista de Egipto y la isla de Malta, en donde primero habría que vencer a los ingleses. Tal cosa rompería la hegemonía de la Corona Británica allende los mares.
Y así lo hizo. Uno tras otro los mencionados países cayeron bajo el yugo de los ejércitos napoleónicos, desplazando a los ingleses hacia otras regiones donde tuvieron algunas efímeras victorias sobre los franceses. En el País de las Dos Tierras, Napoleón levantaba no sólo su prestigio como comandante militar, sino que también se mostraba al mundo como el paladín de la justicia y la libertad, aunque sus actos en muchos casos revelaban el infantil capricho de los dominadores. Con todo, es desde Egipto donde El Corso pronunció una de sus sentencias más célebres; tras su contundente triunfo en La Batalla de las Pirámides, exclamó: “¡Observad admirados: desde lo alto de las pirámides, cuatro mil años os contemplan!”. Napoleón sin duda, no era un ignorante.
Motivado por el descontento que experimentaban los franceses con sus gobernantes de entonces (gobierno conocido como “El Directorio”), decidió retornar a París poniendo al General Kleber al frente de sus ejércitos apostados en la Tierra de los Faraones. Nuevamente en la capital francesa, su arribo fue ovacionado con un entusiasmo indescriptible: Napoleón era un héroe nacional, al paso que El Directorio había caído en el más absoluto descrédito. Tal situación fue aprovechada por El Corso, quien asumió las riendas de la situación y transformó al referido organismo gubernamental en un Nuevo Régimen, donde el poder sería ejercido bajo su ya poderosa influencia a través de los Cónsules Sieyès, Roger-Ducos y el propio Napoleón(Nota: no hay que olvidar la literatura producida en estos convulsos tiempos de Revoluciones y Contrarrevoluciones de la Francia de finales del Siglo XVIII y comienzos del XIX; una obra capital nacida por aquellos años, obra de Emmanuel Sieyès, se titula “Qué es el Tercer Estado”, la cual resulta vital para comprender la Revolución Francesa y sus consecuencias que tanto impacto tuvieron en los hombres de su tiempo). Consecuencia de este modernizado consejo consular, Napoleón se presentó ante el Consejo de los Quinientos a proferir política arenga, a sabiendas que las murmuraciones y conjuras se alzaban en su contra. Orgulloso y visionario de su propia apoteosis, El Corso se ofendió al ser tildado de “traidor”: por ello, en lugar de iniciar su discurso con la tradicional fórmula de “El dios de la Victoria va conmigo”, Napoleón gritó“¡Yo soy el dios de la Victoria!”. Excitadas hasta el paroxismo las mentes de sus seguidores en toda Europa, el caudillo fue pronto nombrado Primer Cónsul, amasando mayor poder y dedicándose a reorganizar el Estado francés.
Mientras todo esto ocurría, Inglaterra y Austria hacían alianzas para amenazar Francia, preocupadas por el avance de la idea Revolucionaria de 1789 y el poderío del carismático Napoleón. El genio militar y político del Corso no se hizo esperar y, conociendo los avances que en su contra se fraguaban acometió sendas campañas militares de corte triunfal; sus esfuerzos en Marengo y los de su aliado Moreau en Hohenlinden, consiguieron aplastar a los austríacos y sus vínculos con los ingleses, imponiéndoles duras consecuencias de guerra a los vencidos en la Paz de Luneville, en febrero de 1801. Al año siguiente era firmado el Acuerdo de Paz entre Francia e Inglaterra, en la ciudad de Amiens.
La influencia hegemónica que en lo político y militar asumía Francia de la mano de Napoleón, fue la causa que condujo a que el brillante estratega y caudillo lograra ser nombrado Cónsul Vitalicio mediante un plebiscito por él convocado. Su triunfo no sólo le dejó el referido nombramiento, sino que le otorgó poderes para designar a su propio arbitrio a aquel o aquellos que le sucederían en sus faltas temporales y una eventual ausencia definitiva. Tal cosa hizo avizorar en las mentes críticas que Napoleón había instituido una Monarquía disimulada en la cual el poder era ejercido por él de manera -si no absoluta- al menos sí muy cercana a ese que era su obvio ideal. Desde luego con estos procedimientos, Napoleón se hacia blanco de interminables conspiraciones para derrocarlo y asesinarlo.
