“Aida”:
Opera en cuatro actos con música de Giuseppe Verdi y libreto en italiano de
Antonio Ghislanzoni, basado en la versión francesa de Camille du Locle de la
historia propuesta por el egiptólogo francés Auguste Mariette. Director de Orquesta: Ronaldo Rosa De Socalzo.
Dirección de Escena: Eduardo Casullo. Escenografía: Hugo Ciciro, Diseño de
vestuario y luces: Eduardo Casullo. Coreografía: Michailovsky Dirección de
Coro: Pablo Quinteros. Intérpretes: Haydee Dabusti ( Aida), Edinela Oliveira (
Amneris) Juan Carlos Vasallo ( Radames), Douglas Hahn( Amonasro), Maximiliano Michailovsky
( Ramfis), Cristian De Marco ( Il Re) Rebeca Nomberto ( Schapenupet) , Martín
Pagano ( Mensajero ) Ballet Surdanza,
Coro y Orquesta convocado por Melodramma Asociación Civil . Teatro Avenida (Función del 16 de Agosto de 2013).
La primera impresión que el
espectador recibe al abrirse el telón en el Teatro Avenida, con el primer
acorde del Preludio, es que vamos a
enfrentar una ópera enorme, faraónica,
con limitados recursos de producción. Sin prácticamente escenografía, ( a excepción de dos telones colocados sobre
las primeras patas y una imagen recortada de un egipcio, sacada del libro de
Historia de Ibáñez para estudiantes secundarios colocada contra una pantalla en
la que se adivinan proyecciones ) y con
una orquesta recortadísima ( en la que no se incluyen las trompetas egipcias y
los bronces y maderas están reducidos hasta lo impensable), por lo que lo menos qué puede esperarse es una excelencia
y virtuosismo en los intérpretes y una puesta en escena con ideas novedosas y
marcación actoral exigente. Desde ya adelanto que las expectativas se verán
frustradas.
En la Aida de Rosa De
Scalzo y Casullo, hay de todo, menos lo
indispensable.
Hay, por ejemplo,
bailarinas apenas cubiertas con una especie de bikini y tocado dorados,( color
que parece ser el leiv motiv estético de esta puesta ) mucho lurex, mucho
coreuta amotinado, hasta un par de mujeres figurantes en topless, en suma, una
visión “a lo Tinelli” de la
historia, pero hay poco, casi nada, de
Verdi.
Desde el incomprensible
ballet interpretado por una bailarina solista semidesnuda que realiza
movimientos sensuales y espasmódicos para introducirnos en la trama, con el que
comienza la acción, hasta el final, sin tumba y con una Amneris ubicada
en el mismo plano que la pareja de amantes moribunda, toda la puesta en escena
resulta aburrida, desprolija y frustrante.
Baste señalar, por ejemplo que el
rey ( que para los antiguos egipcios era
la encarnación del Dios Sol) se mueve entre los prisioneros y el pueblo como un
político mediático de hoy en día, siendo, por ejemplo, tocado y manoseado por
los etíopes traídos por Radames que ruegan piedad, y que
cuando Aida descubre que su padre se encuentra entre dichos prisioneros
( lo que no es ninguna hazaña ya que Amonasro es el único que viste de manera
diferente y no respeta el uniforme reglamentario diseñado para su pueblo ) grita desde el costado izquierdo del escenario
y su padre le espeta “ Non mi tradir” desde el derecho, con ausencia total de
discreción y complicidad, lo que autoriza al espectador a colegir, sin temor a
equivocarse, que todo Egipto se anoticio del parentesco.
En esta particular visión, los intérpretes
se mueven por escenario sin una marcación que les ahorraría movimientos inútiles,
a la buena de Dios, lo que facilita y evidencia, los tics de cada uno. Amneris
cree que interpreta a Ulrica o Azucena, a juzgar por sus movimientos violentos y amenazantes; Aida en la piel de Dabusti,
parece Pola Negri u otra actriz del cine mudo con ampulosos movimientos de brazos,
pasitos cortos y taconeos. Radames se encuentra así limitado por las
exageraciones de sus partenaires y aparece, a la vista del espectador como
estático y desconcertado. Il Re y Ramfis, por su parte, parece que navegaran a
lo largo de toda la obra en medio de fresco egipcio. Solo nos obviaron gracias
a Dios, aparecer de perfil, lo que, a estas alturas, no me hubiera sorprendido
en absoluto. En medio de todos, Amonasro, más medido en sus acciones y correcto
en cuanto a sus movimientos, destaca.
