STEFAN LANO, EL
INCREIBLE E INFATIGABLE MOTIVADOR Y PREPARADOR
Orquesta Sinfónica
Nacional, concierto de la temporada regular, Director: Stefan Lano. Solista:
Enrico Bronzi (Violoncello). Programa: Antonin Dvorak: Concierto para
Violoncello y Orquesta en Si menor, Op. 104. Dimitri Shostakovich: Sinfonía Nº
11 Op. 103 “El Año 1905”. Centro Cultural Kirchner, Sala “La Ballena Azul”, 26
de Junio de 2015.
La Sinfónica continúa
adaptándose a su nueva casa, y en esa adaptación, tal vez lo mejor que pudo
haberle pasado fue que Stefan Lano fuera convocado para este concierto. Y a
Lano, lo mejor que le pudo haber ocurrido, fue que la Sinfónica Nacional lo
llamara. Hace rato que no veo una simbiosis tan grande, por no llamarla
absoluta. Y es que la Orquesta, con la preparación del Conductor
Norteamericano, logró un rendimiento superlativo en todo sentido, entregando
una faena memorable y cosechando una ovación del público que a partir de este
momento habrá que comenzar a llevar las estadísticas de cuanto tiempo habrá de
pasar para que se repita otra igual.
La noche arrancó con
la presentación del Violoncelísta Italiano Enrico Bronzi, quien asumió la parte
solista de ese monumento que es el Concierto de Dvorak. Integrante del Trío de
Parma, solista destacado, laureado en el concurso Paulo de Helsinki por su
interpretación de esta obra junto a Leif Segrestam y la Filarmónica local. Su
interpretación fue apasionada, con mucha entrega, mucha vehemencia, tanto que
por momentos su sonido surge un poco “sucio” y su postura lo lleva a presionar
las cuerdas de su instrumento de tal forma que no siempre logra obtener una
mayor nitidez en la emisión del instrumento. De todas formas la esencia de la
obra estuvo siempre presente y a salvo. Antológico fue el pasaje de diálogo
entre el solista y el Concertino (Luís Roggero), previo al final de la obra, y Lano, si bien
logro empaste, ajuste e ida y vuelta permanente con el solista, estuvo
correcto, aunque por momentos falto de una pizca mayor de vuelo y, en algunos pasajes,
no pudiendo contener el desborde de algunos instrumentistas (timbales por
ejemplo). Sí jugó, y muchísimo en su favor (como después lo leerán), el
disponer a la agrupación de modo diferente en la sala, ajustándola a su
acústica. Así, además de aprovechar el elevador de escenario para darle el
nivel a cada sector de instrumentos, dispuso a la formación de la misma manera
que Toscanini o Barenboim, por citar dos ejemplos, es decir, Primeros y
Segundos Violines a ambos lados, violoncelos al lado de primeros violines,
Violas igual que siempre, Contrabajos en semicírculo en la parte mas alta y al
centro, percusión recostada a la izquierda, Arpas y Cornos debajo de los
anteriores, Vientos al centro y resto de Bronces recostados a la derecha, con
lo cual se percibió cada sector con muchísima nitidez y el sonido fue
envolvente. La afinación de la Orquesta fue sencillamente soberbia. Un
fragmento Bachiano, fue el bis, obligado por el público, que Bronzi concedió.
En la segunda parte
ocurrió la explosión, con una versión de la Sinfonía Nº 11 de Shostakovich,
sencillamente para el recuerdo. Tersura de cuerdas, tensión, percusión justa y
contenida, vientos en estado de gracia, magnífica respuesta del bronce, cuerdas
graves con una profundidad de sonido que me hizo regordear ante lo que estaba
escuchando y una acústica formidable (Gustavo Basso, uno de los ”padres” de la
criatura se movió por la sala ajustando detalles y me manifestó que hoy el
sonido está en unos ocho puntos, cosa en
la que Yo coincido totalmente). Lano se floreó y la Sinfónica respondió
extraordinariamente, transformando a la sala en una verdadera “caldera humana”
al final de la obra. Si uno recuerda las últimas presentaciones de Lano en el Colón y con la Filarmónica en el Gran
Rex (con el Colón Cerrado), siempre nos
llamaba la atención el pedido de afinar entre movimiento y movimiento de una
Sinfonía, a tal punto que daba la impresión que trataba a las agrupaciones como
si fuesen conjuntos de conservatorio. Aquí en ningún momento ocurrió eso, su
dirección fue pulcra y precisa, sus gestos de una precisión casi “quirúrgica” y
la respuesta de la Orquesta fue inolvidable, como si se hubiesen sentido a
gusto con el Director en todo momento, tanto que algunos músicos dejaron sus
instrumentos para batir palmas junto al público en homenaje al Director y Lano
mostró una sonrisa de oreja a oreja, que tuve que rememorar cuánto hacía que no
lo veía así. Un momento sencillamente impagable. La Sinfónica vuelve en serio,
Celebrémoslo.
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