sábado, 17 de agosto de 2013

LA CORTE DEL FARAON


“Aida”: Opera en cuatro actos con música de Giuseppe Verdi y libreto en italiano de Antonio Ghislanzoni, basado en la versión francesa de Camille du Locle de la historia propuesta por el egiptólogo francés Auguste Mariette.  Director de Orquesta: Ronaldo Rosa De Socalzo. Dirección de Escena: Eduardo Casullo. Escenografía: Hugo Ciciro, Diseño de vestuario y luces: Eduardo Casullo. Coreografía: Michailovsky Dirección de Coro: Pablo Quinteros. Intérpretes: Haydee Dabusti ( Aida), Edinela Oliveira ( Amneris) Juan Carlos Vasallo ( Radames), Douglas Hahn( Amonasro), Maximiliano Michailovsky ( Ramfis), Cristian De Marco ( Il Re) Rebeca Nomberto ( Schapenupet) , Martín Pagano ( Mensajero )  Ballet Surdanza, Coro y Orquesta convocado por Melodramma Asociación Civil  .   Teatro Avenida  (Función del 16 de Agosto de 2013).

                        La primera impresión que el espectador recibe al abrirse el telón en el Teatro Avenida, con el primer acorde del Preludio, es que  vamos a enfrentar una ópera  enorme, faraónica, con limitados recursos de producción. Sin prácticamente escenografía,  ( a excepción de dos telones colocados sobre las primeras patas y una imagen recortada de un egipcio, sacada del libro de Historia de Ibáñez para estudiantes secundarios colocada contra una pantalla en la que se adivinan proyecciones )  y con una orquesta recortadísima ( en la que no se incluyen las trompetas egipcias y los bronces y maderas están reducidos hasta  lo impensable), por lo que  lo menos qué puede esperarse es una excelencia y virtuosismo en los intérpretes y una puesta en escena con ideas novedosas y marcación actoral exigente. Desde ya adelanto que las expectativas se verán frustradas.
                     En la Aida de Rosa De Scalzo y  Casullo, hay de todo, menos lo indispensable.
                        Hay, por ejemplo, bailarinas apenas cubiertas con una especie de bikini y tocado dorados,( color que parece ser el leiv motiv estético de esta puesta ) mucho lurex, mucho coreuta amotinado, hasta un par de mujeres figurantes en topless,  en suma, una   visión “a lo Tinelli”  de la historia,  pero hay poco, casi nada, de Verdi.
                  Desde el incomprensible ballet interpretado por una bailarina solista semidesnuda que realiza movimientos sensuales y espasmódicos para introducirnos en la trama,  con el que  comienza la acción, hasta el final, sin tumba y con una Amneris ubicada en el mismo plano que la pareja de amantes moribunda, toda la puesta en escena resulta aburrida, desprolija y frustrante.
              Baste señalar, por ejemplo que el rey  ( que para los antiguos egipcios era la encarnación del Dios Sol) se mueve entre los prisioneros y el pueblo como un político mediático de hoy en día, siendo, por ejemplo, tocado y manoseado por los etíopes traídos por Radames que ruegan piedad,  y que  cuando Aida descubre que su padre se encuentra entre dichos prisioneros ( lo que no es ninguna hazaña ya que Amonasro es el único que viste de manera diferente y no respeta el uniforme reglamentario diseñado para su pueblo )   grita desde el costado izquierdo del escenario y su padre le espeta “ Non mi tradir” desde el derecho, con ausencia total de discreción y complicidad, lo que autoriza al espectador a colegir, sin temor a equivocarse, que todo Egipto se anoticio del parentesco.
           En esta particular visión, los intérpretes se mueven por escenario sin una marcación que les ahorraría movimientos inútiles, a la buena de Dios, lo que facilita y evidencia, los tics de cada uno. Amneris cree que interpreta a Ulrica o Azucena, a juzgar por sus movimientos  violentos y amenazantes; Aida en la piel de Dabusti, parece Pola Negri u otra actriz del cine mudo con ampulosos movimientos de brazos, pasitos cortos y taconeos. Radames se encuentra así limitado por las exageraciones de sus partenaires y aparece, a la vista del espectador como estático y desconcertado. Il Re y Ramfis, por su parte, parece que navegaran a lo largo de toda la obra en medio de fresco egipcio. Solo nos obviaron gracias a Dios, aparecer de perfil, lo que, a estas alturas, no me hubiera sorprendido en absoluto. En medio de todos, Amonasro, más medido en sus acciones y correcto en cuanto a sus movimientos, destaca.