Una de las más evidentes provenía del grupo conocido como Los Realistas, partidarios de los Borbones. Constantemente recibía El Corso alertas sobre el peligro que corría su vida merced a las conjuras de estos individuos. Su reacción no se hizo esperar. Para asustarles y enseñarles de lo que era capaz, Napoleón dio un golpe de audacia y autoridad al arrestar al Duque de Enghien, acusándole de ser el cerebro que amenazaba la persona del Primer Cónsul, por lo que un Consejo de Guerra le sentenció al Pelotón de Fusilamiento, cumpliéndose esta el día 21 de marzo de 1804. Desde entonces el mensaje fue claro: que nadie se atreva a desafiar a Napoleón.
Fue así como Napoleón orquestó su ascenso definitivo a la cima del poder más alto: el 18 de mayo de 1804, el Senado francés, totalmente dominado por él, decretaba solemnemente que el Gobierno de la República era entregado en manos del Emperador Napoleón. Su pomposa y ruidosa coronación tuvo lugar el 2 de diciembre de ese mismo año, asistiendo a la ceremonia todos los más altos dignatarios de la Nación, serviles aduladores del nuevo Emperador. París, la ciudad símbolo de la Revolución por el lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad, ahora se transformaba en una fastuosa corte al más puro estilo del antiguo Imperio Romano, donde un solo hombre era considerado más alto que el Sol mismo: el Emperador Napoleón.
Por aquellos años hubo entonces una fecunda actividad en toda la capital francesa. Se levantaron los magníficos e inigualables exponentes arquitectónicos que aún hoy alumbran las calles de la histórica París; en el ámbito jurídico se dieron los primeros esquisses del moderno Derecho Administrativo, además de la redacción del Código Civil conocido como Código Napoleónico, con marcada tendencia a instaurar el sistema de Derecho de la Roma Antigua, recogido desde siglos atrás por Justiniano en el Corpus Iuris Civilis. Pero en lo social y lo militar, Napoleón dedicó toda su actividad a eliminar a sus contradictores y a lanzarse vorazmente a la conquista de toda Europa. Su primer gran escollo serían los mismos ingleses, quienes en abierto desafío al Acuerdo de Amiens, invadieron la isla de Malta, con lo que las guerras no tardaron en iniciar.
Para los fines de este repaso sucinto por la vida de Napoleón, la exposición del instante de su coronación como Emperador es el primer objetivo que quien esto escribe se había trazado. El Imperio Napoleónico constituye el eje vital que le otorga sentido a la razón central de este escrito. Sin embargo dígase como conclusión a esta primera parte, que los instantes de gloria que vivió El Corso se extendieron notablemente por toda la Europa del Siglo XIX con el avance de sus ejércitos conquistadores por todo el continente, doblegando naciones bien por la amenaza, bien por la fuerza, en intermitentes períodos de corta paz y abrumadora guerra. Prusia, España, Austria…Y finalmente Rusia en 1812, su más notoria y vergonzosa derrota militar merced al crudo invierno de aquel año. Fue el inicio del fin. Aunque Napoleón no renunció a la lucha militar, el fervor que por él profesaba el pueblo y la milicia se había derrumbado hacía mucho. Las alianzas de sus enemigos desde Prusia, Austria y Rusia le obligaban a replegarse tras pírricas victorias que ridiculizaban aún más su vieja gloria real. Su primera abdicación a la corona imperial ocurrió en París, el 6 de abril de 1814, presionado por todos los flancos que dominaban sus opositores. El Corso, aún embriagado por su pasado, se retiró a la isla de Elba donde reinó en medio de los fieles que aún le quedaban; tiempo después, ilusionado quizá por recuperar el terreno perdido, Napoleón aún acometió la lucha contra los ingleses y los prusianos los cuales empero, resistían fieramente contra el avance de sus huestes. Fue entonces cuando en la Batalla de Waterloo, el general Wellington, apoyado por sus colegas prusianos, asestaron el golpe final al extenuado contingente napoleónico. La fortuna del otrora poderoso Napoleón se había acabado para siempre, no quedándole más alternativa que firmar su segunda abdicación 9la definitiva) y entregarse en manos de los ingleses, quienes le hicieron prisionero y le desterraron a la isla de Santa Helena, en donde le recluyeron en una celda totalmente aislado del mundo exterior.
