viernes, 30 de mayo de 2014

Julián Gayarre, el tenor de la voz de ángel

 (publicado en "Ópera, siempre", 2009)

Monumento a Julián Gayarre en Roncal
Hace tiempo que me enviaron el artículo que hoy reproduzco textualmente. Prometí publicarlo en el blog. Lo intenté. Las páginas escaneadas resultaban ilegibles y picar todo el texto —es extenso, como podrán apreciar— me exigía un tiempo que en esos momentos no tenía. Tampoco ahora me sobra, pero lo prometido es deuda.
Casa de Roncal
Quería también ilustrar el texto con unas fotografías que tomé en una de las ocasiones que visité Roncal. Las perdí cuando el disco duro de mi ordenador pasó a peor vida, pero tropecé con ellas hace unos días en un CD del que ignoraba su existencia.
Placa en la Plaza de Julián Gayarre. Roncal
El artículo fue publicado en ocasión del   Centenario de la presentación de Gayarre en Bilbao, organizado por la ABAO hace 17 años, el 10  de enero de 1982 (’Nuestras raíces están en esta tierra’ , ‘Gure sustraiak herri honetan dagoz’, se lee en el programa).
El 10 de enero se cantó en el Coliseo Albia Lucia de Lammermoor y fueron sus intérpretes Adriana Anelli (Lucia), Alfredo Kraus (Edgardo), Vicente Sardinero (Asthon), Gianfranco Casarini (Raimondo), Luis María Bilbao (Arturo), Alfredo Heilbronn (Normando),  Mari Carmen Martínez de Gerrikabeitia (Alisa). Director: Gianfranco RivoliOrquesta Sinfónica de Bilbao.
Como curiosidad, el precio de las localidades: de 3.500 pesetas de las de entonces (butacas), la más cara, a 950 pesetas, la más barata  (principal, 3ª-6ª fila).
Y vamos con el artículo  (Gracias, Tonio:-)
  • Vasco, navarro, soy
  • **
    “Una aproximación a la figura de Gayarre”
  • Antón Fontán
  • “La gloria del artista de teatro es como el sueño de una noche. Un pintor, un poeta, un compositor dejan sus obras. De nosotros ¿qué queda?…, nada, absolutamente nada, una generación que dice a otra ¡Cómo cantaba Gayarre!”.
    La reflexión que encabeza este artículo es el resumen de la filosofía de Gayarre. Un hombre que de la nada llegó a serlo todo, de rudo pastor del Pirineo a ser admirado por príncipes, de ser un hombre de instrucción elemental a codearse con los intelectuales de su época y, sin embargo, ‘El cantor’ —como le denominaban sus queridos roncaleses— jamás se dejó deslumbrar por sus éxitos ni por el oropel de sus grandes amistades. Vivió sencillamente, pese a la inmensa fortuna que acumuló, y no se olvidó jamás de su terruño navarro, de su juego de la pelota, de sus viejos amigos ni de la lealtad a la palabra empeñada.
    Destacó como el mejor cantante de su época, sin embargo, aquello no era suficiente para él. Nuestro personaje quiso formarse en un afán sin límites de aprender y, así, aquel antiguo pastor roncalés adquirió un importante bagaje cultural, bastante impropio en un mundo de adulación y falaz como el que se desenvolvía.
    Hoy contamos con algunas cartas dirigidas a familiares y amigos, ilustrativas de la gran grandeza moral del tenor navarro, las cuales nos vienen a demostrar que no sólo fue un artista excepcional sino también un hombre excepcional.
    Los tópicos y las leyendas se han cebado en la figura de Gayarre como en pocos personajes. Desde cantar las más bellas romanzas de su repertorio en plena calle, para socorrer a un pobre ciego (anécdota atribuida también a otros dos artistas vascos, Iparraguirre y Sarasate) hasta acudir en los topes de un tren a Italia, hospedarse en los soportales del Teatro de la Scala, para, finalmente, debutar en la Scala de Milán sustituyendo, en el último momento, al tenor de turno.
