sábado, 4 de mayo de 2013


PARA ESCUCHAR

                                                           LA FALENA

Leyenda lírica en tres actos de Antonio Smareglia con libro de Silvio Benco.

El Rey Stellio                                                           Ruggero Bondino (Tenor)
El viejo Uberto                                                         Mario D’Anna (Baritono)
Albina, su hija                                                         Rita Lantieri (Soprano)
La Falena, espíritu maléfico                                  Leyla Gencer (Soprano)
Morio, viejo marino                                                 Aurio Tomisich (Bajo)
El ladrón                                                                 Dario Zerial (Tenor)
Voz interna de un marinero                                   Giuseppe Botta (Tenor)
Coro y Orquesta del Teatro Verdi de Trieste
Director: Gianandrea Gavazzeni
Grabación efectuada en el Teatro Verdi de Trieste el 18 de marzo de 1975


            El destino de Antonio Smareglia estuvo signado por la misma dualidad presentada por su Istria natal. Esta bellísima región, que perteneció alternativamente a Italia y al Imperio Austro-Húngaro y que en la actualidad está dividida entre la patria del Dante y Croacia, cabalgó siempre entre dos culturas.
Lo mismo le ocurrió a este excelente músico nacido en Pola en 1854 y que fuera enviado por sus padrea a Graz para estudiar ingeniería. Una vez en Austria tomó contacto con la música de Wagner y decidió, a los dieciocho años, trasladarse a Viena para realizar estudios musicales.
Con posterioridad eligió el Conservatorio de Milán, dado que en él prevalecía el temperamento italiano por sobre el ambiente germanófilo en el que se movía.
Allí, en la capital lombarda, fue alumno de Franco Faccio y Alberto Mazzuccato y tomó contacto con la famosa Scapigliatura, movimiento cultural que intentaba revitalizar el arte romántico y que diera figuras de gran importancia como, entre otros, Arrigo Boito, su hermano Camillo –estupendo escritor cuya novela Senso merece contarse entre lo más importante de la producción italiana de la segunda mitad del siglo XIX- o el pintor Tranquillo Cremona.
Smareglia egresó en 1875 y, cuatro años después, estrenó su primera ópera: Preziosa. A ésta le siguieron Bianca da Cervia, Re Nala, Il Vasallo di Sziget –estrenada en la Ópera de Viena en 1889-, Cornill Schut –que se ofreciera en el Teatro Nacional de Praga en 1893 y que luego fuera reelaborada con el título de I pittori fiaminghi-, Nozze istriane de 1895 –su trabajo más difundido-, La Falena, Oceana y Abisso.
En el año 1900 quedó ciego, pero no por eso dejó de trabajar. Su maravillosa memoria le permitía recordar escenas enteras del libreto que se le ofrecía y así, sentado frente al piano, tocaba y dictaba sus partituras. De esa forma compuso sus últimas dos óperas y, a pedido de Toscanini que lo tenía en muy alta estima, completó el Nerone de Boito.
En 1921 fue nombrado profesor del Conservatorio de Trieste, cargo que ocupó hasta su muerte en 1929.

Smareglia nació el mismo año que Catalania, músico con el que guarda muchos puntos de contacto aunque resulta mucho más interesante. Su estilo hiperromántico, que aúna el lirismo italiano con la densidad germana, su interés por los temas fantásticos y su no aceptación de los postulados tradicionales lo muestran como un continuador de la línea estética inaugurada por el malogrado compositor luqués.
El eterno conflicto entre las aspiraciones ideales del espíritu y las tentaciones de la carne fue profundamente sentido por Smareglia, que lo llevó por primera vez a escena en su Cornill Shut. Inmediatamente pensó que podía potenciar aún más este tema con una ópera basada en Las tentaciones de San Antonio de Gustave Flaubert. Aunque el proyecto no llegó a concretarse, la idea de la oposición espíritu-carne siguió interesándolo hasta sus últimos días.
Este tema tomó forma definitiva cuando, una vez radicado en Trieste, conoció al joven periodista y poeta Silvio Benco, fantasioso y refinado simbolista. En un período dominado por el verismo, Smareglia y Benco crearon una ópera totalmente original en un género a la vez fantástico y humano, enraizada en las antiguas tradiciones y leyendas de santos tentados por los demonios. La acción está referida a los primeros años de la era cristiana y la maléfica Falena es contrapuesta a la angelical figura de la piadosa virgen Albina, que con su perdón redime al pecador.
El estreno tuvo lugar en el Teatro Rossini de Venecia el 4 de septiembre de 1897 con un excelente reparto: la mezzo-soprano Alice Cucini en el rol central, la mítica Emma Carelli encarnando a Albina, Alfonso Garulli como Stellio y Vittorio Bombara  en Uberto con la dirección de Gialdino Gialdini. La obra fue representada en Roma en 1899 y en Triste ese mismo año y en 1911, 1930, 1947 y 1975. La Falena es la última obra que Smareglia escribiera sin ayuda. Las dos restantes (Oceana y Abisso) fueron compuestas luego de su ceguera. Es una partitura de enorme belleza. El alucinado y decadente simbolismo del texto se encuentra magníficamente reflejado en una música de avasallador lirismo, de una atmósfera onírica estupendamente enmarcada a través de una orquestación suntuosa y sumamente cuidada y de una escritura vocal intensa y de envolvente slancio.
Dejado de lado como otros importantes nombres de su generación o de la posterior (Martucci, Sgambatti, Pizzetti, Alfano, Zandonai, entre otros) Antonio Smareglia es uno de esos casos de injusticia artística en que suele caer Italia. Hoy los invitamos a tomar contacto con esta joya auténticamente italiana a la que los calificativos de wagneriana y germanófila con que fuera peyorativamente recibida no le caben de ninguna manera.

