Otello: José Cura-Iago: Carlos Álvarez-Desdemona: Carmen Giannattasio-Cassio:Enrique Folger-Lodovico: Carlos Esquivel-Emilia: Guadalupe Barrientos-Roderigo: Fernando Chalabe-Montano: Mario De Salvo-Heraldo: Fernando Grassi. Orquesta, Coro y Coro de niños del Teatro Colón. Director del Coro de niños: César Bustamante. Director del Coro: Miguel Martínez. Director: Massimo Zanetti. Director de Escena: José Cura. Diseño de escenografía: José Cura. Diseño de vestuario: Fabio Fernando Ruiz. Diseño de iluminación: José Cura y Roberto Traferri.
Teatro Colón, 18 de julio de 2013
El Colón comenzó sus homenajes al bicentenario verdiano con una de sus obras máximas y, siempre, la más esperada por el público entre esa media docena de partituras. Después de catorce años presentó “Otello” y, al igual que en 1999, el protagonista fue José Cura. Quien entonces era la única alternativa válida a los últimos escarceos de Plácido con el moro hoy es, por derecho propio, el máximo intérprete del rol.
Al igual que con “La mujer sin sombra”, se armó un elenco con parte de lo mejor que existe hoy día en el mundo. Pero, al contrario que con la obra de Strauss, el resultado no fue totalmente satisfactorio.
El problema de este “Otello” radicó fundamentalmente en el foso y, parcialmente, en la puesta.
Hoy es imposible pensar que una obra como esta no cuente con un director musical de fuste. Gracias a Dios, pasaron las épocas en que, frente a la orquesta, un señor cumplía funciones de director de tránsito marcando tiempos y entradas, siguiendo a los cantantes y poniendo músicos y partitura a su disposición. El tiempo de los Sabajno, Ghione, de Fabritiis, Erede y muchísimos nombres más que se podrían dar como ejemplo, por suerte, han quedado muy atrás. La principal función del director es dar cohesión al espectáculo y, con su propia visión, llevar a buen término una recreación coherente y con vida. Por algo se llama director (al igual que el de escena), porque en ellos reside –sin posibilidad alguna de delegar- la decisión de cómo será la versión que está a su cargo.
Esto no pasó con Zanetti que, pese a alguna aparición en teatros importantes, demostró que no tiene personalidad, que no domina la orquesta y que es menos que un rutinario que se pliega a los deseos de los cantantes.
La Orquesta Estable está pasando por un estupendo momento. Los tres títulos iniciales de la temporada lo demuestran sin lugar a dudas. Parecería mentira que esta orquesta haya sido la misma que un mes atrás tuviera un desempeño excepcional en “Mujer sin sombra”. Sonó pobre, desvaída, sucia y con demasiados problemas de ensamble. Zanetti sólo dirigió el tránsito y de la peor manera posible. Desde la fláccida tormenta inicial uno ya sabía que este “Otello” iba a terminar por no convencer. Los tempi, algo más rápido de lo usual, resultaron atinados y allí murieron sus logros. Totalmente falto de fuerza e intensidad, su lectura (me niego utilizar la palabra versión) resultó laxa y amorfa, sustituyendo la fuerza con “tacho”. De fraseo ni hablar y de un uso más o menos variado de la dinámica tampoco. Todas las riquezas tímbricas y las sutilezas orquestales de la partitura fueron olímpicamente ignoradas y mantuvo en todo momento a la orquesta en un segundo plano, no llegando a integrarla con el escenario. Dentro de la peor tradición de teatros o grupos de tercera o cuarta categoría, sirvió de cómodo tapiz de fondo para que pudieran lucirse las voces (como si de eso se tratara la ópera).
En materia vocal la cosa resultó muy distinta. Cura es un Otello muy especial y sumamente interesante, pero es también un Otello muy a lo Cura. Esto produjo algunas críticas de ciertos sectores que quieren seguir oyendo las viejas concepciones –como si eso fuera posible en pleno siglo XXI-. Cura tiene una voz “difícil” a la que maneja con una técnica heterodoxa que le da muy buen resultado. Debo reconocer que me gusta su color oscuro y bruñido y que no me molestan los ocasionales portamenti a la Martinelli. Más allá de este punto subjetivo sobre el que algunos nostálgicos anacrónicos centran todos sus desacuerdos, su desempeño resultó ampliamente satisfactorio. La voz, importante, sonó amplia y timbrada y los agudos bien y valientemente emitidos. En la función de Gran Abono mostró algunos problemas durante el primer acto que desaparecieron en el segundo. A partir de allí comenzó a crecer para culminar con un memorable “Niun mi tema”; de lejos, el más conmovedor que me haya tocado oír en vivo –incluyo el que le escuché al propio Cura hace cuatro meses en el Met-.
Párrafo aparte merece su interpretación del moro. Su Otello no es el héroe romántico al que estamos acostumbrados. Siguiendo más a Shakespeare que a Boito, es un violento, un paranoide, un hombre sin escrúpulos que no ha dudado en apostatar de su fe, de servir venalmente a los enemigos de su pueblo y, finalmente, de traicionar a ese pueblo dirigiendo contra él el ataque veneciano. Su personaje, después de sepultar en el mar al orgullo musulmán, se va deteriorando visiblemente con el paso de los actos. Se lo ve caído –casi pusilánime-, lleno de temores, no pudiendo dominar sus emociones, vencido por la culpa y reaccionando sólo cuando se ve sobrepasado por los celos. Salvo esos climax de extrema violencia y el “Esultate”, es el suyo un Otello que se mueve entre el piano y el mezzo forte, introspectivo, sin explosiones y escasamente digno de compasión. Es una visión distinta –absolutamente válida- que fue muy bien recibida por el público y por quien esto escribe. Es, indudablemente, un gran Otello al que hoy nadie puede hacer sombra.
Carlos Álvarez se presentó –luego de su largo ostracismo por problemas de salud- cantando un muy buen Iago. Voz bella, canto franco y sin problemas de extensión, su alférez no presentó las facetas del habitual villano de maqueta. La bonhomía y afabilidad del personaje hacen mucho más creíble su poder sobre el moro. Además, Cura lo muestra como un titiritero-demiurgo que maneja a las personas y situaciones con un profundo cinismo. Excelente su “Credo”.
La soprano Carmen Giannattasio debutaba el rol de Desdemona en remplazo de Barbara Frittoli. Tuvo un buen desempeño y no en vano es una de las soprano-promesa de la nueva camada de cantantes. Tiene una voz hermosa e importante que maneja con espléndida técnica y dice medianamente bien. El problema, grave en un papel como este, es su uso monótono de la dinámica. No hubo un verdadero piano –ni hablemos de pianissimi- y todo se movió dentro de una monotonía de matices. Además no es buena actriz.
Muy acertado el Lodovico de Carlos Esquivel, bueno el Cassio de Enrique Folger y Guadalupe Barrientos arruinó su Emilia –papel difícil y traicionero- con un final excesivamente verista que la llevó –sin caer- al borde del ridículo.
La escenografía –también de Cura- es decididamente convencional, más allá del brechtiano paño negro que la rodea, y fue bellamente iluminada. Para mi gusto hubo exceso de cartón pintado y una evidente relación con las vetustas concepciones de los cuarentas y cincuentas.
El coro sólo aceptable.
Foto: Gentileza Arnaldo Colombaroli
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