por Fátima Gutiérrez ("Wagnermanía", septiembre de 2004)
PARSIFAL
Se abre el telón en el Teatro de la Colina Verde. No conoceremos inmediatamente al primer actor de este Festival Escénico Sacro pero sí el espacio en el que verá culminada su aventura. Estamos en la España Gótica, en Montsalvat: dominio y fortaleza de los caballeros que guardan el Grial. En un claro del bosque se abren dos caminos: el que asciende hasta el imponente castillo del anciano Titurel y el que lleva al lago en donde su hijo, Anfortas, intentará tanto y tan inútilmente calmar el dolor de su sobrenatural y lacerante llaga.
Ya hemos visto a través del Mabinogi galés de Peredur (La demanda del Santo Grial) y en el roman inacabado de Chrétien: Perceval ou li Conte du Graal, así como en sus respectivos prólogos(La Materia de Bretaña), cómo la tradición griálica celta nos mostraba un héroe que, mediante diversas pruebas de iniciación, era capaz de restaurar el vínculo santo que debía reunir al monarca con su tierra (un taoísta quizá hablaría de la unión entre el Ying y del Yang) para que, así, el reino creciera saludable y próspero; o, lo que viene a ser lo mismo, el héroe celta del Grial era el iniciado capaz de armonizar los mundos de lo sagrado y lo profano, tan cercanos (muchas veces sólo los separaba una fuente) en el pensamiento de estos pueblos, y cuyo divorcio se traducía en tierra yerma, desolación y ausencia de vida. El Minnesänger y caballero bávaro Wolfram von Eschenbach seguirá, algunas veces muy de cerca, la versión del clérigo de Troyes, pero introducirá en la historia elementos originarios de muy distintas tradiciones que alejarán al mito de sus primitivas fuentes y, a su vez, lo abrirán al luminoso mundo oriental con el que, a través de las cruzadas, los pueblos de Europa empezaban a tener estrechos contactos, no solamente bélicos.
Dicen los estudiosos, aunque se tienen pocas noticias suyas, que Wolfram, el poeta guerrero que supo cantar lo eterno, según Juan Fastenrath, protegido, quizá, por la muy erudita corte de Enrique de Turingia, habitó en la región bávara de la Franconia, en la villa de Ober Eschenbach, que, hoy, gracias a un Real Decreto de 1917, se conoce por el nombre deWolframs-Eschenbach ya que allí nació nuestro poeta, según las investigaciones que se hicieron a mediados el siglo XIX por mandato del Rey de Baviera. Estas investigaciones se basaron esencialmente en la lengua que utiliza en sus escritos (el medio alto alemán que se presenta como un dialecto de la Franconia diferente del bávaro) y el profundo conocimiento de aquella región que se refleja en sus obras a través de una enorme cantidad de topónimos presentes en un radio de cincuenta kilómetros alrededor de la villa. Recordemos que Wolfram escribió, además del Parzival (hacia 1220), otras dos obras inconclusas, Willehalm y Titur
Los Caballeros del Espíritu
Es también muy significativo que el nombre de la villa de Eschenbach esté unido a la poderosa Orden de los Caballeros Teutones (hermana de la del Templo, fundada en Palestina durante la Tercera Cruzada ―1190― y encargada de conquistar la Prusia Oriental durante los siglos XIII y XIV), ya que en 1212 y 1220 (por lo tanto, en vida del Minnesänger), fue donada, junto con otros dominios, a los monjes guerreros por los poderosos condes de Wertheim y pasó a depender de la casa central de la Orden en Nürenberg.
