Stephen
Gould (El Emperador), Manuela Uhl (La Emperatriz), Iris Vermillion (La
Nodriza), Jukka Rasilainen (Barak), Elena Pankratova (La Tintorera), Jochen Kupfer
(Espíritu mensajero), Marisú Pavón (Guardián del templo), Pablo Sánchez
(Aparición de un Joven), Victoria Gaeta (Voz del halcón), Mario De Salvo
(Hermano tuerto de Barak), Emiliano Bulacios (Hermano manco de Barak), Sergio
Spina (Hermano jorobado de Barak), Alejandra Malvino (Voz de lo alto), Marisú
Pavón, Florencia Fabris, Guadalupe Barrientos, Oriana Favaro, Carla Paz
Andrade, Victoria Gaeta, Cintia Velázquez, Alejandra Malvino, Cecilia
Jakubowicz, Celina Torres y Verónica Cano (Séquito de espíritus), Marisú Pavón,
Oriana Favaro, Victoria Gaeta y Carla Paz Andrade (Voces de los niños no
nacidos). Coro de Niños, Coro Estable y Orquesta Estable del Teatro Colón.
Director musical: Ira Levin. Director del Coro: Miguel Martínez. Director del
Coro de Niños: César Bustamante. Director de escena: Andreas Homoki. Diseño de
escenografía y vestuario: Wolfgang Gussmann. Diseño de iluminación: Frank Evin.
Teatro Colón, 11 de junio de 2013.
“La mujer sin sombra” es uno de los mayores desafíos a los que pueda enfrentarse un teatro lírico. Su monumentalidad orquestal –la más grande de las óperas straussianas-, las enormes exigencias vocales a las que son sometidos sus cinco cantantes principales –el tenor en primer lugar-, una acción básicamente simple pero hipercomplicada por un libreto que hoy suena abstruso y demodé, su duración y la enormidad del planteo conceptual la transforman en algo menos que imposible de hacerse dignamente. Digamos desde ya que el Colón cumplió con creces y nos presentó una versión digna de los más grandes teatros del mundo y, de lejos, la más pareja de las cuatro que hemos podido ver en esa sala. Al tener con muy buen sonido las grabaciones de las funciones de 1965, 1970 y 1979 puedo afirmar esto último sin caer en los recuerdos que son traicioneros y tienden a embellecer nostálgicamente lo que se ha vivido.
Ira Levin demostró un profundo conocimiento de la obra y
un magistral dominio de la orquesta. Su concepción –intelectualmente
monolítica- no tuvo fisuras y obtuvo un excelente rendimiento de la Estable
–que perdió apenas una pizca de belleza de sonido en el tercer acto,
probablemente por cansancio-. Quizás se le pudiera pedir un poco más de sonido
camarístico en alguno de los pasajes del mundo de los espíritus, pero fue tanto
y de tan buen cuño lo que nos ofreció que esto pasa a un segundo plano. Hubo
vuelo, lirismo, coherencia, fuerza expresiva, magnífico uso de la dinámica,
tensión, amplitud de canto, transparencia y una notable compenetración
estilística. No fue el primer Leitner pero sí mejor que el segundo y,
decididamente, superior a Janowski.
Strauss, obviamente, no quería a los tenores ya que suele
escribirles momentos de casi insalvables dificultades. De toda su galería
tenoril el Emperador es el más maltratado. En sus dos grandes momentos lo
expone a una tesitura a todas luces despiadada exigiéndole rematar luego con
agudos casi imposibles. Para llegar a buen puerto tiene que confiarse el papel
a un lírico con cuerpo (Domingo y Heppner son los únicos que salen airosos de
la prueba). Stephen Gould es uno de los grandes wagnerianos del momento. Dueño
de una voz importante y extensa, posee el característico timbre del lírico
alemán. Frasea con convicción y sabe decir con intensidad. Su afinación
impecable y su profundo conocimiento del personaje –patente en múltiples
detalles en la articulación del texto- se vio opacado por un agudo –uno, no
todos ni el registro, que es firme y parejo- casi estrangulado. De cualquier
manera fue, de lejos, el mejor Emperador que se haya visto en el Colón (hago
omisión de la versión de 1949) muy superior a los inadecuados Feiersinger y
Kmentt e infinitamente por encima de la vergonzosa actuación de Jess Thomas.
