jueves, 25 de julio de 2013

EN EL PRINCIPIO FUE EL MITO

por Fátima Gutiérrez ("Wagnermanía", enero de 2001)


Lo que hay de incomparable en el mito es que es verdadero desde siempre, y que su materia, de una concisión extrema, es inagotable en todos los tiempos. El poeta sólo tiene que darle una interpretación. Richard Wagner.
          

            ¡Dicho y hecho! Wagner, el poeta del sonido y de la palabra, como a él le gustaba llamarse, se fue a buscar al país de los mitos la materia prima de las historias que nos quería contar... y cantar. Y se fue a este país porque, además de no tener fronteras (algunas, en Europa, las tuvo que cruzar de tapadillo), sus habitantes no se pierden en palabras vanas ni en tediosas disquisiciones, obran; y cada una de sus acciones está guiada por un sentimiento, por lo que todos sus momentos son intensos: viven lo esencial, ignoran lo contingente, son héroes tanto en la victoria como en la derrota, permanecen grandes aun en la miseria, desafían las leyes de los dioses y de los hombres, aman y odian sin límite ni coacción.

El carácter vitalista de Richard Wagner, la pasión con la que emprende todas sus tareas, su sensibilidad exacerbada, su sensualidad, su fe en hacer más hermoso el mundo, le llevaron directamente al horizonte del mito. Por ello, este apartado de Wagnermanía que, ahora, comienza estará dedicado a todos aquellos espíritus curiosos que, fascinados, en un primer momento, por su música y por su poesía (siempre unidas), quieran encontrar, por ellas y en ellas, esos relatos fundadores de toda creación, esos mitos que desvelan lo que de más humano hay en el hombre y que no tienen que pasar por el tamiz de la razón abstracta: se entienden a primera vista porque es la sensibilidad la que les da inmediatamente un sentido.

Esos viejos manantiales

Aunque, desde Las Hadas hasta Parsifal, toda la obra de Wagner bebe de fuentes mitológicas y legendarias, voy a iniciar esta sección refiriéndome al Anillo del Nibelungo, ya que, en él, es en donde parece más marcada la huella tanto del mito como de la leyenda. Que no extrañe lo poco que inventó el maestro, su grandeza y su originalidad no se centran en una historia particular sino en una inmensa tarea de síntesis y de interpretación que, como veremos, no se reduce al territorio mítico germano-escandinavo. Aunque éste sea el más evidente, también el griego y el oriental aportarán sus materiales para construir el grandioso edificio, si bien, de ellos, se hablará más adelante, que hoy me limitaré a reseñar las fuentes nórdicas de la Tetralogía.

El lejano Norte

            Poco conocemos realmente de los viejos pueblos de más allá del Rin y de sus costumbres y creencias; pero, sabríamos aún menos si algunos poetas y literatos islandeses no se hubiesen preocupado, de los siglos XI al XIII, por recuperar algunas migajas de ese antiguo tesoro. Éstas se reunieron en lo que hoy son nuestras tres fuentes más importantes: la Edda Poética, la Edda en prosay los poemas escáldicos.

La primera (que se conserva en un manuscrito, el Codex Regius, datado en la segunda mitad del siglo XIII), contiene una serie de obras anónimas, de fechas y orígenes distintos, que hablan de dioses y héroes de la antigüedad germánica. En el poema que nos narra el cuento del gigante Thrym, ya encontramos algunos ecos que, conociendo el argumento del Oro del Rin, si tenemos el oído atento, nos empiezan a resultar familiares:


