viernes, 3 de mayo de 2013

EXCELENTE SOLISTA EN UN MUY BUEN CONCIERTO


El gaucho con botas nuevas (Gilardo Gilardi), Rondò en La Mayor K 386 (Wolfgang Amadeus Mozart), Concierto para piano y orquesta (Francis Poulenc), Sinfonía Nº 1 en Si bemol Mayor Op. 38 “Primavera” (Robert Schumann). Fuera de programa: Gymnopédie Nº 1 (Eric Satie)
OFBA. Director: Alexis Soriano. Piano: Pascal Rogé.
Teatro Colón, 2 de mayo de 2013
               


                ¡Por Dios, qué pianista!!!!  Quienes me conocen saben que no me gusta atenerme a regla o normas y que realmente no me importa comenzar así una crítica y, es más, si a alguno le molesta me hace sentir un poco mejor.
                Es que lo que hizo el jueves Pascal Rogé en el Colón excede cualquier tipo de apreciación objetiva. Y si alguno pudo hacerla lo descalifico como oyente. Ante tamaña demostración de cualidades artísticas e interpretativas todo lo demás queda, necesariamente, en segundo plano.
Si un crítico pierde la capacidad de emocionarse, mejor sería que dejase de escribir. El hecho artístico no depende de una nota errada o un acento distinto al que figura en la partitura, sino del resultado general. Lo que importa es el concepto y el haber traducido –o no- el espíritu del autor.
Quien haya perdido la capacidad de emocionarse, dejado de lado el abrirse –no el aceptar ciegamente- a lo nuevo, el poder escuchar una obra muy oída como si fuera casi la primera vez, debería replantearse lo que está haciendo y dedicarse a otra cosa. Por otro lado, la proliferación de blogs y otras yerbas virtuales y la idea de que la democracia y la libertad permite que cualquier persona que no sepa nada sobre un tema opine y pontifique sobre cosas de las que no sabe han desprestigiado absolutamente la labor del crítico. Si un profesor de historia, un arquitecto, una abogada o un médico que no saben música, ni canto, ni piano, ni castañuelas dogmatizan sobre el tema es porque el rumbo se ha perdido. Yo escucho regularmente en mis charlas, cursos, presentaciones o lo que sea decir “¡qué buena técnica!” a personas que positivamente sé que no tienen la menor idea de ello. Si a eso le unimos que algunos críticos sufren de complejo de Dios, en un punto creo que estamos fritos. Cuando tres nombre importantes –uno de ellos el de los dos o tres que más respeto- ante el infame –conceptualmente y como realización- “Colón Ring” –o “Anillito”, como cruel y certeramente lo bautizó el público- aseveraron, sin esgrimir ningún argumento, que “Siegfried” es una obra menor sentí una profunda vergüenza ajena y me replantée si no había tirado por la borda cuarenta y cinco de mis sesenta y dos años de vida dedicándome a esto.
                Obviamente, un grupo de ineptos y de soberbios no me apartan de mi vocación y vuelvo a comenzar: ¡Qué pedazo de pianista!
                El que Rogé sea un viejo y asiduo conocido no impide que uno se maraville ante cada una de sus interpretaciones. Su técnica está totalmente fuera de discusión: es perfecta. Ya conocemos y hemos hablado de la belleza de su sonido, de su toque diáfano pero no blando, de la increíble agilidad, de la casi incomprensible diafanidad de sus texturas. Es, sin lugar a dudas, una de los cuatro o seis más grandes –sin entrar en la estupidez de lo mediático- pianistas del momento –título que viene ostentando hace décadas, lo cual lo exime de ser un “producto armado” para snobs como Lan o Volodos- y otra vez volvió a revelarlo.
                Después de una exquisita versión de un Mozart menor, nos entregó un Poulenc de antología –sólo superado por su grabación con Dutoit- y la mejor “Gymnopédie” que jamás haya escuchado. El Concierto no tiene secretos para él y, literalmente, lo “jugó”, lo llenó de matices, de intenciones y nos regaló una visión de la obra decididamente soñada.
                A esto se sumó, además, una dirección sensible y plana de lirismo del español Alexis Soriano, que alcanzó su mayor nivel de la noche. Ésta había comenzado con un muy buen “Gaucho con botas nuevas” –una de las máximas obras de nuestra historia musical- y se cerró con una una muy particular visión Biedermayer –que yo creo que es la correcta- de la  “Sinfonía Primavera”.
                Decir que el desempeño de la OFBA fue magnífico es una redundancia pero no está de más hacerlo. De cualquier manera, extraño el muy personal sonido que consigue con otros directores.
                                                                                  Roberto Luis Blanco Villalba
FOTO: GENTILEZA ARNALDO COLOMBAROLI

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