Finalmente, no puedo
dejar de mencionar el más grave de todos los errores de esta puesta deficiente:
la escena del juicio, en la que Casullo
divide el escenario en dos espacios iguales, separados por una fila de 5 figurantes
vestidos como egipcios: Sobre la mitad
derecha se amontonan el coro de sacerdotes,
Ramfis y un Radames desparramado en el piso como dormido (No sorprende por ende, que no conteste cuando le requieren arrepentimiento). En la mitad izquierda del
escenario, se instala Amneris quien recorre el espacio que le asignaron de
punta a punta, tratando de llenarlo, como si fuera un libero de un equipo de
futbol. Dependiendo del sector de la platea en la que el espectador este
ubicado, podrá acceder a la visión de uno u otro espacio, Pero nunca lograra
ver ambos. Un verdadero atentado contra los principios básicos de la puesta en
escena.
Es sabido que “Aida” es una ópera “de
cantantes”. Sin cinco figuras y comprimarios experimentados ni el mejor teatro
ni la mejor orquesta ni el mejor director puede hacer nada. Es por eso que ante
las falencias señaladas de la puesta, mi esperanza estaba en que el abordaje
musical fuera de excelencia, máxime si se tiene en cuenta que tanto Dabusti
como Vasallo ha interpretado los roles
en innumerables oportunidades.
Otra decepción me esperaba: En cuanto a los intérpretes señalare que Dabusti interpreta Aida con comodidad
pero sin lujos, y Vasallo hace lo
propio con Radames. En cuanto a Edinela
Olivera, mezzoprano que informa el programa fuera importada desde Brasil para
asumir el rol de Amneris, quiero suponer que posee una voz agradable, pero no
podría asegurarlo ya que desde la cuarta fila de la platea, localidad que me asignaron,
no pude escucharla. Al rey de Cristian
De marco le faltan cinco para el peso. Aborda su personaje sin la autoridad que
el rol requiere y en cuanto al Ramfis de Michailovsky, resulta evidente su
falta de madurez para encarar el rol. En el marco de esta mediocridad
interpretativa destacan Hahn, con un correctísimo y expresivo Amonasro e, insólitamente
la sacerdotisa de Nomberto, quien posee
una hermosa y prístina voz, que hace desear que su personaje cante un poco más.
La orquesta, que como ya
se ha señalado resulta demasiado
insuficiente , por reducida, para tocar toda la música que Verdi
escribió, fue conducida por Rosa de Scalzo, sin pizca de carácter ni
imaginación, principal obstáculo para acceder al menos , a una calificación de
faena digna. Este título requiere más “partes reales” que la mayoría de las
otras del mismo autor (dos maderas adicionales, bastantes bronces, mucha percusión).
En consecuencia, el número de cuerdas necesario para compensar el volumen de
los vientos, crece. Como si ello no fuera suficiente, Verdi escribe “divisi” en
dos, tres y hasta cuatro partes, con lo cual el número de cuerdas sube aún más
(de lo contrario no hay músicos materialmente suficientes para tocar ciertas
notas que caso contrario “no suenan”). En un teatro oficial y/o grande esta ópera
se hace con no menos de 80 instrumentistas; el número mínimo de músicos que se
precisan para hacerle justicia al autor (a costa de alguna debilidad notoria en
violas y violonchelos, por cierto) es 51.
La orquesta, en esta producción contó con 42 músicos y su director no
pudo con el desafío que esta limitación le planteaba .
El trabajo de Pablo
Quinteros en la dirección de coros resultó correcto, con altibajos, dependiendo
de la madurez de los coreutas que componían cada uno de ellos. Destaca el coro
de prisioneros etíopes y el de sacerdotes, evidencia, a manera de mal endémico,
la falta de voces masculinas con la preparacion necesaria para satisfacer lo
requerido por partitura.
Dejo para el final el
espantoso trabajo del Ballet Surdanza y de su coreógrafa Luciana Prato, quien,
evidentemente, no tenía la menor idea que lo que Verdi pidió. Como es sabido,
hay tres ballets en esta ópera: el de las sacerdotisas, el de los pequeños
esclavos moros y el de la escena triunfal, pero en esta producción todos los
ballet (incluso el inventado para el preludio), están a cargo de las mismas
bailarinas, con el mismo atuendo (el ya comentado equipo de bailarina de
caño) quienes carecen de sincronización
aun, para los sencillos pasos de danza
jazz pensados por la coreógrafa- Olvidable, para ser generosa.
En suma, resulta evidente que
la primigenia idea, pensada para un
espacio no convencional y a la
manera de una “instalación”, no pudo tolerar el paso a una puesta a la italiana
en escenario convencional siendo, por ende una obviable producción. En mi
barrio, la calificación hubiera sido menos piadosa.
MONICA
ROSSI
Bienvenida! Gracias por este comentario, que aborda ampliamente y con rigurosidad todos los aspectos concernientes a la ópera como un espectáculo integral.
ResponderEliminarClaudio Tumminello