Al despertarse una mañana, Thor no encuentra el emblemático martillo que le da el poder y la seguridad. De no recuperarlo, los gigantes invadirán la tierra de los dioses y los destruirán. Su astuto y cómplice amigo, Loki, le acompaña a la casa de la diosa Freyia para pedirle prestada su piel con plumas y, así disfrazado, poder volar sobre la tierra de los gigantes y recuperar el precioso objeto. Cuando, de esta guisa, Loki llega al reino de los gigantes, Thrym jura no devolver el martillo hasta que los dioses le entreguen a Freyia como prometida, pero la diosa de la belleza y del amor, enfurecida, se niega a semejante unión. Así que la divina asamblea resuelve que Thor, pese a sus primeras y lógicas reticencias, se vista de novia y se presente a los gigantes suplantando a la diosa, acompañado por Loki, que se hace pasar por su doncella. La treta resulta (no olvidemos que son dioses...) y, Thrym, ansioso por consumar lo antes posible el matrimonio, ordena que se bendiga inmediatamente con el martillo de Thor (en el antiguo derecho germánico, arrojar el martillo era un rito de toma de posesión del suelo y lanzarlo en el regazo de una muchacha consagraba la boba). En el momento en el que Thor ve su martillo, se hace con él y aplasta a toda la raza de los gigantes.

Así que, en este simpático cuentecillo, tenemos ya prefigurados, naturalmente con un carácter mucho menos transcendente, algunos ingredientes que aparecerán en la segunda escena de Prólogo de la Tetralogía de Wagner: el dios que se despierta (aunque, en este caso sea Wotan y no Thor) y no es dueño de uno de los emblemas de su poder (martillo/Walhalla), las astucias de Loki/Loge, unos gigantes que sólo cederán ese emblema a cambio de la diosa del amor Freyia/Freia, etc. De todas maneras, como veremos, esta historia, perteneciente a la Edda Poética, se verá enriquecida por otros elementos de las mitologías nórdicas, hasta que llegue a nosotros de la mano de Wagner.

También a esta Edda pertenece la famosa Völuspá, o Profecía de la Vidente, de un carácter mucho más serio que la historia de Thrym,  en la que una desconocida sibila le cuenta a Valfödr ( Padre de los Muertos, uno de los nombre de Odín/Wotan), cómo nació el mundo y cómo desaparecerá. Pero no vamos a adelantar acontecimientos de los que ya tendremos tiempo de hablar.

La Edda en prosa, nuestra segunda fuente, se la debemos a un curioso personaje islandés: Snorri Sturluson: terrateniente, embajador (parece que demasiado servicial con el rey noruego) y poeta, que conocía muy bien las tradiciones de su país y las recopiló, hacia 1220, a modo de manual de poética y mitología al servicio de cualquier aprendiz de escritor que quisiera agradar a un público que, aunque ya cristianizado siglos atrás, gustaba de las viejas tradiciones que eran sus auténticas raíces. Aunque, en algunas ocasiones, se basa en la Edda Poética, sus otras fuentes nos son desconocidas, es el caso de la siguiente historia de la que volveremos a encontrar ecos en  El oro del Rin:


Un artesano propuso a los dioses edificar, en sólo tres estaciones, una gran fortaleza, que les guardara de los ataques de los gigantes, y les pidió como salario, el sol, la luna y a la diosa Freyia. Los dioses (que no sabían que el constructor pertenecía a la estirpe de sus enemigos), endurecieron el pacto: si recibía alguna ayuda, que no fuera la de su caballo, o tardaba más de un invierno en realizar el trabajo, no recibiría nada a cambio. Loki, pensando que no podría cumplir con esta tarea, aconsejó a los demás dioses que aceptaran y todos dieron su palabra de guardarlo: desconocían la extraordinaria fuerza de Svadilfaeri, el caballo del gigante. Cuando el plazo estaba a punto de cumplirse, y la fortaleza estaba prácticamente terminada, cundió el pánico entre los dioses indignados con Loki, por lo que éste urdió una de sus más famosas tretas: se transformó en yegua y, la última noche, distrajo al caballo del constructor, que no pudo acabar con su tarea. Lo extraordinario de su furia reveló a los dioses que se trataba realmente de un gigante y Thor le aplastó la cabeza con su divino martillo. Pero no acaba, aquí, la historia... Tanto y tan bien había distraído Loki al caballo que, poco después, paría un potrillo de ocho patas que, con el tiempo, se convertiría en Sleipnir: la montura de Odín/Wotan.