    Todo ello es falso y absolutamente pueril. Gayarre demostraba su filantropía con los pobres de otra forma; cuando viajó a Italia lo hizo por tren, en segunda clase, y en barco, y, por supuesto, no se alojó en los soportales de la Scala sino en un hotel, y no debutó improvisadamente. En la Scala, ayer como hoy, los espectáculos no se improvisan, ya que en esta institución musical se sigue al artista de cerca desde su inicio, y sólo cuando existe una información exhaustiva y compulsada se le contrata para su debut, si ello va a suponer un éxito artístico y económico.
    Con esta advertencia queremos romper todas las fábulas existentes sobre Gayarre, personaje mucho más profundo de lo que las anécdotas apócrifas cuentan.
    Roncal (Navarra)
    Sebastián Julián Gayarre nace en el pueblo navarro de Roncal el 9 de enero de 1844.
    Sus padres, modestos labradores, apenas pueden darle la más elemental educación, pese a la viveza del muchacho, que destaca por su aptitud matemática en la escuela, según su maestro roncalés.
    Hacia 1857 sus padres le trasladan a Pamplona como dependiente de una mercería a cambio de su manutención. Al poco tiempo es despedido del comercio por abandonarlo cuando una fanfarria militar marcaba sus aires marciales por las calles de Pamplona.
    Roncal. Puente sobre el río Esca
    Tras su experiencia como ‘comerciante’ su padre le busca un empleo como aprendiz de herrero en Lumbier. Aquel trabajo no le disgustaba, sin embargo, le minaba la salud de tal forma que tiene que volver a Roncal a reponerse.
    Liras en la barandilla
    Los aires del Valle del Roncal le devuelven la salud, pero dada la escasez de medios económicos familiares, tiene que volver a Pamplona, en donde se coloca como oficial de herrería. Mientras forja el hierro, de su garganta brotan las más viriles jotas navarras, lo que hace que sus compañeros le animen a apuntarse al Orfeón pamplonés, donde pronto destaca como solista.
    Roncal. Frontón donado por Gayarre a sus paisanos en 1887.
    En 1865 el futuro divo tiene la gran fortuna de topar con otro navarro músico y metido en la Corte, D. Hilarión Eslava, quien entusiasmado con la voz de Gayarre le aconseja trasladarse a Madrid a estudiar música y canto, previa una beca que le gestionaría.
    Roncal. Parte posterior del frontón donado por Gayarre a sus paisanos en 1887
    Sin embargo, aquella beca duraría poco, ya que al estallar la ‘Revolución de Setiembre’, se suprimen las becas, por lo que Gayarre tiene que colocarse de corista en una compañía de zarzuela, aceptando los papeles más ínfimos.
    Roncal (casa típica).
    Finalmente consigue una beca de la Diputación de Navarra para estudiar en Italia. En Milán, y por un limitado precio, consigue ser alumno del Maestro Lamperti, el mejor profesor de canto, sin duda, de su época. Rápidamente el maestro italiano corrige sus defectos y selecciona las obras más adecuadas a su tesitura.
    Iglesia de Roncal. A la izquierda, Casa Museo Julián Gayarre
    Pronto debuta en Varese en una compañía muy mediocre, con un papel secundario en I Lombardi. En aquel debut, sólo se salva del fracaso el tenor navarro, a quien se le ofrece el papel protagonista en L’elisir d’amore. En el debut de esta obra sucede un hecho que parece novelesco, pero que, por desgracia, es cierto.
    Momentos antes de salir a escena a cantar la famosa aria ‘Una furtiva lacrima’, recibe un telegrama que literalmente decía: “Con un profundo pesar te comunico que tu pobre madre ha dejado de existir”. Gayarre entonces cantó esta aria de forma tan sublime que el público, según los cronistas de la época, salió enfervorizado, sin saber si cantaba para el cielo o para aquel reducido público.
    Gayarre nació en el barrio de Arana de Roncal. Sobre el mismo solar que ocupaba aquella casa, el tenor mandó edificar una nueva, en 1879. Hoy en día es la sede de la Casa Museo Gayarre.Gayarre nació en el barrio de Arana de Roncal, muy cerca de la iglesia de San Julián. Sobre el solar de aquella casa, el tenor mandó construir una nueva en 1879. Hoy en día, alberga la Casa Museo Gayarre.
