Concierto de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires,
Director: Ira Levin, Solista: Peter Donohoe (Piano). Programa: Richard Strauss:
Burleske para Piano y Orquesta en Re menor op.85, Franz Liszt: Fantasía sobre
temas folcklóricos húngaros, para Piano y Orquesta. Robert Schumann. Sinfonía
Nº 2 en Do mayor, Op. 61. Teatro Colón, 10/07/14.
El saldo que dejó esta velada, y el fundamental, fue que por
fin cierra de forma convincente y casi perfecta la actuación de Ira Levin como
conductor sinfónico al frente de la Filarmónica Porteña . Y digo casi perfecta,
pues al comienzo de la velada una voz en off del Teatro anunció que se alteraba
el orden de interpretación del programa, comenzando por la Burleske para piano
y orquesta de Richard Strauss, siguiendo por la fantasía sobre temas húngaros
de Liszt y, obviamente manteniendo su ubicación, la segunda de Schumann. Al
aparecer Peter Donohoe junto a Levin en el escenario, vemos que la partitura de
la Burleske yacía sobre el atril del piano. ¿Falta de preparación?. ¿Algún
detalle sin pulir?. Algo de eso evidentemente aconteció, ya que la obra, sí
bien estuvo en general bien interpretada, fundamentalmente por la orquesta a la
que Levin le extrajo brillo, intensidad y apasionamiento, hubo detalles y
algunas desprolijidades e inseguridades por parte del solista, lo que no
ocurrió en Liszt, que sonó brillante, con enjundia, con matices y una
concentración admirable de ambas partes. Con este balance, me cabe preguntar si
tal vez la Burleske no ha sido una imposición de la Filarmónica al solista como
condición para su actuación, tal como le ocurriera al griego Dimitri
Vassilakis, al que siendo especialista en contemporáneo se lo obligo a interpretar
el Concierto de Khatchaturian. Logicamente, está en el solista su voluntad de
aceptar o no y al aceptar se sabe que debe asumir los riesgos que conlleva el
desafío y las posteriores críticas a su desempeño. Aquí, mientras en Strauss
Donohoe estuvo correcto, en Liszt se sintió a sus anchas y Levin, pianista El
también, estuvo magnífico en el acompañamiento de ambas obras. El cierre estuvo marcado por una versión muy
bien servida de la Segunda de Schumann, la que mostró apasionamiento, brillo,
mucha profundidad (tal vez le faltó una pizca mas de la misma en el decisivo
tercer movimiento) y que dio como resultado un trabajo al que pocas veces se
escuchó en esa magnitud, para una obra muy pocas veces programada
(lamentablemente) y que solo en mi memoria pudo haber sido superada por la
versión de Bernard Haitink y la Royal Concertgebow de Amsterdam (nada menos),
para el Mozarteum hace casi 30 años. Demasiado para una obra que merece estar
mas seguido en los atriles.
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