Argumento
            La acción de La Falena transcurre en un reino de la costa atlántica europea durante los primeros tiempos cristianos.
Acto 1º
Este acto se desarrolla en un bosque cercano al palacio del joven rey Stellio.
            Un grupo de muchachas que ha estado recogiendo flores se encuentra formando ramos mientras entonan una balada. Las encuentra Albina que, sobre un jazmín que le ofreciera una de las jóvenes, canta a la flor moribunda. Desde el mar se escucha la melancólica canción de un marinero, lo que la entristece aún más. Uberto, su anciano padre, la reprende por su costumbre de encontrar en cada cosa motivos de aflicción.
            Se reúnen campesinos y pescadores en espera de la vuelta del rey de su partida de caza. Los guardias traen a un ladrón que deberá ser juzgado por Stellio. Éste sale del bosque junto con su cortejo y todos se reúnen a su alrededor. El ladrón se vuelve hacia Albina, suplicándole que interceda a su favor. El soberano, ante el pedido de la joven, lo absuelve. Cuando todos se retiran y Albina está por seguir a su padre, Stellio la retiene y le confiesa su amor, que es correspondido.
            Absortos en su diálogo amoroso, ninguno advierte que anocheció. Cuando el rey está por besar a Albina surge de entre el follaje una criatura desconocida envuelta en un amplio manto que lo arranca de los brazos de su amada y lanza un desafío: ella es la hermosa, la fuerte, que hace arder los sentidos y destroza los corazones. Luego, mientras Albina retrocede temerosa, el espíritu maléfico –la Falena- extiende su manto sobre Stellio y hace caer sobre sus ojos un sueño hipnótico, exclamando que la noche lo requiere para sí. Después desaparece en el bosque.
            Albina, aterrorizada junto al durmiente Stellio, es encontrada por Uberto, que llama al pueblo. El anciano lanza sus imprecaciones contra los espíritus malignos mientras los demás rezan por la salud del rey, al que cuatro jóvenes alzan para llevarlo al palacio.
            La introducción nos pone frente al afiebrado y apasionado mundo de los espíritus nocturnos a través de un tenso discurso lírico, suntuosamente orquestado con un muy personal lenguaje armónico.
            La intensidad posrromántica de este fragmentos va calmando hasta disolverse en el delicado canto de las doncellas. La entrada de Albina da lugar a un breve y doliente monólogo cuyo triste carácter se acentúa con el melancólico canto del marinero.La adocenada reprimenda de Uberto precede a la escena del ladrón, espléndidamente subrayada por la orquesta. La entrada del rey presenta un brillo que la ubicaría entre una más de muchas escenas similares de la ópera tradicional. Sin embargo, pronto cambia el carácter dando lugar a extrañas armonías que preanuncian la “Turandot” pucciniana con treinta años de antelación. Con concisión y sin fáciles efectismos se desarrollan las escenas previas a muy bello dúo “Ti rimirai vivente”, donde hay momentos de especial encanto poético.
            El clima cambia súbitamente con la aparición de la Falena, que opone su ardiente e intensa voluptuosidad con la ingenuidad con que es tratada la figura de Albina. Este momento vuelve a ubicarnos en el mundo fantástico anunciado en la introducción.
            El posterior díalogo entre Uberto y su hija peca de falta de interés debido a la reiteración de fórmulas melódicas y armónicas. La entrada del pueble cierra el acto con una convencional pero bella plegaria.
Acto 2º
Los sucesos de este acto tienen lugar en el antro de la Falena.
            La Falena espera ansiosamente la llegada de Stellio. Cuando entra se le acerca sensualmente, provocándolo y arrojándose a sus brazos. Stellio, haciendo un supremo esfuerzo por resistir, invoca el nombre de Albina. La Falena, entonces, lo induce a beber una copa de vino de sus ánforas, después de lo cual ella le parece de una belleza incomparable. Su apasionado abrazo es interrumpido por la entrada de Uberto. La Falena le arranca al rey la promesa de matar al viejo.
