por Fátima Gutiérrez
("Wagnermanía", enero de 2001)
Lo que hay de incomparable en el
mito es que es verdadero desde siempre, y que su materia, de una concisión
extrema, es inagotable en todos los tiempos. El poeta sólo tiene que darle una
interpretación. Richard Wagner.
¡Dicho y hecho! Wagner, el poeta
del sonido y de la palabra, como a él le gustaba llamarse, se fue a buscar al
país de los mitos la materia prima de las historias que nos quería contar... y
cantar. Y se fue a este país porque, además de no tener fronteras (algunas, en
Europa, las tuvo que cruzar de tapadillo), sus habitantes no se pierden en
palabras vanas ni en tediosas disquisiciones, obran; y cada una de sus acciones
está guiada por un sentimiento, por lo que todos sus momentos son intensos:
viven lo esencial, ignoran lo contingente, son héroes tanto en la victoria como
en la derrota, permanecen grandes aun en la miseria, desafían las leyes de los
dioses y de los hombres, aman y odian sin límite ni coacción.
El carácter vitalista de Richard
Wagner, la pasión con la que emprende todas sus tareas, su sensibilidad
exacerbada, su sensualidad, su fe en hacer más hermoso el mundo, le llevaron
directamente al horizonte del mito. Por ello, este apartado de Wagnermanía que,
ahora, comienza estará dedicado a todos aquellos espíritus curiosos que,
fascinados, en un primer momento, por su música y por su poesía (siempre
unidas), quieran encontrar, por ellas y en ellas, esos relatos fundadores de
toda creación, esos mitos que desvelan lo que de más humano hay en el hombre y
que no tienen que pasar por el tamiz de la razón abstracta: se entienden a
primera vista porque es la sensibilidad la que les da inmediatamente un
sentido.
Esos viejos manantiales
Aunque, desde Las Hadas hasta
Parsifal, toda la obra de Wagner bebe de fuentes mitológicas y legendarias, voy
a iniciar esta sección refiriéndome al Anillo del Nibelungo, ya que, en él, es
en donde parece más marcada la huella tanto del mito como de la leyenda. Que no
extrañe lo poco que inventó el maestro, su grandeza y su originalidad no se
centran en una historia particular sino en una inmensa tarea de síntesis y de
interpretación que, como veremos, no se reduce al territorio mítico
germano-escandinavo. Aunque éste sea el más evidente, también el griego y el
oriental aportarán sus materiales para construir el grandioso edificio, si
bien, de ellos, se hablará más adelante, que hoy me limitaré a reseñar las
fuentes nórdicas de la Tetralogía.
El lejano Norte
Poco conocemos realmente de los
viejos pueblos de más allá del Rin y de sus costumbres y creencias; pero,
sabríamos aún menos si algunos poetas y literatos islandeses no se hubiesen
preocupado, de los siglos XI al XIII, por recuperar algunas migajas de ese
antiguo tesoro. Éstas se reunieron en lo que hoy son nuestras tres fuentes más
importantes: la Edda Poética, la Edda en prosay los poemas escáldicos.
La primera (que se conserva en un
manuscrito, el Codex Regius, datado en la segunda mitad del siglo XIII),
contiene una serie de obras anónimas, de fechas y orígenes distintos, que
hablan de dioses y héroes de la antigüedad germánica. En el poema que nos narra
el cuento del gigante Thrym, ya encontramos algunos ecos que, conociendo el
argumento del Oro del Rin, si tenemos el oído atento, nos empiezan a resultar
familiares:
Al despertarse una mañana, Thor
no encuentra el emblemático martillo que le da el poder y la seguridad. De no
recuperarlo, los gigantes invadirán la tierra de los dioses y los destruirán.