La caballería cristiana, muy posterior al hecho mismo de la caballería en Occidente, se debe a la creación de órdenes militares (como la templaria, la hospitalaria o la teutónica) concebidas a imagen y semejanza de las órdenes islámicas que las precedieron al menos en cuatro siglos y fueron descubiertas por los cruzados en Tierra Santa. Estas fraternidades guerreras son esencialmentesufís y se remontan hasta el Zoroastrismo, antigua religión de los persas. La primitiva caballería iraní (Javanmardi) estaba impregnada de un profundo sentido espiritual y su meta era el restablecimiento de la armonía del mundo, gracias a la correcta construcción del ser. Esta última se alcanzaba a través de diversas prácticas entre las que destacan la superación del egoísmo, la ayuda a los desvalidos, el respeto hacia todo lo que vive y el mantenimiento de la palabra dada. Cuando el Islam llega a Persia, estos caballeros abrazan la nueva fe pero manteniendo sus antiguas costumbres y, así, se funda el sufismo iraní (rama mística de la religión musulmana): sobre los pilares del Zoroastrismo y del Islam, ya que todas las cualidades que debían adornar al caballero persa serán, para los sufís, las del hombre perfecto, el único, a su vez, digno de pertenecer a la Futuwah(Caballería Espiritual), es decir: capaz de emprender el camino espiritual que le llevará a su unión con Dios. Esta unión mística es exactamente lo que, ya para el cristianismo, representará el Grial, por lo que no puede resultar extraño que las cruzadas, la consiguiente creación de las órdenes de monjes guerreros y la difusión de las leyendas sobre el sagrado recipiente se den, de manera simultánea, en la historia medieval europea.
También resulta revelador el que, mientras los caballeros teutones se enseñoreaban de la tierra natal de Wolfram, éste concibiera, con suParzival, la versión más rica en elementos orientales, y especialmente musulmanes, de todas las leyendas griálicas, empezando por la naturaleza misma del mágico objeto que no es ni la bandeja con la cabeza cortada que encontrábamos en Peredur, ni el gradal de Chrétien, ni la copa de la Última Cena en la que José de Arimatea recogió la divina sangre, como relataba Robert de Boron, sino, un vaso de piedra celeste (Lapis ex coelis), tallado en la esmeralda que adornaba la frente de Lucifer (Portador de Luz: el Iblis o Shaytan coránico) y se desprendió de ella en su caída a los abismos infernales (recordemos que, para el islamismo shiíta, la esmeralda representa el alma y el color verde es el de la Iluminación). Los ángeles neutrales, los que no quisieron optar por ningún bando, bajaron esta piedra del cielo (que Wolfram llama Lapis exilis, piedra humilde) cuando se desencadenó la guerra entre Dios y el Ángel de Luz, caído por no haber aceptado postrarse ante Adam, el primer hombre, como relata el Corán (7.10-17). Precisamente el que Iblis se niegue a adorar a alguien que no sea el propio Allah significa, en el pensamiento musulmán shiíta (muy influenciado también por la doctrinas religiosas de los antiguos persas), que es su máximo adorador; lo que, en cierta manera, difumina los límites entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el blanco y el negro, como parece indicarnos Wolfram en su obra recurriendo, casi como leitmotiv, a la magnífica imagen de la urraca: mitad blanca paloma, mitad cuervo, como el alma del héroe cuando, después de superar un primer estado de torpe inocencia, se debate en el sufrimiento de la duda. Pero es este sufrimiento lo que le llevará, finalmente, a la Iluminación, en el sentido más profundo del término, es decir, a recuperar la naturaleza inicial y perfecta del ser humano: la delHombre de luz.