    Aquello fue la puerta del éxito, Roma, Bolonia, San Petersburgo, Moscú, Viena… hasta llegar a la Scala, en donde debutó con La favorita. Pese a la frialdad de los milaneses en los ensayos, Gayarre alcanzó un éxito inconmensurable en la representación. Desde hacía más de 20 años en la Scala no se habían oído tantos aplausos como en aquella ocasión. Críticos tan exigentes como Filippi, dijeron de Gayarre: “Acabo de asistir a la consagración de un genio”.
    Puerta de entrada de la Casa Museo Julián Gayarre
    A partir de entonces todo sería más fácil para el tenor roncalés. Ponchielli le eligió para el estreno de La Gioconda, imponiéndole Gayarre la composición de un aria para él, y así nació la famosa romanza ‘Cielo e mare’, que la cantó de tal manera que hubo de ser bisada.
    Después vino Londres, París, Buenos aires, Lisboa, Madrid… Su repertorio era ya gigantesco, más de 50 obras, y su prodigiosa voz se igualaba a su capacidad de estudio. Gayarre afrontaba óperas tan diferentes como el repertorio italiano, el D. GiovanniDer Freischutz,Una vida por el ZarLe Prophête, etc.
    Fachada Casa Museo Gayarre, ángulo superior izquierdo
    Pese a sus grandiosos éxitos, Gayarre era un hombre a quien jamás su encumbramiento logró cambiar, en los más mínimo, su naturalidad y sencillez. De otro lado, era un hombre dado a la melancolía, que sufría grandes depresiones psíquicas.
    Los más negros presentimientos le atormentaban día a día, y la razón de ellos había que buscarla en el terror que tenía Gayarre a la muerte, sobre todo si tenemos en cuenta que sus dos hermanos habían fallecido en plena juventud, de tuberculosis. Si a ello añadimos el afán de inmortalidad del artista, comprenderemos que, pese a su inmensa fortuna y éxito personal, su vida no fue un camino de rosas.
    "Julián Gayarre nació en esta casa, año 1844. Homenaje de sus paisanos" "Julián Gayarre nació en esta casa, año 1844. Homenaje de sus paisanos".
    El 8 de diciembre de 1889 el Teatro Real de Madrid hervía de público y expectación por verle en Los pescadores de perlas. Gayarre no se encontraba bien, sin embargo, actuaba para salvarle al empresario de una difícil papeleta. En el primer acto su voz sonaba límpida y pura, pero al adentrarse en el aria ‘Mi par d’udir ancora’, su emisión comenzó a debilitarse y en el primer agudo apenas esbozó un sonido ahogado, luego emitió como pudo un jadeo sordo y al afrontar la nota final, ésta se quebró en su garganta, mientras un silencio profundo se apoderaba del público. Gayarre, con inmensa tristeza, dijo entonces aquella frase de “No puedo cantar…, esto se acabó”. Aquella fue la última vez que el gran roncalés salía a escena.
    Pocos días después del 2 de enero de 1890 y víctima de la gripe —el famoso trancazo—, Gayarre moría serena y tranquilamente en su apartamento madrileño, pronunciando las palabras “¡Fernando… Fernando!”. Aquella invocación al personaje de La favorita podría interpretarse como un homenaje que Gayarre rindiera al papel que tantos éxitos le había proporcionado.
    Roncal. Paseo de Julián Gayarre
    Hoy su restos reposan en Roncal, en el famoso mausoleo, obra de Benlliure.
    Roncal. Mausoleo de Julián Gayarre obra de Benlliure
    ¿Cómo era la voz de Gayarre? Desgraciadamente, no hay ninguna versión fonográfica del gran tenor, por lo que tenemos que basarnos en los criterios de las personas que tuvieron la fortuna de escucharle.
    Cruz con el nombre de Julián Gayarre forjado en hierro (foto superior).Primer plano de la cruz ( (foto superior, ángulo inferior derecho) con el nombre de Julián Gayarre forjado en hierro.
