sábado, 27 de junio de 2015



 TREINTA Y TRES AÑOS DESPUES, LLEGO AL COLON


Quinto Concierto de Abono a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, Director: Enrique Arturo Diemecke, Solista; Alfonso Mujica (Barítono). Programa dedicado a Gustav Mahler (1860-1011): “Canciones de Un Caminante”. Sinfonía Nº 10 (Versión revisada por Enrique Arturo Diemecke de la reconstrucción hecha en dos versiones por Deryck Cooke [1960 y 1964]). Teatro Colón, 18 de Junio de 2015.

  Treinta y tres años pasaron con velocidad inaudita, desde que pocos meses antes de iniciarme como oyente con la Orquesta Sinfónica Nacional, Pedro Ignacio Calderón, por ese entonces asesor de programación de la Filarmónica de Buenos Aires (Antonio Russo era el titular), el que ni remotamente pensaba en ser titular de la Nacional, de lo que ya lleva 21 años (record de permanencia en el cargo), hacía con la primera Orquesta Argentina el estreno absoluto de una de las dos versiones de la obra en el Auditorio de Belgrano. Lamenté mucho por ese entonces la falta de información para  poder concurrir (solo me enteré por la crítica que el inolvidable Napoleón Cabrera hiciera del concierto) y comenzar a experimentar en vivo, lo que ya verificaba en grabaciones y  en las legendarias películas de “Conciertorama” en el desaparecido cine Maxi de la calle Carlos Pellegrini, justo frente al Colón, en donde las versiones Bernstein con Viena y Londres de la octava y la Segunda, respectivamente,  me deslumbraron sobremanera y en donde la familia Piscitelli hizo casi todo el resto vendiéndome las grabaciones, ya que la Quinta me vino en vinilo directamente de Europa (aún lo escucho), con explicaciones en castellano de Don José Luís Pérez de Arteaga (el gran “mahleriano” español) y la décima la pude obtener en Cassette en el desaparecido “Club Internacional del Disco” de Don Julio Epstein, allá en Viamonte casi esquina Florida. Vaya paradoja, gracias a Don Julio descubrí a Mahler y en su local cerré el círculo, obteniéndola  en una versión de la EMI  grabada con Equipos Grundig (según rezaba en la cubierta del estuche), en la que un joven irreverente de 25 años llamado Simon Rattle (por entonces aún no era Caballero del Imperio), al frente de la Bournemouth Symphony Orchestra, deslumbraba interpretando la partitura en la versión en la que Cooke fue asistido  para la reconstrucción por Bertold Goldscmidt, titular de la Sinfónica de San Francisco por ese entonces,  y conductor del estreno absoluto en la BBC de Londres en 1964, poco antes del fallecimiento de Alma Schindler, viuda de Mahler. Mucho tiempo transcurrido, mucha avidez de mi parte por la experiencia de escucharla en vivo y Enrique Arturo Diemecke,  que finalmente decidió programarla con la Filarmónica,  fue artífice para que finalmente yo haya podido atesorar la totalidad de la obra sinfónica de Mahler en vivo.