Guardianes de la Tierra Santa
Y, de nuevo, encontraremos en las tradiciones islámicas, a estos hombres de luz como pertenecientes a un linaje de élite entregado al servicio divino; lo que no aparecía en las versiones celtas del mito y, sin embargo, será característico del nuevo héroe del Grial. El primer representante de esta estirpe, según la doctrina shiíta, se remonta hasta los tiempos de Adam, y es uno de sus hijos, Seth, quien, mientras Caín y Abel peleaban por el dominio del mundo, fue visitado por el ángel Gabriel que, después de ofrecerle una túnica de lana verde con la que cubrirse, regresó a los Cielos anunciando la presencia en la Tierra de un hombre absolutamente consagrado a servir a Dios. Abraham será el continuador de este linaje y se convertirá en el padre de los caballeros místicos de la fe, entre los que destacan todos los profetas hasta llegar al mismo Mahoma, quien sella el ciclo iniciado con la expulsión del Paraíso. Es significativo resaltar, en esta tradición islámica, un rasgo ecuménico que también será característico del largo poema de Eschenbach y que hermana, en este tema de la Caballería Espiritual, a las tres religiones del Libro: judía, cristiana y musulmana, ya que a la Futuwah no sólo pertenecieron los antiguos héroes bíblicos sino también los Siete Durmientes, los santos cristianos cuya historia, originaria de Asia Menor, se recoge en el Corán. Según la leyenda, siete jóvenes caballeros cristianos de Éfeso, perseguidos por sus creencias, se refugiaron en una gruta en la que durmieron durante los más de dos siglos que tuvieron que transcurrir hasta que la fe que profesaban se convirtiera en religión oficial. A su muerte, fueron enterrados en la misma gruta, que se encuentra en el flanco norte del monte Pion en Turquía y es en un lugar de peregrinación en el que hoy siguen siendo venerados tanto por cristianos como por musulmanes.
Al ciclo de la Caballería Espiritual iniciado por Seth y culminado por el mismo Mahoma: el Tiempo de la Profecía (nobowwat) según la creencia shiíta le sigue otro que, bajo el nombre dewalâyat (Camino Espiritual), tiene por objeto la revelación de la doctrina secreta de esa Profecía. Los que la transmiten se presentan como caballeros y son seres que han llegado a la más alta realización espiritual: los hombres perfectos, los Amigos de Dios. Éstos, generación tras generación, constituyen el linaje que detenta y custodia la gnosis (el conocimiento absoluto de la divinidad), la cual debe ser ignorada por la masa de los hombres. Este concepto de Amigo de Dios está muy unido a la caballería espiritual de la tradición ismaelita (una rama del shiísmo proveniente de la India). Esta orden, conocida como la de los Asesinos (su nombre se suele hacer derivar de hashshashin―fumadores de haschish― aunque es más probable que provenga de assás ―guardián―) tenía en común con la de los caballeros templarios el ser a la vez militar y religiosa, el utilizar los mismos colores emblemáticos (blanco y rojo), el presentar una doble jerarquía (pública y secreta) y el ostentar el título de Guardianes de la Tierra Santa. No es de extrañar, por lo tanto, que entre Asesinos y Templarios se establecieran estrechos contactos (muy documentados históricamente) y llegaran a armarse caballeros entre sí; de hecho, después de la sangrienta disolución de la orden en Europa (y precisamente una de las acusaciones formuladas contra ellos fue la de que sus creencias parecían más musulmanas que cristianas), muchos templarios ingresaron en fraternidades islámicas. A este respecto, no podemos olvidar que, en el Parzival de Wolfram, son precisamente los Caballeros de la Orden del Templo los guardianes del Grial y que este Grial se nos presenta de una forma reveladoramente sincrética ya que sobre la piedra esmeralda desciende, el Viernes de Pasión de cada año, el Espíritu Santo en forma de paloma. Y todo ello sin contar que nuestro autor explica cómo su relato, según él mucho más cercano a la realidad que el de Chrétien, procede del antiquísimo texto que un tal Kiot de Provenza descubrió en Toledo. La historia estaba escrita en árabe por Flegetanis, un hombre sabio que supo leerla en las estrellas...
En el escenario del Teatro de la Colina Verde, apenas amanece mientras suena, solemne, la diana de los trombones.
Bibliografía
AA.VV.; La Chevalerie spirituelle. Cahiers de l’Université de Saint Jean de Jérusalem, nº10. París, Berg International, 1984.
Corbin, H.; En Islam iranien. Aspects spirituels et philosophiques. París, Gallimard, 1971-1973 (IV Vols.). Durand, G.; Science de l’homme et tradition. París, Berg International, 1979. Está traducido al castellano como: Ciencia del hombre y tradición. Barcelona, Paidós, 1999. Eschenbach, W. von; Parzival. Madrid, Siruela, 1999. Godwin, M.; El Santo Grial. Origen, significado y revelaciones de una leyenda. Barcelona, Emecé Ediciones, 1994. http://www.wolframs- |
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