Finalmente, convertido en una risible caricatura de lo que un día fue, Napoleón Buonaparte falleció en su lugar de reclusión, el día 5 de mayo de 1821. Cuentan que sus últimas palabras fueron: France…Tête d’armee…
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Ludwig van Beethoven no sólo ha pasado a la Historia por haber sido uno de los más geniales compositores de la Humanidad (para muchos el mayor y muy merecido), por su trágica sordera o por su indómito carácter, mal humorado y explosivo, sino también por haber sido desde su niñez un febril idealista, defensor de la sublimación del Hombre que vive en sociedad y frente a la Naturaleza misma. Su alto patrón de moralidad iba siempre acompañado de su ardor inmaculado por los Derechos del Hombre, al que consideraba la medida de todo cuanto existe en los planos sensibles del Universo. No debe olvidarse que Beethoven, como hijo de la ciudad de Bonn, a sus diecinueve años se vio fuertemente influenciado por las noticias de la vecina Francia, referentes a la Revolución de 1789 que marcó un punto de inflexión en la historia europea y mundial, con el reconocimiento de los más fundamentales Derechos del Hombre y el Ciudadano. El lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad se convirtió en la Ley del Beethoven hombre de sociedad y en el eje de su opinión política.
Beethoven jamás abandonaría este ideal, lo que le convertía en fiel hijo de su tiempo y en legatario de la Revolución. Tal vez un poco por su idealismo que le llevaba por los cauces de una juvenil ingenuidad, el fogoso Ludwig admiraba e idolatraba a Napoleón Buonaparte, como la personificación misma de los principios que animaban el nuevo pensamiento político del Viejo Mundo, que ahora se hacía Nuevo ante el milagro de la reivindicación política. Ningún esfuerzo hacía por ocultar su entusiasmo por El Corso, y sus primeros años en Viena se vieron marcados por quienes le llamaban Republicano y amigo deMadame La Guillotina.
Hacia 1802, con la preocupante sordera incipiente que amenazaba su carrera musical, Beethoven se retiró a Heiligenstadt en donde compuso su Segunda Sinfonía en Re mayor, Opus 36, además de escribir su famoso Testamento de Heiligenstadt e iniciar la composición de la que sería su Sinfonía n° 3 en Mi Bemol mayor, opus 55, que pronto eclipsaría el efecto obtenido con la Sinfonía anterior dadas las características innovadoras de la nueva obra, que rompían con los moldes heredados del Clasicismo y se adentraban en el espíritu del Romanticismo, el cual daba sus primeros pasos.
La composición de esta obra monumental acaparó la atención de Beethoven desde 1802 hasta el otoño de 1803. Pero el punto fundamental del proceso compositivo de la Eroica (y que nos revela el primer movimiento en su totalidad), es que con ella Beethoven pretendía dar testimonio de su infinita admiración por Napoleón Buonaparte, su ídolo político. No en vano, al concluir la composición (1803) la dedicó a su admirado caudillo, titulándola “Gran Sinfonía titulada Buonaparte”. Ello se desprende de una misiva que el propio Beethoven envió a su editor Härtel, fechada el 26 de agosto de 1803.