  En los días previos al concierto, durante la extensa visita que el conductor mexicano hizo en los estudios a “Opera Club”, nos manifestó en el micrófono y “Off The Record”, que el suyo fue un trabajo que consistió en una “limpieza de Impurezas”, fundamentalmente en los “Scherzos” (son dos), en donde habiendo tenido acceso a los escritos originales de Mahler, descubrió que una serie de agregados y repeticiones en nada ayudaban a la interpretación de la partitura. También nos comentó que habría una “sorpresa” con la interpretación. Evidentemente debió transpirar mas de la cuenta para todo ello. La partitura se inicia con un “Adagio” (también otro la cerrará), que como se sabe, es el único movimiento terminado por Mahler (los otros son todos esbozos, que fueron totalmente reconstruidos y orquestados por Cooke). El ataque inicial está destinado a las violas, las que en este concierto lo hicieron llamativamente desafinadas en conjunto, lo que no dejó de sobresaltarme,  ya que las cuerdas son la zona en donde reside la mayor fortaleza de la Filarmónica. A medida que la interpretación avanzaba, las cosas se fueron emparejando y llegamos al “clímax”, que es un estallido orquestal, casi como una señal de alarma, en donde ahí sí el conjunto respondió de manera formidable. Entrando de lleno en la parte “reconstruida”, el primero de los “scherzos”, siguió mostrándonos a un conjunto llamativamente “desacompasado”, casi como enfrentando una dificultad notoria. Evidentemente, la partitura fue un hueso muy duro de roer y, a pesar de los esfuerzos de Diemecke, la Orquesta no lograba hacer pie. Aquí, se notó casi sobre el final el trabajo del Mexicano en cuanto a la revisión, pues aparecía eliminada una pequeña repetición de uno de los temas, casi sobre el final del movimiento, al menos en la versión que yo poseo.
A partir de “Purgatorio” (tercer movimiento, un pequeño andante), la versión fue tomando vuelo hasta el final, y la entrega del conjunto fue cada vez mayor, las flautas aquí jugaron magníficamente la parte a ellas reservada y las cuerdas graves (fundamentalmente contrabajos), tuvieron su primer momento de Gloria.
 El segundo “Scherzo” tuvo mas ajuste, ya los vientos lucían de otra forma y los bronces incidieron favorablemente y de manera decisiva. No dejó de llamarme la atención que para una orquesta “Mahleriana” y numerosa, solo tres percusionistas debieran soportar el peso de la partitura y eso se notó, dada la revisión de Diemecke, la que suprimió un percutir de palillos casi al final del tiempo, que recuerdan al tic-tac de un reloj y un detalle fundamental. Se conoce una anécdota en la cuál Mahler, ya agravado en su estado de salud y a punto de regresar de New York (Cesanteado tanto en el Met cono en la New York Philarmonic), escuchó intensos golpes de bombo bajo la ventana de la habitación del hotel en el que se alojaba. Era el cortejo fúnebre que acompañaba los restos de un bombero fallecido en acto de servicio. Ello lo impresionó de tal manera que incorporó al boceto, en donde se hallan los compases reservados paar un bombo de gran envergadura, el que debía golpearse al final de este movimiento y al comienzo del quinto y último (el Adagio de cierre), en donde va “in crescendo” y cada uno de los golpes debe adquirir mayor intensidad, a medida que en paralelo la música va transcurriendo (como en un  cortejo, que en este caso es su propia despedida). Y aquí, el mayor error de Diemecke, ya que evidentemente, al no conformarse con los bombos disponibles, optó por el martillo que se emplea en la sexta sinfonía, solo que allí es bien conocido que lo hace solo en tres decisivas ocasiones (luego eliminó el tercer golpe por superstición). El martillo de la Filarmónica (que aquí se golpea contra una caja, distinto al de otras orquestas que tienen uno gigante, a veces necesariamente manipulado por dos percusionistas juntos que lo hacen golpear directamente contra el suelo), fue tan pobre en su sonido que quedó descolocado en la partitura, por lo que a un pasaje tan trascendente se lo  vio transcurrir sin pena ni gloria. Solo luego de ello, desde el segundo de los “Climax” similar al del primer movimiento, emergió el canto mas franco y el momento mas convincente de la orquesta en todo el concierto, lirismo, pureza de sonido y un pasaje final que se fue extinguiendo lentamente. El propio Cooke, que comenta la novena sinfonía en la versión Solti -Sinfónica de Londres, con traducción castellana de  Julio Palacio (nada menos, hono al máximo Mahleriano Argentino), manifestó que en el Adagio de esa, Mahler se despedía “sobre aquellas cumbres”. Aquí es como que ha descendido por la otra ladera de la misma montaña a paso apurado (por la superstición de quebrar el número 9, en el que los grandes sinfonistas se detuvieron),  y ello se nota en la partitura,  y mucho mas a partir de los movimientos reconstruidos. Solo al final, en el que ahí si se notan las notas Mahler,  el que se va extinguiendo lentamente como si  fuera el compositor el que se va alejando hasta finalmente desaparecer, es en donde aparece toda la riqueza del trabajo.  Si bien Diemecke y los músicos trabajaron por demás, la versión me dejó abiertos muchos interrogantes, los que solo con una única (y tal vez última) audición mas de mi parte, alcanzarán para develarlos. De todos modos, comienzo a ver con otros ojos el porque Bernstein, Solti, Kubelik (entre otros) y aquí Calderón mismo (quién me lo manifestó personalmente), no consideraron grabarla íntegramente (solo hicieron el Adagio Inicial). De cualquier forma, bienvenida sea, y para el debate, su interpretación en el Colón.

  La noche comenzó con una pobre versión de las “Canciones de un Caminante”, poemas tomados del ciclo de Armin y Brentano “El Cuerno Mágico de la Juventud”, en donde un buen acompañamiento de Diemecke resultó empobrecido a partir de la flojísima actuación del barítono Uruguayo Alfonso Mujica, quien lució tenso, inexpresivo, pobre en su decir y carente de línea de canto. Es inconcebible que teniendo en cuenta que en Ntro. Medio hay no menos de cuatro interpretes de primerísima magnitud, se haya recurrido a un interprete desconocido entre Ntros. y de antecedentes en salas mucho menores al Colón, el que se debe recordar es una meta y no un  trampolín


Donato Decina

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