UNA GRAN OBRA EN UN
COLÓN COMO EN SUS MEJORES DÍAS DE GLORIA
“Requiem” de Oscar Strasnoy.
Ópera en un prólogo y dos actos. Libro de Matthew Jocelyn basado en “Requiem
for a nun” de William Faulkner. Encargo del Teatro Colón.
Temple Drake: Jennifer
Holloway-Nancy Mannigoe: Siphiwe McKenzie-Gavin Stevens:James Johnson-Gowan
Stevens: Brett Polegato-Gobernador: Cristian De Marco-Pete: Santiago
Burgi-Carcelero: Damián Ramírez-El juez: Mario De Salvo-Bucky Stevens: Matías
Romig. Coro y Orquesta Estables del Teatro Colón. Director del coro: Miguel
Martínez. Director: Christian Baldini. Dirección de escena: Matthew Jocelyn.
Diseño de escenografía: Anick La Bissonière y Eric Oliver Lacroix. Diseño de
vestuario: Aníbal Lápiz. Diseño de iluminación: Enrique Bordolini
Teatro Colón. Función del 10 de junio de 2014 (Gran Abono)
El complejo lenguaje de Faulkner no
es el más apropiado para ser trasladado al teatro (Camus desbarró
estrepitosamente al hacerlo) o al cine (no hay una sola de las adaptaciones de
sus obras que valga la pena).
En este caso, el director de escena
canadiense Matthew Jocelyn lo logró ampliamente (¿será que el comentario
musical enriquece al libreto?). Lo cierto es que “Requiem” de Oscar Strasnoy es
una gran obra en la que el espíritu de Faulkner está presente trascendiendo su
visión sureña estadounidense para proyectarse a un drama de culpas y
redenciones que bien puede pertenecer a cualquier lugar del mapa (por momentos,
de manera muy especial, a nuestro medio –sobre todo algunos lugares del
interior donde aún los caciques locales pueden llegar a regir los destinos de
familias enteras-).
La historia es un policial oscuro
que no da tregua. La sombra de un pasado siniestro (violación, trata,
secuestro, prostitución, droga, dipsomanía) sobrevuela durante toda la obra
culminando en el asesinato del bebé de Temple a manos de su nana (la “nun” del
título original) para evitar que ésta huya con su amante y destroce su extraña
familia (el marido es quien la violó y su tío político quien la secuestró y
entregó a un prostíbulo). La culpa de la protagonista, que intenta por todos
los medios salvar a Nancy de la muerte, y la de la propia Nancy por el
asesinato cometido encuentran su expiación a través del dolor y la tortura
interna.
Strasnoy se nos muestra como un
enorme músico, dueño de un oficio verdaderamente soberbio y de una imaginación
y lenguajes sumamente personales. No hay en él referencias a múltiples autores
como ocurriera con la mediocre “Calígula” que abriera la temporada. Tiene su
propio estilo y una personalidad propia, lo que no es poco decir.
Estamos frente a una verdadera
ópera en el auténtico sentido de la palabra, arias incluídas (las de Nancy y,
sobre todo, de Temple en el segundo acto son realmente cautivantes). Es teatro
musical donde la música no comenta el texto, como en la mayoría de las óperas
contemporáneas, si no que lo integra a ella integrándose a él en un trabajo
sencillamente estupendo.
La orquesta está tratada con una delicadeza
y refinamiento no demasiado comunes. Sin golpes bajos, y casi sin fortissimi,
la tensión es constante y el clima es agobiadoramente insostenible. El uso de
células o pequeñas alusiones a gospels, spirituals o blues, junto al uso de
armónica, órgano hammond, guitarra eléctrica y acordeón, no condicionan la
universalidad de su lenguaje. La escritura es compleja aunque, y esto es un
gran mérito del autor, no exige un esfuerzo extra del oyente para su disfrute
–que es casi directo-.
Mención aparte merecen los
espléndidos coros –los mejores de toda la historia de la ópera argentina- que
no están integrados a la acción y sólo la comentan con textos del Requiem
latino, con alguna breve intervención en inglés -idioma en el que se canta la
obra-. Por eso me pareció genial que se lo ubicara por sobre la escena y con
partitura en mano, como es costumbre en los oratorios, permaneciendo en la
oscuridad y discretamente iluminado en sus intervenciones.
Conozco casi sesenta óperas
nacionales (la mayoría por haberlas visto y otras a través de grabaciones o
partituras) y puedo asegurar, sin riesgo a equivocarme, que la mayoría no posee
valores reales. Creo que sólo hay dos óperas absolutamente válidas: “La ciudad
ausente” y “Bomarzo”, junto a otras tres algo inferiores pero muy buenas: “El
caso Maillard”, “Antígona Vélez” y “Don Rodrigo”. “Requiem” merece estar junto
a las dos primeras como verdadera cima de nuestra producción lírica.
El motivo de mi tardanza en
publicar esta crítica radica en que no quise apresurarme y dejarme llevar por
primeras impresiones. La vi tres veces y me hice de una copia de audio
pirateada durante una de las funciones dedicándome a escucharla
concienzudamente no menos de dos veces.
No inferior a la obra resultó la
impecable y perfecta versión. Todos los cantantes, sin excepción alguna,
estuvieron magníficos. Se destacaron las dos mujeres.
Jennifer Holloway y Siphiwe
McKenzie realizaron ambas una labor excepcional, mostrando la segunda un
envidiable material de soprano ligera con agudos claros e impactantes. Ninguno
de los cantantes quedó librado a su suerte y fueron movidos con mano experta y
segura por el propio libretista, que aquí se reveló como un gran director de
escena. Hubo teatro del bueno, donde todo fluyó naturalmente y sin caer en
recursos baratos.
Muy bello y efectivo –además de
práctico- el marco escénico de la dupla La Bissonière/Lacroix impecablemente
iluminado por Enrique Bordolini y, una vez más, Aníbal Lápiz demostró que no
tiene rivales como nuestro mejor vestuarista.
Es la primera vez desde la
inexplicada partida de Peter Burian que el Coro no demostró falencias y lució
ese sonido mórbido que tanto se extrañaba.
Impecable la Orquesta Estable dirigida
por un segurísimo e interesante Christian Baldini.
Muy bueno el programa de mano con
un excelente artículo de Sebastiano De Filippi.
Éste es el nivel que aspiro que
tenga el Colón, como el de sus mejores épocas.
Roberto Luis
Blanco Villalba
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