viernes, 14 de junio de 2013

EL COLÓN A LO GRANDE “LA MUJER SIN SOMBRA” EN UNA VERSIÓN CASI PERFECTA

Stephen Gould (El Emperador), Manuela Uhl (La Emperatriz), Iris Vermillion (La Nodriza), Jukka Rasilainen (Barak), Elena Pankratova (La Tintorera), Jochen Kupfer (Espíritu mensajero), Marisú Pavón (Guardián del templo), Pablo Sánchez (Aparición de un Joven), Victoria Gaeta (Voz del halcón), Mario De Salvo (Hermano tuerto de Barak), Emiliano Bulacios (Hermano manco de Barak), Sergio Spina (Hermano jorobado de Barak), Alejandra Malvino (Voz de lo alto), Marisú Pavón, Florencia Fabris, Guadalupe Barrientos, Oriana Favaro, Carla Paz Andrade, Victoria Gaeta, Cintia Velázquez, Alejandra Malvino, Cecilia Jakubowicz, Celina Torres y Verónica Cano (Séquito de espíritus), Marisú Pavón, Oriana Favaro, Victoria Gaeta y Carla Paz Andrade (Voces de los niños no nacidos). Coro de Niños, Coro Estable y Orquesta Estable del Teatro Colón. Director musical: Ira Levin. Director del Coro: Miguel Martínez. Director del Coro de Niños: César Bustamante. Director de escena: Andreas Homoki. Diseño de escenografía y vestuario: Wolfgang Gussmann. Diseño de iluminación: Frank Evin. Teatro Colón, 11 de junio de 2013.