Pero los meses fueron pasando y las noticias venideras de toda Europa daban cuenta del proceder de Napoleón en lo político y lo militar. Finalmente, la declaratoria de mayo de 1804, por la que se ordenaba la coronación de Napoleón como Emperador, destrozó el alto concepto idealista que Beethoven profesaba por su héroe. Sintiéndose traicionado en sus más firmes convicciones políticas y humanas, e interpretando la auto-coronación napoleónica como una bofetada a los más altos principios otrora defendidos, el compositor montó en cólera y exclamó a sus amigos y conocidos: “¡Ahora sólo va a obedecer a su ambición, se elevará más alto que los demás hombres y se convertirá en un tirano!” Y es en este punto entonces, que el proceso compositivo de la Sinfonía Eroica entronca y se hace inescindible con la vida política y militar de Napoleón Buonaparte.
Así pues, al renegar Beethoven de Napoleón, también destrozará la dedicatoria que una vez hiciera en la Tercera Sinfonía.Herido y encolerizado, tachó de forma brusca la primera página del manuscrito donde se leía “Sinfonía Buonaparte”, cosa que puede comprobarse al revisar dicho manuscrito. Pasado un año y medio de estos hechos, cuando la partitura de manos de Beethoven fue publicada en 1806, en la portada de la misma aparecía la siguiente sentencia, ideada por el propio compositor: “Sinfonia Eroica, composta per festeggiare il sovvenire d’un grand’uomo» (Sinfonía Heroica, compuesta para festejar el recuerdo de un gran hombre)”.
Mucho se ha especulado sobre la intención y el sentido que subyace a estas palabras. Se cree que el propósito de Beethoven al así expresarse de su Sinfonía, obedecía al deseo de glorificar a un Hombre Ideal, un Héroe inexistente físicamente, dueño de las más altas virtudes humanas, incorruptible, titánico y sublime, una aspiración más allá de las miserias de la sociedad de la misma manera en que en la Antigua Grecia se idealizaba una noción perfecta de la belleza. La explicación ciertamente es plausible, habida cuenta el conocido pensamiento de Beethoven. Sin embargo para quien esto escribe, es muy posible y nada desdeñable que el compositor estuviese refiriéndose a sí mismo, en razón de que su opinión era la de ser un hombre que se enfrentaba a la crudeza de su destino, el cual le imponía duras pruebas en su vida cotidiana. Su lucha permanente contra la adversidad le obligaba a ponerse por encima de su sino y esto sería razón suficiente para que se homenajeara de manera notable con su propia dedicatoria y composición, símbolo de su misma superación y victoria. Tan universal propósito es un legado para toda la Humanidad, la cual debe mucho a este verdadero Héroe -más real que todas las realezas del mundo- llamado Ludwig van Beethoven.
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La importancia de la Sinfonía n° 3 en Mi Bemol mayor, Op. 55 “Eroica”, en el desarrollo de la música occidental no es cuestión baladí. Se trata de una obra nacida en una época en la que Beethoven iniciaba una fecunda etapa creativa y en donde se adentraba cada vez más en el universo de su lenguaje y camino artístico propios. De otra parte, la “Eroica” supone lo que diversos musicólogos han llamado “el despertar del Romanticismo alemán”, dado que inspiraría todo el concepto musical de los años siguientes, con la pléyade de compositores que habrían de venir: Schubert, Schumann, Brahms, Liszt y por supuesto Wagner, entre otros. Con esta Sinfonía -considerada monstruosa por los críticos de su tiempo, en razón de su estructura musical y la orquesta exigida- Beethoven rompió el modelo compositivo del Clasicismo heredado deMozart y Haydn, y adoptaba un estilo de todo audaz y desafiante, espejo sin duda de su propia personalidad. También la duración de la obra resultó insólita para la época: casi una hora de duración en el evento de interpretarse con sujeción a todas las repeticiones prescritas en la partitura; finalmente, otro aspecto del todo novedoso que eclosionó con toda su fuerza en la “Eroica”, es la intensidad de su expresividad sonora, en donde la música realmente “habla” del compositor al ejecutante y de este al oyente. Tan poderosa ha resultado esta característica, que tomando la Marcia Funebre como ejemplo, preciso es destacar que en lo sucesivo, habría que esperar hasta el advenimiento de Richard Wagner y Gustav Mahler, para encontrar episodios semejantes en poder expresivo.