    En primer término, cabe destacar que su repertorio era de más de 50 obras, si buen muchas de ellas fueron rechazadas por no irle a sus facultades vocales o por no ser pedidas por el público. Por ello, al final, en su repertorio no incluía más de 10 obras, RigolettoPescadoresde perlasLa AfricanaGiocondaMefistófelesLucrezia BorgiaLohengrin y, sobre todo, La favorita y Los puritanos.
    Para hacernos una idea de cómo era su voz, oigamos la versión que nos dan tres grandes divos del pasado, Enma Calvé, Gemma Bellincioni y Enrico Caruso, recogidas en el libro deIsidoro Fagoaga Retablo Vasco.
    Enma Calvé, en su libro Yo he cantado bajo todos los cielos, al referirse a Gayarre, escribe: “… cantó anoche en La favorita. ¡Qué voz asombrosa y qué alientos increíbles! Los seis primeros compases del aria Spir’to gentil los canta de un solo aliento, y las notas tenidas y los calderones los ‘fila’ y prolonga hasta límites tan extremos que el oyente termina por sentir una sensación de ahogo… ¡Me temo que estos alardes, de seguir así, le reporten grave daño a su salud”.
    La versión de Gemma Bellincioni, considerablemente más extensa, es sobre todo exhaustiva en cuanto se refiere a la calidad y cualidades de la voz y el arte del tenor roncalés. Por otra parte, cuanto dice la referida señora del hombre y del artista que fue Gayarre tiene un mérito singular, ya que, además de gran cantante, era la esposa ejemplar de otro ilustre tenor,Roberto Stagno, uno de los más dignos rivales de Gayarre.
    [Gemma Bellinicionila primera Santuzza: Voi lo sapete, o mamma. 1903]
    He aquí lo que al respecto escribe la señora Bellincioni en su libro autobiográfico Yo y el escenario:
    “Entre los recuerdos que me han dejado más profunda impresión, debo señalar el que me produjo Julián Gayarre la primera vez que le oí. Fue en Lisboa, en 1886, y ya entonces se notaban en el artista algunos síntomas claros de su quebrada salud. Estaba contratado para contadas funciones extraordinarias, y las localidades, no obstante venderlas con un elevado sobrecargo sobre las tarifas normales, se agotaban días antes de la representación. Gayarre era muy querido de los lisbonenses, y con razón, pues era un auténtico Eletto (elegido), más que por su arte, por el prodigio natural de su voz. Una voz de maravillosa dulzura, llena de un hechizo extraño que hacía soñar y que provocaba escalofríos de conmoción. Jamás oí otra voz igual. Era una voz de paraíso, una voz angélica como con razón la calificaron los adoradores de Giuliano…”.
    Luego nos presenta un retrato físico del cantor navarro que juzgamos de interés su reproducción, ya que es un claro exponente de cómo le veían los ojos de una mujer inteligente y observadora:
    Monumento a Julián Gayarre, de Fructuoso Orduna
    “Giuliano era natural de Navarra —prosigue la Bellincioni—; no tenía las facciones bellas y su tipo era más bien común. Tenía el pelo y la barba rojizos, los ojos pequeños y vivaces, y la estatura más bien mediana. En una palabra, no había en él nada que pudiera atraer como hombre. Añádese a esto una expresión casi dura, probable reflejo de su estado de ánimo marcadamente melancólico. Rara vez se sonreía, quizá porque el mal que lo llevó a la tumba tan prematuramente ya germinaba en él…”.
    Monumento a Gayarre. Al fondo, el frontón que el tenor donó al pueblo de RoncalBusto de Gayarre en Roncal de Fructuoso Orduna, discípulo de Benlliure. Al fondo, el frontón que el tenor donó a su pueblo en 1887.
    La señora Bellincioni, quien, en sus memorias, consagra a Gayarre —como actor y cantante— mayor espacio que a su esposo, Roberto Stagno, describe a continuación las alternativas y contrastes que provocó su presentación ante el público del San Carlos:
    Gayarre —a quien ella llama casi siempre Giuliano— se presentó ante el público lisbonense con La favorita. Corría el invierno de 1882 a 1883. Gayarre tenía 38 años, le quedaban apenas cuatro de penosa y gloriosa existencia. La Bellincioni, que empezaba su carrera, contaba sólo 18 primaveras.
