El testamento de Heiligenstadt es una carta escrita por el compositor alemán Ludwig van Beethoven a sus hermanos Kaspar Anton Karl y Nikolaus Johann en Heiligenstadt(actualmente parte de Viena, Austria) el 6 de octubre de 1802. La carta relata la desesperación del compositor por su creciente sordera y sus deseos de sobreponerse a sus achaques físicos y emocionales para completar su destino artístico. Beethoven guardó el documento escondido entre sus papeles privados durante el resto de su vida y probablemente nunca se lo mostró a nadie. Fue descubierto en marzo de 1827, después de la muerte del compositor por Anton Felix Schindler y Stephan von Breuning, quienes lo publicaron en octubre de ese mismo año.
Una curiosidad del documento es que, mientras que el nombre de Karl aparece en los lugares adecuados, aparecen espacios en blanco a la izquierda de las apariciones del nombre de Johann (como en la esquina superior izquierda de la imagen que se muestra en este artículo). Este hecho ha tenido numerosas posibles explicaciones, desde que Beethoven no estaba seguro del nombre completo de Johann (que era Nikolaus Johann) hasta que tenía sentimientos contradictorios acerca de sus hermanos, para trasferir al chico su odio de toda la vida hacia su padre alcohólico y abusivo, también llamado Johan.
Testamento de Heiligenstadt
A mis hermanos Carl y Johann
Oh vosotros, hombres que me mirais y me juzgais huraño, loco o misántropo, ¡cuan
injustos habeis sido conmigo! ¡Ignorais la oculta razón de que os aparezca así! Mi
corazón y mi espíritu se mostraron inclinados desde la infancia al dulce sentimiento de
la bondad, y a realizar grandes acciones he estado siempre dispuesto; pero pensad tan
solo cuál es mi espantosa situación desde hace seis años, agravada por médicos sin
juicio, engañado de año en año con la esperanza de un mejoramiento, y al fin
abandonado a la perspectiva de un mal durable, cuya curación demanda años tal vez,
cuando no sea enteramente imposible. Dotado de un temperamento ardiente y activo,
fácil a las distracciones de la sociedad, debí apartarme de los hombres en edad
temprana, pasar mi vida solitario. ¡ Si algunas veces quise sobreponerme a todo, oh
cuán duramente chocaba con la triste realidad renovada siempre de mi mal! y sin
embargo, no me era posible decir a los hombres: "¡Hablad más alto, gritad porque soy
sordo!" ¿Cómo me iba a ser posible ir revelando la debilidad de un sentido que debería
ser en mí más perfecto que en los demás?, un sentido que en otro tiempo he poseído con
la más grande perfección, con una perfección tal que indudablemente pocas personas de
mi oficio han tenido nunca. ¡Oh, ésto no puedo hacerlo! Perdonadme pues si me veis
vivir separado cuando debería mezclarme en vuestra compañía. Mi desdicha es
doblemente dolorosa, puesto que le debo también ser mal conocido. Me está prohibido
encontrar un descanso en la sociedad de los hombres, en las conversaciones delicadas,
en los mutuos esparcimientos, Sólo, siempre solo. No puedo aventurarme en sociedad si
no es impulsado por una necesidad imperiosa; soy presa de una angustia devoradora, de
miedo de estar expuesto a que se den cuenta de mi estado.
Esta es la razón por la cual acabo de pasar seis meses en el campo. Mi sabio médico me
obliga a cuidar mi oído tanto como sea posible, yendo más allá de mis propias
intenciones; y sin embargo, muchas veces, recobrado por mi inclinación hacia la
sociedad, me he dejado arrastrar por ella; pero qué humillaciones cuando cerca de mí se
encontraba alguien que escuchaba a lo lejos el sonido de una flauta y yo no oía nada, o
que escuchaba el canto de un pastor sin que yo pudiera oír nada.
La experiencia de estas cosas me puso pronto al borde de la desesperación, y poco faltó
para que yo mismo hubiese puesto fin a mi vida. Sólo el arte me ha detenido. ¡Ah! Me
parecía imposible abandonar este mundo antes de haber realizado todo lo que me siento
obligado a realizar, y así prolongaba esta miserable vida, verdaderamente miserable, un
cuerpo tan irritable que el menor cambio me puede arrojar del estado mejor en el peor.
¡Paciencia! se dice siempre; y debo tomarla a ella ahora por guía; la he tomado. Durable
debe ser, lo espero, mi resolución de resistir hasta que plazca a las Parcas inexorables
cortar el hilo de mi vida. Acaso será esto lo mejor, acaso no, pero yo estoy presto
siempre. No es muy fácil ser filósofo por obligación a los veintiocho años, no es fácil; y
es más duro aún para un artista que para cualquier otro.
¡Oh Dios, tú miras desde lo alto en el fondo de mi corazón, y lo conoces, sabes que en
él moran el amor a los demás y el deseo de hacerles el bien! Vosotros, hombres, si leéis
un día esto, pensad que habeis sido injustos conmigo, y que el desventurado se consuela
al encontrar a otro desventurado como él que a pesar de todos los obstáculos de la
naturaleza, hizo cuanto estaba a su alcance para ser admitido en el rango de los artistas y
de los hombres de elección.
Vosotros, hermanos míos, Carl y Johann, inmediatamente que yo haya muerto, si el
profesor Schmidt vive aún, rogadle en mi nombre que describa mi enfermedad y a la
historia de ella unid esta carta, a fin de que después de mi muerte, al menos en la
medida que ésto sea posible, la sociedad se reconcilie conmigo. Al mismo tiempo, a
vosotros dos nombro herederos de mi pequeña fortuna, si se la puede llamar así, que la
debeis partir lealmente, estando de acuerdo y ayudándoos el uno al otro. El mal que me
habeis hecho, lo sabeis, os lo he perdonado desde hace mucho tiempo. A ti hermano
Carl te doy gracias particularmente por la solicitud de que me has dado testimonio en
los últimos tiempos. Hago votos por que tengáis una vida feliz, más exenta de cuidados
que la mía. Recomendad a vuestros hijos la virtud, porque sólo ella puede dar la
felicidad que no da el dinero. Hablo por experiencia. Ella me ha sostenido a mí mismo
en mi miseria, y a ella debo, tanto como a mi arte, no haber puesto fin a mi vida por el
suicidio ¡Adiós y amaos! Doy gracias a todos mis amigos, y en particular al príncipe
Lichnowski y al profesor Schmidt. Deseo que los instrumentos del príncipe L. puedan
ser conservados en la casa de alguno de vosotros, pero que esto no provoque entre
vosotros ninguna discusión. Si no pueden seros útiles para algo mejor, vendedlos
inmediatamente. ¡Cuán feliz seré si todavía puedo serviros desde la tumba! Si fuera así,
con qué alegría volaría hacia la muerte. Pero si ésta llega antes de que haya tenido la
ocasión de desarrollar todas mis facultades artísticas, a pesar de mi duro destino, llegará
demasiado temprano para mí y desearía aplazarla. Mas aún así, estoy contento. ¿No va a
librarme de un estado de sufrimiento sin término? Venga cuando viniere, yo voy
valerosamente hacia ella. Adiós y no me olvidéis enteramente en la muerte; merezco
que penséis en mí, porque a menudo he pensado en vosotros durante mi vida para
haceros felices. ¡Sedlo!
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