Añadir leyenda |
Manuela Uhl –a quien pude apreciar el año pasado en una
espléndida Senta en Munich- es una maravillosa soprano lírica. Una voz de
increíble belleza, manejada con una técnica poco menos que perfecta, se aúna a
una musicalidad exquisita y a un perfecto decir. Su Emperatriz fue servida a lo
grande. Nada quedó librado al azar, hubo un juego de matices y de una profusión
de exquisiteces típicas del canto de cámara. Fue notorio, a través de su canto,
la evolución psicológica del personaje logrando momentos de honda ternura y
emoción. Como si todo esto fuera poco, y en un alarde técnico de gran cantante,
realizó dos espectaculares messa di voce como pocas veces he oído en vivo. Muy
superior a la Bjoner (dueña de un molesto vibrato y de una afinación bastante
imperfecta), resiste la comparación con Eva Marton y, a mi juicio, la supera
por una mayor imaginación en el fraseo y la dinámica. Además, es mucho mejor
actriz.
Barak fue encarnado por Jukka Rasilainen, que tuvo un
desempeño infinitamente superior al del Wotan del año pasado. Su Barak fue
noble, sentido y bien fraseado. Buen cantante y con una bella voz, supo extraer
al tintorero toda una enorme gama de matices; desde la felicidad hasta el
dolor, la ira, la desolación y el inmenso amor a su esposa, todo fue vertido
con un fraseo de una naturalidad y una verdad conmovedores. Quizás se extrañó
una mayor expansividad en el inicio del cuarteto final (allí Nimsgern fue poco
menos que ideal) pero en el resto resultó superior al ineficiente Yahia, al
correcto McIntyre y al desabrido Nimsgern.
La Tintorera tuvo en la rusa Elena Pankratova una
intérprete de lujo. Voz importante, pareja, de buena emisión y con un
temperamento de alto voltaje, nos presentó a una mujer joven, sexy y
apasionada. Su canto no tuvo fisuras y sorteó todas las dificultades sin
esfuerzo aparente. Además, lo jugó con soltura y buen sentido dramático. Su
desempeño estuvo por encima del de la correcta y algo primaria Kuchta, de la
también primaria –pese a su voz- Mastilovic, de la buena Dvorakova y de una
Nilsson en franco estado de decadencia vocal.
Iris Vermillion cantó una Nodriza espectacular. No se
arredró ante ninguna de las dificultades que Strauss le regaló sin privarse de
nada. Su extenso registro le permitió moverse con comodidad tanto en los
extremos graves como agudos, cantando magníficamente y con una afinación
impecable. Además jugó el personaje de manera admirable, cargándolo de una
poderosa carga diabólica por momentos terrorífica. Muy por encima de la poco expresiva
Hoffmann y de la declinante Hesse.
Jochen Kupfer estuvo poco menos que ideal en el
Mensajero. Esta parte –que en esta oportunidad no ha sido cortada- exige un
cantante de relieve y este joven barítono lo es. Nada que ver con un vulgar
Nocker, un Mattiello un tanto envejecido y un descolocado Boghossian.
Muy bien elegidos los demás papeles –impagables los
hermanos de Barak- en donde no hubo nadie que desentonara.
Andreas Homolki realizó un trabajo de movimiento actoral
de altísimo nivel. Nada quedó fuera de un juego de gestualidades de enorme
riqueza. Narró la historia con una seguridad y sencillez que la hizo
absolutamente comprensible. No sé si todos son buenos actores –sólo puedo
afirmarlo de Uhl- pero lo que sí sé es que le sacó el máximo a cada uno y el
resultado fue ampliamente satisfactorio. Además manejó los interludios con
detalles de gran hombre de teatro. Su trabajo conmovió y emocionó sin caer en
ningún golpe bajo.
La escenografía –minimalista de muy buen gusto- y el
vestuario jugaron con cinco colores: blanco y negro para el mundo de los espíritus,
amarillo para el de los hombres, azul para ese mundo intermedio con el que
desea acabar Keikobad y rojo para la flecha. Unas cajas, unas flechas y una
bola son los únicos elementos que se utilizan muy inteligentemente. Todo esto,
con una sensible y maravillosa iluminación, lograron momentos de enorme belleza
plástica.
Gran acierto de la gestión García Caffi y un Colón que
puede pelear mano a mano con los mejores momentos de su historia.
Roberto Luis Blanco Villalba
Foto: Gentileza Arnaldo Colombaroli
No coincido para nada con la valoración de la puesta. En mi opinión, se trató de una gigantesca pavada, que no ayudaba para nada a la obra, y cuyos colores fuertes mareaban. Sublimes la Orquesta y la Pankratova!
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