Su astuto y cómplice amigo, Loki, le acompaña a la casa de la diosa Freyia para
pedirle prestada su piel con plumas y, así disfrazado, poder volar sobre la
tierra de los gigantes y recuperar el precioso objeto. Cuando, de esta guisa,
Loki llega al reino de los gigantes, Thrym jura no devolver el martillo hasta
que los dioses le entreguen a Freyia como prometida, pero la diosa de la
belleza y del amor, enfurecida, se niega a semejante unión. Así que la divina
asamblea resuelve que Thor, pese a sus primeras y lógicas reticencias, se vista
de novia y se presente a los gigantes suplantando a la diosa, acompañado por
Loki, que se hace pasar por su doncella. La treta resulta (no olvidemos que son
dioses...) y, Thrym, ansioso por consumar lo antes posible el matrimonio,
ordena que se bendiga inmediatamente con el martillo de Thor (en el antiguo derecho
germánico, arrojar el martillo era un rito de toma de posesión del suelo y
lanzarlo en el regazo de una muchacha consagraba la boba). En el momento en el
que Thor ve su martillo, se hace con él y aplasta a toda la raza de los
gigantes.
Así que, en este simpático
cuentecillo, tenemos ya prefigurados, naturalmente con un carácter mucho menos
transcendente, algunos ingredientes que aparecerán en la segunda escena de
Prólogo de la Tetralogía de Wagner: el dios que se despierta (aunque, en este
caso sea Wotan y no Thor) y no es dueño de uno de los emblemas de su poder
(martillo/Walhalla), las astucias de Loki/Loge, unos gigantes que sólo cederán
ese emblema a cambio de la diosa del amor Freyia/Freia, etc. De todas maneras,
como veremos, esta historia, perteneciente a la Edda Poética, se verá
enriquecida por otros elementos de las mitologías nórdicas, hasta que llegue a
nosotros de la mano de Wagner.
También a esta Edda pertenece la
famosa Völuspá, o Profecía de la Vidente, de un carácter mucho más serio que la
historia de Thrym, en la que una
desconocida sibila le cuenta a Valfödr ( Padre de los Muertos, uno de los
nombre de Odín/Wotan), cómo nació el mundo y cómo desaparecerá. Pero no vamos a
adelantar acontecimientos de los que ya tendremos tiempo de hablar.
La Edda en prosa, nuestra segunda
fuente, se la debemos a un curioso personaje islandés: Snorri Sturluson:
terrateniente, embajador (parece que demasiado servicial con el rey noruego) y
poeta, que conocía muy bien las tradiciones de su país y las recopiló, hacia
1220, a modo de manual de poética y mitología al servicio de cualquier aprendiz
de escritor que quisiera agradar a un público que, aunque ya cristianizado
siglos atrás, gustaba de las viejas tradiciones que eran sus auténticas raíces.
Aunque, en algunas ocasiones, se basa en la Edda Poética, sus otras fuentes nos
son desconocidas, es el caso de la siguiente historia de la que volveremos a
encontrar ecos en El oro del Rin:
Un artesano propuso a los dioses
edificar, en sólo tres estaciones, una gran fortaleza, que les guardara de los
ataques de los gigantes, y les pidió como salario, el sol, la luna y a la diosa
Freyia. Los dioses (que no sabían que el constructor pertenecía a la estirpe de
sus enemigos), endurecieron el pacto: si recibía alguna ayuda, que no fuera la
de su caballo, o tardaba más de un invierno en realizar el trabajo, no
recibiría nada a cambio. Loki, pensando que no podría cumplir con esta tarea,
aconsejó a los demás dioses que aceptaran y todos dieron su palabra de
guardarlo: desconocían la extraordinaria fuerza de Svadilfaeri, el caballo del
gigante. Cuando el plazo estaba a punto de cumplirse, y la fortaleza estaba
prácticamente terminada, cundió el pánico entre los dioses indignados con Loki,
por lo que éste urdió una de sus más famosas tretas: se transformó en yegua y,
la última noche, distrajo al caballo del constructor, que no pudo acabar con su
tarea. Lo extraordinario de su furia reveló a los dioses que se trataba
realmente de un gigante y Thor le aplastó la cabeza con su divino martillo.