    Roncal. Monumento a Gayarre, de Orduna
    “En los ensayos pudimos observar que Giuliano no estaba bien; tosía constantemente, con una de esas toses secas, ásperas, que tanto nos apenaba a todos. La noche de su debut, el teatro se hallaba repleto de público. Giuliano poseía una especie de fascinación por atraer a las multitudes. Cuando apareció en escena, todo el auditorio, puesto de pie, le aclamó ruidosamente.
    Roncal. Monumento a Gayarre, de Orduna
    Esa noche, como lo comprobé enseguida, la voz del artista no se hallaba en su mejor momento. Conservaba el timbre puro y aquel hechizo inexplicable que le hizo tan célebre, pero se notaba que el estado de sus bronquios no era satisfactorio. El primer acto pasó fríamente. Durante el intermedio, los intransigentes de las butacas, los llamados ‘feroces pateadores’ (en español en el original) se agitaban insatisfechos. “Cuando se está mal —gritaban furibundos— se queda en casa para curarse y no se viene al teatro a cobrar 5.000 pesetas!”.
    “Al comenzar el segundo acto, los nubarrones se adensaron amenazando la borrasca inminente. Giuliano, presintiendo el ‘pateo’, abordó la dramática invectiva que cierra el acto en un tal estado de furor que la nota aguda se le quebró en la garganta. Como a una señal convenida, el teatro se convirtió en un campo de batalla. Unos pateaban, otros aplaudían y otros gritaban como un coro de endemoniados. En el tercer acto y el siguiente, la batalla no amainó.
    Al levantarse el telón en el cuarto acto y aparecer Fernando en escena, vestido con su sayo blanco de frailecito y la cruz roja de Santiago sobre el pecho, se hizo un silencio expectante. Giuliano-Fernando aparecía frío, tranquilo. Su presencia, su actitud causaba una extraña impresión. Se lo tomaría por un numen generoso que perdonaba los excesos de sus detractores que poco antes le habían condenado sin misericordia. Dirigió hacia ellos una mirada serena y, seguro y tranquilo, esperó el momento en que todos, arrepentidos, caerían a sus pies.
    Y ese momento llegó, tan sublime y solemne, que no lo podré olvidar jamás. Cuando Giuliano avanzó hasta el proscenio y profirió la primera frase del recitativo: ‘ ¡Favorita del rey!’, una onda magnética pasó sobre la cabeza de los espectadores. En aquella exclamación vibraba, herida, el alma del artista y del hombre. Luego, cuando empezó a suspirar con deliciosa dulzura las notas del Spir’to gentil, la conmoción alcanzó un grado de tensión inenarrable.
    ¡Nadie podrá alcanzar en la interpretación de aquella página la emoción que le infundía el artista con su voz angélica! …¡Más que notas eran lágrimas, suspiros, espasmos!… ¡Tampoco nadie entre los artistas que he conocido en el curso de mi carrera —y algunos lo eran en grado superlativo— podrá borrar en mi corazón tan inefable recuerdo!”.
    GayarreGayarre Continuamos con la segunda parte del artículo publicado con motivo del Centenario de la presentación de Gayarre en Bilbao (aquí, la primera). Gracias, Tonio.
  • Antón Fontán
  • “Y vayamos al último de los tres testimonios que enunciamos, Caruso, el insigne Caruso, cuya vida y muerte presenta tantas semejanzas con las de Gayarre. En una entrevista aparecida en un rotativo de Nueva York, se expresaba así el partenopeo:
    “Yo por aquel entonces (1888) tenía pocos años (15, exactamente) y poquísimas liras…, pero cuantas noches podía trepaba al paraíso del San Carlos (de Nápoles) para escuchar embelesado a los grandes cantantes de entonces. De Stagno tengo todavía en el oído y en los ojos el ‘desafío’ de Los Hugonotes y el último ‘largo’ de El barbero de Sevilla; de Masini, el dúo con Gilda del Rigoletto y su famosísimo cuarto acto de Los Hugonotes; de Gayarre, el grito angustioso ‘Ah, madre mía! de Lucrezia Borgia y el ‘ataque’ de su aparición en La Africana: ‘O Paradiso!… Per Bacco!’. ¡Aquello era un paraíso de veras. ¡Qué grandes artistas Qué portentosos artistas!”.
