(Budapest, 5 de julio de 1924 – Bloomington, Indiana, 28 de abril de 2013)
Existen en la vida de un espectador momentos
tan mágicos y perfectos –pocos en realidad- que quedan grabados en su
memoria para siempre como los de mayor goce estético que haya disfrutado. En mi caso estos no
llegan a la decena y, entre ellos, figura una noche de 1974 en que Janos Starker
en el Coliseo interpretó la “Sonata” de Zoltan Kodaly. Fue tan enorme la
conmoción que me provocara la intensidad de uno de los escasos artistas de
verdad y con mayúsculas que uno pudiera conocer, que salí de la sala casi
flotando en una nube antes de que algún bis exhibicionista pudiera tirar abajo
la maravillosa sensación que me había dejado el recital (la primera parte
fueron dos suites de Bach).
Quise comenzar así, con un recuerdo personal, estas breves líneas porque
Starker fue, sin lugar a dudas, uno de los más grandes músicos que tuviera la
suerte de apreciar. Judío húngaro, sobrevivió al campo de concentración –no así
su familia- y, tenazmente, decidió que debía dar todo de sí para que esa
supervivencia valiera la pena. ¡Y vaya que lo consiguió!, se convirtió en el
más grande violoncellista de la historia luego del mítico Rostropovich.
Comenzó sus estudios muy chico -a los cinco años -ingresando en la Academia
Franz Liszt de Budapest, donde estudió con Adolf Schiffer –que, a su vez fuera
alumno nada menos que de David Popper, una de las máximas figuras del cello del
siglo XIX-. Así entendemos su imperiosa necesidad de hacer música y su
inquebrantable compromiso con ella.
En 1948 se radicó en los Estados Unidos –cuya ciudadanía adoptó- siendo primer
cello de las orquestas del Met, Dallas y Chicago. Diez años después se
radicó en Bloomington (Indiana) dedicándose a su mayor pasión: la enseñanza.
Desde ese año y hasta poco antes de su muerte fue profesor en la Jacobs School
of Music de la Universidad local. Al mismo tiempo desarrolló su carrera como
solista que ,debido a su precaria salud, abandonó en 2005. En una ocasión
dijo:”nací para ser maestro. Muchos cuestionaron la validez de esta afirmación
porque ofrecí, tres, cuatro, cinco mil conciertos en toda mi vida. Pero el
hecho es que creo que he sido puesto sobre la tierra para enseñar”.
Lo primero que impactaba al oír a Starker era su sonido. Éste era penetrante,
purísimo, de gran belleza y de un volumen amplio y poderoso –en especial en los
graves, verdaderamente sobrecogedores-. A esto hay que unir una afinación
perfecta, una técnica sin fisuras, una profunda musicalidad, una concentración
casi sobrehumanas y una mano izquiera que era, sencillamente, milagrosa.
Un compositor muy amigo me envió un mensaje con el que quiero cerrar este
pequeño homenaje: Gloria eterna a ti, Janos
Roberto Luis Blanco Villalba
Dejo la dirección para que puedan leer una interesantísima entrevista
que se le realizara en 2002:
Además, para poder disfrtuarlo:
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