            Éste intenta, vanamente, convencerlo para que abandone ese lugar maldito. Stellio es sordo a sus plegarias y, cuando Uberto intenta llevárselo por la fuerza, la Falena saca de la cintura del monarca un cuchillo y se lo pone en la mano; luego lo arroja sobre Uberto, que cae apuñalado-
            Stellio fija horrorizado su mirada en sus manos ensangrentadas pero la Falena lo incita a seguir bebiendo su vino adormecedor. La angustia de Stellio se aplaca y tiene una visión de Fata Morgana. Azules colinas de una isla encantada surgen del mar, con castillos orlados de gemas bajo un cielo de oro. Pero cuando Stellio alza las manos para acariciar a la Falena la visión se desvanece vuelve a ver la sangre, pidiendo agua para lavarla.
            Corriendo una roca con el pie, hace surgir un hilo de agua y desata sus trenzas. Stellio juega voluptuosamente con los cabellos y el agua hasta que se da cuenta que, por más que intente hacerlas desparecer, las manchas de sangre permanecen en sus manos. En medio de una creciente angustia, los remordimientos se agolpan en su mente y cree oír un llanto proveniente del bosque. La Falena trata de que no lo escuche, pero él piensa que es el llanto de Albina y lo invade un enloquecido terror. Ambos huyen del lugar en un paroxismo de angustia.
            La introducción muestra, una vez más, la maestría de Smareglia en el arte orquestal y nos presenta el tenebroso y fantasmagórico mundo de la Falena, cuyo carácter queda magníficamente delineado en su intenso monólogo “Balzato è dal giaciglio”. La entrada de Stellio da lugar a un dúo demasiado extenso y repetitivo. La entrada de Uberto y el trío siguiente desembocan en la concisa y dramática muerte del anciano.
            Sigue otro largo dúo entre Stellio y la Falena. Toda la magia y el irreal y onírico mundo demoníaco está representado en una página de fuerte poder evocativo, exigente vocalismo y orquestación palpitante y de gran riqueza tímbrica, que cierra el acto
Acto 3º
Una playa junto al mar a la salida del bosque, cerca del palacio.
            El viejo marino Morio narra a los pescadores las aventuras corridas en los viajes que realizara durante su juventud. Después va a descansar a su barca mientras los demás tienden sus redes. La escena es invadida por los cazadores y el pueblo, que han salido en busca del rey Stellio y de Uberto.
            Mientras todos entran en el bosque, salen por otro lado la Falena y Stellio. Con las primeras luces del alba comienza a desvanecerse la fascinación de la Falena, que se hace cada vez más transparente. Ella sigue intentando exaltar a Stellio y le sugiere que parta en la nave de Morio. Llamado por el rey, el marino ve como el espíritu se disuelve en la creciente luz de la aurora. Le explica al monarca que esa era una fantástica criatura nocturna que hace pecar a los hombres con oscuros maleficios y que quien haya pasado la noche con ella se encuentra condenado.
            Ante el llamado de Morio acude todo el pueblo. El rey se arrodilla y se confiesa delante de ellos. Al llegar Albina le muestra las manos ensangrentadas, diciéndole que es la sangre de su padre. El pueblo, horrorizado, se aleja de él, Stellio pide desesperadamente que alguno le dé muerte. Albina se le acerca, le besa los cabellos y le dice que con ese beso lo ha salvado. Luego cae muerta. Stellio, llorando, se arroja sobre el cuerpo de su amada.
            El carácter diverso de este acto final se presenta a través de una breve y diáfana introducción.
            El anodino relato de Morio es seguido por las anhelantes frases del coro buscando a su rey. Éste aparece en compañía de la Falena y, nuevamente, un lenguaje de intenso apasionamiento se adueña de la acción. Escaso interés presentan la disolución de la protagonista y las frases de Morio describiendo el pecado cometido que preparan la desgarradora confesión del rey. La escena final presenta los lamentos del pueblo, la maldición de Morio a la Falena y el doloroso perdón de Albina con el resultado de una grandeza verdaderamente conmovedora.
                                                   
Roberto Luis Blanco Villalba

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