    A estas descripciones se podrían añadir obras de críticos, compositores, etc. , sin embargo, creemos que con los testimonios anteriores es suficiente.
    Teniendo, pues, en cuenta los testimonios de sus contemporáneos y compañeros y su repertorio, podemos deducir que el estilo de Gayarre fue eminentemente melódico, tanto en su fase de blando lirismo como en lo dramático. Su voz era homogénea en todos los registros, alcanzando en el agudo hasta el re bemol, y con un timbre dulce y flexible que le permitía ‘filar’ con la máxima perfección.
    Gayarre
    Habrá habido cantantes de voz más extensa que la de Gayarre, incluso algunos cuyo órgano vocal fuera más robusto y sonoro, sin embargo, lo que no habrá habido en la historia de la música lírica es una voz tan bella, tan armoniosa, con tantos matices de suavidad, en una palabra, tan angelical o angélica. Estos son los calificativos que utilizaban con más frecuencia los contemporáneos cuando hablan de su voz. Una voz única, o el Tenor de La Voz de Ángel.
    Finalmente, y como la ABAO trata con este homenaje a Gayarre de conmemorar el centenario de su debut en Bilbao, vamos a destacar tres aspectos del tenor que nos demuestran su vasquismo de ley y su amor a Bilbao.
    La primera de estas manifestaciones es la que hace del tenor Gayarre y del Euskera su compatriota Isidoro Fagoaga en el libro Retablo Vasco.
    GayarreGayarre“A pesar de su vida andariega, o acaso por esto mismo, Julián Gayarre conservó siempre un encendido recuerdo por las cosas del terruño y en modo especial por su lengua y sus canciones. Era notoria su predilección por las composiciones de Iparraguirre y, entre estas, por el ‘Guernikako arbola’.
    Puede asegurarse que cuantas veces se celebraba una función en su honor, encontraba medio para incluir, en un intervalo o al final de la velada, el himno del bardo vasco. He aquí, referida por el cronista del diario madrileño “Iberia”, la síntesis de una función en el Teatro Real, en marzo de 1886:
    “Gayarre se despidió del público de la Corte con la ópera Lucia di Lammermoor. Al final y a petición de sus entusiastas admiradores, el artista cantó, acompañado al piano por el maestro Oller el ‘Guernikako arbola’. Los aplausos que el público le prodigó, le obligaron a repetir el inspirado himno vasco, que dicho por Gayarre, con la expresión admirable del artista y del éuscaro, produjo en el auditorio entusiasmo indescriptible”. Gayarre
    Estas singulares despedidas que el gran cantor organizaba en los teatros peninsulares, llegó a repetirlas incluso en el extranjero: en París y también en Roma, sobre todo en esta última capital, donde, al término de sus compromisos artísticos, recibía en el hotel a todo el cuerpo de críticos, y, después del ágape, cantaba espontáneamente diferentes arias de su repertorio; al final, previa explicación de lo que la letra significaba, entonaba el ‘Guernikako arbola’.
    GayarreCon todo lo que a este respecto llevamos referido, yo no hallaba la prueba concluyente de cuanto afirmara su sobrino don Valentín de que su tío “hablaba bastante bien el vascuence y lo entendía perfectamente”. Esta prueba me la proporcionó la visita que, como queda explicado, efectué a Roncal en el verano de 1950.
    Allí previa autorización, buceé despaciosamente en la biblioteca familiar, ojeé todas las partituras musicales y, con la tiranía que sólo la nobleza del fin excusa, hice que los bonísimos de sus descendientes revolvieran hasta el último rincón de sus arcas y archivos. Y el tesoro, como lo presentía, se ofreció a mis ojos: más de sesenta cartas autógrafas, escritas a lo largo del tiempo y de las más diversas latitudes y, dulcis in fundo, otra carta —la perla negra entre las blancas— redactada toda ella, desde el encabezamiento a la despedida, en vascuence.