Ansia de los gigantes por la diosa del amor, astucia de Loki/Loge... Ya encontrábamos estos elementos en el cuento de Thrym de la Edda poética, pero aquí aparece, además, el tema de un singular pacto: cambiar a la diosa Freyia por un trabajo de construcción, y el consejo de Loki. La correspondencia entre la fortaleza, en esta narración, y el Walhalla, en la Tetralogía, es más que transparente. Pero volveremos a la Edda en prosa en otros  momentos.

La tercera de las principales fuentes de la mitología nórdica es la de los poemas escáldicos. En el Gran Norte, a los poetas cortesanos les llamaban escaldas, y realizaban sus composiciones para ser cantadas ante reyes y nobles escandinavos, ensalzando sus hazañas, festejando grandes acontecimientos o, simplemente, improvisando. Algún que otro mito se ocultaba en tan elaborados y complejos cantos. Uno de ellos: Haustlöng o A lo largo del otoño (llamado así porque su creador, Thiodolf, tardó ese tiempo en componerlo), nos habla, entre otras cosas, de una diosa y de unas mágicas manzanas:


Tres dioses: Odín, Loki y Hoemir, a la sombra de un roble en donde estaba posada un águila,  intentaban cenar un buey que nunca terminaba de cocinarse. El pájaro les descubrió que era él el causante de tal hecho porque no se les había ocurrido invitarle al festín. Los dioses subsanaron inmediatamente la descortesía; pero, a Loki le pareció que se servía un trozo demasiado generoso e intentó emprenderla  a golpes de bastón con el invitado. El bastón y el dios salieron volando por los aires sin poder desprenderse el uno del otro, y Loki, aterrorizado, pidió al águila que le liberara. Ésta, que en realidad era el gigante Thiazi disfrazado, le ofreció la libertad a cambio de Iddum, la diosa que guardaba las manzanas de oro. Loki cumplió el trato y los dioses, sin las manzanas, comenzaron a envejecer y a debilitarse. Cuando descubrieron el trueque de Loki, le obligaron a rescatar a la diosa de la juventud, lo que consiguió, bajo forma de halcón.

¿Hace falta recordar el decrépito estado de la divina corte wagneriana, privada de las manzanas de la inmortalidad, al final de la segunda escena del Oro del Rin?

Acabamos de hacer un pequeño recorrido por los viejos manantiales de la mitología germánica. Durante siglos habían sido olvidados. Los románticos alemanes los descubrieron y permitieron que sus aguas volvieran a correr, aunque fue Richard Wagner el que les devolvió la fuerza de antaño con el sentido de siempre. Gracias a él, dejaron de ser pequeñas historias, unas veces complementarias otras inconexas, para convertirse en el todo coherente y asombroso del Anillo del nibelungo.

De las sagas medievales escandinavas y germánicas, de cómo un mundo nace y muere, de las pasiones, de las miserias y las grandezas de lo divino y lo humano, hablaremos, si queréis, más adelante.

Bibliografía:

Bonnefoy, Y. (Dir.), Diccionario de las mitologías. Vol. IV. Barcelona, Destino, 1998.
Borges, J. L., Literaturas germánicas medievales. Madrid, Alianza, 1978.
Lecouteux, Cl., Pequeño diccionario de mitología germánica. Palma de Mallorca, Olañeta, 1995.
Niedner, H., Mitología nórdica. Barcelona, Edicomunicación, 1986.
Page, R.I., Mitos nórdicos. Madrid, Akal, 1999.

Sturluson, S. Textos mitológicos de las Eddas. Madrid, Miraguano, 1998.

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