                       Finalmente, no puedo dejar de mencionar el más grave de todos los errores de esta puesta deficiente: la escena del  juicio, en la que Casullo divide el escenario en dos espacios iguales, separados por una fila de 5 figurantes vestidos  como egipcios: Sobre la mitad derecha se amontonan  el coro de sacerdotes, Ramfis y un Radames desparramado en el piso como dormido (No sorprende por ende, que no conteste cuando le requieren arrepentimiento). En la mitad izquierda del escenario, se instala Amneris quien recorre el espacio que le asignaron de punta a punta, tratando de llenarlo, como si fuera un libero de un equipo de futbol. Dependiendo del sector de la platea en la que el espectador este ubicado, podrá acceder a la visión de uno u otro espacio, Pero nunca lograra ver ambos. Un verdadero atentado contra los principios básicos de la puesta en escena.
                        Es sabido que “Aida” es una ópera “de cantantes”. Sin cinco figuras y comprimarios experimentados ni el mejor teatro ni la mejor orquesta ni el mejor director puede hacer nada. Es por eso que ante las falencias señaladas de la puesta, mi esperanza estaba en que el abordaje musical fuera de excelencia, máxime si se tiene en cuenta que tanto Dabusti como Vasallo ha interpretado  los roles en innumerables oportunidades.
             Otra decepción me esperaba:   En cuanto a los intérpretes señalare que Dabusti  interpreta Aida  con comodidad  pero sin lujos, y  Vasallo hace lo propio con Radames. En cuanto a  Edinela Olivera, mezzoprano que informa el programa fuera importada desde Brasil para asumir el rol de Amneris, quiero suponer que posee una voz agradable, pero no podría asegurarlo ya que desde la cuarta fila de la platea, localidad que me asignaron, no pude escucharla.  Al rey de Cristian De marco le faltan cinco para el peso. Aborda su personaje sin la autoridad que el rol requiere y en cuanto al Ramfis de Michailovsky, resulta evidente su falta de madurez para encarar el rol. En el marco de esta mediocridad interpretativa destacan Hahn, con un correctísimo y expresivo Amonasro e, insólitamente la sacerdotisa de  Nomberto, quien posee una hermosa y prístina voz, que hace desear que su personaje cante un poco más.
                      La orquesta, que como ya se ha señalado resulta demasiado  insuficiente , por reducida, para tocar toda la música que Verdi escribió, fue conducida por Rosa de Scalzo, sin pizca de carácter ni imaginación, principal obstáculo para acceder al menos , a una calificación de faena digna. Este título requiere más “partes reales” que la mayoría de las otras del mismo autor (dos maderas adicionales, bastantes bronces, mucha percusión). En consecuencia, el número de cuerdas necesario para compensar el volumen de los vientos, crece. Como si ello no fuera suficiente, Verdi escribe “divisi” en dos, tres y hasta cuatro partes, con lo cual el número de cuerdas sube aún más (de lo contrario no hay músicos materialmente suficientes para tocar ciertas notas que caso contrario “no suenan”). En un teatro oficial y/o grande esta ópera se hace con no menos de 80 instrumentistas; el número mínimo de músicos que se precisan para hacerle justicia al autor (a costa de alguna debilidad notoria en violas y violonchelos, por cierto) es 51.  La orquesta, en esta producción contó con 42 músicos y su director no pudo con el desafío que esta limitación le planteaba .
                   El trabajo de Pablo Quinteros en la dirección de coros resultó correcto, con altibajos, dependiendo de la madurez de los coreutas que componían cada uno de ellos. Destaca el coro de prisioneros etíopes y el de sacerdotes, evidencia, a manera de mal endémico, la falta de voces masculinas con la preparacion necesaria para satisfacer lo requerido por partitura.
                    Dejo para el final el espantoso trabajo del Ballet Surdanza y de su coreógrafa Luciana Prato, quien, evidentemente, no tenía la menor idea que lo que Verdi pidió. Como es sabido, hay tres ballets en esta ópera: el de las sacerdotisas, el de los pequeños esclavos moros y el de la escena triunfal, pero en esta producción todos los ballet (incluso el inventado para el preludio), están a cargo de las mismas bailarinas, con el mismo atuendo (el ya comentado equipo de bailarina de caño)  quienes carecen de sincronización aun, para los  sencillos pasos de danza jazz pensados por la coreógrafa- Olvidable, para ser generosa.
                  En suma, resulta evidente que la primigenia idea, pensada para un  espacio  no convencional y a la manera de una “instalación”, no pudo tolerar el paso a una puesta a la italiana en escenario convencional siendo, por ende una obviable producción. En mi barrio, la calificación hubiera sido menos piadosa.

                                                                                                                                       MONICA ROSSI

1 comentario:

  1. Bienvenida! Gracias por este comentario, que aborda ampliamente y con rigurosidad todos los aspectos concernientes a la ópera como un espectáculo integral.
    Claudio Tumminello

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