Don Francisco y los enmascarados.
Farsa histórica en udos actos de Pablo Massa. Santiago Bürgi (Don Francisco),
Eugenia Fuente (Doña Mariquita), Pablo Pollitzer (Manolillo), Enzo Romano
(Bernardino y Fray Cayetano), Esteban Manzano (Juanita), Sergio Carlevaris
(Bernardino), Soledad Molina, Margarita Pollini, Matías Tomasetto y Juan Feico
(Diputados). Coro y Orquesta de la Compañía de las Luces. Director: Marcelo
Birman. Dirctor de escena: Pablo Maritano. Escenografía: Andrea Mercado.
Vestuario: María Emilia Tambutti. Iluminación: Betina Robles.
Centro de Experimentación del Teatro
Colón, 9 de abril de 2013
El CETC nos tiene
acostumbrados a una altísima calidad en cuanto a propuestas y ejecuciones y
quizás sea el ciclo del Colón con más alto y parejo nivel. Por eso es que me
sorprendió de muy mala manera esta muy berreta propuesta.
Pablo Massa –del que no tengo ningún dato; tampoco figuran en el programa y no
se lo encuentra en Google- escribió una ópera buffa napolitana donde no aparece
nada que pueda llamar la atención del oyente. La música es del siglo XVIII con
bastante influencia de Cimarosa, sin niguna melodía interesante, sin partes
virtuosas para los cantantes, con una muy pobre escritura orquestal, sin
imaginación, repitiendo fórmulas vacías y carente de los contrastes que
constituían la médula del género.
El libreto, por otra parte, es de una mediocridad supina, plagado de rimas forzadas
y con muy poca –o nada- de gracia. El resultado final es el de una mala
estudiantina bastante bien servida.
Por otro lado, no era el ámbito para presentarla. Su falta de calidad y la
ausencia de propuesta la ubican entre ciertos productos under cuya consagración
puede llegar a ser presentarse en la Scala. Es un espectáculo digno del
desaparecido Café Mozart o de esos pequeños sucuchos que pulularon entre los
sesentas y los noventas. En realidad, parece obra de un grupo de aventajados
aficionados.
Les Luthiers o las viejas jugarretas de Miguel Ángel Rondano (recuerdo
especialmente “Tristón y Risolda, o la argolla del nibelungo”) hacían esto
mismo parodiando y recreando con cierto sentido creativo. Claro está, escribían
música significativamente menor y lo sabían. Lo hacían para divertir y
divertirse. En este caso la cosa no pasa por allí. Esto está escrito en serio.
Y escribir en serio un producto muerto sobre fórmulas muertas de un género
muerto no sólo no aporta nada sino que es una verdadera estupidez. Como es una
estupidez la aseveración del ¿compositor? De que “la música es contemporánea,
en el más lato y estricto sentido de la palabra, porque fue escrita en 2004.
Pero el lenguaje es del siglo XVIII y es adrede anacrónica para nuestra época,
y también demodé y anacrónica para la supuesta época de composición que es
contemporánea a los supuestos hechos”. Les pido que vuelvan a leer el párrafo y
vean que no dice ni propone nada (hecho bastante común entre algunos
periodistas y políticos “apolíticos” de nuestra fauna -¿formará parte de los
signos de estos tiempos?).
Rescato a los cantantes que tuvieron un buen desempeño (espléndido Pollitzer
–como siempre-, muy bien Bürgi y esta vez no convincente la Fuente).
Daniel Birman no puso nada de sí para imprimirle cierta agilidad a la orquesta,
cuyos violines sonaron, al menos, destemplados.
Atroces las dos solistas del coro (Molina y Pollini) con unos sonidos tan fijos
que parecía que en cualquier momento iban a levantar vuelo.
Desafortunado, malo, sin ideas, pobre y berreta es el saldo de esta farsa a la
que me dicen que debo tomar como producto de una broma de jóvenes. No
jorobemos. Nadie es joven cuando pasó los treinta –y algunos hace un buen
rato-. Son un grupo de snobs soberbios y, obviamente, con algo de poder ya que
en la sala había colegas que no suelen ir al CETC –llega a aparecer una nota en
alguno de los grandes diarios, donde no se le da bolilla a este ciclo y
entonces me cerraría la idea de que “esto” vino impuesto “desde arriba”-.
Esperemos que se levante la puntería para el resto del ciclo y que este tipo de
anti-propuestas no se repitan.
Roberto Luis Blanco Villalba
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