Pero no acaba, aquí, la historia... Tanto y tan bien había distraído Loki al
caballo que, poco después, paría un potrillo de ocho patas que, con el tiempo,
se convertiría en Sleipnir: la montura de Odín/Wotan.
Ansia de los gigantes por la
diosa del amor, astucia de Loki/Loge... Ya encontrábamos estos elementos en el
cuento de Thrym de la Edda poética, pero aquí aparece, además, el tema de un
singular pacto: cambiar a la diosa Freyia por un trabajo de construcción, y el
consejo de Loki. La correspondencia entre la fortaleza, en esta narración, y el
Walhalla, en la Tetralogía, es más que transparente. Pero volveremos a la Edda
en prosa en otros momentos.
La tercera de las principales
fuentes de la mitología nórdica es la de los poemas escáldicos. En el Gran
Norte, a los poetas cortesanos les llamaban escaldas, y realizaban sus
composiciones para ser cantadas ante reyes y nobles escandinavos, ensalzando
sus hazañas, festejando grandes acontecimientos o, simplemente, improvisando.
Algún que otro mito se ocultaba en tan elaborados y complejos cantos. Uno de
ellos: Haustlöng o A lo largo del otoño (llamado así porque su creador,
Thiodolf, tardó ese tiempo en componerlo), nos habla, entre otras cosas, de una
diosa y de unas mágicas manzanas:
Tres dioses: Odín, Loki y Hoemir,
a la sombra de un roble en donde estaba posada un águila, intentaban cenar un buey que nunca terminaba
de cocinarse. El pájaro les descubrió que era él el causante de tal hecho porque
no se les había ocurrido invitarle al festín. Los dioses subsanaron
inmediatamente la descortesía; pero, a Loki le pareció que se servía un trozo
demasiado generoso e intentó emprenderla
a golpes de bastón con el invitado. El bastón y el dios salieron volando
por los aires sin poder desprenderse el uno del otro, y Loki, aterrorizado,
pidió al águila que le liberara. Ésta, que en realidad era el gigante Thiazi
disfrazado, le ofreció la libertad a cambio de Iddum, la diosa que guardaba las
manzanas de oro. Loki cumplió el trato y los dioses, sin las manzanas,
comenzaron a envejecer y a debilitarse. Cuando descubrieron el trueque de Loki,
le obligaron a rescatar a la diosa de la juventud, lo que consiguió, bajo forma
de halcón.
¿Hace falta recordar el decrépito
estado de la divina corte wagneriana, privada de las manzanas de la
inmortalidad, al final de la segunda escena del Oro del Rin?
Acabamos de hacer un pequeño
recorrido por los viejos manantiales de la mitología germánica. Durante siglos
habían sido olvidados. Los románticos alemanes los descubrieron y permitieron
que sus aguas volvieran a correr, aunque fue Richard Wagner el que les devolvió
la fuerza de antaño con el sentido de siempre. Gracias a él, dejaron de ser
pequeñas historias, unas veces complementarias otras inconexas, para
convertirse en el todo coherente y asombroso del Anillo del nibelungo.
De las sagas medievales
escandinavas y germánicas, de cómo un mundo nace y muere, de las pasiones, de
las miserias y las grandezas de lo divino y lo humano, hablaremos, si queréis,
más adelante.
Bibliografía:
Bonnefoy, Y. (Dir.), Diccionario de las mitologías. Vol. IV. Barcelona,
Destino, 1998.
Borges, J. L., Literaturas germánicas medievales. Madrid, Alianza,
1978.
Lecouteux, Cl., Pequeño diccionario de mitología germánica. Palma de
Mallorca, Olañeta, 1995.
Niedner, H., Mitología nórdica. Barcelona, Edicomunicación, 1986.
Page, R.I., Mitos nórdicos. Madrid, Akal, 1999.
Sturluson, S. Textos mitológicos de las Eddas. Madrid, Miraguano, 1998.
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