    Hela aquí en su texto integral:
    Barcelona, 19 de diciembre, 1884.
    Ene tía Juana maitia. 
    Eugenia sin da [etorri da] arro ongui.
    Quemen gaude anisco ongui guciac eta orií [berori] nola dago? 
    Nain din [nai du] sin [xin, jin, etorri] cona, [onera] ichasoaren ecustra?Anisco andia da, tia Juana. 
    Nai badu nic dud anisco deiru orentaco vidagearen pagateco quemengo ostatiaren pagataco. Ezdi eguiten quemen ozic batrere, chatendegu quemen anisco ongui eta guero artan [artean, bertan] dugu iror nescache postretaco eta gazte eta polit.
    ¡Ha! ¡cer vizia! ¡tia Juana maitia, amar urte chiquiago bagunu…!
    Gorainzi guzientaco eta piyco bat nescachi pollit erroncari guziat.
    Julián
    […]
    GayarreGayarreEsta carta, aparte su donosa ternura, confirma la observación de don Valentín que antes reprodujimos. En efecto, es evidente que no hablaba bien el vascuence y, por obvia deducción, lo escribía probablemente peor, pero —y esto es lo que cuenta— se esforzaba, como vemos, por hacerlo, en lugar de pretender que fuera su tía, que apenas hablaba el castellano, la que hiciera el esfuerzo contrario”. [Fagoaga,Retablo Vasco]
    Otra anécdota de su amor a Bilbao es la que narra su amigo Julio Enciso, bilbaíno amigo y biógrafo, con motivo del concurso de orfeones celebrado en 1888, en una carta que le dirigió Gayarre y que vale la pena reproducirla:
    “Como te dije en el despacho que te he puesto hace una hora, no me he quedado a conocer la adjudicación de los otros premios para ponerte el parte para que fueras el primero en saber el triunfo que ha obtenido el Orfeón de Bilbao.
    Ayer comenzó el certamen, y los chapelgorris estuvieron muy por encima de los demás, y el público los premió con una frenética salva de aplausos: la partida estaba ganada. Luego tocó el turno al de  Limoges, que cantó bastante bien; pero había la diferencia de las bonitas voces, el brío y la gracia en favor de Bilbao. Gayarre
    Hoy correspondía el certamen de lectura, y la lucha también ha sido entre Bilbao y Limoges. Los de Bilbao cogieron papeles, y a la señal del Jurado empezaron; y, chico, parecía que lo sabían de memoria, cantando con sin igual soltura; y aunque estaba prohibido el aplaudir, el público no se ha podido contener y les ha hecho una fiesta.
    Luego el de Limoges entró y cantó la lección bastante bien, pero parecía un coro de falsete, todo tristón.
    Concluido el certamen, el Jurado se retiró a deliberar, como en La Africana, faltando únicamente aquello de ‘il consiglio, o  signori…’. Pasó un rato, el ansia era grande; al fin apareció el Jurado, y cuando el secretario dijo: “Por ocho votos contra uno se adjudica el primer premio al Orfeón de Bilbao”, un ¡hurrah! general hizo temblar la sala. Los bilbaínos se abrazaban y abrazaban a Zabala. Todos gritaban (y yo el que más) ¡Viva Bilbao!
    Echo a correr al telégrafo, y todavía ignoro la adjudicación de los otros premios, pues en mi vida he sentido emociones como la de hoy. Un señor, cuando bajaba la escalera corriendo, me detuvo para preguntarme qué es lo que tenía, y yo le mandé a paseo y seguí corriendo. Ya te enviaré los periódicos”.
    Finalmente nos referimos al debut en Bilbao de Gayarre y su comportamiento con esta ciudad, para lo que acudimos al libro de Enciso en sus Memorias de Gayarre:
    Gayarre“Al fin, en el otoño de 1881, un empresario bilbaíno, don Luciano de Urizar, hizo cuestión de amor el presentar a Gayarre en Bilbao. “Sabiendo mi amistad con él —dice Enciso—, se empeñó en que le acompañara a Barcelona —en cuyo teatro del Liceo actuaba— y donde, a nuestra llegada, no sólo le visitamos, sino que cenamos también en su compañía.