           “La mujer sin sombra” es uno de los mayores desafíos a los que pueda enfrentarse un teatro lírico. Su monumentalidad orquestal –la más grande de las óperas straussianas-, las enormes exigencias vocales a las que son sometidos sus cinco cantantes principales –el tenor en primer lugar-, una acción básicamente simple pero hipercomplicada por un libreto que hoy suena abstruso y demodé, su duración y la enormidad del planteo conceptual la transforman en algo menos que imposible de hacerse dignamente. Digamos desde ya que el Colón cumplió con creces y nos presentó una versión digna de los más grandes teatros del mundo y, de lejos, la más pareja de las cuatro que hemos podido ver en esa sala. Al tener con muy buen sonido las grabaciones de las funciones de 1965, 1970 y 1979 puedo afirmar esto último sin caer en los recuerdos que son traicioneros y tienden a embellecer nostálgicamente lo que se ha vivido.
            Ira Levin demostró un profundo conocimiento de la obra y un magistral dominio de la orquesta. Su concepción –intelectualmente monolítica- no tuvo fisuras y obtuvo un excelente rendimiento de la Estable –que perdió apenas una pizca de belleza de sonido en el tercer acto, probablemente por cansancio-. Quizás se le pudiera pedir un poco más de sonido camarístico en alguno de los pasajes del mundo de los espíritus, pero fue tanto y de tan buen cuño lo que nos ofreció que esto pasa a un segundo plano. Hubo vuelo, lirismo, coherencia, fuerza expresiva, magnífico uso de la dinámica, tensión, amplitud de canto, transparencia y una notable compenetración estilística. No fue el primer Leitner pero sí mejor que el segundo y, decididamente, superior a Janowski.
            Strauss, obviamente, no quería a los tenores ya que suele escribirles momentos de casi insalvables dificultades. De toda su galería tenoril el Emperador es el más maltratado. En sus dos grandes momentos lo expone a una tesitura a todas luces despiadada exigiéndole rematar luego con agudos casi imposibles. Para llegar a buen puerto tiene que confiarse el papel a un lírico con cuerpo (Domingo y Heppner son los únicos que salen airosos de la prueba). Stephen Gould es uno de los grandes wagnerianos del momento. Dueño de una voz importante y extensa, posee el característico timbre del lírico alemán. Frasea con convicción y sabe decir con intensidad. Su afinación impecable y su profundo conocimiento del personaje –patente en múltiples detalles en la articulación del texto- se vio opacado por un agudo –uno, no todos ni el registro, que es firme y parejo- casi estrangulado. De cualquier manera fue, de lejos, el mejor Emperador que se haya visto en el Colón (hago omisión de la versión de 1949) muy superior a los inadecuados Feiersinger y Kmentt e infinitamente por encima de la vergonzosa actuación de Jess Thomas.
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            Manuela Uhl –a quien pude apreciar el año pasado en una espléndida Senta en Munich- es una maravillosa soprano lírica. Una voz de increíble belleza, manejada con una técnica poco menos que perfecta, se aúna a una musicalidad exquisita y a un perfecto decir. Su Emperatriz fue servida a lo grande. Nada quedó librado al azar, hubo un juego de matices y de una profusión de exquisiteces típicas del canto de cámara. Fue notorio, a través de su canto, la evolución psicológica del personaje logrando momentos de honda ternura y emoción. Como si todo esto fuera poco, y en un alarde técnico de gran cantante, realizó dos espectaculares messa di voce como pocas veces he oído en vivo. Muy superior a la Bjoner (dueña de un molesto vibrato y de una afinación bastante imperfecta), resiste la comparación con Eva Marton y, a mi juicio, la supera por una mayor imaginación en el fraseo y la dinámica. Además, es mucho mejor actriz.
            Barak fue encarnado por Jukka Rasilainen, que tuvo un desempeño infinitamente superior al del Wotan del año pasado. Su Barak fue noble, sentido y bien fraseado. Buen cantante y con una bella voz, supo extraer al tintorero toda una enorme gama de matices; desde la felicidad hasta el dolor, la ira, la desolación y el inmenso amor a su esposa, todo fue vertido con un fraseo de una naturalidad y una verdad conmovedores. Quizás se extrañó una mayor expansividad en el inicio del cuarteto final (allí Nimsgern fue poco menos que ideal) pero en el resto resultó superior al ineficiente Yahia, al correcto McIntyre y al desabrido Nimsgern.
            La Tintorera tuvo en la rusa Elena Pankratova una intérprete de lujo. Voz importante, pareja, de buena emisión y con un temperamento de alto voltaje, nos presentó a una mujer joven, sexy y apasionada. Su canto no tuvo fisuras y sorteó todas las dificultades sin esfuerzo aparente. Además, lo jugó con soltura y buen sentido dramático. Su desempeño estuvo por encima del de la correcta y algo primaria Kuchta, de la también primaria –pese a su voz- Mastilovic, de la buena Dvorakova y de una Nilsson en franco estado de decadencia vocal.
            Iris Vermillion cantó una Nodriza espectacular. No se arredró ante ninguna de las dificultades que Strauss le regaló sin privarse de nada. Su extenso registro le permitió moverse con comodidad tanto en los extremos graves como agudos, cantando magníficamente y con una afinación impecable. Además jugó el personaje de manera admirable, cargándolo de una poderosa carga diabólica por momentos terrorífica. Muy por encima de la poco expresiva Hoffmann y de la declinante Hesse.
            Jochen Kupfer estuvo poco menos que ideal en el Mensajero. Esta parte –que en esta oportunidad no ha sido cortada- exige un cantante de relieve y este joven barítono lo es. Nada que ver con un vulgar Nocker, un Mattiello un tanto envejecido y un descolocado Boghossian.
            Muy bien elegidos los demás papeles –impagables los hermanos de Barak- en donde no hubo nadie que desentonara.
            Andreas Homolki realizó un trabajo de movimiento actoral de altísimo nivel. Nada quedó fuera de un juego de gestualidades de enorme riqueza. Narró la historia con una seguridad y sencillez que la hizo absolutamente comprensible. No sé si todos son buenos actores –sólo puedo afirmarlo de Uhl- pero lo que sí sé es que le sacó el máximo a cada uno y el resultado fue ampliamente satisfactorio. Además manejó los interludios con detalles de gran hombre de teatro. Su trabajo conmovió y emocionó sin caer en ningún golpe bajo.
            La escenografía –minimalista de muy buen gusto- y el vestuario jugaron con cinco colores: blanco y negro para el mundo de los espíritus, amarillo para el de los hombres, azul para ese mundo intermedio con el que desea acabar Keikobad y rojo para la flecha. Unas cajas, unas flechas y una bola son los únicos elementos que se utilizan muy inteligentemente. Todo esto, con una sensible y maravillosa iluminación, lograron momentos de enorme belleza plástica.
            Gran acierto de la gestión García Caffi y un Colón que puede pelear mano a mano con los mejores momentos de su historia.


                                               Roberto Luis Blanco Villalba
Foto: Gentileza Arnaldo Colombaroli

1 comentario:

  1. No coincido para nada con la valoración de la puesta. En mi opinión, se trató de una gigantesca pavada, que no ayudaba para nada a la obra, y cuyos colores fuertes mareaban. Sublimes la Orquesta y la Pankratova!

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