El primer movimiento (Allegro con Brio), se inicia con dos acordes en mi Bemol mayor que otorgan el impulso primero de todo el desarrollo en la tonalidad fundamental y la dimensión rítmica que encierra todo el primer tiempo; precisamente el aspecto rítmico es el que le confiere una característica notable, dado que está escrito en ritmo ternario 3/4 , cosa inhabitual en una sinfonía hasta entonces, pero que Beethoven conduce de manera magistral modificando el pulso regular de las cadencias y realzando los acentos de una manera muy novedosa. El final del movimiento resulta titánico en sus dimensiones colosales: 134 compases con respecto a 155 de la exposición, 245 del desarrollo y 150 del estribillo. La vivacidad que se respira en todo el movimiento, refleja la intención de Beethoven por evocar al Napoleón consular, antes que al dictador que tanto despreciaría finalmente.
El segundo movimiento (Marcia Funebre – Adagio Assai), se puede considerar toda una Sinfonía en sí misma, en tiempo lento. Se ha considerado en algunos círculos especializados que Beethoven retocó este movimiento al momento de la coronación como Emperador de Napoleón, a fin de significar lo que él consideraba la caída del otrora gran hombre. Tal versión es muy poco creíble. Sea como fuere, la Marcia Funebre trasciende la intencionalidad de lalamentación por una muerte, mutando en una incontrolable fe en toda la Humanidad que surge de lo profundo del alma sombría y preocupada, hasta alcanzar tonos de exaltación desenfrenada, como oraciones optimistas por la sublimación del hombre como medida del todo. Todo este torrente expresivo alcanza momentos de clímax como hasta entonces ninguna obra musical había alcanzado. Sólo con este movimiento, Beethoven colocaba la piedra angular del futuro musical.
El tercer movimiento (Scherzo – Allegro Vivace) puede considerarse como la maduración intuitiva de los movimientos análogos en las Sinfonías Primera y Segunda. De la Primera toma la vertiginosidad rítmica; de la Segunda, el juego orquestal que vivifica el lenguaje beethoveniano y su mensaje universal.
El cuarto movimiento (Finale – Allegro Molto) se construye sobre la forma del Tema con variaciones. La sencillez de las primeras notas lentamente se transforma en complejidad rítmica y contrapuntística que armonizan entre sí en un perfecto diálogo, el cual funge como inicio generador los temas finales que engloban todo el movimiento y conducen a la Sinfonía a un apoteósico final.
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La Sinfonía n° 3 en Mi Bemol mayor, Op. 55, “Eroica”, fue compuesta entre el verano de 1802 y el otoño de 1803. Su primera audición fue en concierto privado celebrado en los salones del Palacio de Lobokwitz, en Viena, durante el verano de 1804, con la orquesta particular del príncipe. Su estreno público tuvo lugar el 7 de abril de 1805, en el Theater an der Wien, durante un acto académico organizado por el violinista Franz Clement, mientras que la partitura fue publicada hasta 1806, con la corrección en la dedicatoria hecha por Beethoven mismo, como ya se ha mencionado. Su orquestación es la siguiente: 2 flautas, 2 oboes, 2 clarinetes, 2 fagots, 3 trompas, 3 trombones, timbales y conjunto de cuerdas (violines, violas, violoncelos y contrabajos).
Excelente film de la BBC 2003:
DOS VERSIONES MUY DIVERSAS
Radio Kamer Filharmonie. Director: Philippe Herrewege (Concertgebouw, Amsterdam, 20/2/2011)
Orquesta New Philharmonia. Director: Otto Klemperer
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