    Nadie se habló de teatros durante la cena; pero a los postres, don Luciano se dirigió a Gayarre diciéndole:
    “Don Julián: he empeñado mi palabra de que Ud. cantará en Bilbao y estoy dispuesto a todo en conseguirlo. No sé si le convendrá a Ud. mi proposición; pero por de pronto me atrevo a  ofrecerle veinte funciones, a mil duros cada una. Y como la mejor escritura es pagar, ahí tiene Ud. en letras sobre esta plaza veinte mil duros adelantados”.
    Y sacando una cartera la colocó frente a Gayarre. Éste, sorprendido, se quedo mirándome. Entonces le expliqué quién era don Luciano de Urizar.
    GayarreDon Luciano —contestó Gayarre—, ya veo que no es Ud. un especulador, y esto me obliga sobre todo. Esta obligación, mi amistad con don Julio y el cariño que profeso a Bilbao, a donde voy casi todos los veranos, me deciden. Iré, pues, pero… no puedo aceptar esas condiciones; sería abusar de Ud., y yo en mi vida he abusado de nadie. No puedo,pues,  cobrar a Ud. mil duros, porque no se los cobro a los demás. Iré a Bilbao, yo me encargaré de todo, y, si, como espero, las cosas van bien, ya nos arreglaremos. Entretanto, hágame Ud. el favor de guardar esa cartera y ese dinero, que esto es lo último que debe hablarse entre nosotros”.

    Así contestó Gayarre. Estuvimos allí unos días, hasta que se embarcó para Palma de Mallorca, y cuando nos dio el abrazo de despedida, don Luciano le dijo:
    —Hasta el 9 de Abril, que empezará la temporada
    —No faltaré contestó Gayarre. Tengo palabra de Ley.
    Y así fue. El día convenido se presentó Gayarre en la capital vizcaína, pero, ¡en mala hora! La víspera —coincidencia fatal—, don Luciano, víctima de una aguda enfermedad, murió dejando a la familia y a la empresa en el mayor embarazo y desolación. Gayarre que, por su parte, quedó profundamente afectado, decidió encargarse de todo. No sólo cantó las estipuladas veintes funciones, en su calidad de único tenor, sino que se ocupó de los ensayos, repartos y concertación, salvando de esta manera los intereses gravemente comprometido de la familia de Urizar.
    Así se portó Julián Gayarre —comenta orgulloso el memoralista—.
    ¿Qué de extraño es, pues, que el público le tributase, no ya la admiración por el artista, sino su simpatía hacia el hombre desinteresado y honrado?
    “Su debut —agrega luego— fue hijo de las circunstancias, pero tiernísimo. Estábamos concluyendo de almorzar al día siguiente de su llegada, y en aquella hora debía verificarse el entierro del señor Urizar, al que había acudido todo Bilbao, pues era don Luciano sumamente querido y bien relacionado en la invicta villa.
    —¿Tienes en casa el ‘Aria di Chiesa’ (‘Pietà, Signore, di me dolente…’) de Stradella? Me dijo Gayarre de pronto.
    —Sí.
    —Dámela.
    Se la di y echó a correr a la Iglesia de San Nicolás; subió al coro y cantó aquella bellísima melodía ante el público bilbaíno, que por primera vez escuchaba la voz del gran tenor.
    —He querido tributar esta pequeña muestra de cariño al buen amigo don Luciano, me dijo luego.
    La temporada fue de las que hacen época en la historia del teatro de Bilbao. La última noche, después de los aplausos, coronas y regalos, fue conducido a casa entre hachones encendidos, con música y hasta cohetes, siendo saludado por el público que le aclamaba con delirio”.
    Éstas y otras anécdotas, por supuesto ciertas y contrastadas, demuestran el comportamiento que tuvo el gran Gayarre con Bilbao, por lo que creemos que al hacerle este homenaje, después de 100 años, no hacemos sino un acto de justicia, a través de ese  otro artista excepcional que es Alfredo Kraus, tan admirado y querido también es nuestra Villa.
    Gayarre

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